La existencia de los ángeles es una realidad cristocéntrica, pues si en el Antiguo Testamento sus actuaciones están encaminadas a facilitar el advenimiento de las promesas hechas al Pueblo de Dios, que se culminarán con Cristo, que es el verdadero contenido de las promesas, en el Nuevo su relación con Cristo es directa y total. Anuncian el designio divino a María y, una vez nacido Jesús, lo proclaman a los pastores; inspiran a José en momentos decisivos de su vida, advirtiéndole sobre el origen divino del hijo concebido por María o avisándole del propósito de Herodes sobre el recién nacido.
Jesús mismo habla de ellos cuando dice: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles…” y San Pablo afirma sin ambages la dependencia de los mismos: “Porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Trono y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.” (Col 1, 16s). “¿Es que no son todos espíritus servidores, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?” (Heb 1,14).
Los ángeles están permanentemente viendo a Dios, y su existencia habla de otro mundo diferente al nuestro, nos habla de lo que nosotros llamamos “cielo”. Puede profundizar en el conocimiento de su creación como espíritus puros, de su división entre ángeles buenos y demonios, en su misión ante Dios y entre los hombres, etc., visitando la página los ángeles, a ellos dedicada.
El "cielo”, allí donde hemos situado el mundo angélico, lo hemos identificado los cristianos con el “reino”, con la “gloria bendita” que tantas veces hemos deseado coloquialmente para nuestros deudos y amigos muertos, para aquellos que nos han precedido en “la casa del Padre”.
Ellos, nuestros benditos antepasados que nos esperan en el cielo, los que constituyen “la Iglesia triunfante”, son los santos. Algunos han vivido el seguimiento de Cristo con tal radicalidad durante su etapa terrestre que la Iglesia los ha exaltado ante todo el pueblo de Dios para que su vida sirva de referente a los que aún peregrinamos aquí, en la tierra. Son los santos por antonomasia, cada uno de los cuales nos muestra con su vida un testimonio singular del misterio de Cristo. Son aquellos de los que ya sabemos con toda seguridad que están gozando de la visión beatífica para toda la eternidad.
Pero hay también miríadas de otros santos que también están unidos al coro de los ángeles en su incesante canto de gloria al santísimo, aunque oficialmente la Iglesia no los pueda señalar en ese estado. Son todos aquellos fieles difuntos que han abandonado la tierra en estado de gracia, en estado de amistad con Dios, su creador. También ellos –nuestros padres, familiares, amigos..., siempre en nuestra memoria- ruegan por nosotros ante el trono de Dios. Puede profundizar en la verdad de su existencia actual visitando la página de los santos a ellos dedicada.
Entre ello, hay algunos de singular importancia para el pueblo de Dios: son los apóstoles, ese grupo de los Doce que Cristo escogió uno a uno para que fuesen testigos de su vida, de su muerte y de su resurrección. Son los que reciben directamente la misión de
“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19s).
Confío que la página de los apóstoles a ellos dedicada le ayude a acercarse más a la Palabra eterna de Dios.
p>La existencia de los ángeles es una realidad cristocéntrica, pues si en el Antiguo Testamento sus actuaciones están encaminadas a facilitar el advenimiento de las promesas hechas al Pueblo de Dios, que se culminarán con Cristo, que es el verdadero contenido de las promesas, en el Nuevo su relación con Cristo es directa y total. Anuncian el designio divino a María y, una vez nacido Jesús, lo proclaman a los pastores; inspiran a José en momentos decisivos de su vida, advirtiéndole sobre el origen divino del hijo concebido por María o avisándole del propósito de Herodes sobre el recién nacido.
La Historia de la Salvación está llena de intervenciones de estos seres espirituales que, a las órdenes de Dios, ayudan a los hombres y al Pueblo de Dios. Hay pasajes bíblicos que no pueden ser recordados sin su intervención y protagonismo. Así, cuando detiene la mano de Abraham, ya levantada para sacrificar a Isaac; o cuando dirige la marcha y regreso de Tobías en su búsqueda de esposa; o protege al pueblo hebreo de los ejércitos de Faraón, en su huida de Egipto
Decisivas son las intervenciones angélicas en el Nuevo Testamento, anunciando los nacimientos del Precursor y de Jesús; consolando a Cristo ante la inminencia de su pasión, en Getsemaní; o dando cuenta de la resurrección a las mujeres que visitaron el sepulcro a primeras horas del domingo.
"La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición" (CIC 328).
La existencia de los ángeles es una realidad cristocéntrica, pues si en el Antiguo Testamento sus actuaciones están encaminadas a facilitar el advenimiento de las promesas hechas al Pueblo de Dios, que se culminarán con Cristo, que es el verdadero contenido de las promesas, en el Nuevo su relación con Cristo es directa y total. Anuncian el designio divino a María y, una vez nacido Jesús, lo proclaman a los pastores; inspiran a José en momentos decisivos de su vida, advirtiéndole sobre el origen divino del hijo concebido por María o avisándole del propósito de Herodes sobre el recién nacido.
Jesús mismo habla de ellos cuando dice “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles…” y San Pablo afirma sin ambages la dependencia de los mismos: “Porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Trono y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.” (Col 1, 16s). “¿Es que no son todos espíritus servidores, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?” (Heb 1,14)