Un solo altar
El altar es Cristo.
Desde los primeros siglos, la interpretación de las palabras de San Pablo “Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo” (Hb 13,10) ha sido unánime en el sentido de que Cristo fue sacerdote, víctima y altar en su propio sacrificio. De tal manera, que la frase “el altar es Cristo” es real en la dirección de que, siendo Cristo el altar único y verdadero, el altar de la iglesia es símbolo de Cristo, y no al revés. Por eso, por simbolizar a Cristo, es altar. Sin Cristo no habría altares en las iglesias cristianas.
El altar representa a Cristo, por eso el sacerdote lo besa al llegar y al despedirse.
Un único altar por iglesia
“Para la Iglesia oriental de la época de los Padres, la celebración eucarística es una realidad comunitaria, y es siempre el Obispo, y sólo él, quien celebra la Eucaristía. En toda iglesia hay un único altar, cada domingo hay una sola celebración eucarística.
Los orientales, al igual que los latinos después de la restauración litúrgica, solo admiten un altar por iglesia” (Felix María de Arocena, El altar cristiano, pag. 84, Ed. Centro de Pastoral Liturgica).
Ya en 1847 se decía: “San Ignacio, instruido por San Juan evangelista, escribe a los de Filadelfia: tened cuidado de usar una sola Eucaristía. No hay más que una carne, la de Ntro. Sr. Jesucristo; un solo cáliz, para manifestar la unidad de su sangre; un solo altar, como un solo obispo, con el presbiterio y los diáconos” (J.Mª. Bergier, Diccionario de teología, Altar,).
“La acción litúrgica era al principio siempre comunitaria. Consecuentemente, en las primitivas iglesias no había más que un altar” (Juan Plazaola, El arte sacro actual, pág. 138, BAC nº 250).
En este aspecto, La Ordenación General del Misal Romano, indica:
“Es preferible que en las iglesias nuevas que van a ser construidas , se erija un solo altar, el cual signifique en la asamblea de los fieles, un único Cristo y una única Eucaristía de la Iglesia” (Ordenacion General del Misal Romano, 303).
La situación del altar
El altar debe ocupar un lugar tan importante en el edificio sagrado, que sea realmente el centro de atención de los fieles.
“El altar debe colocarse de tal manera, que, cuando la acción eucarística se desenvuelva en él, ésta sea el foco de convergencia de toda la asamblea. Para que el altar satisfaga esta exigencia se tendrá cuidado de: separarlo del muro del ábside y traerlo hacia la nave; darle una elevación apropiada; dirigir hacia ´él una buena iluminación, disponer en él discretamente micrófonos, como es necesario frecuentemente" (nº 34)
"El altar debe ser preferentemente un altar fijo. El altar fijo esta hecho de una mesa de piedra natural monolítica y de una base que se adhiere a él definitivamente por medio de la unción consacratoria “(nº 37). (Cardenal Paul-Emile Leger, Directorio para la adaptación y construcción de iglesias en la archidiócesis de Monreal).
“El altar es diseñado y construido por la acción de una comunidad y para el funcionamiento de un solo sacerdote. La mesa sagrada, por tanto, no debe ser alargada, sino más bien cuadrada o ligeramente rectangular, una mesa atractiva e impresionante, digna y noble, hecha de materiales sólidos y hermosos, y de proporciones rectas y simples. Pierde realce, por supuesto, su función simbólica cuando hay otros altares a la vista. Por eso, en el recinto litúrgico solamente debe haber uno solo” (Ambientar una iglesia, pág. 8, Centro de pastoral Litúrgica).
“Sería lamentable que la concentración de todo el espacio litúrgico hacia el altar quedase estorbada por altares secundarios, estatuas, vía crucis, confesionarios, candelabros y bancos mal dispuestos, distrayendo con todas estas cosas, la mirada de los fieles hacia el santuario” (Conferencia episcopal de Fulda, Alemania, Directrices para la construcción de iglesias según la el espíritu de la liturgia romana,).
Por no hacer exhaustiva esta reflexión sobre la situación del altar, terminamos con una catequesis de san Juan Crisóstomo en la que habla de Moisés como prefigura de Cristo:
“¿Cuál era, en efecto, la característica de Moisés? Moisés —dice la Escritura— era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo Espíritu que le es íntimamente consubstancial. Moisés levantó, en aquel tiempo, sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná; nuestro Moisés levanta hacia el cielo sus manos y nos consigue un alimento eterno. Aquél golpeó la roca e hizo correr un manantial; éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Por esta razón, la mesa se halla situada en medio, como una fuente, con el fin de que los rebaños puedan, desde cualquier parte, afluir a ella y abrevarse con sus corrientes salvadoras” (Oficio de lectura, lunes II semana de cuaresma) .
El altar en el centro de la Iglesia es signo de Cristo que alimenta a todos, abierto a todos por igual, como la centralidad sugiere respecto a una horizontalidad de 360º.
Una reflexión teológica
“Para el cristiano es claro que el templo propiamente no es el lugar de la presencia de Dios (Jn 4, 23), sino el lugar de la presencia de la asamblea en la que propiamente se hace Dios presente. La Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes reunidos, congregados en torno a Cristo, es el nuevo templo (Ef 2, 19-22; 1Pe 2, 5).
Lo que se debe evitar es rebajar y abaratar tanto el sentido de esta teología que el templo acabe siendo considerado como algo meramente funcional... Porque el templo no solo debe estar al servicio de las necesidades materiales de la asamblea y la celebración (darle cobijo físico). Debe desempeñar otro servicio: expresar su misterio profundo, su significado cristiano-eclesial. Debe ser como una plasmación en piedra, en color, en imagen, en luz de ese gran simbolismo que encierra la asamblea reunida para la celebración festiva de los misterios cristianos; un reflejo, un eco plástico, visual de esas notas y estructuras eclesiales de la comunidad reunida, de la comunidad celebrante con sus ministerios, sus roles, sus movimientos, gestos, signos, palabras.
La ornamentación del edificio sagrado contribuirá eficazmente a desplegar su función simbólica, gracias a la cual dejará trasparecer las realidades místicas que alberga. Quienes a través de la pintura, la escultura o imaginería, la misma arquitectura u otras artes menores colaboran a tal ornamentación están ejerciendo un ministerio litúrgico-eclesial de primera magnitud. El arte debe reencontrar su ministerio en la celebración. Pues solo el arte sabe encontrar el lenguaje del símbolo y la mística , dos ingredientes básicos de la fiesta cristiana. (Dionisio Borobio, La celebración en la Iglesia, Tomo I, pag. 223-224, Ed. Sígueme).
Lex orandi, lex credendi
La oración de dedicación del altar, con la fuerza que da la liturgia misma, suministra una comprensión del altar enraizada en la misma esencialidad del mensaje cristiano:
“[El altar] Sea fuente de unidad y de concordia
para todos los que formamos tu Iglesia Santa;
fuente a la que sus hijos acudan hermanados
para beber en ella el espíritu de mutua caridad”
(Plegaria de dedicación del altar, estrofa X. El altar cristiano)
De igual manera que el sacrificio de Cristo es la fuente de la unidad eclesial, el altar del templo cristiano –lugar donde se celebra mismo sacrificio por el mismo sacerdote- es fuente de unidad de la asamblea cristiana que se reúne en torno a él.
Una labor pastoral
La enseñanza del fuerte simbolismo del altar, así como de toda la acción litúrgica, en general, corresponde a la labor pastoral de la cura de almas:
“Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición y genero de vida” (Concilio V aticano II, Sobre la Sagrada Liturgia, , nº 18)
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