Otros espacios del templo
7.i.-Puertas y accesos
Si, como hemos visto, la iglesia representa un microcosmos, y la unión del mundo sensible con Dios, a través de Jesucristo, la puerta significa el límite de este espacio sagrado con el resto del mundo. Atravesarla ha de provocar en el fiel una consciencia de pasar de este mundo al Padre. Y, por consiguiente, tiene también un simbolismo teológico-litúrgico que no siempre ha recibido toda la atención que requiere. A juzgar por la importancia que se le otorga a la puerta durante la época medieval, mediante una profusa decoración simbólica —sobre todo con ciclos del Apocalipsis que pretenden recordar que se flanquea la puerta de la Jerusalén Celeste—, podríamos inferir que las iglesias de la antigüedad tardía ya tendrían un programa iconográfico desarrollado, con un mensaje simbólico, si no idéntico, sí muy parecido.
Cuando el espacio situado a los pies del templo está reservado para el emplazamiento de ciertas instalaciones litúrgicas, lógicamente la entrada no puede situarse en esta parte del edificio. Así ocurre en ciertas iglesias hispánicas, en las cuales el acceso principal suele encontrarse en los flancos laterales —en mayor medida en el costado sur—, de manera que excepcionalmente ocupa la posición contrapuesta al altar. En estas antiguas iglesias nuestras, los pies del templo suelen reservarse para la ubicación de un contra-ábside, un contra-coro e incluso el mismo baptisterio, como veremos más adelante.
7.ii.-Baptisterio
En todas las iglesias de la antigüedad tardía, el espacio propio del sacramento del bautismo se rodea de un fuerte simbolismo litúrgico-teológico. Existe una voluntad manifiesta de individualizar y diferenciar arquitectónicamente el baptisterio del resto del espacio litúrgico de la iglesia. Esta distinción de los dos espacios sacramentales —el del bautismo y el de la liturgia eucarística— se planifica por los arquitectos de una manera clara y diáfana, bien sea por el levantamiento de muros medianeros, o llegando incluso a construir el baptisterio como un edificio exento, aparte de la iglesia.
Las razones son, por un lado, de orden práctico, ya que se intenta preservar la intimidad de la desnudez de los aspirantes al bautismo, pero también, por otra parte, se pretende enfatizar que se trata de dos escenarios diferenciados, correspondientes a dos sacramentos distintos: el bautismo y la Eucaristía, y que para participar del último es imprescindible haber recibido el primero.
Por esta misma razón catequética, muchos baptisterios se colocan junto a las puertas de la iglesia, significando con ello que es el paso previo y requisito indispensable para ingresar en la comunidad de los fieles y poder participar de los misterios de la salvación.
El bautismo implica un compromiso de seguir a Cristo y cada gesto, procesión que se produzca durante la ceremonia, o la forma del mismo escenario del rito, encierran un significado alegórico que los escritos patrísticos procurarán desvelar a los neófitos de forma pedagógica. Son las catequesis bautismales que tenían carácter mistagógico, es decir, que se enseñaban a los neófitos tras recibir el sacramento bautismal.
Por el bautismo el neófito entra a formar parte del Pueblo de Dios, se incorpora a la redención de Cristo participando de su sacerdocio y ofreciéndose él mismo junto con Cristo en la ofrenda de la liturgia divina.
El rito de la inmersión en la piscina-baptisterio es signo expresivo de la realidad que se produce: el catecúmeno se asocia de forma mística con la muerte de Cristo, entrando en las aguas como hombre-pecador, y, cuando sale de ellas, sale asociado a la resurrección de Cristo, ya purificado, compartiendo la resurrección al haber participado de la muerte de Cristo.
Este concepto de muerte y resurrección del bautizado se fundamenta en la exégesis teológica de un texto de san Juan y dos de san Pablo, en los que se insiste en el bautismo como un renacimiento, un «volver a nacer» después de una muerte aparente. Esta misma exégesis es la que lleva a concebir la fuente bautismal tanto como símbolo de tumba, como seno materno o útero de la Iglesia, y, por extensión, se equipara al mismo seno de la Santísima Virgen como tipo perfecto de la Iglesia.
Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo” (Jn 3, 5-8)
"¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él" (Rom 6, 3-11).
«¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Col 2, 12-15).
La ubicación del baptisterio en el oeste es el emplazamiento simbólico más elocuente de cuantos se puedan escoger. Occidente representa el mundo de las sombras, de la noche, del mal y refugio del Maligno. Resulta muy ilustrativo, en este sentido, el rito de la renuncia a Satanás que han de proclamar los bautizandos antes de entrar en la piscina bautismal, en dirección a occidente, a la que sigue la profesión de fe vueltos hacia oriente, el reino de la Luz de Cristo; seguidamente entran en la piscina por el oeste y salen por el este.
Es precisamente esta contraposición con la Luz la que da sentido a la disposición del baptisterio a poniente, para que se produzca un mayor contraste entre el reino de la Luz de Dios y el reino de las tinieblas o del pecado, propio del hombre antes de su purificación por el bautismo. La «occidentalización» del baptisterio nos remite a la necesidad de la orientación del santuario de la iglesia y nos demuestra, al mismo tiempo, que la arquitectura cristiana entraña una gran simbología solar, aplicada a Cristo como Sol de Justicia, que es la Luz del mundo que vence a las tinieblas: un triunfo sobre la muerte, en la que la resurrección se concibe como un paso de la oscuridad a la luz.
La forma octogonal que muestra la piscina bautismal de la imagen nos remite al “octavo día” de la creación, el día de la luz sin ocaso que luce en el Reino inaugurado por la encarnación de Jesús.
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7.iii.-Contra-ábsides y contra-coros
La presencia de dispositivos en el extremo contrapuesto al altar de la nave central es una característica que se encuentra en la arquitectura cristiana hispánica, aunque no todas las iglesias poseen este tipo de instalación. El entendimiento de esta singularidad exige una pequeña reflexión sobre la situación de los “santos” en el templo.
El término sanctus (=sancitus, de sancire, encerrar) denota un lugar cerrado, reservado, donde la divinidad se ha manifestado de alguna manera. En el campo religioso, el término sanctus fue aplicado por derivación a aquellas personas, ya vivas, ya difuntas, tenidas en tan alta estima moral, que se creían como res sacra, porque en ellas Dios se había manifestado de modo particular. El apelativo sanctus, en el sentido más moderno y litúrgico de la palabra, es decir, dado a una persona canónicamente inscrita en el catálogo de los santos, no se encuentra en los primeros siglos de la Iglesia. Hasta la mitad del siglo IV solamente los mártires fueron considerados sancti y tuvieron los honores de culto. Eran los cristianos perfectos, los verdaderos imitadores de Cristo, porque eran partícipes efectivos de su pasión, quienes lavando en la sangre del martirio toda mancha, habían merecido ser admitidos en seguida a la visión de Dios, y en el último día serán, como los apóstoles, jueces, al lado de Cristo, de sus hermanos.
Pero, posteriormente, cerrado el período de las persecuciones, se entendió que el seguimiento radical de Cristo, propio de la vida religiosa, así como la vida piadosa y mortificada de las vírgenes, de los obispos y de los ascetas era, en realidad, un equivalente del martirio.
El sitio propio de lo santo en la iglesia es el altar, pues “el altar es Cristo”, y su importancia es tal que en la arquitectura romana éste es el elemento que da entidad a todo edificio eclesiástico y que explica el despliegue total del edificio y de sus espacios interiores. En Occidente, el altar está unido indefectiblemente a la “santidad” de Cristo, Sacerdote único, y a la existencia de restos martiriales o reliquias derivadas de estos bajo el altar, mientras que en Oriente se situaban en su cercanía.
Esta regla (la de asociar el altar y las reliquias) se hizo no solamente para todos los altares, también para todos los cuerpos santos, de forma que no importaba la cantidad o calidad de las reliquias. En esto diferían de los orientales, que reservaron emplazamientos especiales y variados que podían no tener relación alguna con el altar a otras reliquias y en concreto a los cuerpos enteros de sus mártires.
De aquí que ambas iglesias creen diferentes arquitecturas eclesiales y la importancia dada por los occidentales a la posesión de reliquias martiriales, cuya alternativa en Oriente fueron los iconos a partir de Justiniano.
La aparición de los contra-coros se realiza cuando hombres piadosos, pero no mártires, fallecen y deben ser enterrados en el templo, como sucede, por ejemplo, con los obispos, nobles, fieles protectores de la Iglesia, etc. El altar no es, en absoluto, lugar apropiado para ello.
En este contexto, del mismo modo que el baptisterio se sitúa en un lugar propio dentro de la iglesia adornado de connotaciones simbólicas, la disposición del contra-coro en contraposición al altar poseetambién un significado dentro del simbolismo de la iglesia como microcosmos. Si aceptamos que la función litúrgica de este espacio es el culto a los mártires y a los santos, no es difícil colegir por qué razón se escoge para su veneración el extremo opuesto al altar, como si se quisiera resaltar la importancia de la nave central que lleva desde el contra-coro al santuario. Es como si los mártires y los santos se postraran a los pies de Jesucristo y mostraran el camino que conduce hasta El.
En combinación con la proximidad del baptisterio, el esquema espacial litúrgico de la iglesia constituye una demostración pedagógica, una verdadera catequesis escenográfica: a través del bautismo, y siguiendo el ejemplo de los mártires, el hombre ha de recorrer el camino que le lleva hasta Dios, desde las tinieblas hasta la Luz, desde el rechazo al pecado hasta su unión con Cristo, en el altar.
Por otra parte, el libro del Apocalipsis contiene unas referencias sobre los mártires en relación al trono del Cordero que pueden ser muy ilustrativas para el tema que nos ocupa, esto es, la contraposición espacial del altar y el lugar de conmemoración martirial. Dice san Juan:
«Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantenían », (Apc 6,9)
«Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos », (Apc 7, 9)
«Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». Él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» », (Apc 7, 14-17).
Estos fragmentos del Apocalipsis aluden a la asociación que se hace de los mártires al altar de Dios, que no es otra que la participación en su Pasión.
8.-OTROS ESPACIOS
8.i.- Sacristía
En la sacristía, con el revestimiento del celebrante y la recitación de las oraciones preparatorias, comienza la preparación del culto y su digna realización. La sacristía mayor consiste en una habitación a modo de capilla que incluso puede tener un altar fijo. Debe ser espaciosa y se situará cerca del presbiterio o de la entrada de la iglesia. Es habitual construirla detrás del altar mayor. Puede haber otra sala con funciones similares cerca de la puerta de entrada a la iglesia, para cuando haya procesión de entrada.
El motivo central de la sacristía mayor puede ser un crucifijo o alguna otra imagen sagrada.
Habitualmente, los clérigos y los ayudantes veneran esta imagen antes y después de las celebraciones litúrgicas. Es conveniente que haya, para información de los celebrantes visitantes, una cartela con los nombres del Papa y del obispo diocesano, y con el título de la iglesia. En la puerta de acceso a la iglesia debe haber una pila de agua bendita. También, junto a esta puerta, puede colgarse una campanilla para avisar al pueblo cuando una procesión vaya a hacer entrada en la iglesia.
Por razones funcionales, la sacristía dispone de una mesa o un banco espacioso para extender los ornamentos, armarios y cajones grandes para guardar los ornamentos sagrados, una caja fuerte para los vasos sagrados y la llave del sagrario, un lavabo, toallas, un lavabo pequeño con desagüe directo a la tierra (sacrarium), un sitio donde guardar el pan y el vino para el sacrificio eucarístico, una estantería para guardar los libros litúrgicos, un reloj, un soporte para la cruz procesional, un sitio para reservar la Eucaristía durante las ceremonias de Pascua, y un armario o sitio decoroso para los santos óleos, si no se guardan en el baptisterio. Un espejo, para que los ministros y ayudantes puedan verse vestidos, es también importante que exista.
En la sacristía se tendrán en cuenta los mismos principios de limpieza y de orden que son esenciales en el cuidado de la iglesia. Habrá que tener un especial cuidado en la conservación de objetos decorativos, vasos sagrados y ornamentos que hayan sido heredados del pasado, excepto los de escaso valor que no vale la pena reparar o restaurar. Quienes están en la sacristía, antes o después de la celebración litúrgica, deben guardar silencio o en hablar en voz baja.
8.ii.-Cripta
La cripta es un espacio arquitectónico subterráneo en que se enterraba a los seres fallecidos. La palabra cripta (del latín crypta y a su vez del griego kryptē) etimológicamente significa esconder, lo cual indica bien su significado.
En términos medievales, una cripta es una cámara de roca, normalmente bajo el suelo de una iglesia. Las primeras criptas o grutas sagradas fueron excavadas en la roca, para esconder a los ojos de los profanos las tumbas de los mártires; más tarde, por los primeros cristianos, se levantaran las capillas y las vastas iglesias; después se estableció las criptas bajo los edificios destinados al culto para encerrar los cuerpos de los santos recogidos por la piedad de los fieles.
Algunas iglesias fueron elevadas del nivel del suelo para albergar una cripta a nivel del suelo, como es el caso de la iglesia de San Miguel en Hildesheim, Alemania. Las criptas se encuentran típicamente bajo el ábside como en Saint-Germain de Auxerre, pero ocasionalmente se encuentran bajo las alas o las naves laterales.
Muchas de nuestras antiguas iglesias poseen criptas que remontan a una época muy lejana: unas son solo salas cuadradas, abovedadas en curva o en arista, siguiendo el método antiguo, son adornadas a veces solamente por fragmentos de columnas y de capiteles que imitan toscamente la arquitectura romana; otras son verdaderas iglesias bajo tierra con naves laterales, ábsides y absidiolas. Las criptas, salvo en raras excepciones, reciben la luz del día por estrechas ventanas abiertas en el exterior de la iglesia, o en los lados inferiores del santuario. Se entra habitualmente por unas escaleras que parten desde ambos lados del santuario, o incluso desde el eje del coro.
8.iii.-Atrio
El atrio es un espacio de paso, de entrada y salida, en el que lo profano se mezcla con lo sagrado, y lo sagrado con lo profano. Allí se encuentran y se saludan los conocidos. En algunas localidades, allí esperan, aún hoy, los pobres y menesterosos la limosna de las almas caritativas.
Es un lugar abierto o patio frente a una iglesia, consistente, en general, en un cuadrado grande rodeado por paseos ente columnatas en sus cuatro lados que formaban un pórtico o claustro. Está situado entre el porche o vestíbulo y el cuerpo de la iglesia. En el centro del atrio había una fuente o pozo, donde los fieles se lavaban las manos antes de entrar en la iglesia. Un remanente de esta costumbre aún sobrevive en el uso de la fuente de agua bendita, o de la jofaina, a menudo colocada cerca de la entrada interior de la iglesia. A los que no se les permitió avanzar más, y más concretamente la primera clase de penitentes, se paraban en el atrio para pedir las oraciones que entraban a la iglesia. También fue utilizado como cementerio, al principio sólo para las personas distinguidas, pero después para todos los creyentes.
La parte cubierta a la entrada de la iglesia se llama el nártex y es el lugar de los penitentes. Algunas basílicas paleocristianasl parecen haber tenido un nártex cerrado, mientras que otras estaban abiertos a Occidente.
El atrio existió en algunas de las más grandes de las primeras iglesias cristianas, como la antigua Basílica de San Pedro, en Roma, en el siglo IV, y Santa Sofía, en Constantinopla, en el VI. Un área tan grande para un ante patio requería un solar de terreno costoso y difícil de obtener en una gran ciudad. Por esta razón el antiguo atrio romanos sobrevivió sólo en ocasiones, en las Iglesias Orientales y occidentales. Los ejemplos típicos se pueden ver en las iglesias de San Clemente, en Roma, y San Ambrosio, en Milán; también en las iglesias del siglo VII de Novara y Parenzo.
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