Cristo sumo sacerdote
1.-Introducción
Jesús, Hijo de Dios, ungido por su padre fue enviado al mundo con una misión sacerdotal: salvar a la humanidad y construir la nueva Alianza. Para ello creó una iglesia, para continuar con su trabajo y mantener a los hombres en la gracia de la salvación y acoger un día en su reino a aquellos que en su libertad, hayan creído en Jesús y aceptado su salvación, siendo bautizado y entrando en la Iglesia.
No consta que Jesús se llamara a sí mismo sacerdote, ni los evangelistas le dan ese título. Sin embargo, el sacerdocio de Cristo es la temática central de la Carta a los Hebreos. Un tema, éste del sacerdocio en el pueblo judío, que no puede considerarse como absolutamente novedoso; el autor de la Carta a los Hebreos recoge una ya larga tradición presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y que tampoco será ignorada por los primeros Padres de la Iglesia.
2.-El icono
Cuando el monje escribe el Icono tiene ante sus ojos la gloria Tabórica, pues las imágenes se pintan sobre la hoja de oro que representa la luz del rostro de Cristo en el Tabor.
Cuando el fiel lo contempla y lo lee, no hace otra cosa que ponerse en presencia del Transfigurado y dejarse dominar por el estupor que dominó a Pedro, Santiago y Juan “Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto” (Mateo 17, 6).
Al iniciarse esta página, puede contemplarse el icono de Cristo Pantocrátor, con vestiduras sacerdotales (casulla y estola), propias de Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote, “mediador de una alianza nueva” (Heb 9, 15).
El foco central de este icono de finales del S. XVIII es Cristo sumo y eterno sacerdote. A la derecha del espectador, aparece la figura de Melquisedec, representando la Antigua Alianza; y, a la izquierda, san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, representando al sacerdote de la Alianza Nueva.
En la parte inferior del icono, inmediatamente bajo la figura de Cristo, aparece el altar como símbolo de Cristo-víctima, que se ofrece en el ara de la cruz. Todo ello recoge simbólicamente el triple papel de Cristo en la Redención: Sacerdote, Víctima y Altar.
Sobre el altar los símbolos de los grandes misterios pascuales: Mantel blanco, como de mesa preparada para el alimento de la Iglesia; el pan consagrado, pan de vida eterna que sustituye al maná del desierto; y el cáliz con la sangre de la Nueva Alianza, el agua prometida a la samaritana y prenda de nuestra salvación.
Sobre el altar los símbolos de los grandes misterios pascuales: Mantel blanco, como de mesa preparada para el alimento de la Iglesia; el pan consagrado, pan de vida eterna que sustituye al maná del desierto; y el cáliz con la sangre de la Nueva Alianza, el agua prometida a la samaritana y prenda de nuestra salvación.
Hay otra presentación del icono de Cristo sumo sacerdotes. En ella, Cristo aparece tocado con la mitra semiesférica de los “grandes arzobispos” de la Iglesia Ortodoxa. Se debe a Simon Ouchakov esta original presentación, escrita alrededor de 1656.
3.-Los textos del AT.
3.1.- sacerdote y rey
Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, desde el seno, antes de la aurora». El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Sal 110, 1.3-4).
3.2.-El sacerdote anunciado
Junto al Salmo 110, con su clara profecía en torno a la naturaleza sacerdotal del Mesías, es necesario tener presente la clara afirmación en el Antiguo Testamento de que el Mesías salvaría a su pueblo mediante sus sufrimientos.
En este aspecto, se destacan sobre todas las otras profecías los poemas del Siervo de Yahvé
«Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas» (Is 42,1-4)
«Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido».
«Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”».(Is 49,7-9);
«El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se consumen como un vestido, los roe la polilla» (Is 50,4-9;
«¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. 8 Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron».(Is 53, 1-8).
4.-Los textos del NT
Junto con el salmo 110, los anteriores Cantos del Siervo del segundo Isaías, ejercieron fuerte influencia en la descripción que el Nuevo Testamento hace del mesianismo de Jesús. Hebreos no sólo remite al Salmo 110, subrayando su doctrina sobre el sacerdocio del Mesías, sino que recoge una ya larga tradición neotestamentaria de citas de este Salmo.
Así, como ejemplo de la conciencia que tras Pentecostés se tuvo de Jesucristo:
«Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45)
«Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin». (Lc 22,37)
Entonces él les dijo: « ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».(Lc 24,25-26)
«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3,13-18).
«Se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope... Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza». Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Contestó: « ¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?». E invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este: Como cordero fue llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, así no abre su boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá contar su descendencia? Pues su vida ha sido arrancada de la tierra. El eunuco preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?». Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús». (Hch 8,26-36)
«Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,3);
«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él». (2 Cor 5,21)
«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (Fil 2,7.)
La salvación del pueblo mediante los sufrimientos del Mesías incluye la afirmación de que su muerte es redentora en el sentido preciso de que es un sacrificio. Baste recordar las palabras de Jesús en laÚltima Cena, presentando su muerte como el sacrificio de la Nueva Alianza, ofrecido por El mismo para la remisión de los pecados:
«Tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20);
«Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». 25 Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». (1 Cor 11,23-25).
El hecho de que la muerte de Cristo haya sido entendida por Él mismo como sacrificio, implica la afirmación de que es sacerdote. En efecto, ofrecer el sacrificio es el acto propio del sacerdocio. Así pues, la afirmación del sacerdocio del Mesías no sólo se encuentra en aquellos lugares en que se le llama sacerdote, sino que se encuentra también, aunque en forma implícita, en sus actos o palabras (especialmente las afirmaciones sobre la necesidad de ofrecer su vida voluntariamente por todos los hombres) que conlleva el ejercicio del oficio sacerdotal.
5.- Los textos de la Tradición
Así, por ejemplo, S. Clemente Romano habla de Cristo como
«Jesucristo el Sumo Sacerdote de nuestras ofrendas, el guardián y ayudador en nuestras debilidades» (Epistola ad Corinthios, 36, 1)
y San Ignacio de Antioquía dice de él
«mejor es el Sumo Sacerdote al cual se encomienda el lugar santísimo; porque sólo a El son encomendadas las cosas escondidas de Dios» (Carta a los de Philadelfia, 9,1)
La doctrina patrística es un firme pilar en la revelación sobre el sacerdocio de Cristo. Es elocuente este texto de Gregorio de Nisa:
«Jesús es el gran Pontífice que sacrificó su propio cordero, es decir, su propio cuerpo, por el pecado del mundo (...) se anonadó a sí mismo en la forma de siervo y ofreció dones y sacrificio por nosotros. Este era el sacerdote conforme al orden de Melquisedec después de muchas generaciones» (Gregorio de Nisa, Contra Eunomio I)
Es conocida la oración de San Cirilo de Jerusalén:
«Rogamos a Dios por la paz en la Iglesia, por la tranquilidad del mundo..., y en general por todos los necesitados rogamos y ofrecemos esta víctima». (Cat.23, Myst.5)
De forma más solemne, el Concilio de Éfeso:
«La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra confesión [Hebr. 3, 1] y que por nosotros se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre [Eph. 5, 2]. Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema». (Concilio de Éfeso, Can. 10.)
Y el Concilio de Trento, precisamente para poner de relieve que la Misa es sacrificio, dice que Jesucristo,
«al mismo tiempo que se declaró sacerdote según el orden de Melchisedech, constituido para toda la eternidad, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del nuevo Testamento” (Trento, CAP. I. De la institución del sacrosanto sacrificio de la Misa).
Finalmente, el Papa Pio XII:
“El augusto sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, repite lo que una vez hizo en la cruz, ofreciéndose enteramente al Padre, víctima gratísima”. (Pío XII, Mediator Dei, 86)
6.-La fiesta
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés se celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, festividad que no aparece en el calendario de la Iglesia universal (como sí lo hacen las fiestas del Sagrado Corazón de Jesús o Jesucristo Rey del Universo), pero que se ha expandido por muchos países.
La celebración fue introducida en España en 1973 con la aprobación de la Sagrada Congregación para el Culto Divino. Asimismo, ésta contiene textos propios para la Santa Misa y el Oficio que fueron aprobados dos años antes.