Rezando con los iconos

"Así como la lectura de los libros materiales permite la comprensión de la palabra viva del Señor, del mismo modo el icono permite acceder, a través de la vista, a los misterios de la salvación" (Juan Pablo II, Duodecimum saeculum).
 

El descenso a los infiernos

 

1. Introducción

El misterio de la resurrección fue representado por las primeras comunidades acudiendo a la analogía del profeta Jonás, que salió del vientre de la ballena al cabo de tres días. Sólo al final del S. III se acude directamente a los relatos evangélicos del encuentro del resucitado con las mujeres que portaban mirra y aceites al sepulcro, iconos de Las miróforas y del Sepulcro vacío(Mc 16, 1-8), o con María Magdalena, en los iconos del “noli me tangere”.

La glosa remite al discurso de Pedro a los judíos tras haber recibido el Espíritu, donde el discípulo cita el Salmo 16 del rey David: «No abandonarás mi vida en la morada de los muertos» “Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro.” (Hechos 2, 27)

.

Las generales diferencias de perspectiva entre Oriente y Occidente se perciben también en las representaciones de Cristo resucitado. En Occidente nos resulta familiar la representación de la Resurrección con la imagen de Jesús saliendo victorioso de la tumba; o de ésta con la piedra retirada de la entrada; o del sepulcro con la guardia romana dormida. Su mensaje es claro: Cristo, resucitado por Dios,  es el vencedor de la muerte y redentor del pecado de Adán, para nuestra salvación.

En Oriente, hay dos iconos fundamentales para la Pascua: El Descenso a los Infiernos para liberar a Adán, Eva y su descendencia (“La anástasis”, palabra griega que significa “resurrección”), y las mujeres portadoras de esencias al sepulcro (Las Miróforas). El mensaje del icono oriental es complementario y más lineal respecto al proceso que confiesa la fe: muerte, sepultura, bajada  a los infiernos, resurrección al tercer día. Quiere señalar que el triunfo de Cristo nos alcanza a todos, comenzando por la primera pareja ; para ello, baja a los infiernos, derriba sus murallas, lo llena de luz imperecedera, triunfa sobre Satanás y da cumplida respuesta a las promesas divinas y a las esperanzas de los hombres justos. Volver al principio

 

2. La historia

La escena se sitúa en el infierno, con Cristo entrando impetuoso, abatiendo las puertas, que sus pies pisan, dando una mano a Adán, y la otra a Eva. Detrás de ellos grupos que representan los santos y profetas del A.T.,  desde Abel, primer tipo de Cristo, hasta Juan Bautista, el último y más grande de los profetas, pasando por figuras como Samuel y Elías, David y Salomón, es decir, todos los que han esperado y profetizado la venida del Señor.

Está rodeado de luz, que ilumina la escena. Como resto de la oscuridad del infierno se ve un pequeño osario a los pies del Salvador. Detrás, en el fondo, tras las murallas, se ve el fondo dorado de la santidad de Dios que llena el universo reconciliado ya definitivamente con su creador.  

Santiago de la Vorágine, en el capítulo de su Leyenda Dorada dedicado al sábado Santo, escribe:
“El Sábado santo, que también se llama el Sábado mayor, se ha mirado siempre en la Iglesia como uno de los días más solemnes, aun antes de haberse adelantado los oficios de la noche del domingo de Pascua al día que los precede. Propiamente el oficio del Sábado Santo es la continuación de las exequias del Salvador, y en particular de su sepultura. La iglesia aún está de gran luto. Su profundo silencio y la cesación del divino sacrificio, que como en el Viernes Santo tampoco se ofrece en este día, indica su aflicción. Está únicamente ocupada en llorar la muerte del divino Esposo, en honrar el misterioso descanso que Jesucristo guardó en este día en el sepulcro, y al mismo tiempo su descenso a los infiernos, como dice san Pablo, a los lugares más bajos de la tierra.
El alma santísima de Jesucristo, de la cual jamás se separó la divinidad, del mismo modo que de su cuerpo adorable, que fue puesto en el sepulcro; esta alma santísima, repito, inmediatamente después de su muerte, descendió efectivamente a los lugares más subterráneos; allí triunfó de los demonios a quienes acababa de vencer enteramente por su-muerte, y les hizo sentir las tristes consecuencias de su derrota.
Allí consoló a las almas del purgatorio, dándoles esperanzas de que pronto se verían libres de sus dolorosos calabozos; y allí, en fin, sacó de entre aquellas tinieblas las almas de los santos patriarcas y de los demás justos, esto es, de todos aquellos a quienes Dios con antelación había hecho misericordia, y concedido la remisión de sus pecados en virtud de los méritos de Jesucristo pero que no podían gozar plenamente del efecto de esta misericordia hasta que Jesucristo hubiese satisfecho a Dios Padre, con la efusión de su sangre, por los pecados de todos los hombres”
. (SANTIAGO DE LA VORÁGINE La leyenda de oro, sábado santo, tomo IV, pág. 338)
 

2.1.-Los textos

Los textos evangélicos de la Resurrección del Señor y el texto de la 1ª Carta de Pedro sobre el descenso de Jesús al infierno para liberar  a los que estaban en poder de la muerte, iluminan el sentido pleno de los dos iconos de la Resurrección más comunes en la Iglesia de Oriente: el de  la Anástasis o Resurrección bajo el signo del descenso de Cristo a los abismos y el de las mujeres miróforas, portadoras de aromas, ante el sepulcro vacío.

Icono de Cristo descendiendo a los infiernos“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. 

Allí lo veréis, como os dijo”». “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían. (Mc16, 1-9)

“Porque también Cristo  sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne  pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión,  a los desobedientes en otro tiempo” (1Pe, 18-20).

El Catecismo de la Iglesia Católica muestra gran interés en clarificar el contenido de la fe que confesamos :

632. Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús “resucitó de entre los muertos” (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).

Pero, ¿de qué infiernos estamos hablando? Volvamos al Catecismo:

633. La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham” (cf. Lc 16, 22-26). “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).

El mismo Catecismo explica el sentido del descenso de Cristo a los infiernos:

635. Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para “que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan” (Jn 5, 25). Jesús, “el Príncipe de la vida” (Hch 3, 15) aniquiló “mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud “(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del Infierno” (Ap1, 18) y “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Flp2, 10).

 

3.-El icono

El mundo subterráneo está representado al modo de una caverna pedregosa que forma una especie de cúpula por encima de los prisioneros. La gruta está recorrida por grietas y fisuras.. La puerta de doble batiente de madera, provista de una cerradura de hierro ha sido arrancada, y Cristo pisotea a Satán, vencido y encadenado, que parece a punto de caer fuera del marco de la miniatura: «cae» como veía Jesús:

Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. (Lc 10, )

Cristo

ocupa el centro del icono, en medio de una mandorla que significa el universo, el tiempo y la historia, porque Él es el Señor del universo, del tiempo y de la historia. Su cuerpo resucitado muestra una pose impetuosa sobre las puertas del infierno,  derrumbadas a sus pies, signo de su victoria sobre la muerte. Viste amplio vestido blanco, como revestido de poder y de gloria, que le envuelven expresando movimiento, como si el portador tuviese prisa en acabar el trabajo que allí le ha llevado.

Icono de la Resurrección de Cristo y su Descenso a los Infiernos

Rayos de luz emanan de su cuerpo, luz divina que ya se reveló en el Tabor y que iluminan la mansión de los muertos, simbolizando la luz sin ocaso del octavo día, el día de la nueva creación que él inaugura con su resurrección. Su luz propia se derrama sobre el universo, al fondo del icono, al que tiñe de luz dorada propia de la divinidad.

Su cuerpo parece escapar a las leyes físicas, ya por la gracia y levedad con la que se mueve sobre  la gruta negra que  a sus pies simboliza el Hades o al mismo Satanás, ya por la impresión que dan de fortaleza los brazos que tiran de Adán y Eva, que no se corresponden a los hombros ciertamente estrechos con los que le ha dibujado el iconógrafo.

Adán

La mirada de Cristo parece dirigirse al observador del icono, invitándole a sumarse al grupo de los rescatados, mientras con sus manos coge por las muñecas a Adán y a Eva. Con su entrada impetuosa en el Hades anuncia a todos los difuntos su resurrección gloriosa y con su gesto, arrastra tras sí a Adán y toda su humana descendencia.

No es difícil interpretar la mirada asombrada de Adán ni el gesto de súplica de su mano extendida hacia el Salvador.

En los brazos de Adán y Eva se perciben túnicas azules, colores de su humanidad, que forman un continuo con el tejido azul que soportan los personajes de la izquierda, dos de ellos con testas coronadas, seguramente los reyes David y Salomón.

Junto con la de Cristo, las figuras de  Adán y Eva forman un triángulo de gran fuerza expresiva, como corresponde al momento de gloria que recoge el icono.

El Infierno o Hades

Las puertas de la muerte, sus cerrojos y toda la imaginería propia del caso yacen a los pies del Señor de la Vida. El color negro de la grutaen forma de cueva negra y oscura, que tantas veces ha representado el mundo pagano en la iconografía bizantina,  que se encuentra en el centro inferior del icono, siempre a los pies de Cristo, es la representación del pecado y de la muerte.

La figura allí tendida, ese personaje encadenado, es la muerte, o la fuerza del pecado,  o Satanás, vencidos todos definitivamente. Este aspecto del icono es una catequesis sobre las palabras de Cristo:“Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín” (Lc 11,21-22). Los muertos, la humanidad herida por el pecado era el botín del Infierno y Cristo, más fuerte que Satanás se ha hecho con él para devolverlos a la vida.

Catequesis que se complementa con  la luz y los colores. El negro del Infierno, en la parte inferior, se contrapone al dorado del universo exterior, en la parte superior. Y en medio, la blanca luz de Cristo disipando definitivamente las tinieblas infernales.

Los Justos

Adán y Eva son los primeros rescatados por Cristo, en el icono ya aparecen cogidos de la mano por el Salvador. Tras ellos se levantan los justos que esperaban en el seno de Abrahán este momento. En la parte izquierda se destacan David y Salomón, de cuyas c asa y linajes desciende Jesús. Es tradicional señalar en esta iconografía las figuras de Abel, de Juan el Precursor y de los principales profetas, como Elías y Eliseo. Su presencia en este icono es signo inequívoco de la continuidad del Nuevo con el Antiguo Testamento.

Las puertas.

Las puertas del Infierno rotas, las llaves esparcidas por el suelo y las cadenas, son pisadas por el Resucitado cantando, con el signo más plástico posible, el himno de san Pablo: ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?.

Sobreabundan en esta simbología, la forma de cruz adoptada por las puertas esparcidas por los suelos y  ahora holladas por Cristo.

La Cruz 

En algunas representaciones de este icono aparece una Cruz, unas veces en manos de Cristo y otras, como en el caso de este ícono, la Cruz es sujetada por los ángeles.

 

4.-La fiesta

4.1.-En Occidente

La Iglesia Católica celebra el Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual con la máxima solemnidad de su liturgia. Es el domingo por antonomasia.  Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la consumación del plan divino sobre la humanidad, aunque la tensión del “ya sí, pero todavía no” no nos abandone. La semana de dolor concluye con la celebración de esta fiesta que prolongará su alegría pascual cuarenta días más, hasta Pentecostés, y será recordado cada domingo del año. La Historia de la Salvación y la historia humana se fundan intrínsecamente en el acontecimiento más extraordinario: el Hijo de Dios hecho hombre ha redimido a la humanidad de la deuda de Adán.

 

4.2.-En Oriente

Anastasis_San-Salvador-de-Chora_ EstambulLa Iglesia Ortodoxa festeja durante el viernes y sábado santos la visita de Cristo a los infiernos, la entrada de Jesús  resucitado en el Hades para iluminar como “sol que nace de lo alto” el seno de Abrahán donde esperan los justos veterotestamentarios. Con sus más bellos cantos acompaña el pujante descenso de Cristo que dibujan sus iconos y con ellos adorna sus templos para explicar, con luces y colores, el mayor misterio de nuestra salvación.  

La imaginería de la Iglesia de Oriente, el descenso de Cristo a los infiernos es una explicación de la resurrección de los muertos, del enderezamiento de aquello que estaba torcido. Al abrir las puertas del infierno, Jesucristo expande sobre las tinieblas y la muerte, la luz y la vida del cielo. El agua de la gracia para que la semilla que antes estaba seca y como muerta pueda reverdecer. Como canta la Iglesia, nuestro pecado original es limpiado por la muerte de Jesucristo, entonces el Dios de juicio se convierte en el Dios de la misericordia y el amor, sólo entonces.

Cuando Jesucristo toma con su mano derecha la mano de Adán y lo saca de la fosa de muerte y dolor, cuando lo lleva consigo hasta la casa del padre celeste donde los justos gozan de la resurrección, ¿no se trata eso de una bellísima imagen concebido por los antiguos sabios cristianos para explicar el misterio de la dulcificación del Dios de ira? Y, lo que es más importante, ¿no podría volver a repetirse este misterio en cada uno de los hombres en vista a su salvación eterna? Este tema es precisamente el que muestra la miniatura que aparece al lado de la del descenso a los infiernos.

La bajada de Jesucristo a los infiernos es un tema apócrifo que está estrechamente unido a la Pasión de Jesucristo, pues de algún modo reproduce y amplía su muerte en la cruz. Una cruz que en muchas representaciones iconográficas se levanta sobre la calavera de nuestro primer padre, Adán. En un libro anónimo titulado La Caverna de los Tesoros se lee: “Después de que Sem y Melquisedek hubieran depositado el cadáver de Adán en el punto central de la tierra, confluyeron las cuatro partes y encerraron a Adán.

E inmediatamente volvió a cerrarse la puerta, de forma que ninguno de los hijos de Adán pudo abrirla. Y cuando encima de ella fue erigida la cruz del Mesías, del Salvador de Adán y de sus descendientes, se abrió la puerta del lugar; y cuando allí mismo fue hincado el poste de la cruz, y el Mesías alcanzó la victoria sobre la lanza, de su costado fluyeron sangre y agua y penetraron en la boca de Adán y constituyeron su bautismo y por ellos fue bautizado” . No podemos dejar de citar aquí un fragmento del Mensaje reencontrado respecto al tema del sacrificio: “La sangre nueva, que viene del cielo en sacrificio santo, hará reverdecer lo que ha permanecido vivo, y la leña muerta caerá por sí misma” (25, 31).

 

5.-La liturgia

La liturgia occidental se refiere a este misterioso viaje de Cristo durante las ceremonias de la noche del Sábado Santo cuando se bendice el Cirio Pascual y el diácono, revestido de dalmática blanca, canta el Exultat. En un momento determinado se dice:
“Esta es la noche en que, rotos los vínculos de la muerte, subió Jesucristo victorioso de los infiernos”.

 

Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Ésta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡
Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.

Ésta es la noche
de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mí gozo.»

Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo,
este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece
por rnedio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Te rogarnos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.

Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso
por los siglos de los siglos.
Amén.

 

 

6.-Reflexión  teológica

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Los dos eventos que, fundamentalmente, se celebran el Sábado santo son presentados a los fieles solemnemente por la Iglesia:
.-La permanencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro, y
.-La bajada del alma de Jesucristo a los infiernos
 

El Concilio Vaticano II nos recuerda que “Cristo ha resucitado de entre los muertos; con su muerte ha vencido a la muerte, y a los que estaban en los sepulcros ha dado vida” (GS, 22).

El canon iconográfico se respeta sin fisuras:la figura de Cristo mira claramente al espectador, y no sin razón. Éste se encuentra contemplando la culminación de "la promesa", el objeto mismo de la Encarnación y de la misión del Hijo en la Historia de la Salvación. No se puede pasar ante el icono sin responder a la llamada implícita en esa mirada de Jesús que pide su compromiso con la misión:predicación del Evangelio hasta el fin de los tiempos.

Estos iconos suelen presentar la figura de Cristo con su mirada hacia el espectador, como comprometiéndole con la imagen, como exigiendo una respuesta al mensaje sagrado.

Ante una actitud contemplativa, Cristo desciende a nuestra intimidad, allí donde San Agustín le encontró. Él sabe que fuimos incorporados a Él por el bautismo  para poder resucitar con Él (Col 2: 12) . Y, a pesar de  nuestro pecado, Él permanece fiel a su Palabra y allí nos viene a buscar para rescatarnos de la situación de caída y de muerte.

Jesús había dicho que deberíamos hacernos como niños, nacer de nuevo. Para ello, debemos matar el hombre viejo, matar el egoísmo, el afán de poder y la idolatría de la riqueza. Llevar nuestra pesada carga a su persona y descargarla sobre sus hombros. Coger nuestra cruz de cada día y acompañarle en su caminar hacia su cruz.

El silencio de la oración contemplativa nos ayudará a hacer la composición de lugar ignaciana: Ver a los personajes, oír lo que dicen… y ocupar nuestro puesto en el icono, en medio de ellos. Con los mismos sentimientos de Adán, miremos a Cristo y expresémosle nuestra necesidad de Él. En el diálogo posible, es Cristo quien toma la iniciativa:

“No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap. 1, 17-18).

“Señor, creo que tú eres mi salvador, que puedes sacarme de mi abismo, que puedes quitarme el miedo a la muerte… que puedes llenarme de vida”.  "Creo, Señor, que tú tienes palabras de vida eterna y que una palabra tuya bastará para sanarme".

 

7.-Oración

El Oficio de Lecturas del Sábado Santo canta el diálogo de Cristo en el Hades con los justos que le esperan:

¿Qué es lo que pasa? un gran silencio se cierne hoy
sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad.
Un gran silencio, porque el rey está durmiendo; la tierra
está temerosa y no se atreve a moverse, porque el dios
hecho hombre se ha dormido
y ha despertado a los que dormían desde hace siglos.

El Dios hecho hombre ha muerto
y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.

En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre,
como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que
yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte;
Dios y su hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán,
que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

El-descenso-a-los-infiernos
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando
en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo,
Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de
estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está
con todos vosotros
» y responde Cristo a Adán: «Y con
tu espíritu
» y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole:

«Despierta, tú que duermes, y levántate de
entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti
y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora,
y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid",
y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", y a
los que estaban adormilados: "Levantaos.
"

Yo te lo mando: despierta, tú que duermes; porque
yo no te he creado para que estuvieras preso en la región
de los muertos. Levántate de entre los muertos;
yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra
de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido
creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí;
porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.


Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti,
siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo;
por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la
tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser
como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos;
por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco,
fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en
un huerto.


Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti,
para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré
en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que
soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado.


Mira los azotes de mi espalda, que recibí para
quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis
manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la
cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente
una de tus manos hacia el árbol prohibido.


Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado,
por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías
allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor
del tuyo. mi sueño te sacará del sueño de la muerte.
Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.


Levántate, vayámonos de aquí. el enemigo te hizo
salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el
paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del
simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy
la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio,
para que te guardaran; ahora hago que te adoren en
calidad de Dios.


Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos
los mensajeros, construido el tálamo, preparado
el banquete, adornados los eternos tabernáculos y
mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes,
y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.
»

En la noche de Pascua, la Iglesia canta:

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en este tiempo,
en que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.


Por Él los hijos de la luz amanecen a la vida eterna,
los creyentes atraviesan los umbrales del reino de los cielos;
porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida
y en su resurrección hemos resucitado todos.


Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, santo, santo, es el Señor,
Dios del universo.