La ascensión del Señor
1.-Introducción
La iglesia nos enseña que 40 días después de su Resurrección Cristo cita a sus discípulos en el monte, cerca de Betania, donde se despide mientras asciende al cielo. Este hecho, es un punto fundamental de la fe cristiana, que se recoge en el Credo y está presente en toda la teología de las escrituras del Nuevo Testamento. La escena se desarrolla en el monte de los Olivos y recoge los últimos momentos de Jesús en la tierra. Contemplamos el fin de la misión que el Padre le ha encargado y el principio de dos eventos trascendentales: la glorificación del Hijo, y el envío del Espíritu Santo.
Ambas cosas son anunciadas por Jesús a sus discípulos
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». (Jn13,36)
«Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».(Jn16-28).
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17,1)
«Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 25s)
La Ascensión abre el periodo de espera hasta su segunda venida, el tiempo en el que estamos nosotros desde hace más de dos mil años.
2.-La historia
Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús, después de su resurrección, se apareció a los apóstoles y empezó a hablarles, levantando, ahora sí, el secreto mesiánico que oscurece su mensaje en el Evangelio de Marcos.
Está en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, cuarenta días después de su resurrección junto con sus discípulos más próximos. Con su resurrección todo se ha cumplido y la autoridad con que hablaba antes se hace mucho más evidente para los apóstoles que, seguramente, recordarían sus palabras: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).
Por eso le preguntan: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» (Hch 1,6). Y, como tantas veces antes, Jesús contesta crípticamente: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad» (Hch 1,7).
Jesús sabe que va a partir y de que hay que extender la nueva alianza del Reino « porque… mi sangre de la alianza, … es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mt 26,28). Una sangre que debe lavar a todos los pueblos, pues “No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28).
Por eso, ordena a los que le oyen:
Y, para que sepan que no les faltará fuerza, añade
Los apóstoles vivieron aquellos días posteriores a la resurrecciòn en la tensión entre el anuncio -nunca bien entendido, todavía- de la ida de Jesús al Padre y la alegría de verle de nuevo entre ellos, vencedor de la muerte.
Con la Ascensión termina el tiempo de Cristo en carne humana entre nosotros. En esta historia, a la vez divina y humana, nuestra salvación ya ha sido objetivamente conseguida por Cristo, y sólo queda ser subjetivamente asumida por cada hombre en cada generación... y para hacer posible esa labor vendrá el Espíritu Santo.
La Ascensión crea una nueva situación para Cristo y para nosotros. Sube al trono que el Padre le ha reservado, a la gloria que eternamente le pertenece como Hijo unigénito de Dios, pero, ahora, aportando su naturaleza humana, su cuerpo de carne al interior mismo de la Trinidad. Es el movimiento inverso a la kenosis, arrastrando en esta divinización al hombre que ha vencido al pecado y a la muerte.
La densidad del mensaje requiere una contemplación tranquila, un recogimiento silencioso para dejar que el icono empiece a hablarnos y prepararnos suavemente, ya con su color, ya con la armonía de sus detalles, a los misterios de Pentecostés.
Ha llegado la hora de partir y Lucas “no intenta siquiera describir el misterio. Se sirve de tres verbos para designarlo como si dudara de cuál de los tres sea más exacto. Los tres son elementales Dice que Jesús fue «levantado» (Hch1, 2 y 11), que fue «elevado» (Hch1, 9) ante las miradas de todos y que fue «llevado» (Lc 24,51) a lo alto. Lucas ha dejado los verbos en voz pasiva como si tratase de demostrar que la causa de esta ascensión es el poder divino” (MARTIN DESCALZO, oc.pág. 1233)
«Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista» (Hch 1,9)
«Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo>». (Lc 24,51)
La descripción de los hechos no debe ocultarnos que todo el relato o, mejor dicho, todo el evento relatado constituye una grandiosa teofanía y que así fue sentido desde el principio por la comunidad de Jerusalén. El mensaje de los ángeles lo convierte, también, en un anuncio escatológico de primer orden: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo». ( Hch 1,11)
Es la rotundidad del poder mostrado por Jesús en su ascensión lo que hace que desde los primeros momentos la imagen de la Ascensión se colocara en el área más jerárquicamente significativa del templo, en el domo o arco de la bóveda. En la imagen podemos observar cómo luce desde el siglo XII el mosaico de la Ascensión del Señor, en la cúpula de la Catedral de San Marcos, en Venecia.
Contra lo que podría parecer a primera vista, la historia de la Ascensión no acaba aquí. Se comprenderá mejor si decimos que la historia de la pasión—>crucifixión—>muerte—>resurrección —>ascensión no acaba aquí, con el relato de su subida al Padre, como si cerrando el circuito divino que se abrió con su encarnación todo hubiese terminado. Como si sus palabras “todo se ha cumplido” pusieran punto final a su papel o su intervención en la Historia de la Salvación.
No es así, y por eso la Iglesia dice ¡Maranatha! en una actitud de espera escatológica. No es así y por eso el mismo Cristo nos dice «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1,8).
Su Ascensión, sin cerrar su presencia en la tierra, pues permanece sacramentalmente en la Eucaristía, abre un nuevo tiempo: el del Espíritu Santo, que va guiando a la Iglesia en su misión de ser testimonio de Jesucristo hasta el confín de la tierra.
3.-Los textos
“Imbuidos por esta idea de que la historia de Cristo según la carne es meramente el primer capítulo de la historia de la Iglesia, los evangelistas dan muy escaso relieve a su desaparición material de la tierra, o sea a su Ascensión. La materialidad visible era, en efecto, poca cosa cuando estaban seguros de su presencia invisible y de su asistencia desde lo alto del cielo. De aquí que hallemos que ella ascensión de Jesús no es narrada por Mateo; en Marcos (16,19) es fugazmente aludida en el apéndice y en Juan es sólo recordada en forma de predicción (20,17). El único evangelista que la narra con cierta amplitud es Lucas (24,50 ss); precisamente porque él, terminando en su evangelio la historia de Cristo según la carne, se ha propuesto escribir después la historia de Cristo místico. Y, en efecto, sus Hechos de los Apóstoles son una historia episódica de la Iglesia y por tal causa empieza repitiendo la ascensión Hch 1, 1-11), como con la ascensión se había cerrado su evangelio” (RICCIOTTI, Vida de Jesucristo, pags. 720-721, parr. 639).
Ricciotti explica perfectamente por qué las referencias a la ascensión son tan parcas en los evangelios. Eso puede ser un acicate para que nuestra consideración los contemple enteramente. Estos son los textos fundamentales:
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hch 1, 2-11)
4.-Los iconos de la Ascensión
Los iconos de la Ascensión recogen el suceso histórico con gran fidelidad: en el Monte de los Olivos los apóstoles contemplan a Cristo que se eleva hacia el cielo en una mandorla sostenida por ángeles. No hay más. Por eso puede decirse que la iconografía de la Ascensión no permite más variaciones entre unos iconos y otros que el número de ángeles.
Pero el icono no pretende una ilustración del hecho histórico o del texto de las Sagradas Escrituras. El icono nos "muestra" el evento, sí, pero sobre todo nos revela su significado. Consecuentes con lo visto anteriormente, al explicar por qué Lucas comienza sus Hechos de los Apóstoles con el relato de la Ascensión, -el mismo relato con el que termina su Evangelio- la figuración del icono de la Ascensión debe reflejar la imagen de la Iglesia que nace a partir de los apóstoles, fundada por Cristo y presente en toda la tierra por la predicación de ellos y sus sucesores. La fidelidad a esta imagen obliga a tener presente a Pablo, verdadero apóstol, como obliga a tener en el centro a la Virgen María, Mater Apostolorum y Mater Ecclesiae
Analizando las numerosas imágenes de la Ascensión del Señor que pertenecen al arte bizantino y antiguo ruso, podemos decir que la iconografía de esta fiesta en el arte de la iglesia se presenta en dos versiones.
La primera versión tomó forma a principios de la era cristiana y encontró su continuación en la pintura posterior del icono de caballete de Bizancio y Rusia.
La segunda opción pertenece a la pintura monumental del templo de los siglos XI-XIV, siendo la composición central de la pintura de la cúpula.
4.1.-La pintura de caballete
Ya en la primera imagen de la Ascensión del Señor que nos ha llegado, el relieve en las puertas de madera de la iglesia de Santa Sabina en Roma (c. 430), se puede ver el comienzo de un esquema posterior del icono de esta fiesta. El Joven Salvador con un pergamino en la mano izquierda se representa de pie en un medallón redondo tejido de ramas de laurel. A los lados de Él hay letras grandes α (alfa) y ω (omega), que se refieren al texto del Apocalipsis, de Juan, donde el Señor dice: "Yo soy Alfa y Omega, principio y fin" (Ap 1: 8).
Alrededor del halo de Cristo están los símbolos de los evangelistas, y debajo, una bóveda con cuerpos celestes y dos discípulos que vienen a Cristo y sostienen una cruz en un círculo sobre la cabeza de la mujer representada entre ellos.
Aunque no se informa nada en los Evangelios sobre la presencia de la Madre de Dios durante la Ascensión de Cristo, su imagen en adelante será central en todos los íconos de la fiesta como un testimonio del Señor que asciende en la carne, nacido de la Virgen, y también como una imagen simbólica de la Iglesia de Cristo.
Todos estos símbolos de alrededor del siglo IX (después de la victoria sobre la iconoclasia) finalmente se establecieron en la tradición de la pintura de iconos de Oriente y, en parte, de Occidente. El ícono canónico moderno de la Ascensión en su conjunto se ve así.
El campo dorado (este color simboliza la luz y la gracia divinas) se divide en dos secciones: superior e inferior. Estas zonas están delimitadas por una representación esquemática del Monte de los Olivos, desde donde ascendió el Salvador. Él mismo se coloca en la parte superior del icono rodeado de ángeles. Una luz etérea emana de su figura sentada en un trono, y alrededor de ella se representa una esfera que simboliza la gloria divina del Señor.
En la parte inferior están las figuras de los apóstoles, Nuestra Señora y los ángeles. Si no tiene en cuenta a la Santísima Virgen, toda la composición inferior es totalmente coherente con la historia del Nuevo Testamento. Es más histórico y menos alegórico. Incluso menos alegorías se encuentran en pinturas occidentales y pinturas contemporáneas. No hay indicios de simbolismo en absoluto, y simplemente describe cómo Jesús, levantando sus manos, sube al cielo bajo los rayos de la gloria.
Icono_ascencion_santacatalina_svii.Desafortunadamente, a muchos creyentes, sobre todo, les gustan esos iconos de "imagen". Pero si queremos disfrutar no del talento del artista, sino del profundo significado que esta fiesta tiene para sí mismo, nuestra atención debe centrarse en los ejemplos más antiguos de la pintura de iconos. Solo en ellos, en la medida de lo posible con pinturas, se transmite la idea principal de este día. Por su ascensión, Cristo devolvió el Cielo al hombre, y ahora cada uno de nosotros puede participar en la gloria divina. Si, por supuesto, quiere y hace todo lo posible para compararlo.
4.2.- La pintura monumental del templo
En los altos iconostasios rusos de mediados del siglo XIV, Ascensión aparece como parte del rango festivo. Numerosos íconos tienen una sola composición: la Madre de Dios está representada en el centro, dos ángeles con túnicas blancas apuntan al cielo, y doce discípulos con los brazos en alto glorifican a Cristo ascendido en la mandorla por los ángeles
En los murales del templo, La Ascensión se coloca en la cúpula - Los ángeles llevan un medallón con la imagen de la Cristo en su Ascensión.
Debajo, Nuestra Señora con ángeles y apóstoles. Desde el siglo XII. el número de ángeles aumentó en la composición, que llevan un halo con el Cristo ascendente
En los altos iconostasios rusos de mediados del siglo XIV, la Ascensión aparece como parte del rango festivo. Numerosos iconos tienen una sola composición: la Madre de Dios está representada en el centro, dos ángeles con túnicas blancas apuntan al cielo, y doce discípulos con los brazos en alto glorifican a Cristo ascendido en la mandorla por los ángeles.
Contémplese la Ascensión del Señor existente en el rango festivo del iconostasio de la catedral de la Anunciación, en el Kremlin
5.- El icono
La iconografía de la Ascensión es una: la tablilla está claramente dividida en dos campos por una decoración que quiere recordar a los olivos del monte donde tiene lugar la escena. L mitad superior pertenece a Cristo, generalmente en un medallón circular que es portado por los ángeles hacia el cielo.
En la mitad inferior, los apóstoles rodeando a la Virgen situada en el centro, todos mirando hacia arriba, hacia el Señor que se eleva.
El icono parece tener un eje de simetría que pasa por el cuerpo esbelto de María y por la cabeza de Cristo.
Todo se ve con más detalle en el icono siguiente.
A primera vista, vemos un cuadro claramente dividido en dos mitades, superior e inferior, separadas por el horizonte del monte de los Olivos, lugar donde el artista sitúa la escena.
Hay una línea vertical fuertemente marcada por el centro del rostro de Cristo y la figura esbelta de la Virgen María. El conjunto de ambas hace aparecer nítidamente una gran cruz en el escenario universal que dibuja el cuadro, porque es el mundo celeste el ámbito propio de la mitad superior, mientras la tierra y los hombres dominan la inferior.
Los dos grupos de apóstoles y discípulos situados a ambos lados de la Virgen determinan, si es que aún no se había presentido, el carácter fuertemente eclesial de este icono realizado por Rublev (1408), que presenta la esencia de la vida de la Iglesia más allá del momento histórico que le sirve de soporte bíblico.
En la parte superior resplandece la soberanía de Cristo, cabeza de la Iglesia que, ya resucitado y glorificado, asciende al cielo en medio de una mandorla circular que expresa la perfección divina. Cristo –un hombre perfecto- sube a sentarse a la derecha de Dios Padre, llevado por dos serafines que gritan “Santo, santo, santo es el señor del universo, llena está la tierra de su gloria” (Is 6, 2). Sube haciendo el gesto sacerdotal de la bendición (cfr. Lc 24,51) y portando el Libro de la Palabra en su brazo izquierdo, mostrando que es la fuente de la Gracia y de la Verdad.
En la parte inferior, La fuerza de los colores, el contrapunto cromático que forman la luz blanca de los ángeles que flanquean a la Virgen, por un lado, y la sobria decoración de las figuras de los apóstoles, por otro, permite ver un cáliz litúrgico que contiene a María. El icono nos permite meditar el gran intercambio divino presente en la Historia de la Salvación: mientras Cristo-hombre es subido al cielo, el cielo desciende a la tierra y acoge a la Virgen María, símbolo de la Iglesia. Esta Iglesia se ofrece en nombre de toda la humanidad a Cristo mismo para que, convertido en Cabeza de toda ella, pueda prolongar su salvación en la historia a todas las generaciones
En esta mitad inferior, la Iglesia está reunida alrededor de la Virgen, como los hijos alrededor de su madre. El grupo de la izquierda dirige su mirada al maestro, que se eleva al cielo, y sus figuras muestran una actitud viva y gesticulante. El de la derecha, más concentrado, más meditabundo, dirige su mirada a María, madre de la Iglesia. El autor trasciende el momento histórico de la Ascensión para adentrarse en el misterio eclesial, expresa con estos gestos la tensión permanente en que vive la Iglesia, entre la acción y la contemplación, entre la victoria ya conseguida por Cristo pero todavía no completada en nosotros. Son dos dimensiones inherentes a la vida de la Iglesia que, en el icono, permanece en la tierra del Monte de los Olivos, mientras su trabajo da los frutos de buenas obras que aparecen subiendo a lo alto.
6.-La fiesta
“Aunque la quincuagésima salió victoriosa frente a una cuadragésima después de Pascua, a la larga el día cuadragésimo después de Pascua no podía quedar sin una conmemoración festiva. Realmente no penetró muy pronto." (PASCHER, El año litúrgico, pág. 242. BAC)
Hasta el final del siglo IV Pentecostés se entendió como un período especial del año de la Iglesia, y no un día festivo y, por eso, las festividades de la Ascensión y Pentecostés se celebraban juntas. “Posteriormente, la Ascensión recibió vigilia y octava” (o.c. pág 244)
Desde entonces, “Ambas solemnidades tienen el sello propio que les ha conferido la tradición, pero en la liturgia actual se ha acentuado la dimensión eclesiológica de la primera y la dimensión pascual y pneumatológica de la segunda”.( JULIÁN LÓPEZ MARTIN, La liturgia de la iglesia pág. 238.BAC)
“Aunque la solemnidad litúrgica de la Ascensión es menos antigua que la de Pentecostés, es sin duda una de las fiestas más importantes del año litúrgico. No encontramos testimonios documentales anteriores a San Eusebio que en el año 325, en una carta sobre la Pascua la denomina “día solemne”. Las Constituciones Apostólicas la llaman con el nombre después común entre los griegos de “Asunción del Señor” (Ανάληψη του Κυρίου) Según todas las evidencias en el siglo V estaba ya universalmente difundida".
"No es descartable la hipótesis que la fiesta de la Ascensión estuviese unida, en un origen, a la fiesta de Pentecostés, la cual era para los Apóstoles la confirmación y el cumplimiento. Esta fusión era ciertamente un hecho en la Iglesia Madre de Jerusalén hacia el año 395 según el relato de la pelegrina Egeria. Ella narra como a los 40 días de la Pascua el pueblo fiel se daba cita en Belén en la basílica de la Natividad para celebrar la misa, sin dar ninguna referencia a la Ascensión. Sin embargo relata que a los diez días, en Pentecostés, el pueblo se congrega en la basílica de la Resurrección (Santo Sepulcro) para celebrar el oficio y la misa y como después se dirigen hacia el monte de los Olivos, pasando primero por la Iglesia del Padrenuestro (Eleona) para acabar en la Iglesia de la Ascensión (Imbomom) donde se cantan himnos y antífonas adecuadas “al lugar y al día”.
"Durante la Edad Media estuvo en uso en Roma, una procesión introducida con la intención de representar esa entrada triunfal de Jesús en el cielo. El Papa, solemnemente coronado, salía de San Pedro después de haber cantado los oficios nocturnos y celebrado la Misa en el altar del Apóstol, acompañado de los cardenales y el clero, y cantando los versículos del Versus de Teodulfo de Orleans “Gloria Laus”, más acordes con esta festividad que con la del domingo de Ramos, y se dirigía a Letrán, llegando hacia la hora de sexta".
"Una antiquísima costumbre romana, propia de la fiesta de la Ascensión, era la bendición de las habas, alimento popularísimo entre el pueblo romano, y que venía a simbolizar el conjunto de las primicias de los nuevos frutos."
"La rúbrica de apagar el cirio después de la lectura del Evangelio es de San Pío V en el siglo XVI: originariamente el cirio pascual era retirado el domingo in Albis. En la catedral de Milán se hacía elevar el cirio pascual representando la subida a los cielos de Cristo. Y en Alemania se hacía cosa parecida pero con un Crucifijo."
"Si bien la Iglesia latina, a diferencia de la griega, alarga hasta Pentecostés el tiempo pascual, los textos del Oficio y de la Misa de los días consecutivos están orientados a glorificar el triunfo de Cristo, que sentando su divina humanidad a la derecha del Padre, ha hecho partícipe a todo el género humano de la visión beatífica, así como a preparar los corazones de los fieles a la venida del Espíritu Santo." (Dom GREGORI MARIA, confr. Capitulo 28: Ascensión del Señor y Domingo de Rosa, publicado por Germinans Germinabit el 11.mayo.2013)
7.- Reflexión teológica
Es permanente en la tierra que, ante cualquier dificultad o, simplemente, cuando deseamos algo que no encontramos aquí, levantemos los brazos al cielo buscando allí nuestro deseo. Pero el icono nos muestra que no podemos caer en la tentación de la inacción, que es en la tierra donde debemos superar esa dificultad o realizar nuestro deseo. Por eso los ángeles, cuyos brazos señalan al que sube, se dirigen a los apóstoles diciéndoles: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 10s) o, como dirá, San Pablo: “el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo” (Ef 4, 10).
Hoy, ver a Jesús subir al cielo en el icono, nos obliga a repensar la revelación de Dios a través de la Escritura y a encontrar la línea pedagógica que iba anunciando el evento que hoy meditamos.
Job recoge el hondón de la conciencia humana ante el destino de los muertos:
"el que baja al Abismo ya no sube; no vuelve a su casa, su morada no lo reconoce" (Job 7,9)
Y en Samuel leemos la necesidad de suspender juicio humano alguno ante el misterio de Dios:
"El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta" (1Sam 2,6)
Una composición de lugar ante el icono de la Ascensión nos sitúa en el monte de los Olivos, contemplando a la Virgen y a los apóstoles; y, también, a toda la Iglesia, la que milita en la tierra y la que ha triunfado ya y está en el cielo, también ahora presente ante nosotros en este ejercicio de composición de lugar.
En medio de esta meditación, oímos una voz potente que dice:
«Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies».(Sal 110, 1)
y la inmensa multitud de los santos que están a nuestro alrededor canta:
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso, el Señor valeroso en la batalla.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria. (Sal 24, 7-11)
San Marcos parece rematar en su apéndice la escena que estamos contemplando:
El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. (Mc 16,19)
San Pablo hace verdadera teología a partir de este misterio.
Pues bien, Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros (Hebreos 9,24)
Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe (Hebreos 4 : 14)
Y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo.(Ef 4,10)
En este ambiente sobrenatural, nos unimos a la reflexión de la primera comunidad que desde los primeros siglos ha meditado lo que la Ascensión supone para Cristo y para nosotros.
Para Jesucristo, fue el último paso de su historia terrenal y el primero de su glorificación junto a Dios Padre. Cristo ascendió a la Gloria en un cuerpo humano. En el que sufrió y resucitó. Es decir, el cuerpo humano nacido de la Virgen sostuvo su vida terrena, su vida pre-celestial, y con él nuestro Señor Jesucristo se sentó a la diestra de Dios Padre.
Desde la Ascensión, la naturaleza humana en Cristo ha recibido plena participación en la vida divina y la dicha eterna. La ascensión y permanencia a la diestra de Dios Padre es una continuación de la Salvación que Cristo da a los que creen en Él.
El autor de Hebreos dice:
Pues bien, Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. (Heb 9,24).
Finalizamos nuestra contemplación de la Ascensión del Señor viéndola como una imagen que refuerza el aforismo de san Atanasio: "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, citado en el Catecismo, pto.460)”
8.-Oración
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Tú llevas el tesoro
que sólo a nuestra vida enriquecía,
que desterraba el lloro
que nos resplandecía,
mil veces más que el puro y claro día.
EN LA ASCENSION, Fray Luis de León.