Arte litúrgico
La liturgia es la oración de la Iglesia, es la eterna oración de Cristo al Padre. Constituye para el pueblo de Dios lo sacro por excelencia, donde los cristianos somos santificados por nuestra incorporación al cuerpo de Cristo, que se ofrece en el culto perfecto del sacerdote único. Cristo asocia a la Iglesia como esposa a su eterna glorificación del Padre.
Para ello no se necesita de arte alguno. La Eucaristía o el rezo de las Horas se pueden celebrar, sin ceder un ápice de su integridad salvífica, en cualquier rincón urbano o en una cabaña en el monte. Jesús lo anunció así a la samaritana:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así*. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». (cfr. Jn 4, 21-24)
Es conocida la opinión de Tomás de Aquino de que el templo precisa de imágenes por “razón de decoro” (Summa, 2-2, q.84 a.3), pero, “de hecho la liturgia ha vivido tan identificada con el arte y la belleza que hoy ya no podemos pensar en ella sin imaginarla vestida con espléndidas galas” (PLAZAOLA, El arte sacro actual, BAC nº 250, pág 65)
El Centro Aletti, en Roma, y su Director, El P. Marko Ivan Rupnik, son la máxima expresión contemporánea del arte sacro en el mundo occidental. Creado por J Pablo II con el “objetivo de crear ocasiones privilegiadas de encuentro y de intercambio sobre el Cristianismo del Este europeo.... El Centro Aletti tiene como objetivo la búsqueda de una fisonomía espiritual cristiana de la cultura en una Europa que tiene hoy la posibilidad de redescubrirse de nuevo íntegra, una Europa que no mira nostálgicamente hacia atrás, ni acepta simplemente lo nuevo, sino que trabaja por su transfiguración.
Juntos estudian el impacto entre la fe cristiana y las dinámicas culturales de la modernidad y de la post-modernidad. Juntos buscan las respuestas sin perder de vista la tradición cristiana de Oriente y de Occidente, de tal manera que juntos puedan transparentar a Cristo vivo” (JUAN PABLO II, Centro Aletti, 12 de diciembre de 1993, en http://www.centroaletti.com/ )
El Taller, permanente lugar de trabajo comunitario, se ocupa casi exclusivamente de arte litúrgico. Para entender qué se entiende por arte litúrgico, el P. Rupnik hace una progresiva distinción desde el concepto de arte:
"El arte en general es esa expresión del hombre que suscita la maravilla, el estupor, que dilata el corazón... que hace percibir lo verdadero y el bien como belleza, como fascinación, como un mundo ya salvado, un mundo atractivo.
El arte religioso es un arte que quiere suscitar mociones, experiencias, participaciones intimas en un mundo espiritual, religioso en sentido general.
El arte litúrgico es un arte que testimonia la misericordia de Dios. Este arte expresa en las formas artísticas la objetividad del Credo de la Iglesia. Y lo expresa como belleza, como una especie de identidad de la Iglesia misma... es un arte –que alguno lo llama arte sacro- que forma parte de la liturgia misma". (MARKO I. RUPNIK, en la entrevista concedida a Natasa Govekar, en El rojo de la plaza de oro, págs. 79,80).
Esta vinculación entre la belleza, la fascinación y la liturgia hace evidente que
”no cualquier arte puede entrar a formar parte del espacio litúrgico. La liturgia celebra el mundo transfigurado y por eso nada puede entrar en ella del mismo modo en que se encuentra fuera...[debe ser] un arte que hace legible el acontecimiento que allí se celebra y del que es identidad”.
Es posible que estas palabras del P. Rupnik ayuden a pacificar el conflicto entre el arte y la liturgia, cuando el arte, aupado en la visión moderna y posmoderna del mismo, pretendió presentarse como realidad autónoma e, incluso, principal en toda la ornamentación del templo, subordinando a sí mismo el desarrollo litúrgico, con lo que las diversas artes que tienen cabida en el espacio litúrgico, como la música, la coreografía, la pintura, etc., más que ayudar a dar fuerza a la expresión litúrgica, la velan y dificultan su comprensión.
Un arte que producía en el Papa de Roma
"una herida en el corazón, cuando os vemos dedicados a algunas expresiones artísticas que nos ofenden, a Nos, tutores de toda la humanidad, de la completa definición del hombre, de su salvación, de su estabilidad. Vosotros separáis el arte de la vida y entonces... Pero aún hay más. A veces olvidáis el canon fundamental de vuestra consagración a la expresión; no se sabe lo que decís, ni vosotros muchas veces tampoco lo sabéis, y de ahí nace un lenguaje de Babel, de confusión. ¿Y entonces, dónde está el arte? El arte debería ser intuición, debería ser facilidad, felicidad. Vosotros muchas veces no le dais esta facilidad, esta felicidad, y nos hacéis sentirnos intimidados, sorprendidos y alejados de él".
Liturgia y arte son dos valores que, en la celebración cultual, constituyen una sola realidad. Ya Pablo VI subrayó esta íntima relación:
"Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Pues, como sabéis, nuestro ministerio es el de predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, emotivo, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación que trasvasa el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros" (PABLO VI, Homilía en la misa a los artistas, el 7 de mayo de 1964)