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La boda de Caná
1-Introducción
Es difícil todavía encontrar un lector que no haya oído hablar de la Boda de Caná. Se trata de un importante suceso en la vida de Cristo, su iniciación a la vida pública, según san Juan. Cuenta el cuarto evangelista que, tras ser bautizado por su primo Juan el Bautista, éste, “fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios»” (Jn 1,36). Y, a partir de esta escena, Jesús recluta a sus primeros discípulos.
2.-La historia
Tras su llamada e invitación a seguirle, Jesús regresa a Galilea, con los suyos. Allí le esperaba su madre y le comunica que han sido invitados a una boda que se celebrará tres días más tarde en una población cercana, Caná. Y, llegado el momento, allí van María, Jesús y sus recientes seguidores.
Como ocurriría en un festejo semejante hoy día, las actitudes de María, por un lado, y de Jesús y sus nuevos amigos, por otro, son muy distintas. Mientras éstos disfrutan de la comida, la conversación y el ambiente festivo, María escruta atentamente lo que sucede a su alrededor. Concretamente, percibe que los servidores están perplejos ante el hecho de que el vino se ha terminado y no pueden atender las peticiones de las mesas.
María se da cuenta de ello y se percata del obligado bochorno que esta noticia va a suponer a los novios. Pero tantos años de vida con su hijo le han enseñado que, con él al lado, los problemas mundanos se sobrellevan de otra manera y, dirigiéndose decidida a su hijo, le dice: «No tienen vino» (Jn 2, 3).
A continuación tiene lugar una escena tan absolutamente normal que extraña en la Sagrada familia, de la que esperamos que, por ser santa, sea también rara: Jesús protesta ante la petición que esa observación lleva implícita y su madre, que parece estar acostumbrada a estas reacciones de su hijo, sin aparentemente prestarle atención, “dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (2,5).
Jesús también debía conocer cómo terminaban en su casa estas conversaciones con su madre porque, sin añadir más palabras, da instrucciones a los sirvientes de que llenen de agua unos cántaros que había por allí y que sirvan las peticiones que reciban. No es difícil imaginar lo que pensaron los sirvientes, por lo que, antes de seguir más las palabras que les dirigía aquél invitado que los hablaba tras haberse agotado el vino, se dirigieron al encargado para recibir instrucciones.
«El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora» (2, 9s)
Y de este modo, forzado por su madre, Jesús realiza su primer milagro conocido, manifiesta su poder, fortalece la fe de sus amigos en él, e inicia una historia imparable que le llevará a la cruz y la glorificación definitiva por su Padre.
3-Los textos
A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 1-11).
4.-La leyenda
La ubicación de Caná no goza de una opinión unánime entre los estudiosos. Parece que se encontraba a una distancia que podía ser recorrida en hora y media, al norte de Nazaret, en el arco circular comprendido a esa distancia entre el noroeste y noreste.
Según una tradición de la iglesia ortodoxa griega, que aparece documentada a mediados del siglo XIV, el novio de la boda fue uno de los doce apóstoles, concretamente Simon Cananeo, (cuyo apodo parece indicar el origen de Caná), opinión que harán suya los franciscanos tres siglos después.
Las singularidades evidentes de este suceso (primer milagro de Jesús, y forzado por la intercesión de su madre a favor de un tercero) ha hecho que, desde el principio, su estudio despertara muchas cuestiones que el Evangelio ni siquiera parece preocuparse por ellas.
Las lecturas bíblicas, esas que escuchamos como “Palabra de Dios”, permiten ser escrutadas desde varios puntos de vista:
• De forma literal, como relato claro y sencillo que cualquiera puede entender y contar, y
• Según su sentido simbólico, para el que quiera investigar y desentrañar y entender más.
2. ¿Qué papel desempeñaba la Virgen en el acontecimiento?
3. ¿Quiénes son los novios?
4. Parece raro que los cántaros del agua estuviesen también vacíos cuando hay un evento tan importante que atender
5. ¿Cuál es la causa real de que se produzca esta falta de vino?
1. ¿Qué relaciones les unían con la Sagrada Familia? ¿Amistad con Jesús o con sus padres?
Dado el papel que la Virgen va a desempeñar en esta boda, no parece atrevido pensar que la relación de la Sagrada Familia con los novios está establecida a través de la Virgen. Se conduce con los criados como quien tiene cierto “imperium” sobre ellos, y ellos obedecen como ante alguien conocido y reconocido como parte interesada en el convite de la boda.
2.-¿Qué papel desempeñaba la Virgen en el acontecimiento?
Ese “haced lo que Él os diga” no parece propio de un amigo ocasional. Se ha especulado con una especial relación con los novios que vendría por el lado de José, que a estas fechas parece que ya había muerto. En efecto, José desposó a María cuando era viudo y se sabe que aportó a la familia con María cuatro hijos y varias hermanas:
«¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» (Marcos 6:3)
Consecuentemente con su papel destacado en la ceremonia Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. (Juan 2:2).
Siguiendo con este ejercicio de especular es posible afirmar que uno de los novios era hijo de las primeras nupcias de José. Es decir, María era la madrastra de uno de los novios y, con ello, se justifica que fuera informada de cualquier acontecimiento que se saliera del cauce normal de una boda. Y se comprende que no dudara en dirigirse a Jesús en demanda de auxilio eficaz.
3-¿Quién era el novio o novia?
La tradición ortodoxa, siguiendo una pequeña “pista" asocia el nombre del novio con el apóstol Simón el Cananeo, también llamado Simón el Zelota o, simplemente, Simón. Había nacido en Caná y, de ahí, ese apodo “cananeo”
4-Parece raro que los cántaros del agua estuviesen también vacíos cuando hay un evento tan importante que atender.
Precisamente este aspecto de la cuestión, una vez que consideramos que estamos ante el primer signo de la gloria de Jesús, es el más fácil de encontrar adecuado y casi obligado. Incluso parece lógico que la conversión del agua en vino se hiciese tras llenar las vasijas públicamente de agua. En efecto, qué más se necesitaría para evidenciar a los testigos, en especial a los discípulos, de que Jesús posee poderes extraordinarios. Éstos y los criados, han conocido todo el proceso: han oído a María la alarma de la escasez de vino; han visto cómo pedía a Jesús su intervención; han notado, por la respuesta de Jesús, «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4), que se le demandaba una intervención extraordinaria que Él no quería hacer; han visto las vasijas vacías y a los criados llenarlas de agua; finalmente, han escuchado la orden «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo» (2,8) y conocido el resultado del escrutinio: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Juan dice que se había cumplido el objetivo:
«Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él»
Así, en las bodas de Caná, según la Tradición, Simón el Zelote se convierte en el novio, y una de las hermanastras (no nativas) de Jesús (tal vez Marta, tal vez Ester, pero esto es inexacto) se convierte en la novia. Jesús es invitado al matrimonio como pariente de la novia. La Madre de Dios dispone de los siervos por derecho de la madre plantada de su hijastra (la novia de Simón). El vino se está acabando, muy probablemente debido a los estudiantes. Y se vierte agua en vasijas para que los ministros se convenzan de que esto es realmente un milagro.
5-¿Cuál es la causa real de que se produzca esta falta de vino?
Si aplicamos al desarrollo que conocemos por Juan la lógica de Sherlock Holmes, en cualquiera de las cortas novelas que nos ha trasmitido su fiel Watson, sólo hay tres respuestas posibles:
• El mayordomo de la fiesta tiene la culpa (involuntaria, derivada de un mal aprendizaje de la aritmética en la escuela).
• La culpa es del novio, como consecuencia de la pobreza de la familia de Simón el Zelote
• De Jesús, que ha acudido a la boda acompañado por cinco amigos que, por su número y capacidad de beber, han superado los cálculos hechos por el novio
Un análisis de cada una, permite decir:
• No parece que el mayordomo haya tenido arte en la preparación del vino. De hecho, manifiesta su sorpresa por el orden en que se ha sacado el vino bueno. No conocía en absoluto el vino que había.
• Tampoco la segunda respuesta posible presenta gran consistencia. La familia del novio no era pobre, como se desprende del hecho de la existencia de criados.
• La lógica antes mencionada lleva a concluir que si hay tres respuestas posibles y dos de ellas deben descartarse, la causa de la falta de vino viene dada por la tercera. En definitiva, es preciso decir que fue Jesús, que ha acudido a la boda acompañado por cinco amigos, quien, con su número y/o capacidad de beber, ha desbordado los cálculos de consumo de vino hechos para la ceremonia.
5.-La iconografía
5.1.-La iconografía de los primeros siglos
El gesto de Jesús, transformando el agua en vino, aporta un símbolo claro para la primitiva Iglesia: Cristo trae la nueva Alianza que sustituye a la mosaica del Sinaí; Cristo es el nuevo Moisés. Si Moisés –símbolo de la Alianza del Antiguo Testamento-- convirtió el agua del Nilo en sangre, Cristo --que trae la Nueva Alianza del Nuevo Testamento-- convierte el agua en vino, símbolo del Reino definitivo.
Este primer milagro de su vida pública, relatado en el segundo capítulo del Evangelio de san Juan, es recogido ya en los osarios y sarcófagos de las catacumbas romanas, desde el siglo III.
La figuración no puede ser más escueta: un hombre joven, un gesto, unos cántaros de agua. El espectador que mira con fe y sabiduría es capaz de rellenar el episodio de Caná: apóstoles e invitados a la boda; la Virgen María en diálogo con su hijo; unos sirvientes; el maestresala probando el “agua” nueva; etc.
Con una asombrosa simplicidad, el artista deja al espectador solo ante el milagro.
51.1.Boda en Caná. Dibujo del fondo dorado de una vasija ritual de vidrio procedente de las catacumbas romanas. Siglos III-IV
51.2.Boda en Caná. Placa tallada de la silla del arzobispo. Maximiano. 546–556 (Museo Arzobispal. Rávena)
Existe Rávena, en el museo arzobispal, un marfil datado en el siglo VI, que presenta la Boda de Caná con detalles más enriquecedores. En la imagen adjunta ya pueden verse aguadores que, podemos pensar, escuchan a la Virgen decir “Haced lo que Él os diga”
.
Más adelante, a partir del siglo VIII, veremos un desarrollo de esta escena que paulatinamente va incorporando personajes y adornos: los novios, más invitados, el maestresala que probará el nuevo vino, etc.
Por ejemplo, datado en el siglo X, podemos ver el evento de Caná representado en dos escenas, puestas una encima de otra.
En la superior, a la izquierda, se distinguir a la Madre de Jesús dirigiéndose en actitud de súplica (las manos extendidas) a quien sólo puede ser su hijo (en la imagen presente parece distinguirse un nimbo con cruz, propio de Jesús, a la altura de la cabeza del personaje a quien se dirige la Virgen).
En la inferior aparece Cristo (obsérvese el halo de santidad que sólo Él lleva) dirigiéndose a cuatro personajes que tiene cuatro cántaros ante ellos.
51.3.Boda en Caná. Miniatura del Evangelio de Trebisonda. Siglo X (RNB. Griego. 21 L. 2)
Pocos siglos después ya se aprecia el gusto por los detalles propios del arte occidental, y así podemos contemplarlo en la vidriera de la catedral de Chartres.
La escena de la boda se adorna con los novios y convidados luciendo ropajes acordes con el momento festivo, y una mesa bien servida de viandas , plato, vasos, etc.
51.4.Boda de Caná_Vitrail Chartres _Siglo XIII.jpg
5.2.-La iconografía en Oriente
Una miniatura del siglo XIII nos ayudará a contemplar los elementos figurativos y decorativos que podríamos calificar de canónicos en la iconografía de La Boda de Caná. Los personajes principales son siempre La Virgen, Jesús, los novios y los aguadores o criados. Eventualmente, el mayordomo que debe probar el vino que le presentan los criados. La figuración es más variada, afectando al tamaño de la mesa, la disposición de los personajes, el número de criados y el de vasijas, el menaje que aparece encima de la mesa, etc.
María y Jesús mantienen el diálogo entre ellos con total discreción, cosa que se significa claramente por la posición algo atrasada respecto a su hijo, como en un segundo plano respecto a los comensales, en óptima posición para comunicarse con su Hijo, hablándole al oído.
En este icono se ven simultáneamente dos escenas, perfectamente distinguibles. En el lado izquierda, Jesús recibe la confidencia de su madre; en el derecho se ve a Jesús con el gesto característico de dirigirse a los criados con su brazo derecho extendido señalando las vasijas del agua.
Los novios presiden la mesa, vestidos como un rey y como una reina, manteniendo una actitud distanciada de cualquier problema, como exige el pacífico disfrute de su enlace matrimonial.
Los aguadores, en actitud de llenar las vasijas de agua, siempre al lado de Jesús en el momento de recibir sus instrucciones.
La figuración, como es de rigor en el canon iconográfico, aparece aplanada, sin buscar profundidad ni perspectiva alguna. Ni siquiera se observa aquí la perspectiva inversa tan propia del arte iconográfico. Como en todo icono, la escena evoca un rico contenido simbólico.
5.3.-La iconografía en Occidente
Boda en Caná de Galilea. Giotto de Bondone
El icono presente, la Boda-de-Cana, de _Giotto-di-Bondone_(1267-1337), nos muestra las aportaciones “realistas”, tan propias de la pintura occidental, que los artistas hacen al clásico icono de la Boda de Caná.
Sobre una figuración canónica, con los novios presidiendo la mesa, con Jesús y María en plano destacado, los invitados completando la figuración en mayor o menor número y los criados llenando las vasijas con agua, la decoración ha prestado atención a multitud de detalles.
En este fresco de Giotto, Jesús, sentado junto al novio, cubre con Pedro el borde izquierdo de la mesa en forma de L que preside el banquete, mientras el lado frontal está ocupado por la novia, flanqueada por la Virgen y una joven. Hay cuatro invitados en total, el resto, exceptuando los novios, es personal auxiliar. Los hechos narrados en el Evangelio se presentan como a paso acelerado: Jesús bendice el agua, con la que los criados acaban de llenar los cántaros y, a la derecha, el mayordomo ya prueba el vino milagroso y mira interrogante a los dueños
Una clara perspectiva con el punto de fuga en el fondo infinito del cuadro abre éste al espectador; aunque la habitación está abierta al cielo, un friso indica que se trata de una habitación cerrada; grandes cortinas o tapices rojos cubren las paredes; Jesús es presentado haciendo un gesto de bendición al agua que le muestra una criada; el maestresala está probando el vino que la han llevado los criados; la novia, que ocupa un lugar central en el cuadro, viste un lujoso hábito rojo; también el vestido de la Virgen, sentada al lado de la novia, muestra rico colorido; se observa un personaje con nimbo de santidad en la esquina izquierda de la mesa, con toda probabilidad el apóstol Pedro, uno de los invitados que aporta Jesús.
Tres siglos después, en el XVI, el italiano Paolo Veronesse dibuja en su taller el suceso de Caná.
El artista, consciente de que el matrimonio en Caná de Galilea es un evento de la máxima importancia, pues allí Jesús da comienzo a su ministerio público y muestra su poder divino, quiere dar a su trabajo una dimensión artística acorde con la dimensión teológica del suceso histórico. Quizás por eso, su cuadro Boda de Caná pinta una escena que trasforma lo que fue una modesta boda de pueblo en una suntuosa fiesta veneciana. Donde Giotto apenas había llegado a una docena de personajes, Veronesse pinta más de cien invitados, presidios por una pareja real: Los novios son el rey Francisco I de Francia y su esposa. Entre los cien, sólo el personaje de Cristo mira claramente al espectador.
El lienzo de Veronesse es el de mayor magnitud que se encuentra en el Louvre desde que Napoleón lo llevó desde Venecia, Italia.
6.-El icono
Boda-de-Cana_fresco-Monasterio-de-San-Nicolas-Anapausas_Meteora-Grecia_1527
Vamos a examinar con cierto detenimiento el fresco de la Boda de Caná que, datado en 1527, figura en el conjunto ornamental del Monasterio de san Nicolás Anapausa, en Meteora, Grecia.
Como es de esperar, el arte oriental que guarda la Iglesia Ortodoxa griega protege el conjunto canónico del icono de la Boda de Caná y, así, el número de personajes permanece muy determinado: María y Jesús, los novios, los invitados y aguadores. Nada que ver con los cuadros de tema semejante que se escribían en Italia en el siglo XVI, como los de Tintoretto o Veronesse, éste visto en el punto anterior.
María y Jesús aparecen en primer plano en el momento en que cruzan el diálogo sobre la falta de vino. El brazo derecho de la madre mantiene el gesto universal de petición, extendido y con la palma de la mano hacia arriba, y Jesús gira la cabeza hacia ella en claro gesto de atención, al mismo tiempo que su brazo derecho señala las vasijas vacías que un criado está llenando de agua. Ambos están identificados por sus inscripciones ordinarias: Meter Theou ("Madre de Dios") para María, y Iesous Khristos para Jesús, que, además, tiene la aureola cruciforme propia de Él.
En el dibujo, Jesús no es un invitado más. Su posición –la más cercana al espectador—y, sobre todo, el asiento con cojín y estrado para los pies resaltan su excelsa dignidad.
El novio preside la mesa, sentado en el centro de ésta y adornado con corona real. No así la novia, sentada a su derecha y acompañada a su lado por una dama de honor.
Los cuatro invitados se sientan en el lado de la mesa que está a la izquierda del novio. No hay atisbo de que alguno de ellos sea uno de los apóstoles: ni el número coincide con los discípulos que siguieron a Jesús desde el primer día, ni alguno de ellos está dotado de aureola de santidad como sería si el autor hubiese querido pintar a Pedro, Santiago o Juan.
El número de criados señala la voluntad del autor de reflejar un hogar doméstico sencillo. Aparecen apenas los imprescindibles para recoger los gestos necesarios de rellenar de agua las vasijas vacías y llevar la prueba de vino al maestresala, eventos concretos que cuenta san Juan en su Evangelio.
Las figuras están pintadas con detalles que muestran cómo el artista pertenece a una escuela que comienza a alejarse del puro arte bizantino y deja penetrar en ella el gusto occidental. La figura del aguador, que podemos ver al lado, muestra un vestido con suma atención a los pliegues, y sus adornos. Las correas de las sandalias, la cenefa dorada y con dibujo que adorna el vestido, y el manto rojo que, apoyado en su hombro, le ayuda a sostener el cántaro que trasporta desde la fuente a las vasijas, tiene un marcado gusto por el “realismo” propio del arte occidental
El uso de la perspectiva en este fresco no es frecuente. Utiliza dos puntos de fuga distintos: perspectiva normal, con punto de fuga tras la pintura, para los edificios, la mesa y los personajes invitados; y perspectiva inversa, con punto de fuga del lado del espectador, para el mueble donde está sentado Cristo y aquél que, a modo de mesita auxiliar, sostiene vaso y jarra de agua para el servicio de la mesa.
7.-Reflexión teológica
El contexto del relato de Juan es una boda, pero la historia remite a un escenario más amplio, decididamente más universal. Es la naturaleza humana, herida por el pecado, dominada por una debilidad esencial, la que carece de vino. No hay fiesta, afán, camino o meta que no culmine en pura impotencia… Nada nos satisface completamente. Lo expresaba san Agustín, diciendo «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
El vino aparece como símbolo de los bienes mesiánicos y, por ello, está presente en todas las actividades humana como aspiración, como meta permanentemente inalcanzable. Es una experiencia humana universal la falta de vino, esa íntima insatisfacción al final del camino, cuando la fatiga, la desilusión, el alto precio pagado por llegar, nos da cuenta de lo inaccesible que es la meta propuesta, y lo imposible en conformarnos con menos.
Es una experiencia común que nuestras fiestas permanecen siempre incompletas, porque el vino se acaba siempre y su falta sólo revela la necesidad de que nuestra satisfacción –nuestra salvación—venga de fuera.
La contemplación del icono nos presenta a Jesús como fuente del vino, con fuerza para cambiar nuestra vida/agua por su gracia/vino. Nos presenta también a María como una “omnipotencia suplicante” que intermedia entre nosotros y su Hijo. A Éste le dice “No tienen vino”; a nosotros, “Haced lo que Él os diga”.
Lo primero que hayamos en el relato es el contexto en el que se desarrolla la acción. Nos encontramos en una boda. La boda en el Antiguo Testamento hace referencia a la unión o Alianza entre Yahveh y su Pueblo. En este ambiente, se destacan una serie de personajes que están invitados a la boda: Jesús y su madre, convertidos en los personajes principales, más los discípulos.
En la tradición ortodoxa, este episodio justifica la atribución a María de intercesora celestial, que reza por los hombres como “omnipotencia suplicante”, sentada a la derecha de su Hijo. Asimismo, la Iglesia también enseña que, si el cambio del agua en vino simboliza la transformación de la vida cotidiana familiar en una fiesta, su presencia en la boda de Caná garantiza los cambios que se producirán en en los futuros cónyuges, que serán “una sola carne” (Gen 2, 24)
En un momento determinado, falta el vino. Es decir, la Alianza está en peligro porque escasea un elemento esencial que es el vino, que es Cristo. El agua simboliza a las instituciones judías, a la Antigua Alianza, y las vasijas vacías su acabamiento. Jesús, al ordenar llenar las tinajas de agua, muestra que no abroga la Alianza de Moisés, de Yahvé con el pueblo judío, sino que la trasforma en algo nuevo, en su Nueva Alianza que trae la Salvación para todas las naciones.
Las palabras del mayordomo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora», expresan que hay un poder capaz de cambiar la realidad por algo nuevo que no se acaba, porque la Alianza de Jesús perdurará hasta el fin de los tiempos.
Y en ese cambio trascendental la Madre de Dios desempeña un papel esencial: ella se da cuenta del peligro que se avecina, prevé cuál debe ser el remedio, “fuerza” la intervención decisiva de su Hijo y da instrucciones de actuación a los criados. Todo ello es símbolo grandioso de su permanente actuación en la Historia de la Salvación, aquella que hubo en los tiempos de Jesús, y la que hay ahora, en nuestro tiempo.
La Antigua Alianza ya no es efectiva porque en repetidas ocasiones el Pueblo ha roto dicha Alianza. La recomposición de la amistad no está al alcance de los judíos y Dios toma la iniciativa ofreciendo una Alianza definitiva garantizada por el mismo Hijo de Dios, que será quien personalmente la merezca ante Dios Padre.
Si en Caná Jesús hace ver que todavía no ha llegado su hora de consumar la Nueva Alianza, nosotros vivimos ya dos mil años tras la consumación de ella con la muerte y resurrección de Jesús. Si María no entendió entonces las palabras de Jesús, ahora ya vive para nosotros las que diría apenas unos años después: “Ahí tienes a tu hijo”. Y tanto entonces como hoy tienen plena vigencia sus palabras a los criados y que hoy nos dirige a nosotros: “Haced lo que Él os diga”.
Esta escena de Caná nos muestra algunas líneas maestras de la Historia de la Salvación. En ella, desde el momento de la Encarnación, María ha sido insertada de manera definitiva. El Mesías es y será siempre el Mesías para cada generación. Nuestra vida con ellos presentes será una fiesta de boda.
8.-Oración
María aparece como intercesora de los novios, que aún no conocen los motivos de preocupación por la falta de vino, ante Jesús, de quien ella conoce poseedor de poder suficiente para arreglar la situación. Una situación –la falta de vino-- que es común y frecuente en nuestra vida, que de continuo nos ve insatisfechos aún en lo que parece éxito; temerosos por un acontecer que se presenta amenazante; o preocupados por signos de creciente debilidad, aunque sean propios del cumplimiento de los años. El hombre respira en una atmósfera de temor a la muerte, que la ve en sus fracasos, en sus escasos ingresos, en la ausencia de verdadera amistad en sus relaciones, en la falta de un amor que le llene la vida y colme sus ansias de Dios.
Los cristianos, que sufrimos esas debilidades, acudimos a María llamándola “abogada nuestra” porque sabemos que así habla ella de nuestros problemas al oído de Jesús. Ahora es un buen momento para recordarle que estamos como los novios de Caná, faltos de vino.
vida, dulzura y esperanza nuestra: Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
¡Ea, pues, Señora abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y, después de este destierro,
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre!
¡Oh, clementísima! ¡Oh, piadosa!
¡Oh, dulce Virgen María!
V. Ruega por nosotros santa Madre de Dios
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
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El icono del juicio final
2. Las primeras expresiones del Juicio Final
3. Los textos
4. La iconografía del Juicio final
5. Análisis detallado del icono
6. Teología
7. Oración
1.- Introducción
La contemplación del icono de “El juicio final” produce una sensación de alivio en el alma del penitente que lo contempla iluminado con la luz de la fe. Sus imágenes no están creadas para atemoralizarle, sino para facilitarle la mirada interior, el examen de conciencia, para hacerle pensar acerca de sus pecados. La contemplación del icono no lleva a perder la esperanza, sino a iniciar la conversión, el arrepentimiento
No debe extrañar que en Rusia las composiciones del Juicio Final aparecieran muy temprano, desde poco después de su bautismo, en 989, pues fueron un medio catequético importante para persuadir a los todavía paganos para que se convirtieran a la fe de Cristo.
No deben confundirse los iconos de “El Juicio final” con las imágenes del icono del “Apocalipsis”. Este último tiene su apoyo escriturístico en el libro del Apocalipsis, de san Juan, y, por extensión, en la literatura apocalíptica del AT. En cambio, “El Juicio final” se inspira en las referencias evangélicas casi exclusivamente, como veremos, y por eso la tradición de la pintura de iconos rusa, ya desde el siglo XV, o incluso antes, distinguía entre las imágenes del Apocalipsis y el Juicio Final.
El Juicio final puede ser un motivo del Apocalipsis (en sentido estricto lo es), como puede verse, por ejemplo, en el icono del siglo XV de la Catedral de la Asunción, del Kremlin de Moscú
2.-Las primeras expresiones del Juicio Final
En el siglo XII los primeros frescos del Juicio Final aparecieron en Rusia, en el monasterio de San Cirilo, en Kiev. Posteriormente, el Juicio Final se estableció como obligado en el sistema de pinturas murales de las iglesias bizantinas y rusas, ocupando en el interior de la nave la parte superior de la puerta de entrada, de manera que el fiel lo contempla al salir del templo, al abandonar la “nave” de la iglesia.
En el siglo XV, Rublev y Daniel “el negro” dejaron sus testimonios de “El juicio final” en la Catedral de la Asunción, de Vladimir. El icono más antiguo conservado hasta nuestros días se encuentra en la Catedral de la Asunción, del Kremlin de Moscú, y está datado en el siglo XV.
3.-Los textos
En general, el icono del Juicio Final responde al texto del Evangelio del capítulo 25 de san Mateo, que con sus parábolas de las “Vírgenes necias y prudentes”, de “los talentos” y de “la separación de los pecadores y los justos” forman el marco evangélico que expresa con mayor precisión la idea de la justicia divina.
Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».(Cfr Mt 25, 1-26)
Estas palabras informan los motivos inspiradores de los primeros frescos del “Juicio Final” que aparecen en tiempos tan tempranos como las catacumbas del siglo IV. Extractos de esto textos casi siempre se pueden ver en el trono vacío ( Etimasia) que figura en el centro del icono.
Como se señala en la Introducción, los iconos del “Apocalipsis” se basan principalmente en el libro de igual título del apóstol Juan, y el "Juicio Final" se apoya en el Evangelio, sin que los modelos sean tan restrictivos que no permitan a unos y otros utilizar las profecías escatológicas de Daniel y Ezequiel, que hablan sobre el fin de los tiempos. Motivos "apocalípticos", ya de Juan, ya de los profetas mencionados, pueden estar presentes en el icono del “Juicio Final” sin mayores problemas.
“Pero el atrio exterior del santuario déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido dado a los gentiles, y pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.” (Ap 11, 2)
“Y le fueron dadas a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada un tiempo, y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la presencia de la serpiente” (Ap 12, 14)
4.-La iconografía del Juicio final
Como indicamos en la Introducción, “No deben confundirse los iconos de “El Juicio fina” con las imágenes del icono del “Apocalipsis”. Este último tiene su apoyo escriturístico en el libro del Apocalipsis, de san Juan, y, por extensión, en la literatura apocalíptica del AT. En cambio, “El Juicio final” se inspira en las referencias evangélicas casi exclusivamente, como veremos, y por eso la tradición de la pintura de iconos rusa, ya desde el siglo XV, o incluso antes, distinguía entre las imágenes del Apocalipsis y el Juicio Final.”
Pero la utilización de la “Visión de Daniel” como antecedente profético de las palabras de Jesús sobre el Juicio final, hace que exista en la iconografía del siglo XV una interpenetración del Apocalipsis y el Juicio Final. Por ejemplo, los animales simbólicos de la profecía de Daniel son un elemento imprescindible en ambas series de iconos.
La iconografía del "Juicio Final" en el arte ruso tomó forma en los siglos XIV – XV, en un tiempo en el que la influencia de los artistas griegos llegados a Rusia (véase la página de Teófanes el Griego) era decisiva en la configuración del arte ruso. Por eso, en este tiempo, los iconos rusos estaban especialmente cerca del canon griego.
• El Seno de Abraham muestra la figura del “Buen ladrón”
• Los justos que marchan al Edén debajo de la composición van a encontrarse con otros justos que ya están en el paraíso.
• El flujo ardiente es claramente visible.
• El lugar de Daniel y el ángel carece de puesto fijo en la composición, pudiendo aparecer en diferentes lugares, pero siempre en la mitad izquierda del cuadro.;
• Las bestias del reino apocalípticas, tan propias de la visión de Daniel, se encuentran en el lado derecho del icono.
• Las órdenes de los justos son como si estuvieran inscritas en ábsides separados;
• La Jerusalén clestial puede estar ausente.
• El calvario puede ser visible en la esquina superior izquierda.
Esta figuración omnipresente en el tema del Juicio final hace que, de hecho, desde el siglo XV, la iconografía del Juicio final revele la existencia de un canon iconográfico, cuyo modelo inicial sería el icono que con este motivo adorna la Catedral de la Asunción, en el Kremlin de Moscú.
5.-Análisis detallado del icono
El icono del juicio final, escrito por el maestro Pskov en la primera mitad del siglo XVI para la Catedral de la Anunciación de la ciudad de Solvychegodsk (ahora ubicada en el museo histórico y de arte local), es una composición compleja de múltiples figuras de una iconografía establecida como canónica para la familia de iconos del "Juicio final" que nos va a servir de modelo para el estudio del icono.
Dividiremos el icono en cinco registros o franjas horizontales, para mejor examen y comprensión de conjunto de símbolos que en él se contienen, con imágenes tomadas de Wikimedia Commons
Registro 1º, parte superior del icono
En la parte superior del icono a menudo se representa al Dios de los Ejércitos, sentado en un círculo que representa el Cielo, su Reino. Todo el rango superior está situado sobre un mar de nubes.
En el lado izquierdo del icono aparece el Paraíso en la forma de la ciudad santa, la ciudad de Dios Padre, la Jerusalén celestial. En ella están los justos, bendecidos del Padre Celestial, que heredan el Reino preparado desde la fundación del mundo (Cf. Mateo 25:34). Aparecen sentados según grupos de tres en mesas ovaladas o cuadradas, ya servidas de viandas.
En el lado derecho del registro superior se repite la composición del Señor de los ejércitos sentado en el trono. Simboliza esta composición, tanto el envío del Hijo Unigénito como Señor del Universo, como la futura y segunda venida de Cristo. Si en el primer caso lo hizo como ofrenda sacrificial por la salvación de la raza humana, en el segundo llegará como Juez para el examen final de los hombres. Encima, un coro de ángeles bendice este designio divino.
Más a la derecha, dentro de un círculo, aparece otro grupo de ángeles de Dios. Estos están empujando a los ángeles rebeldes al infierno.
En el registro 2º
Más abajo del registro superior se presenta a Jesucristo, sentado en un trono, en el interior de un círculo que representa el universo, como símbolo de su señorío y Juez del mundo.
El grupo central es una Deesis formada por la Madre de Dios y Juan el Bautista, intercediendo por la raza humana. A sus pies están Adán y Eva, los padres de la raza humana, representando a todos los justos y redimidos, en actitud de adoración, situados en forma semejante a como estamos acostumbramos a verlos en los iconos de la Anástasis o Bajada a los infiernos.
Flanquean la Deesis central los apóstoles (seis en cada lado), con libros abiertos en sus manos. Detrás de los apóstoles hay ángeles y, entre ellos, los cuatro arcángeles: Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel.
Debajo de los apóstoles, ya en un registro inferior, están los hombres que van al juicio: los justos están a la derecha de Cristo, los pecadores están a la izquierda.
Finalmente, como haciendo marco vertical del icono a esta altura del 2º registro, aparecen ángeles: los ángeles celestiales de Dios a la derecha de Cristo (izquierda del espectador); y a su izquierda están los ángeles arrojados como demonios al infierno.
En el registro 3º, parte central del icono
En el centro de este registro está el Trono-altar vacío o etimasia, etimasia preparado con todos sus rasgos característicos. Este es el trono del salmo 9:
“Defendiste mi causa y mi derecho, sentado en tu trono como juez justo. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido” (Sal 9, 5s).
Bajo la imagen de Cristo que vimos en el registro inmediatamente encima de éste, anterior, se escribe un trono vacío, preparado para quien ha de juzgar, en el que se encuentran los diversos atributos del Jesús que ha de venir como el Cordero del Apocalipsis: la Cruz, los instrumentos de la pasión y abierto el "Libro de la vida", con el registro de todas las palabras y los hechos de los hombres.
Hay dos ángeles flanqueando al grupo que está en torno al trono vacío. Ambos tienen desplegado un rollo con textos evangélicos. El de la izquierda del espectador se dirige a los justos con el rollo apuntando hacia arriba, señalando directamente la Jerusalén celestial que han de habitar. El de la derecha, con el papiro hacia abajo, señala a los condenados las consecuencias de su impiedad mostrándoles el sitio del infierno.
A ambos lados del trono se muestran las muchedumbres ante el momento del juicio: los santos y los justos, representados por el pueblo judío encabezado por Moisés, se encuentran a la derecha del Juez; en su lado izquierdo, los paganos. Ambos dejan ver su pertenencia y condición a través de inscripciones, vestimentas o atributos.
En el registro 4º
2. El profeta Daniel, acompañado por un ángel que le señala el sentido de su sueño, contenido en la esfera siguiente.
3. La esfera con la escena de la "Visión del profeta Daniel", donde vemos cuatro animales que simbolizan los reinos que morirán: babilónico, macedonio, persa y romano. El primero, en forma de oso; el segundo, como animal mitológico de cabeza de águila y cuerpo de león; el tercero, en forma de león, el cuarto, en la imagen de una bestia con cuernos.
4. La última esfera está dedicada a la historia futura, cuando "La tierra y el mar devuelvan a los muertos". En el centro una figura femenina simboliza la tierra, y a su alrededor aparecen los primeros resucitados de entre los muertos.
5. En el centro del icono hay dibujado una especie de rosario serpenteante dotado de 20 anillos, símbolos cada uno de alguna de las pruebas que el alma humana debe vencer antes de llegar justificada al Juicio final. Esta “serpiente”, que arranca desde las fauces de uno de los demonios del infierno, asciende hasta los pies de Adán, situado a los pies del Cristo-Juez como puede verse en el registro anterior, el registro 3º
Registro 5º, parte inferior del icono
En la esquina inferior derecha del icono, se representa el infierno: el fuego del infierno, en el centro del cual se sienta Satanás.
El inframundo se representa como una roca que invade todo el escenario, sobre la cual se desatan las llamas infernales. En la roca existen cuevas oscuras con pecadores que se queman en el fuego y son atormentados por los demonios.
En la figura del "infierno ardiente", se representa el infierno, dentro del cual, cuan bestia terrible, aparece Satanás sentado como “rey de este mundo” con el alma de Judas en sus manos.
• A la Madre de Dios en el trono con dos ángeles y el buen ladrón a los lados, contra el fondo de los árboles.
• La procesión de los justos avanza hacia las puertas cerradas del paraíso. Los primeros en esta larga procesión son los apóstoles, encabezados por Pedro con las llaves del paraíso en su mano.
6.-Teología
La Parusía_Rupnik_Capilla Redemptoris Mater, Vaticano
La fuente principal que inspira los trabajos de los iconógrafos es la sagrada escritura, que recoge prolijamente los aspectos relacionados con los últimos días y, concretamente para este icono, lo referente al juicio último: su anuncio, su irremediabilidad y la autoridad de Cristo como juez universal en ese momento
Para el logro del reino de Dios el hombre debe volverse a Él, “con-verter” su mirada y su corazón al autor de su existencia y salvación y, para ello, aparece el arrepentimiento como condición indispensable de esa actitud. Nunca ha sido para la Iglesia el arrepentimiento del pecador un problema teórico o abstracto, sino una práctica necesaria en la vida espiritual, porque, como enseña san Pablo:
"Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. 23 Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes" (1 Cor. 9, 22s).
Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
.......
«¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa? ¿Te va a dar gracias el polvo, o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme». Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. (Sal 30)
Todo el icono nos habla de la misericordia divina, suplicada para la humanidad al Padre por la Iglesia triunfante y expresada magníficamente por esa Deesis central (ver registro 2º) donde se muestra a Cristo flanqueado por su madre y Juan Bautista y, en un plano algo inferior, a Adán y Eva, todos en actitud de oración por todas y cada una de las almas que van a ser juzgadas.
La iconografía del Juicio Final es una de las páginas maravillosas de la historia del arte de la iglesia, no sólo por la complejidad de la trama, sino por el profundo impacto en el alma de la persona que, reconociéndose pecadora, vuelve su mirada a Dios en súplica confiada hacia su divina misericordia y solicita su perdón y su gracia.
7.- Oración
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Dios, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
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El Corpus Christi
1.-Introducción
La densidad de lo ocurrido durante la última cena, donde tuvo lugar el lavatorio de los pies de los discípulos, la traición de Judas, la institución de la Eucaristía, la revelación del sacerdocio de Cristo y, por ende, la institución del ministerio sacerdotal, más el largo testamento espiritual que se expone en Juan, a partir del cap. 13 de su evangelio, obliga a hacer un trabajo de distinción entre todos estos misterios para la mejor contemplación de los mismos.
Así, esta página quiere contemplar la fiesta de la Iglesia católica destinada a celebrar la Eucaristía. Con objeto de proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Es una fiesta especialmente querida por el pueblo español, que declara que “hay tres jueves en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Se celebra 10 días después de Pentecostés, el jueves siguiente a domingo de la Santísima Trinidad, domingo siguiente a Pentecostés.
Las exigencias económicas han hecho que esta fiesta haya sido trasladada al domingo siguiente para adaptarse al calendario laboral
2. La historia
La historia de esta fiesta es un bello pasaje de la historia de la Iglesia, que muestra cómo es el Espíritu Santo quien la guía a través de la acción de los hombre –en este caso, de una mujer- que se muestran dóciles a su inspiración.
Es una fiesta cuyo nacimiento en la Iglesia está estrechamente entretejida con la peripecia personal de Santa Juliana de Lieja, también conocida como Juliana de Cornillon, nacida en 1191 en Lieja , Bélgica.
Huérfana a la edad de cinco años, quedó junto a su hermana Agnes, al amparo de las monjas agustinas en el monasterio de Monte Cornillon. Allí, al mismo tiempo que crecía y ayudaba a las monjas en los cuidados de la leprosería, desarrolló una devoción especial a Jesucristo en el misterio de la Sagrada Forma. Más tarde, hizo su profesión religiosa y llegó a ser, en 1222, superiora de su comunidad.
Su abadía fue el centro de un Movimiento Eucarístico que dio origen a varias devociones alrededor de Cristo sacramentado, como la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi, etc.
Su gran veneración al Santísimo Sacramento fue premiada, a la edad de seis años con una visión, en la que podía ver una gran luna llena con una mancha negra que parecía dividir la imagen en dos partes, visión que no supo interpretar. Fue una visión nocturna que se mantuvo continua durante 20 años, mientras en ella iba creciendo su amor por cristo en el santísimo sacramento del altar.
Finalmente, Cristo atendió las peticiones de quien tanto le amaba y la reveló el sentido último del sueño. “Una voz celestial le manifestó que el globo de la luna era figura de la Iglesia militante y la mancha representaba la falta de una fiesta especial al Santísimo Sacramento, queriendo Dios que fuera instituida dicha fiesta, pues el Jueves Santo, que conmemoraba tal celebración, al coincidir con la Semana santa no dejaba lugar a la solemnidad requerida” (SANCHEZ ALISEDA, en El año litúrgico, tomo II, pag. 5. BAC)
Juliana viviría su calvario particular mientras veía cómo se iban extendiendo en la Iglesia los deseos expuestos por Jesús a través de sus visiones. No faltaron las persecuciones, aún dentro de su orden, pero finalmente, en 1233, se celebra por vez primera la fiesta del Corpus Christi, en Laon. Murió en olor de santidad el Viernes Santo de 1258, día 5 de abril, tras ser “el alma que preparó la fiesta del Corpus Christi, cuando era necesario destacar ciertos aspectos del culto eucarístico que se hallaban en la penumbra” (o.c. pág 4).
Otro hecho providencial preparó la decisión definitiva. En 1263 se produjo el Milagro de Bolsena: durante la consagración eucarística, un sacerdote que celebraba la Misa tuvo dudas de fe sobre la eficacia real de la fórmula consacratoria. En el momento de partir la Sagrada Hostia, vio manar de ella sangre que fue extendiéndose por los corporales.
El Papa Urbano IV, conmovido ante el prodigio, proclama la fiesta del Corpus Christi para toda la Iglesia de rito latino por medio de la bula "Transiturus", ese mismo año, el día de la Natividad de María, el 8 septiembre, fijándola para el jueves después del domingo de la octava de Pentecostés. El oficio de ese día fue preparado personalmente por santo Tomás de Aquino.
Finalmente, el Concilio de Trento declara “que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos…. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo”. (D 878)
3.-Los textos
"Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6)".(CIC, 1338)
Según los evangelios sinópticos
Como es conocido, Juan no hace referencia a la institución de la Eucaristía y, en cambio, es muy explícito en la descripción del lavatorio de los pies de los apóstoles y su significado profundo. Pero su Evangelio habla repetidas veces de la necesidad de alimentarse del cuerpo de Cristo.
San Pablo, que no era apóstol en aquel momento, cuenta cómo se desarrollo este evento:
La tradición, impulsada por la luz del espíritu Santo, ha ido penetrando en este misterio y, así, se lee en el
4.-La transubstanciación
"El Concilio de Trento llama transustanciación al cambio de la sustancia del pan y del vino, respectivamente, en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo (que se hacen de un modo presentes en la celebración eucarística) bajo la permanencia de las realidades sensibles aparentes (especies) de pan y del vino". (GIACOMO CANOBBIO, Pequeño diccionario de teología).
El término utilizado, transubstanciación, aparece tardíamente con el desarrollo del pensamiento escolástico. Ayudó a ello el enfrentamiento dialéctico entre Berengario y Lanfranco de Pavía, que llegaría a ser arzobispo de Canterbury, sobre la realidad eucarística. La afirmación de la Iglesia era que durante la celebración de la misa el pan y el vino del celebrante se transforman realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; esta transformación recibe el nombre de transubstanciación.
Berengario no podía aceptar que los accidentes (los signos externos de la sustancia: olor, color, sabor, etc. ) pudieran subsistir alejados de la sustancia. Era obvio, decía, que bajo las especies de pan y vino hay, realmente, pan y vino. En su apoyo, aducía algunos textos de los Padres que, expresados con los términos originales, podían apoyar su postura herética.
La discusión evidenció la insuficiencia del lenguaje teológico empleado y, consecuentemente, la necesidad de uno nuevo que fuese capaz de recoger los matices filosóficos y metafísicos que el dogma exigía. Sería el pensamiento escolástico quien aportaría los instrumentos necesarios para el desarrollo definitivo de la construcción teórica de la transubstanciación. Pero, de hecho, ya en el IV Concilio de Letrán (1215), bajo el Papa Inocencio III, nos encontramos con este término, sancionado y reconocido por toda la Iglesia Católica Romana
En 1225, diez años después de Letrán, nacería Tomás de Aquino, que en su tercera parte de la Summa Theológica expondría la doctrina católica definitiva sobre la presencia real de Jesucristo en el pan y vino consagrados en la mesa eucarística; es decir, en la concepción teológica de la transubstanciación.
4.1.- En la Iglesia Católica
Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. CIC.1375
El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642) CIC.1376.
La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cfr. Concilio de Trento: DS 1641). (CIC.1377)
Este término entró en uso en Occidente en los siglos XI y XII, se hizo canónico a partir del Concilio de Trento, y ha estado desde entonces en la base de la enseñanza teológica católica.
4.2.-En la Iglesia Ortodoxa griega
El término "transubstanciación" (μετουσίωσις) nunca fue utilizado por los Santos Padres en la Iglesia Ortodoxa hasta mediados del siglo XV en relación con la consagración de los Santos Dones del pan y del vino en la mesa eucarística. Se incorporarán a la literatura ortodoxa sobre la doctrina católica como sinónimo de los términos patrísticos tradicionales "addendum " (μεταβολή) e "implementación" (μεταποίημα).
Pero el término "transubstanciación" (μετουσίωσις) (desnaturalización) no tiene raíces en la teología ortodoxa, hasta fines del siglo XVI, cuando comenzó a usarse entre clérigos griegos educados en occidente, en instituciones católicas romanas.
El lenguaje tomista fue adoptándose progresivamente en la Iglesia Griega hasta ser patrimonio común de los teólogos. En el consejo de Constantinopla, en 1691, se adoptó el término "transubstanciación" (μετουσίωσις); dentro de las definiciones dogmáticas, de manera que los que negaran el término "transubstanciación" caerían en anatema.
4.3.-En la Iglesia Ortodoxa rusa
Pero no fue ésta la trayectoria seguida en la Iglesia Ortodoxa Rusa, donde el término "transubstanciación" fue lisa y llanamente ignorado dentro de la discusión teológica, alegando que se trataba de una expresión nunca usada por los Padres y, por tanto, del todo ajena a la revelación de la Tradición.
No obstante, la mejor precisión del lenguaje tomista y los avances de Santo Tomás en la comprensión de los principios metafísico y filosóficos que estaban en el núcleo de los dificultades para explicar el misterio eucarístico, hicieron que este término comenzara a usarse entre los teólogos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y a examinar más críticamente los escritos patrísticos.
Específicamente, el término "transubstanciación" no se usa en los escritos patrísticos en relación con el pan y el vino eucarísticos. Aunque los términos μετουσίωσις y μετουσιόω (transubstanciación y perpetuación) fueron utilizados por primera vez por Leonty, de Bizancio, ya en la primera mitad del siglo VI, los teólogos y escritores de la iglesia posteriores no lo supieron . Durante las discusiones sobre las cuestión eucarísticas en el siglo XVII, no hubo referencias directas de Leonty. Sin embargo, esto no impidió que la Iglesia ortodoxa oriental adoptara y utilizara el término "transubstanciación".
Analizando la terminología eucarística utilizada por Gregorio de Nisa, cabe señalar que la palabra μεταστοιχειώσας, que el santo usa en las discusiones de la Eucaristía, aparece solo una vez. Significa el cambio real de los elementos mismos o de los elementos básicos en cualquier cuerpo, y en su significado es cercano e incluso casi idéntico a los posteriores: μετουσίωσις y transsubstantiatio. San Gregorio también se refiere al misterio eucarístico con expresiones como: μετάστασις y μετάθεσις (cambio, movimiento) y α̉λλοίωσις – (reintervención, cambio)” .
El término "transubstanciación" es una innovación en la teología ortodoxa, y los gloriosos Padres Ortodoxos Sagrados, ni colectivamente ni en sus obras, explicaron en detalle el proceso mismo de convertir los Santos Dones en el Cuerpo y la Sangre [de nuestro Señor], limitando este proceso al concepto estricto de "Sacramento". Por esta razón, la enseñanza de Tomás de Aquino sobre la preservación de los accidentes al cambiar la naturaleza física del pan y el vino en el cuerpo humano y la sangre no es la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa, pero.
"[Posteriormente]Las circunstancias históricas llevaron a la Iglesia a introducir el término "transubstanciación" tanto en Occidente (herejía de Berengaria) como en Oriente. El Concilio Local de Constantinopla en 1691 atestiguó la fe de la Iglesia Oriental en la verdad del término "transubstanciación". Está claro que el Concilio consideró la transubstanciación no como una opinión teológica, sino como el dogma de la Iglesia y negarlo se considera una cuestión de herejes".
(VLADIMIR JURGENSON, La historia del término "transubstanciación" en la teología ortodoxa, en https://azbyka.ru/istoriya-termina-presushhestvlenie-v-pravoslavnom-bogoslovii)
5. El icono
Es frecuente ver en estos iconos la imagen de Cristo duplicada, obtenida por simetría respecto a un eje vertical situado en mitad de la tablilla. A un lado, la mitad de los discípulos recibiendo el pan; al otro, la otra mitad, acercándose a recibir el cáliz con su sangre.
En el icono presente, las dos figuras están inequívocamente identificadas, tanto por el nimbo cruciforme, exclusivo de Cristo, como por la inscripción IC XC que figura al lado de la cabeza de cada una. El apóstol de la derecha se acerca con las manos cubiertas por su manto, como señal de respeto ante la santidad de Jesús.
Los vestidos de los personajes cumplen con el estándar simbólico. En Cristo, la túnica roja habla de su amor, su majestad y su divinidad; el manto azul, de su humanidad.
Domina, por su posición central y la contundencia de sus dimensiones, la mesa que ha servido para la cena eucarística, que aparece despojada de cualquier utensilio que no sea directamente el pan o el cáliz. El icono simboliza, con ello, la centralidad de la institución del sacramento eucarístico en la acción de Cristo en la última cena. Los discípulos, pintados por quien tiene ya la fe pospascual, acuden a las ofrendas del pan y del vino, convertidos en cuerpo y la sangre de Cristo, el verdadero pan del cielo.
El mantel que cubre la mesa, de un fuerte color rojo, sin más adornos que las cruces bordadas en él, simbolizan el amor que da sentido a la escena divina y sobre el que se realiza el misterio eucarístico.
Los apóstoles se presentan con mantos de colores diferentes, sobre túnicas de color azul. La diferencia indica que, aún alimentados con el mismo cuerpo y sangre de Cristo, son personas diferentes, pues la divinidad de la comida no uniformiza. El Espíritu Santo colma de bienes distintos a los cristianos sin más cosa común que el destino de sus carismas: la vida de la comunidad eclesial.
El dosel que simbólicamente cubre a las dos figuras de Jesús y el paño rojo que simula el techo de la figuración, nos indican que la escena tiene lugar en un recinto cerrado.
6. La fiesta
La Festividad del Corpus Christi e historia de dicha fiesta
Hemos visto en el punto 2.-La historia, cómo fue una religiosa, Juliana de Cornillon, la que animó, por petición expresa de Jesús resucitado, a celebrar esta fiesta en honor del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, el año 1208.
Su implantación y desarrollo fue gradual, tanto en la liturgia de la fiesta como en el florecimiento de su celebración en toda la Iglesia latina. El auge de la devoción eucarística en el pueblo cristiano que tuvo lugar a partir del siglo XII conllevó también un auge de las expresiones y ceremonias alrededor del Santísimo. Se comenzó con la elevación de la Hostia y el Cáliz tras la consagración, con el toque de las campanillas, con exposiciones de adoración, etc.
Ya en 1246 la diócesis de Lieja (Bélgica) reservó una fecha para la celebración local de una fiesta en honor del Cuerpo de Cristo. Pero fue el ya comentado milagro de Bolsano lo que precipitó la decisión del pontífice Urbano IV de instituir la festividad del Corpus Christi en 1264. En efecto, de forma pública y notoria la Hostia recién consagrada comenzó a sangrar en el altar como consecuencia de las dudas de fe en el sacerdote celebrante de la Eucaristía.
Fue el mismo Santo Tomás de Aquino quien recibió el encargo de preparar los textos litúrgicos de dicha fiesta. Gracias a ello la liturgia del Corpus aúna la ciencia del primer teólogo católico con su amor por el santísimo sacramento, en himnos de la calidad del Pange lingua, Lauda Sion, Panis angelicus o Adoro te devote.
Más tarde, en el siglo XIV se reforzará la celebración de la nueva solemnidad con dos actos fundamentales: la Eucaristía y la Procesión. En el concilio de Vienne, 1311, el Papa, que a la sazón tenía la sede en Avignon, publicó las normas para el cortejo que acompañaría al Señor en la procesión dentro de los templos. Siglo y medio después, en 1447, Nicolás V saldría en procesión por las calles de Roma portando la custodia con el Santísimo, indicando hasta los detalles de dónde irían las autoridades que quisieran asistir al desfile. Años más tarde, Juan XXII introdujo la Octava del Corpus, con Exposición del Santísimo Sacramento incluida. Y será el primero de los Papas renacentistas, Nicolás V, el primero en establecer que la Hostia Santa saliera en procesión por las calles de Roma en la fiesta del Corpus del año 1447.
En España es famosa la custodia de la catedral de Toledo, realizada entre los años 1517 y 1524 por al orfebre Enrique de Arfe, por encargo del cardenal Cisneros, y que alberga la Hostia que procesiona en la fiesta del Corpus desde el año 1595.
7. Reflexión teológica
El momento de reflexión exige una actitud de meditación, de recogimiento interno que permita una “composición de lugar”, como recomienda san Ignacio a sus ejercitantes. Composición de lugar que no puede ser otra que la de situarnos en el cenáculo contemplando a Jesús mientras parte el pan y lo reparte; mientras bendice la cuarta copa y da de beber a sus discípulos.
Sin permitir que nada nos distraiga vayamos leyendo lo que “hemos recibido”, lo que declaramos creer cuando oramos en la Eucaristía, tal como nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica:
VII. La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!") /(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona del «Magnificat» para las II Vísperas: Liturgia de las Horas). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición" (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial. (CIC 1402)
En la última Cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: Marana tha (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6). (CIC 1403)
La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo") (Ritual de la Comunión, 126 [Embolismo después del «Padrenuestro»]: Misal Romano; cf Tit 2,13), pidiendo entrar "[en tu Reino], donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (Plegaria Eucarística III, 116: Misal Romano). (CIC 1404)
De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2). (CIC 1405)
8. Oración
Guían nuestra oración dos himnos creados por Santo Tomás de Aquino para la fiesta del Corpus:
Pange, lingua, gloriosi Córporis mystérium Sanguinísque pretiósi, Quem in mundi prétium Fructus ventris generósi Rex effúdit géntium.
Nobis datus, nobis natus Ex intácta Vírgine, Et in mundo conversátus, Sparso verbi sémine, Sui moras incolátus Miro clausit órdine.
In supremæ nocte coenæ Recumbens cum frátribus, Observata lege plene Cibis in legálibus, Cibum turbæ duodenæ Se dat súis mánibus.
Verbum caro, panem verum Verbo carnem éfficit, Fitque Sanguis Christi merum.
Et, si sensus déficit, Ad firmandum cor sincerum Sola fides súfficit.
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Canta, oh lengua, el misterio del glorioso Cuerpo y de la Sangre preciosa que el Rey de las naciones Fruto de un vientre generoso derramó en rescate del mundo.
Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancha; y después de pasar su vida en el mundo, una vez propagada la semilla de su palabra, Terminó el tiempo de su destierro Dando una admirable disposición. En la noche de la Última Cena, Sentado a la mesa con sus hermanos, Después de observar plenamente La ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos Como alimento para los doce.
El Verbo encarnado, Pan Verdadero, lo convierte con su palabra en su Carne, y el vino puro se convierte en la Sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, Solo la fe es suficiente para fortalecer el corazón en la verdad.
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Tantum ergo Sacraméntum, Venerémur cérnui: Et antíquum documentum Novo cedat rítui;
Præstet fides suppleméntum Sénsuum deféctui. Genitori Genitóque, Laus et iubilátio;
Salus, honor, virtus quoque, Sit et benedíctio; Procedénti ab utróque Compar sit laudátio. Amen. |
Veneremos, pues, inclinados tan grande Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito;
la fe supla la incapacidad de los sentidos. Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo,
Salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que del uno y del otro procede. Amén. |
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La exaltación de la santa cruz
- 1.-La historia
- 2.-El icono
- 3.-La fiesta
- 4.-El sentido de la cruz
- 4.1.- Algunas consideraciones previas
- 4.1.1.-El siervo de Yavhé
- 4.1.2.-La cruz al final de la vida
- 4.1.3.-La liturgia de la Iglesia
- 4.1.4.-La cruz como símbolo
- 4.1.5.-La cruz, realidad humana
- 4.2.- La cruz en el proyecto divino
- 4.2.1.-El misterio del sufrimiento. El libro de Job
- 4.3.- Sentido cristiano de la cruz.
- 4.3.1.-Recuperar la catequesis
- 4.3.2.-La presencia de Dios en Cristo
- 4.3.3.-Cristo ante el sufrimiento de la cruz
- 4.3.4.-La decisión humana en el sufrimiento de Cristo
- 4.3.5.-El misterio de la cruz de Cristo
- 5.-La exaltación de la cruz
- 6.-Oración
1. LA HISTORIA
Cuenta Eusebio de Cesarea que estando Constantino, hijo de Santa Elena, preocupado por la batalla que estaba preparando contra Majencio, en el año 311, vio en sueños un símbolo formado por las letras X y P en el cielo, mientras que una voz le decía: “In Hoc Signo Vinces” (“Con este signo vencerás”). Ordenó reemplazar los pendones y estandartes con el Labaro (como se conoce a este símbolo) y en la batalla del día siguiente venció a Majencio, en Roma. Poco tiempo después, en 313, el edicto de Milán terminaba con dos siglos de persecución y el cristianismo pasaba a ser, primero tolerado y, seguidamente, la religión del imperio.
Posteriormente, su madre, Santa Elena, presidió una expedición a Tierra Santa que buscó la cruz del martirio de Cristo. La tradición conservada entre las gentes le condujo al templo de Venus, construído unos 200 años antes por Adriano en el lugar de la tragedia del Gólgota.
Iniciados los trabajos estando presentes Elena y el obispo de Jerusalén aparecieron restos claros de tres cruces que, si por un lado confirmaban las leyendas sobre el enterramiento dado a las cruces y el posterior levantamiento del Templo de Venus, sumían en perplejidad sobre cuál fuera la vera cruz, es decir, el verdadero madero de la cruz donde murió Cristo.
Una de las tradiciones dice que Macario, el obispo de Jerusalén, se dirigió hacia una procesión que acompañaba un funeral que por allí pasaba y desvió su camino hacia los trabajos de la excavación, haciendo que el cadáver fuera tocado sucesivamente por cada una de las cruces encontradas. La tercera de ellas obró el milagro de devolver a la vida el cuerpo del difunto, convenciendo a todos sobre la autenticidad del hallazgo de la Cruz de Cristo.
El obispo Macario bendijo a los presentes con la cruz levantada con ambas manos y exclamando: Kirie eleison (Señor ten piedad).
Otra, con el mismo fondo histórico, cuenta que, ante las dudas suscitadas por la aparición de las tres cruces, Elena mandó traer una mujer en trance de muerte sobre la que hizo pasar las tres cruces. Con la primera de ellas, la mujer empeoró ostensiblemente. Con la segunda, permaneció sin variación alguna. Finalmente, el contacto con la tercera madera sanó completa y súbitamente a la enferma.
La bella historia continúa diciendo que, instaurada esa fecha como de veneración de la santa Cruz, fue el mismo emperador quien quiso entrar en el templo portando una cruz, imitando a Jesús.
Pero al llegar a la puerta una parálisis surgida repentinamente le impedía avanzar. Fue entonces cuando el obispo Zacarías que le acompañaba le hizo observar lo inadecuado de su rica vestimenta regia para el papel que quería desempeñar. Despojado del ornato propio de la corte y vestido como un mendigo, las fuerzas y la capacidad de movimiento le volvieron al cuerpo y pudo realizar la entrada en la iglesia.
La leyenda continúa hasta nuestros días, hoy explicando dónde se encuentra tan sagrada reliquia. Los españoles contamos con dos lugares de culto sobre ella. En el convento de santo Toribio de Liébana, en Potes (Cantabria), se conserva dentro de un relicario el Lignum Crucis, considerado por la Iglesia católica como el trozo más grande que perdura hasta nuestros días de la cruz de Cristo.
Por otro lado, Caravaca, en Murcia, lleva casi 800 años venerando constantemente la Vera Cruz, reliquia de aquella cruz primitiva que acogió el cuerpo de Cristo.
2. EL ICONO
La cruz, naturalmente, es el centro del icono, y se eleva sobre el conjunto de la figuración con un fuerte trazado vertical, señalando la fuerza del símbolo y el destino a que conduce, al cielo como residencia de Dios.
El icono de la Exaltación de la santa Cruz gira siempre alrededor de la leyenda sobre la que se asienta la fiesta. En concreto, con mayor o menor profusión, aparecen: Constantino y Elena; el obispo de Jerusalén, bien abrazando la cruz, bien bendiciendo con ella; no en pocos iconos, éstos acogen el hecho de haber aparecido tres cruces en las excavaciones primitivas.
3. LA FIESTA
Tiene su origen en Jerusalén, donde el 14 de septiembre se celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz en el aniversario de la Dedicación de los edificios construidos por el Emperador Constantino para proteger y magnificar los lugares donde Jesucristo Nuestro Señor llevó a cumplimiento su Misterio Pascual de Muerte y Resurrección.
Tiene encanto especial el relato que la peregrina Egeria (Itinerario 48-49) hace de esta fiesta en el siglo IV:
"Se llama día de las Encenias al que fue consagrada la iglesia que está en el Gólgota y que llaman Martirio. También la santa iglesia que hay en la Anástasis, es decir en el lugar donde resucitó el Señor después de la Pasión, fue consagrada a Dios en el mismo día. Se celebra, pues, con gran solemnidad las Encenias (dedicación) de estas iglesias, porque en este mismo día se encontró la cruz del Señor. Y es por eso por lo que se instituyó que el día en que se consagraran por primera vez las santas iglesias supradichas, fuera el día en que se encontró la cruz del Señor, para que las fiestas se celebrasen al mismo tiempo y en el mismo día, con toda alegría. Y esto se encuentra en las santas Escrituras que era día de Encenias aquel en que el santo Salomón, después de terminar la casa de Dios que había edificado, se presentó ante el altar de Dios y oró, como está escrito en los libros de los Paralipómenos (Crónicas).
Cuando llegan las fiestas de las Encenias se celebran durante ocho días, pues muchos días antes comienzan a reunirse de todas partes muchedumbres, no solo de monjes y apotactites (ascetas caracterizados por sus ayunos) de diversas provincias, es decir, tanto de Mesopotamia como de Siria, Egipto y Tebaida, donde hay muchos monazontes (monjes), sino también de todos los lugares y provincias; pues no hay ninguno que deje de encaminarse este día a Jerusalén para celebrar tanta alegría y tan solemnes fiestas.
También los seglares, tanto hombres como mujeres de todas las provincias, se reúnen igualmente con ánimo piadoso durante estos días en Jerusalén, para asistir a la sagrada solemnidad. Asimismo en estos días se reúnen en Jerusalén, por lo menos, más de cuarenta o cincuenta obispos, y con ellos acuden muchos de sus clérigos. ¿Y, qué más? Se cree incurrir en gran pecado el que durante estos días no ha participado en una solemnidad tan grande, a no ser que haya tenido un grave impedimento que le haya apartado de su buen propósito. Durante estos días de las Encenias, el ornato de las iglesias es el mismo que en Pascua y Epifanía. El primer día y el segundo se procede en la Iglesia Mayor, que se llama Martirio. Luego, el tercer día, se procede Eleona, es decir, en la iglesia que hay en el monte desde el cual subió el Señor a los cielos después de su pasión, en el interior de cuya iglesia está la gruta en la que el Señor enseñaba a sus Apóstoles en el monte Olivete. El cuarto día... (interrupción y final del manuscrito de Egeria)" (tomado de la página Web de la Custodia de los Santos Lugares).
4. EL SENTIDO DE LA CRUZ
4.1.- Algunas consideraciones previas
4.1.1.-El Siervo de Yavhé.
Dentro de la liturgia de la Iglesia, en la que recorremos durante el año los misterios de la vida de Cristo, llegamos a este día tras la vida de Jesús, muerto en cruz, resucitado y glorificado. Pero, especialmente en Occidente, muerto en cruz. En la religiosidad popular, Cristo es sobre todo el Siervo de Yavhé, el sufriente, el condenado, azotado, crucificado, varón de dolores muerto entre sufrimientos insoportables (cfr, Is caps. 42 al 53, los cuatro “cantos del Siervo”). Para el mundo, una cruz es hoy tanto el signo del dolor, por antonomasia -ya del de Cristo, ya del que acompaña la vida humana-, como un adorno intrascendente.
La cruz, entendida como sufrimiento diario del devenir humano, parece reivindicada por Cristo:
“Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga»” (Lc 9,23s).
Y eso dicho en un contexto que no deja lugar a dudas de que estamos hablando de sufrimiento, de dolor, de humillaciones:
“Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios». Entonces dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).
4.1.2.-La cruz, final de la vida de Cristo
Esta cruz de Cristo le espera al final de su vida, aspecto interesante para cuando haya que profundizar en el sentido de ella. Al final de su vida, pues, Jesús de Nazaret se encontró con el sufrimiento, tal como lo habían anunciado los profetas, según él mismo muestra a los discípulos de Emaús:
“Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras”. (Lc 24, 24ss)
4.1.3.- La liturgia de la Iglesia
Las lecturas de esta fiesta centran la atención en la realidad de la "exaltación". Exaltación que llega a Jesús como consecuencia de su obediencia incondicional y total hacia su Padre:
“El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 6-11).
Exaltación necesaria para la vida eterna de los creyentes:
«Jesús dijo a Nicodemo: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»(Jn 3, 13-17).
4.1.4.-La cruz como símbolo
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Como en todo símbolo, hay que distinguir entre el significante y el significado. En la cruz es fundamental lo que señala y significa, lo que nos dice y nos recuerda; porque la cruz es una señal, la señal de los cristianos. Pero el transcurso de los años, la mezcla de culturas, la flojera intelectual y creyente del Occidente cristiano - por no decir la pura desafección de lo cristiano en Occidente-, han modificado fuertemente el sentido primigenio de este signo.
Se da en el AT una señal reivindicada por Jesús como signo a él referido, tanto de la suerte que le espera, como del significado profundo de la misma. Ocurre en el desierto -en ese recorrido símbolo para toda vida humana- mientras el pueblo escogido iba formando su identidad, guiado por la mano de Yavhé. En esa escena, el desierto, sinónimo de desolación y muerte, trae la desgracia colectiva al pueblo emigrante en forma de invasión de serpientes. Una cruz alzada que atrae las miradas de los mordidos por ellas es la terapia que cura de las heridas envenenadas.
“El pueblo acudió a Moisés y le dijo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes.»
Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: «Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado.»
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado” (Nm 21, 5-9).
Más adelante, el libro de la Sabiduría, cuando va explicando cómo las mismas causas de desgracia para los enemigos de Israel eran salvación para los hebreos, señala a propósito del caso de las serpientes en el desierto:
“Y el que se volvía hacia él se curaba, no por lo que contemplaba, sino gracias ti, Salvador de todos. Así convenciste a nuestros enemigos de que eres tú quien libra de todo mal. Ellos morían por las picaduras de langostas y moscas, sin poder encontrar remedio para sus vidas, pues merecían ser castigados por tales bichos; a tus hijos, en cambio, ni los dientes de las serpientes venenosas les pudieron, sino que tu misericordia salió en su ayuda y los salvó. Las mordeduras, que se curaban enseguida, les recordaban tus palabras, no fuera que cayeran en profundo olvido y quedaran excluidos de tu bondad. No los curó hierba ni cataplasma, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana” (Sab 16, 7-12)
Es decir, curaba Yavhé. Y curaba a quien miraba con fe.
4.1.5.-La cruz, realidad humana
El episodio del desierto es una parábola de la vida ordinaria para muchos hombres y mujeres. No se sufre sólo por las enfermedades o por las carencias materiales en este “valle de lágrimas”. Muchas veces es la falta de sentido, la pérdida de esperanza, la única compañía de la soledad, o la sola certeza de la muerte como única cosa segura y definitiva, lo que convierte el vivir en una travesía del desierto. ¡El hombre postmoderno no tienen nada que le haga levantar la mirada por encima del suelo!
Nadie puede amar una vida así. Es conocida la frase del teólogo alemán Jürgen Moltmann : “La cruz, a secas, ni se ama ni se puede amar. Lo que sucede es que nadie habla de la cruz a secas, sino de la cruz del Crucificado”.
Esa “cruz a secas” es una cruz sin Cristo, por eso es insoportable. Hay que añadir a la frase de Moltmann que, para los cristianos, “no hay cruz sin Cristo, ni Cristo sin cruz”. Por eso nosotros no celebramos la exaltación de “cruz a secas” alguna: nuestra fiesta es la Exaltación de la Cruz de Cristo. Pero la evidencia de tantas cruces “a secas” sobre los hombros de nuestros coetáneos nos obliga a reflexionar sobre ellas.
¡Pero qué difícil se hace hablar de Exaltación de la Cruz en las condiciones vitales del hombre de hoy! Por el sentido cargado de dolor de la palabra “cruz” su «exaltación» no deja de presentar problemas. Por un lado, si se confronta con la piedad popular, que algunas veces se dirige al cielo “exaltando” su propio sufrir como si la existencia del mismo fuera un bien en sí mismo que se pudiese ofrecer a Dios, a la Virgen o a algún santo a cambio de algún favor invocado.
Pero, por otro, ¿cómo decirle al hombre desesperanzado que el dolor y la misma muerte no son las últimas palabras? ¿Cómo decirle que los cristianos “sabemos” que algún designio salvífico debe tener el dolor en la vida, porque el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, no se hurtó al mismo?
4.2.- La cruz en el proyecto divino
En nuestras páginas dedicadas a la contemplación del icono “La Trinidad”, de Rublev, ha habido ocasión de acercarse al proyecto divino al meditar sobre el posible diálogo de las tres figuras acogidas por Abrahán, en Mambré. Allí decíamos, al rematar la contemplación del icono:
"En definitiva Rublev nos muestra a las tres Personas Divinas ocupadas no en sí mismas sino en el hombre, nos muestra a un Dios servidor del hombre, un Dios infinitamente compasivo y misericordioso. Un Dios que quiere en el Hijo compartir el sufrimiento del hombre. La copa sobre la mesa está en el corazón de los tres Ángeles. Y esa mesa, que es un altar, aparece abierta del lado del espectador, como si la copa nos fuese ofrecida; es necesario tomar la copa eucarística para entrar en el misterio de Dios. «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»(Jn 6, 53)
Ya estaba presente, en ese diálogo intratrinitario del principio de la eternidad, la realidad del sufrimiento en medio de la historia humana y el designio divino de sanar la humanidad no mediante su supresión, sino acogiéndolo el Hijo en su hacerse hombre “como uno de tantos”.
4.2.1.-El misterio del sufrimiento. El libro de Job
La aplastante realidad del sufrimiento en la vida humana, más aún, en toda vida humana, no pasó desapercibida para Israel desde los primeros momentos. Concebido inicialmente como respuesta de Dios por las ofensas recibidas, pronto conoció la insuficiencia de este planteamiento conocido como "ley de la retribución". Pronto advirtió que, por un lado, el justo no estaba libre de desgracias y dolores de todo tipo, y, por otro, había impíos que disfrutaban de salud, prestigio y honores.
Con una belleza y profundidad no conocidas en su época, el libro de Job plantea crudamente este problema del sufrimiento de los inocentes enfrentándolo a la necesaria justicia divina.
La respuesta se da a través del drama humano de Job, drama que se desarrolla en varios actos:
1er acto. Presentación del drama
El acto primero presenta una sorpresa: el proyecto divino sobre la humanidad es continuamente desafiado por Satán, que boicotea el gobierno divino sobre la creación.
Para Satán el hombre ignora el proyecto divino y sólo obra por su interés inmediato, y sujeta su hacer a las “leyes del mercado”, diríamos hoy recordando la “mano invisible” de Adam Smith. Dios no está de acuerdo con ese dictamen y señala a su siervo Job como ejemplo de hombre justo que se mantiene fiel.
Job se convierte, así, en el campo de batalla entre Dios y Satán. Para probar la posible desafección de Job, comienza a privarle de todos sus bienes, materiales y familiares, los que diríamos que son el soporte de la vida. Job, hombre rico y acomodado, se encuentra repentinamente en la más completa ruina y reacciona aceptando su situación con la frase que se ha hecho famosa:
«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios. (Job 1, 21s).
Dios se muestra orgulloso de este comportamiento y dice a Satán:
«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal. Tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin más ni más, pero todavía persiste en su honradez» (Job 2,3).
El libro nos dice que, entonces, Satán pide permiso a Dios para atacar a Job en su propio cuerpo. Concedido, “hirió a Job con llagas malignas, desde la planta del pie a la coronilla” (2,8).
Job no sabe qué hacer y contesta a las burlas de su mujer con otra frase lapidaria:
«Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?»(2,10)
2º acto. La visita de tres de sus amigos.
A continuación, tres amigos lo visitan hasta tres veces consecutivas cada uno, y cada vez intentan contestar a la pregunta de Job sobre la causa de sus males y a sus protestas por sufrir de Dios males, siendo justo. Así, nueve veces, con distintos enfoques o diferentes acercamientos, unos y otros le plantean la siguiente argumentación, tan “política como lógicamente correcta”:
.- Dios es infinitamente justo y, en su justicia, premia a los buenos y castiga a los malos.
.- Es así que tú estás siendo castigado con la ruina económica y la enfermedad,
.- Luego tú no eres justo, sino pecador; y tu obstinación en no reconocerlo es un pecado añadido.
La conclusión no puede ser más perversa y dolorosa para Job porque ataca frontalmente su honestidad y la sinceridad de su queja. Sin embargo, si hay que resaltar alguna virtud que adorne todo el discurrir de la historia de Job es la honestidad intelectual de su planteamiento ante Dios, ante su mujer y ante sus amigos, hasta el punto de que su constatación durante la lectura da al personaje de Job un plus de simpatía y admiración general.
Job se irrita ante tales argumentaciones, que califica de perogrulladas:
«¡En verdad sois la gente con la que morirá la sabiduría! . Pero también yo tengo inteligencia y no soy menos que vosotros. ¿Quién no sabe tales cosas? Soy el hazmerreír de mi vecino, yo, que invocaba a Dios, y él me escuchaba. ¡El hazmerreír, siendo honrado y cabal! » (Job 12, 2-4).
Job, así, pone patas arriba “lo políticamente correcto”, la ley de la retribución tal como era concebida por el pueblo judío, y cuyo radical cuestionamiento por Job no han sabido captar sus torpes amigos. Su fidelidad se constata continuamente con frases como la siguiente:
“¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios. Yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán. ¡Tal ansia me consume por dentro!” (Job 19, 23-27).
3er acto. Dios responde a Job
Finalmente, ante el grito de Job, Dios entra directamente en escena . Y lo hace de una manera sorprendente, negando la capacidad de Job para comprender la cuestión sobre la que está demandando una explicación.
“El Señor habló a Job desde la tormenta: «¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?» ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Cuéntamelo, si tanto sabes. “(Job 38, 1.4).
Y, con este comienzo, Dios recorre con Job, en una especie de paseo virtual, la creación entera, confrontando la grandeza y dificultad de la misma con la limitada capacidad de Job. Y, una vez más, Job contesta con una frase inmortal:
“Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos: por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza». (Job 42, 5s).
Sin embargo, Job no conseguirá una respuesta divina a su pregunta.
4ºacto. Conclusión
La respuesta del libro de Job ante el drama del sufrimiento de los inocentes nos remite al antiguo conflicto del Génesis donde la serpiente trunca el gobierno de la creación querido por Dios. Nosotros somos Job, también cuestionando el sufrimiento y el dolor que nos atosiga.
Dios nos escucha siempre, pero la comprensión del problema exigiría conocer el mismo contexto en que se mueve Dios, poseer los mismos parámetros de interpretación de la realidad que tiene Dios. Por eso, hay ocasiones en que la respuesta adecuada no puede ser comprendida por nuestra razón y, aceptándolo así, debemos confiar en que el sufrimiento actual esconde una fuente de bien final mayor.
El libro de Job es la más profunda revelación de Dios sobre el papel del dolor y el sufrimiento en la creación hasta la llegada de Jesucristo.
Sin embargo, Job no conocerá la respuesta a su pregunta.
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4.3.- Sentido cristiano de la cruz.
4.3.1 Hay que recuperar la catequesis
La sociedad de la comunicación en que vivimos produce cada día todo tipo de noticias y “exaltaciones” de los más diversos signos: deportivas, políticas, económicas, sociales, etc. Por otro lado, todo tiene su versión “light”, sean bebidas o experiencias. La relativización imperante exige que toda “exaltación” tenga su ciclo de vida, generalmente corto, para dejar paso pacíficamente a la exaltación siguiente. La gran tentación de la vida cristiana es relativizar el sentido originario de la cruz para hacerla asimilable a la sociedad descafeinada en que vivimos.
Hoy necesitamos recuperar el valor de la cruz para el pueblo cristiano. La gente padece innumerables cruces que lo agobian y convierten su vida en una angustia permanente. Cuando todo es global, también el sufrimiento es global y cada hombre, que posee la información mundial simultáneamente al acontecer, siente como Terencio: “soy hombre y nada de lo humano me es ajeno”, incluyendo las guerras, las migraciones masivas, las hambrunas...
Se precisa un proceso catequético que enseñe a dar sentido a tanto dolor, ya sea propio, ya colectivo; que dé respuesta al grito de su Job más íntimo, interiorizado inconscientemente, pero no suprimido. Y este es el drama del hombre moderno, que ante los problemas del S. XXI sus herramientas de comprensión son más primitivas que las de Job; tiene un desfase entre sus vivencias y la capacidad de asimilarlas de más de 2500 años, medidos en tiempo. Si a ello sumamos que en el intervalo la encarnación de Jesucristo ha producido una verdadera solución de continuidad en la comprensión del sufrimiento, es fácil comprender la absoluta carencia de esperanza del hombre contemporáneo.
No ayuda a ese necesario proceso catequético la teología según la cual Dios envió al mundo a su Hijo a sufrir para reparar con su dignidad infinita el infinito agravio de Adán. Esta teología de la reparación del pecado original, que prácticamente justifica la bondad de todo sufrimiento por el hecho de serlo, que dice “querido por Dios” lo que simplemente es tolerado por Él y que llama “nuestra cruz” a todo dolor que nos aqueja, no ayuda en absoluto a contestar a la cuestión de Job, planteada por los hombres contemporáneos.
No ayuda a ese proceso catequético hablar el lenguaje del mundo, tan “políticamente correcto” como confuso; si sólo hablamos de los temas que el mundo plantea, sin iniciativas propias de denuncia y con culpables silencios sobre el aborto, sobre el plan de Dios para la familia y el matrimonio, etc; si aceptamos el sincretismo en materia religiosa, o el relativismo como nueva religión del Estado; si nos recluimos en las sacristías y renunciamos a ocupar el espacio público, como ciudadanos normales, con nuestras manifestaciones de fe; si contestamos a la violencia con la violencia, olvidando el deber de “rezar por los enemigos”; si regimos nuestras vidas por los valores mundanos: el dinero, el poder, la influencia política, la búsqueda del placer...
No debemos englobar bajo el signo de la “cruz de Cristo” todo cuanto hay en el ser humano de limitaciones o carencias derivadas de su naturaleza. La vida humana entiende de “cruces de la vida” o “cruces de la historia”, pero cuyas cargas de dolor son inherentes a la condición humana. Con toda seguridad esas cruces –enfermedades, cansancio, incomprensión de sus vecinos, traición de sus amigos, etc.- fueron soportadas por Cristo, pero no son la “cruz de Cristo”. Esas contrariedades propias de la debilidad humana hay que saber llevarlas con altura de miras, con aceptación y con paciencia, sobre todo con paciencia, como nos pide el apóstol patrón de España:
"Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor; mirad: nosotros proclamamos dichosos a los que tuvieron paciencia. Habéis oído hablar de la paciencia de Job y ya sabéis el final que le concedió el Señor, porque el Señor es compasivo y misericordioso" (Sant 5, 10).
4.3.2.-La presencia de Dios en Cristo
El Hijo de Dios se hace hombre y se encarna en María, en un pueblo de Palestina, hace más de 2000 años, a través de una acción directa de Dios más excelsa aún que la habida en el caso de la creación del universo. Jesús de Nazaret es la presencia de Dios en la tierra con la máxima intensidad posible que nuestra condición humana permite. Como decimos en la página de La Encarnación, la relación de Dios Padre con Jesús de Nazaret es idéntica a la que mantiene con su Hijo, segunda persona de la Trinidad. Esa presencia se va haciendo evidente a los hombres de su tiempo desde el principio de su vida pública:
Jesús les dijo: «Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta». (Mt 13,58).
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7, 15-17) .
“Y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». (Jn 6,42)
“Los judíos preguntaban extrañados: «¿Cómo es este tan instruido si no ha estudiado?». Jesús entonces les contestó: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o si hablo en mi nombre "(Jn 7, 15).
Hasta que, finalmente, se hace insoportable para el poder establecido:
“Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho». ... Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?». Y ellos contestaron: «Es reo de muerte» (Mt 26, 65ss)
4.3.3.-Cristo ante el sufrimiento de la cruz
Jesús, por su parte, no sólo no busca el sufrimiento que conllevaba la muerte en cruz, sino que lo rechaza expresamente en su oración de súplica, en Getsemaní:
«¡Abba!, Padre : tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres». (Mc 14, 36).
«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». (Mt 26, 42).
El libro de Job nos ayuda a situar la vida de Cristo dentro de la gran batalla de Satán contra la humanidad creada por Dios, como desafío contra Dios mismo. Cristo es el nuevo Adán y en él se desarrolla la batalla definitiva de la guerra iniciada en el Génesis. La aceptación incondicional de la voluntad de Dios, aun conllevando una muerte de cruz, supuso su victoria sobre Satán, su resurrección y su glorificación en los cielos.
Con Cristo la victoria en la guerra de Satán contra la humanidad ya está determinada, aunque aún hay batallas que librar. Es el "ya sí, pero todavía no" que guiará la reflexión teológica sobre la escatología y la gracia contemporánea. Si bien la guerra universal está ganada, aún quedan por darse muchas batallas en la tierra.Aquí, Cristo es su Iglesia y este mundo es el campo donde se prosigue la lucha de Satán contra la humanidad destinada a incorporarse a Cristo a través del bautismo, que los incorpora a su cuerpo místico.
Cada cristiano debe vencer a Satán en las tentaciones (cfr. Lc 4, 1-2; Mt 4, 1-11) y su fidelidad a la voluntad de Dios en medio del dolor y el sufrimiento causados por los hombres de su tiempo le valdrán el reconocimiento de Dios Padre. A Job, Dios le devuelve al estado anterior, duplicándole los hijos y los bienes que le fueron arrebatados durante la prueba. A Cristo, Dios le devuelve a la vida y a la gloria originaria que tenía como miembro de la Trinidad, y para ello le resucitará y glorificará tras su muerte.
4.3.4.-La decisión humana en el sufrimiento de Cristo
La cruz de Cristo no fue un «designio de Dios», sino el resultado de una acción humana:
“Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!». Todo el pueblo contestó: «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»”(Mt 27, 24s).
Un empeño anidado en las clases política y religiosa dominantes que saben perfectamente que están ante un ser excepcional que reivindica para sí una autoridad divina, no a partir de sus palabras o de los testimonios de los que le conocen, sino a raíz de los signos que hace:
“Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo...” Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros”. (Lc 11, 16.19).
En el comienzo de su vida pública, en Caná, realiza un hecho milagroso:
“Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 11).
Cada vez más judíos van conociendo sus hechos milagrosos y obrando en consecuencia:
“Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía” (Jn 2,23).
“Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él»(Jn 3, 1)
En casa de Lázaro, ante el estupor general por la resurrección de quien ya llevaba varios días en la tumba, su aureola de hombre extraordinario se extendió por su tierra y, con ella, la envidia de los poderosos y el designio criminal del poder religioso:
“Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte.” (Jn 11, 45-53)
4.3.5.-El misterio de la cruz de Cristo
Ya hemos visto, con ocasión de la contemplación del diálogo divino en el icono de Rublev, que la decisión de reconstruir la creación y, sobre todo, la humanidad caída en pecado, pasa por la encarnación del Hijo para que, como nuevo Adán, sea cabeza de una humanidad nueva, reconciliada por él con el Padre.
Fácilmente se comprenderá la intrínseca dificultad de hablar de esta decisión divina. Por un lado, es la inmensidad de Dios, su divina persona la que actúa. Por otro, es en la eternidad, -una dimensión que se escapa a la comprensión humana que, sujeta al tiempo, sólo comprende los actos complejos como procesos, es decir, concatenados por una relación de causa/efecto- donde se desarrolla la decisión. Con estas limitaciones, ¿cómo hablar del proyecto divino sobre la creación? ¿cómo buscar razones para la decisión de rescatar la humanidad caída a través de la encarnación del Hijo, de la segunda persona divina? Como faltan palabras, cuando en la noche de Pascua la Iglesia contempla esta obra redentora lo pregona diciendo:
¡Oh feliz culpa que mereció tan grande Redentor! (Pregón pascual).
La cruz de Cristo ilumina el misterioso papel que el sufrimiento y el dolor pueden tener en la vida. No los consagra en absoluto, pero deja la puerta abierta a un fin desconocido, querido por el Padre. Ni siquiera deberíamos introducir en “la cruz de Cristo” las muchas “cruces a secas” que este valle de lágrimas nos asegura, ya derivadas de nuestras limitaciones, ya de la propia naturaleza.
La "cruz de Cristo" nos habla de cómo la misión y el proyecto personales que Dios ha asignado a cada ser humano debe desarrollarse en la humildad, con la sencillez con que se movió Cristo en su tierra de Galilea. Cómo la situación de dolor y sufrimiento puede convertirse –como en Job- en la gran oportunidad de mostrar nuestra fidelidad a Dios acogiendo sin demoras su voluntad, aunque no coincida con la nuestra.
¡Cómo, en esta tesitura, no recordar la amarga reflexión de Machado tras la muerte de su mujer!
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Es un grito que nos recuerda a Job. Un grito necesitado de la acción transformadora de la gracia para que, como en Job, pueda terminar diciendo: "Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos: por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza"
Finalmente, pero no en último lugar, la cruz de Cristo nos habla del amor del Padre hacia nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos para los cuales Cristo es la esperanza ya cumplida de nuestra salvación eterna.
"El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre". (Jn 1, 9ss).
5.- LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ
La cruz no es el último destino del fiel cristiano, que la porta cada día lleno de fe en el cumplimiento de la esperanza final. No exaltamos el sufrimiento ni el dolor, que combatimos para contribuir al advenimiento de lo que esperamos:
“Nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia”. (2Pe 3, 13)
Creemos que seguir a Jesús en medio de esta lucha cósmica entre el reino de Dios, que se extiende misteriosamente, y Satán no se producirá sin sufrimiento, porque el discípulo no es más que el maestro.
“Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará” (Mt 13, 22)
Es ese sufrimiento que llega a nuestra vida porque ésta sigue a Cristo, a su mensaje, a sus valores y, en definitiva, se sujeta en todo a la voluntad de Dios, lo que conocemos como la “cruz de Cristo”.
Y exaltamos esa cruz que si fue signo del amor de Dios en el Gólgota, es también signo de ese mismo amor en la ciudad donde vivo. Y signo eficiente para mí de que, así como fue antesala de la resurrección de Cristo, es mi salvoconducto para el reino de Dios.
Para exaltar la cruz de Cristo no se necesita llenar las aulas o los espacios públicos con crucifijos, porque la calles están llenas de hombres que sufren, inmigrantes que no son acogidos, desnudos sin vestir y hambrientos sin pan. Ellos son Cristo, según su palabra:
“Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”(Mt 25, 37-40).
Y, para ellos, nosotros debemos ser el Cristo que se les acerca diciéndoles:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28ss)
La cruz que exaltamos es esa cruz de Cristo que él nos invita a tomar y, con ella, a tomar parte en su pasión, en su labor redentora, en su muerte y en su resurrección. Porque, como nos dice san Pablo:
“si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya... Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6, 5.8)
La posesión de esa cruz es la que nos hace decir “¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro” (S. Andrés de Creta, PG 97,1020) y celebrarlo:
“En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16). El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio que mostró, el Viernes Santo, el juicio de Dios sobre el mundo, se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz. “Para ser curados del pecado, miremos a Cristo Crucificado”, decía San Agustín (Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XII, 11). Al levantar los ojos hacia el Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos la vida eterna. La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el Amor del Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos invita a dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en la gloria. Sí, “venid a adorarlo”. En medio de nosotros se encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, Quien invita a todo ser humano a acercarse a Él con confianza” (Benedicto XVI, 14.sep.2008).
6. ORACION
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén!
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Cristo sumo sacerdote
1.-Introducción
Jesús, Hijo de Dios, ungido por su padre fue enviado al mundo con una misión sacerdotal: salvar a la humanidad y construir la nueva Alianza. Para ello creó una iglesia, para continuar con su trabajo y mantener a los hombres en la gracia de la salvación y acoger un día en su reino a aquellos que en su libertad, hayan creído en Jesús y aceptado su salvación, siendo bautizado y entrando en la Iglesia.
No consta que Jesús se llamara a sí mismo sacerdote, ni los evangelistas le dan ese título. Sin embargo, el sacerdocio de Cristo es la temática central de la Carta a los Hebreos. Un tema, éste del sacerdocio en el pueblo judío, que no puede considerarse como absolutamente novedoso; el autor de la Carta a los Hebreos recoge una ya larga tradición presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y que tampoco será ignorada por los primeros Padres de la Iglesia.
2.-El icono
Cuando el monje escribe el Icono tiene ante sus ojos la gloria Tabórica, pues las imágenes se pintan sobre la hoja de oro que representa la luz del rostro de Cristo en el Tabor.
Cuando el fiel lo contempla y lo lee, no hace otra cosa que ponerse en presencia del Transfigurado y dejarse dominar por el estupor que dominó a Pedro, Santiago y Juan “Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto” (Mateo 17, 6).
Al iniciarse esta página, puede contemplarse el icono de Cristo Pantocrátor, con vestiduras sacerdotales (casulla y estola), propias de Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote, “mediador de una alianza nueva” (Heb 9, 15).
El foco central de este icono de finales del S. XVIII es Cristo sumo y eterno sacerdote. A la derecha del espectador, aparece la figura de Melquisedec, representando la Antigua Alianza; y, a la izquierda, san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, representando al sacerdote de la Alianza Nueva.
En la parte inferior del icono, inmediatamente bajo la figura de Cristo, aparece el altar como símbolo de Cristo-víctima, que se ofrece en el ara de la cruz. Todo ello recoge simbólicamente el triple papel de Cristo en la Redención: Sacerdote, Víctima y Altar.
Sobre el altar los símbolos de los grandes misterios pascuales: Mantel blanco, como de mesa preparada para el alimento de la Iglesia; el pan consagrado, pan de vida eterna que sustituye al maná del desierto; y el cáliz con la sangre de la Nueva Alianza, el agua prometida a la samaritana y prenda de nuestra salvación.
Sobre el altar los símbolos de los grandes misterios pascuales: Mantel blanco, como de mesa preparada para el alimento de la Iglesia; el pan consagrado, pan de vida eterna que sustituye al maná del desierto; y el cáliz con la sangre de la Nueva Alianza, el agua prometida a la samaritana y prenda de nuestra salvación.
Hay otra presentación del icono de Cristo sumo sacerdotes. En ella, Cristo aparece tocado con la mitra semiesférica de los “grandes arzobispos” de la Iglesia Ortodoxa. Se debe a Simon Ouchakov esta original presentación, escrita alrededor de 1656.
3.-Los textos del AT.
3.1.- sacerdote y rey
Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, desde el seno, antes de la aurora». El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Sal 110, 1.3-4).
3.2.-El sacerdote anunciado
Junto al Salmo 110, con su clara profecía en torno a la naturaleza sacerdotal del Mesías, es necesario tener presente la clara afirmación en el Antiguo Testamento de que el Mesías salvaría a su pueblo mediante sus sufrimientos.
En este aspecto, se destacan sobre todas las otras profecías los poemas del Siervo de Yahvé
«Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas» (Is 42,1-4)
«Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido».
«Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”».(Is 49,7-9);
«El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se consumen como un vestido, los roe la polilla» (Is 50,4-9;
«¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. 8 Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron».(Is 53, 1-8).
4.-Los textos del NT
Junto con el salmo 110, los anteriores Cantos del Siervo del segundo Isaías, ejercieron fuerte influencia en la descripción que el Nuevo Testamento hace del mesianismo de Jesús. Hebreos no sólo remite al Salmo 110, subrayando su doctrina sobre el sacerdocio del Mesías, sino que recoge una ya larga tradición neotestamentaria de citas de este Salmo.
Así, como ejemplo de la conciencia que tras Pentecostés se tuvo de Jesucristo:
«Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45)
«Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin». (Lc 22,37)
Entonces él les dijo: « ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».(Lc 24,25-26)
«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3,13-18).
«Se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope... Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza». Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Contestó: « ¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?». E invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este: Como cordero fue llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, así no abre su boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá contar su descendencia? Pues su vida ha sido arrancada de la tierra. El eunuco preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?». Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús». (Hch 8,26-36)
«Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,3);
«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él». (2 Cor 5,21)
«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (Fil 2,7.)
La salvación del pueblo mediante los sufrimientos del Mesías incluye la afirmación de que su muerte es redentora en el sentido preciso de que es un sacrificio. Baste recordar las palabras de Jesús en laÚltima Cena, presentando su muerte como el sacrificio de la Nueva Alianza, ofrecido por El mismo para la remisión de los pecados:
«Tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20);
«Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». 25 Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». (1 Cor 11,23-25).
El hecho de que la muerte de Cristo haya sido entendida por Él mismo como sacrificio, implica la afirmación de que es sacerdote. En efecto, ofrecer el sacrificio es el acto propio del sacerdocio. Así pues, la afirmación del sacerdocio del Mesías no sólo se encuentra en aquellos lugares en que se le llama sacerdote, sino que se encuentra también, aunque en forma implícita, en sus actos o palabras (especialmente las afirmaciones sobre la necesidad de ofrecer su vida voluntariamente por todos los hombres) que conlleva el ejercicio del oficio sacerdotal.
5.- Los textos de la Tradición
Así, por ejemplo, S. Clemente Romano habla de Cristo como
«Jesucristo el Sumo Sacerdote de nuestras ofrendas, el guardián y ayudador en nuestras debilidades» (Epistola ad Corinthios, 36, 1)
y San Ignacio de Antioquía dice de él
«mejor es el Sumo Sacerdote al cual se encomienda el lugar santísimo; porque sólo a El son encomendadas las cosas escondidas de Dios» (Carta a los de Philadelfia, 9,1)
La doctrina patrística es un firme pilar en la revelación sobre el sacerdocio de Cristo. Es elocuente este texto de Gregorio de Nisa:
«Jesús es el gran Pontífice que sacrificó su propio cordero, es decir, su propio cuerpo, por el pecado del mundo (...) se anonadó a sí mismo en la forma de siervo y ofreció dones y sacrificio por nosotros. Este era el sacerdote conforme al orden de Melquisedec después de muchas generaciones» (Gregorio de Nisa, Contra Eunomio I)
Es conocida la oración de San Cirilo de Jerusalén:
«Rogamos a Dios por la paz en la Iglesia, por la tranquilidad del mundo..., y en general por todos los necesitados rogamos y ofrecemos esta víctima». (Cat.23, Myst.5)
De forma más solemne, el Concilio de Éfeso:
«La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra confesión [Hebr. 3, 1] y que por nosotros se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre [Eph. 5, 2]. Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema». (Concilio de Éfeso, Can. 10.)
Y el Concilio de Trento, precisamente para poner de relieve que la Misa es sacrificio, dice que Jesucristo,
«al mismo tiempo que se declaró sacerdote según el orden de Melchisedech, constituido para toda la eternidad, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del nuevo Testamento” (Trento, CAP. I. De la institución del sacrosanto sacrificio de la Misa).
Finalmente, el Papa Pio XII:
“El augusto sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, repite lo que una vez hizo en la cruz, ofreciéndose enteramente al Padre, víctima gratísima”. (Pío XII, Mediator Dei, 86)
6.-La fiesta
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés se celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, festividad que no aparece en el calendario de la Iglesia universal (como sí lo hacen las fiestas del Sagrado Corazón de Jesús o Jesucristo Rey del Universo), pero que se ha expandido por muchos países.
La celebración fue introducida en España en 1973 con la aprobación de la Sagrada Congregación para el Culto Divino. Asimismo, ésta contiene textos propios para la Santa Misa y el Oficio que fueron aprobados dos años antes.