Jean François Millet
Óleo sobre lienzo, de 55´5 cm x 66 cm. Compuesto entre 1859-1860
Realismo impresionista francés
Museo de Orsay (Paris)
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Sabina CUERVA MARTÍN
El Angelus es sin duda la obra maestra de Millet y pone de manifiesto su adhesión al Realismo. En la imagen, aparecen dos campesinos orando y dando gracias a Dios por la cosecha obtenida con el sudor y el esfuerzo de muchos días, o simplemente recitando la oración del mediodía a la que invitado la campana de la iglesia cercana (el Ángelus).
Jean François Millet era hijo de labradores. Se le educó en el catolicismo más estricto. Trabajaba en el campo para ayudar a la familia. En sus ratos libres le gustaba leer y dibujar. Cuando su padre se dio cuenta de su gran afición al dibujo, lo envió a Cherburgo donde comenzó a formarse.
Millet fue uno de los máximos representantes de la escuela de Barbizon. A esta Escuela pertenecieron un grupo de pintores franceses que trabajaron cerca del pueblo de Barbizon, próximo al bosque de Fontainebleau (noroeste de Francia) aproximadamente entre 1845 y 1870. En torno a este enclave rural de gran belleza natural se reunieron, encabezados por Théodore Rousseau, unos pintores interesados fundamentalmente por representar la realidad sin procurar embellecerla ni modificarla.
Los barbizonniers, buscaban conscientemente alejarse de la creciente confusión y alboroto de las ciudades, huyendo de las falsas promesas del progreso tecnológico y del encorsetamiento a que sometía la Academia de Bellas Artes a los artistas.
Millet es el mejor intérprete de de la vida campesina y de lo que ésta trae consigo: hambre, miseria...; convivió siempre con ellos sufriendo sus mismas condiciones. Se caracteriza por la pintura de escenas de trabajo en el campo; la labor de hombres que, ajenos a las nuevas ideas políticas, crean y oran, bendicen la tarea diaria. Son gentes sencillas que aman lo que hacen, aunque sea duro y aciertan a darle un sentido de oración.
En 1848, año del Manifiesto comunista y de las grandes luchas obreras, Millet expuso un cuadro con un campesino trabajando; la ética y la religiosidad del trabajo rural serán siempre los temas dominantes en su obra. Por primera vez un trabajador es presentado como protagonista de la representación, como héroe moral y cristiano. Sin embargo, la elección de Millet es ambigua: ¿por qué los campesinos y no los obreros de las fábricas, cuya miseria era aún más negra?
Porque el obrero ya es un ser desarraigado de su ambiente natural, tragado por el sistema, perdido; el campesino está ligado a la tierra, a la naturaleza, a las formas de trabajo y de vida tradicionales, a la moral y a la religión de sus padres.
Más tarde, en 1859, El Ángelus le reportó la fama y la fortuna que no había logrado con sus obras anteriores, y ello le supuso salir por primera vez de la pobreza. Esta obra, sin embargo, lo encasilló como un pintor de efectismo sentimentalista, lo cual perjudicó su imagen hasta fechas recientes.
El mismo autor dice de esta pintura: "Es un cuadro que hice pensando en cómo mi abuela, cuando trabajábamos en el campo, al oír la campana de la iglesia, nos hacía parar nuestro trabajo para rezar el Ángelus en memoria de nuestros muertos, muy piadosamente con el sombrero entre las manos". Así es, han sonado las doce y los hombres buenos y pacientes han detenido sus trabajos para reclinar sus cabezas y rezar el Ángelus.
E
sta obra provocará una gran influencia en Dalí y Van Gogh.
Sin duda, tema central es la oración de esos campesinos, la ejemplificación de la fe de las gentes sencillas y trabajadoras y, en cierto modo, el ofrecimiento de su trabajo a Dios.
En su afán de copiar fielmente la naturaleza, por humilde y banal que resultase, y sin idealización alguna, los artistas de Barbizon salían del taller y ejecutaban la mayor parte de la obra al aire libre, au plein air, sin apenas retoques posteriores en el estudio. Este método, que potencia la captación de lo fugaz e inmediato, fue adoptado y difundido por los impresionistas.
Estos artistas excluían de sus obras la idealización y cualquier otro elemento de abstracción intelectual o mística. Mantienen un estilo realista, pero de entonación ligeramente romántica, que se caracteriza por su especialización casi en exclusiva en el paisaje y su estudio directo del natural. Lo que les llevó a considerar con el máximo interés la importancia de la luz, y a reconocer el papel que juega la atmósfera que rodea a los objetos en la plasmación de los colores.
Renunciaron a la estampa pintoresca de la vida campestre y se lanzaron a analizar de un modo casi escrupuloso la Naturaleza. Esta observación de lo natural produce efectos sentimentales en el alma del pintor, por lo que sus paisajes adquieren una calidad dramática bastante perceptible.
Millet fue más allá de la idea original, buscó la manera de conciliar al ser humano con la naturaleza, abriendo un nuevo camino en la representación de la vida incluyendo figuras en sus paisajes, como estampas de la vida campesina y de su trabajo en el campo. Con una visión reverente de la naturaleza transformó a estas personas en símbolos cristianos. La obra revela que –para el autor- era más importante el hombre que el escenario natural.
El hombre ocuparía, pues, en sus cuadros un papel principal, de acuerdo con su expresado parecer: "Al pintar un cuadro, ya sea una casa, un bosque, el océano o el cielo, es necesario pensar siempre en la presencia del hombre".
“En todo lo que pintáis, un campo, una casa, el cielo, pensad siempre en el hombre que lo cuida y admira, en el placer o el sufrimiento que le procura, y entonces percibiréis que su trabajo está ligado con su familia, con sus ocupaciones y con el vivir de la sociedad entera. Sobre todo si el personaje que sintetiza toda su humanidad es un campesino”… “Campesino nací, campesino moriré, pegado a la tierra sin separarme de ella con mis zuecos”.
El lienzo tiene grandes proporciones. Aparecen dos personajes monumentales, al pie de ellos aparecen elementos de labor.
Pero, ¿qué es lo que pinta en definitiva el autor? Una oración, un momento de oración inserto en la vida natural y campesina: el Angelus.
Esta oración a distintas horas del día fue introducida en la Iglesia en épocas diversas. Devoción de origen franciscano, que para el Diccionario de la Real Academia Española es «Oración en honor del misterio de la Encarnación», hace una síntesis admirable del mismo, de las personas que intervienen en tan gran acontecimiento y de la misión o actitud de cada una de ellas, con palabras tomadas del mismo Evangelio.
La referencia evangélica es clara. San Lucas refiere que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Luego añadió: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le aclaró: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Días después, María fue a casa de Zacarías y saludó a Isabel, la cual exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (cf. Lc 1,26ss). A modo de conclusión, San Juan añade en el prólogo de su Evangelio: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
El hombre y la mujer agachan piadosamente las cabezas, agarrando él su sombrero y llevando ella sus manos al pecho. A sus pies contemplamos la cesta con los frutos y el apero de labor.
Los personajes están envejecidos y sumisos ante su destino, sus ropas están agujereadas. Quiere mostrar la dignidad del campesino a pesar de su pobreza con ello aparecen un tanto idealizados.
Así, pese a estar frente a una imagen sobre la que se presupone que instantes antes se ha desarrollado un duro trabajo, destaca la serenidad de la escena y sus personajes, que humildemente aceptan su destino, descubren en el campo un amigo, y notan en él la presencia de Dios. Se percibe así, entonces, el alivio del campesino.
Millet adora la penumbra y eso se puede ver en este lienzo: la escena se desarrolla al atardecer, quedando las dos figuras en zonas de luz y sombra, en un contraste lumínico de gran belleza. Su pincelada es firme y segura al igual que el dibujo, emplea colores suaves para el campo y más oscuros para los personajes, reflejando las vestimentas de los campesinos a la perfección.
El clima rezuma, pues, cierta melancolía, provocada por el contraluz suave que utiliza y por la opacidad de los colores. Ha colocado alta la línea de horizonte, lo que contribuye a la monumentalización de las figuras que aparecen próximas a nosotros.
Destaca en su puesta de sol una puerta abierta a la esperanza: su paisaje se ha transformado ya por la honradez trabajadora de los campesinos.
La obra de Millet nos llama a ser realistas con respecto a la vida que nos toca vivir. Hay una realidad, no una huida en el espacio o tiempo; y esta realidad puede ser más amable.
¡Q
ué importante es esta invitación a asumir la verdad y a dotarla de su mejor sentido!
Por otra parte, emociona el rostro sereno de los protagonistas, que evidencia el fervor y el recogimiento propio de la oración sincera que sale del corazón. Introduce, pues, a una honda oración de aceptación del destino y de confianza en Dios, al modo como lo hace la Virgen en el Ángelus.
Millet no se interesa ni por la clase social de los campesinos, ni por sus características, sino por la figura simbólica del campesino y sus gestos en cuanto trabajador. Concede un valor semejante al trabajo y a la oración, del mismo modo que se lo concede al contacto laborioso con la naturaleza.
La tierra y el hombre pueden hermanarse, y se hermanan, desde luego, en la fe. No deberíamos olvidar nuestras raíces campesinas (como las de Jesús)…Todo el universo campesino y de labor entra en el espacio divino; la dura condición del hombre (que es nuestra vida de trabajo) va a redimirse y ya ahora tiene un profundo sentido de transformación. La esperanza surge en el horizonte de nuestras vidas concebidas de este modo.
A la vez, el cuadro sugiere a nuestro espíritu otro mensaje: más allá de la pobreza y de la lucha queda a salvo la infinita dignidad del hombre, su serena grandeza, amasada precisamente en la fe.
T
odo esto significa que la pintura que contemplamos nos inserta en una tradición pura y amable del Cristianismo.
P
odemos, por tanto, hacer esta oración junto a LAS GENTES DEL CAMPO: