El Greco
Óleo sobre lienzo de 102 x 84 cm. Compuesto en 1600
Manierismo con reminiscencias bizantinas.
Hospital de Tavera (Toledo).
Otras versiones posteriores: Catedral de Toledo (óleo sobre lienzo 100 x 96 cm.) 1603-1607, y National Gallery de Oslo (óleo sobre lienzo 102 x 80 cm.)…
____________________________________ Laura ROMERO SÁNCHEZ
El Greco pintó “Las lagrimas de San Pedro” no menos de cinco veces durante su vida. En las versiones que hay en Oslo y en la Catedral de Toledo muchos elementos son similares a las interpretaciones más tempranas, pero hay algunas diferencias con respecto a la del Hospital de Tavera (que contemplamos aquí). En todas estas incluyó el atributo de San Pedro, las llaves.
El título del cuadro corresponde perfectamente a su contenido. Juan y Lucas atestiguan que Pedro, en la noche de la Pasión, negó tres veces conocer a Jesús; entonces cantó el gallo de la madrugada, y dice el evangelista que “saliendo afuera lloró amargamente” (Lc 22, 54 ss; Jn 18,25 ss).
Es indudable que el Greco, creyente en la Iglesia, identificaba al Papa con la figura de San Pedro, y que él , residente en Italia tantos años, conocía muy bien el ambiente palaciego y mundano de aquella jerárquica eclesiástica romana que apenas salía del Renacimiento. Probablemente, como cristiano procedente de Oriente, aquella situación le dolía (como le duele claramente al Papa Francisco) y hacía suyo el espíritu reformista de Trento… Es posible que haya que situar así la razón de esta iconografía-
Para algunos historiadores del arte, este tema en el que San Pedro aparece llorando era inédito; es original del Greco, ya que anteriormente no se había realizado ninguna pintura siquiera semejante
El contraste entre luz y sombra, claro y oscuro, ayudan a la elaboración de la superficie de la pintura. Rostro, brazos y manos y manto -de un amarillo esperanzador-, todos ellos iluminados, destacan sobre un negro totalmente en sombra.
Esta creación grequiana es una consecuencia temática contrarreformista: la Iglesia, representada en Pedro, no ha sido fiel a su Señor en muchas ocasiones (concretamente en la época del Renacimiento italiano) y debe llorar su pecado. El cuadro recoge el momento en el que se cumple la profecía dicha por Jesús a Pedro: ”Esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces” (Mt 26, 34). Realmente caen lágrimas del rostro arrepentido de San Pedro tras haber negado a Cristo en tres ocasiones.
El cuadro tiene -como fundamento teológico- dos elementos, consecuencia del arrepentimiento de Pedro: el hecho de que por el arrepentimiento son perdonados sus pecados y, a la vez, el impulso del creyente hacia el sacramento de la confesión (tema importante en el Concilio de Trento).
Podríamos detenernos –para analizar el cuadro- en la visión de tres perspectivas: el rostro de San Pedro, su cuerpo y el ángel junto a María Magdalena.
La primera versión de este tema (1580-1586) fue el cuadro hoy conservado en el Bowes Museum; y si se compara esta obra con la del Hospital de Tavera, pintada hacia 1605, se observan algunas variaciones: unas, iconográficas, como que el Santo lleve aquí bien visibles las llaves de la iglesia; otras, formales, como un mayor alargamiento de la figura y una insistencia en la musculatura del cuello y brazos que hace mayor el contraste entre este cuerpo humano y la fuerza del espíritu que, en su arrepentimiento le hace elevar los ojos al cielo. Por lo demás, es una composición que se repite en sus aspectos esenciales: las rocas, la vegetación, la actitud orante, la Magdalena al fondo, el contraste de tonalidades (amarillo y azul sobre oscuro y negro).
San Pedro está representado como un anciano de barba blanca y aspecto muy grato, melancólica figura de medio cuerpo, envuelto en un manto, el dolorido rostro mirando al cielo.
Se sitúa, en todas las versiones de la obra, en primer plano, a la entrada de una cueva con alguna vegetación pobre, lo cual acentúa el carácter agreste y retirado de una naturaleza no colonizada por el hombre, un lugar de soledad donde el discípulo rememora las palabras de Jesús, se encuentra a sí mismo y eleva los ojos al cielo suplicando el perdón divino con las manos a la altura del pecho en actitud orante. Implora perdón por sus pecados y cuelga las llaves de su manto, en alusión a la fundación de la Iglesia y a que él lleva consigo a la Iglesia en esa actitud suya.
Viste túnica azul y manto amarillo; es una figura amplia, cuya anatomía firme queda oculta tras los pesados y plegados ropajes (lo que no deja de tener un carácter simbólico eclesial). La factura es rápida, recurre a la luz y al color como elementos modeladores de la composición.
P
edro está atormentado por las serpientes del dolor y el remordimiento. “En ningún otro animal hay lagrimas sino en el hombre”.
En esta versión de Toledo todavía en el fondo izquierdo se dibujan imágenes de pesadilla : algo así como el cráneo de un ave rapaz y la corona de espinas que pesan sobre la conciencia del discípulo.
Las lágrimas de Pedro no manifiestan fraude ni aparentan dolor no sentido; como tampoco lo hubo en la Magdalena. Expresan una desgracia interior y evocan hondas emociones del alma. Al mismo tiempo los tonos amarillo y azul de sus ropajes nos dan esa esperanza y sinceridad con la que Pedro se muestra elevando sus ojos al cielo, sabiendo lo que ha hecho, reconociéndose pecador y esperando el perdón y la misericordia. Pedro no se esconde. Según San Juan Crisóstomo (cuyas oraciones figuraban entre los volúmenes de la biblioteca particular del Greco), el pecado de la triple negación tenia que recordar la importancia de la penitencia y del perdón de Dios.
Al fondo, a nuestra izquierda (en la versión del Hospital de Tavera), unas figuras un tanto confusas a primera vista representan el sepulcro vacío de Cristo, con un ángel guardándole, mientras Maria Magdalena se aleja, en dirección a San Pedro, después de la resurrección de Cristo.
Allí, en lontananza y de pie, un ángel vestido de blanco con las alas extendidas sentado encima de la piedra del sepulcro, en medio una clara explosión luminosa, que inunda el camino por donde se acerca la mujer que se dirige hacia el Santo desde el fondo del cuadro… Es evidente la alusión al texto evangélico.
“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana Maria magdalena y la otra Maria fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajo del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante el, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: vosotras no temáis, pues se que buscáis a Jesús, el crucificado; no esta aquí, ha resucitado, como lo había dicho”. partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, corrieron a dar la noticia a sus discípulos (Mt 28,1-8).
O en el Evangelio de Juan (20,2): “Cuando Maria Magdalena vio quitada la piedra del sepulcro corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: han tomado al señor del monumento y no sabemos donde lo han puesto” .
En un juego de luz desbordante se muestra la tumba de Cristo abierta, y un ángel. Es sorprendente que el pintor transcienda el momento de la negación y arrepentimiento de Pedro, situando ya el testimonio de la Resurrección de Jesús; como si la fuerza del dolor del discípulo viniera precisamente del espíritu –invisible- de Jesús resucitado, el mismo que hace correr de gozo a las mujeres.
En primer lugar, la figura frontal de San Pedro nos sacude con un gesto edificante y su pesadumbre; ante él no se sostiene el prejuicio de que las lágrimas son agua en la fragua. (Siempre interesa el valor interno de aquellos seres elocuentes que nos dejan entrever el claroscuro de sus vivencias más íntimas).
Ojos arrepentidos, con manos orantes, miran al cielo suplicando el perdón; sobre un trasfondo u horizonte de la vida solitario y recoleto, incluso amenazador (como el del cuadro). El Greco pretende no eludir la gravedad del momento; y no distorsiona la hondura del instante y del gesto conmovedor que habla con las lágrimas retenidas en las pupilas, con los surcos de los lacrimales y con las manos cruzadas bañadas de luz junto al pecho, observando de esta manera aquel consejo ignaciano: "cada vez que peques, llévate la mano al pecho y llora tu caída".
En este sentido el cuadro se nos hace profundamente revelador: no es frecuente asistir al dolor íntimo de un hombre sobre su propio pecado. Saber del llanto de Pedro es una gracia.
Las lágrimas de San Pedro llaman también a las nuestras. No es él sólo quien ha pecado de infidelidad a pesar de su fe. Somos cada uno quienes negamos tres veces (es decir, una densidad completa de veces) al Señor, a su Evangelio.
Y
es la Iglesia entera quien lo niega también tres veces.
¡Hay tanta infidelidad en nuestra existencia de creyentes!..., tanto miedo y cobardía, tanta incoherencia. No cabe más que el llanto sostenido.
Y , gracias a Dios, el llanto existe también en nosotros y en la Iglesia. Es –y debiera ser siempre- la función espiritual clara y reparadora en la fe cristiana: mientras haya un llanto como el de Pedro, que brota del corazón y lo anega, habrá esperanza. Y el llanto existe porque Jesús está cerca y alienta hacia la Resurrección. Un llanto abierto, pues, a la esperanza que da el sepulcro vacío y el anuncio de María Magdalena al discípulo: “El Señor vive”.
E
n mis labios surge –como si fuera Pedro- el verso orante: