38    ORACIÓN EN EL HUERTO .

Francisco Goya y Lucientes
Óleo sobre lienzo, de 47 x 35 cm. Compuesto en 1819
Neoclasicismo
En Madrid, Pinacoteca de las Escuelas Pías. Madrid.
____________________________________ Antonio APARISI LAPORTA

 
Cristo en el monte de los Olivos, II.     Beethoven

Aproximación a la obra

Recién acabada la Guerra de la Independencia (1808-1814) Goya se halla sumido en un mundo personal de dolor. Se encuentra enfermo y deprimido, totalmente sordo, en amarga soledad y frustración en medio de una ciudad –Madrid- abandonada a su suerte absolutista; en un país que ama y que se precipita a un caos, sometido a la política de un rey inepto, cruel y sin perspectiva social alguna.

Goya liberal y creyente (que presentó para su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes el magnífico cuadro de Jesús crucificado), autor de decorados de la Santa Cueva de Cádiz, del Pilar y Cartuja de Aula Dei de Zaragoza, de la ermita de San Antonio de la Florida de Madrid, de la catedral de Valencia,… va a sorprender ahora (¡precisamente en esos momentos!) con su regalo de dos cuadros considerados como cumbres del arte religioso del siglo XIX: La última Comunión de San José de Calasanz y La oración de Jesús en el Huerto de .

El último, envuelto por él en un papel de periódico, fue su obsequio de despedida (antes de partir para Francia) a los religiosos escolapios amigos del colegio de San Antón, de Madrid (en la calle Hortaleza). Acompañaba a la entrega del otro mucho mayor que iba a presidir la iglesia de ese centro

Comprensión y conocimiento de la obra

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Después de la cena en Jerusalén Jesús se fue con los discípulos a un huerto de olivos, a las afueras de la ciudad, al otro lado del torrente Cedrón, donde solía retirarse a orar en las noches primaverales de la ciudad. Pero ninguna noche tan oscura como la de esa vez, tan tenebrosa.

Estamos ante un apunte al óleo de pequeño tamaño (más que ante una gran obra), pero en presencia de una de las muestras técnicamente más reveladoras del procedimiento pictórico del maestro aragonés.

Desde el punto de vista temático, pocas “Oraciones del Huerto” recogen con tanta fidelidad el indudable hecho histórico de aquella oración de Jesús en vela momentos antes de su prendimiendo y pasión, la angustia del Señor en aquella hora trascrita por los cuatro evangelios y la carta a los Hebreos, pero sobre todo por Lucas (Lc.22, 39-46): “sumido en angustia, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”. No podemos olvidar que Goya es un pintor absolutamente realista, que plasma aquello de lo que él mismo es testigo aunque lo reinterprete (adelantándose a los impresionistas del siglo XX).

¿Q 
ué fue ese trance tan terrible para Jesús que toda la tradición cristiana tuvo que hacerse eco de él, sobrecogida?

El Maestro, por el camino, había continuado abriendo su alma a los amigos, pero nadie podía acompañarle en tanta soledad; más tarde adivinarían lo que vivió en ese trance.


l artista lo intenta también.

El cuadro, casi un boceto, pretende adivinar lo que quiere decir Lucas –“Si es posible aparta de mí este cáliz”… Todo es negro en la pintura, porque todo es negro alrededor del Señor. Y esa negrura se adentra también en su cuerpo, a pesar de la tenue luz del ángel que, en realidad, no hace sino acompañar el cáliz amargo que le es preciso apurar.

El miedo, el terror del fracaso y de la tortura infinita próxima, la muerte cruelmente injusta, el final precipitado de tres años de entrega, la sensación de abandono incomprensible –“Padre, ¿por qué me has abandonado?”- … Todo lo que está padeciendo Jesús es lo que intenta representar el pintor en una pincelada rápida, breve, sin concesiones decorativas; buscando únicamente la verdad desnuda, una verdad que significa mucho en esa etapa durísima de la vida del autor.

La técnica pictórica le sirve para un expresionismo exaltado (distinto del que emplea en las fantasías negras de sus delirios, porque aquí está tratando de un hecho histórico contundente).

El cuadro no tiene planos diversos ni figuras secundarias. Están solos Jesús y el enviado del Padre: su propia conciencia fiel (“mi alimento es hacer la voluntad del Padre”). Pero la figura del Maestro tiene una inmensa (inmedida e inmedible) elocuencia. Parecida a la del ajusticiado principal en Los fusilamientos del 3 de mayo, o a la figura central de La carga de los Mamelucos, con una enorme semejanza entre las tres (como si se quisiera identificar a Jesús con todos los ajusticiados de la humanidad)... Habría que ver juntos estos tres cuadros para penetrar mejor en el alcance universal que tiene la oración de Jesús, y que el artista intenta señalar.

El rostro desencajado del Señor, la mirada de súplica desolada y de acuerdo interior, los brazos y las manos, el torso curvado por el peso tremendo, el blanco fantasmagórico del vestido con sombras, la oscuridad absoluta que lo contorna, todo ello expresa en la obra el misterio de dolor del inocente, señalado por los textos mencionados. Es una exégesis perfecta de ellos.

El ángel suave, juvenil, impotente para cambiar el signo de la escena, aporta, sin embargo, una lejana esperanza acentuada por el dorado del cáliz. Goya ha querido mantener esta iconografía clásica. Pero los pálidos haces de luz que lo acompañan no llegan a bañar a Jesús, se pierden antes de acercarse a él, no pueden despejar las tinieblas protagonistas de esa noche. No hay más apoyo que la desnudez de la fe. La simbología mantiene, pues, la coherencia con el acontecimiento que se contempla: nada puede evitar el abatimiento que experimenta el Señor.

La aparente sencillez de la pintura no nos permite añadir mucho más al análisis de esta impresionante obra emblemática de la creación goyesca.

Contemplación y oración sobre la obra

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Sería una equivocación -al contemplar el cuadro- pensar sólo en la desolación del Señor o del mundo como algo ajeno a nuestro protagonismo. O sentirse representado uno mismo como sufriente. De alguna forma cada uno de nosotros es también cómplice de la angustia que la humanidad padece, asumida ciertamente por Jesús en esa hora. Porque todos contribuimos con la pasividad y la indiferencia al terrible desafuero de la muerte del justo y del fracaso de la verdad en el mundo.

Goya, asumiendo la mística de la literatura barroca, nos invita no sólo a tener la más honda compasión de Jesús en esa hora, -padecer con él algo de lo que él padece y porque él lo padece-, sino también a sentirnos artífices de su dolor y de su soledad en medio de la historia humana que es la nuestra. Porque todos contribuimos a esta amarga oración de soledad en Getsemaní, prefiriendo el sueño acobardado, la huida interior al desapego y al olvido, el silencio vergonzoso al acatamiento de los sistemas que enturbian o pudren su mensaje de vida.


or un momento me siento identificado con Judas:

“Yo fui. Mirad. Miradme bien.
Su pan, su luz, su corazón abierto;
pero treinta monedas son un huerto…”

(Julio Mariscal Montes)


,fijos mis ojos en el oscuro cuadro, recito despacio el poema del poeta andaluz Felipe Molina Verdejo.

En la quebrada sombra del olivo,
aquella noche Tú, Cristo hortelano,
Hombre de sangre, de sudor y miedo,
me pareciste, como nunca, humano.

Asomaba a tus ojos la tristeza
sin lágrimas del héroe derrotado,
temeroso del cáliz que aproximan
a la sed infinita de sus labios.

Ya no estabas erguido ni radiante,
ni hacedor de venturas y milagros,
sino en la tierra, confundido y roto
con nuestra misma oscuridad de barro.

Sin ángeles, sin hombres que aliviaran
tu amarga soledad, tu desamparo,
la voluntad, empero, sujetaste
al supremo designio de tus pasos.

Y el aire se incenció, rompió el silencio
un grito universal. Y estupefactos,
contemplan nuestros ojos, desde entonces,
la grandeza de Dios arrodillado.

Cristo en Getsemaní
(Felipe Molina Verdejo)

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