40    El EXPOLIO DE CRISTO .

El Greco
Óleo sobre lienzo, de 285 cm. X 173 cm. Compuesto entre 1577 y 1579
Manierismo.
En la Catedral de Toledo
____________________________________ Anabel HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ

 
Miserere Mei Deus,   por el Kings College Choir, Cambridge. Allegri

Aproximación a la obra

Al poco tiempo de llegar El Greco a Toledo, en 1577, mientras espera la respuesta de Felipe II con respecto a su aspiración de colaborar en la decoración del recién construido Monasterio de El Escorial. recibe dos encargos de importancia: la decoración de los retablos de la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo y el Expolio de Cristo para la catedral toledana.

Existe una copia del cuadro en la “Alte Pinakothek” Munich.

Resulta extraño considerar que un artista recién llegado obtuviera encargos de tal nivel, pero a su favor estaba el deán de la catedral de Toledo, Don Diego de Castilla, cuyo hijo había conocido a Doménikos (nombre de pila de El Greco) hacía algunos años en Roma. Va a ejecutar a la vez ambos trabajos, finalizándolos dos años más tarde.

El destino de “El Expolio de Cristo” era decorar el vestuario de los canónigos, donde los clérigos se colocan las ropas adecuadas para celebrar la liturgia.

El lienzo está inspirado en las “Meditaciones de la Pasión”, de San Buenaventura y representa el episodio en que Cristo es desnudado en el Calvario por una multitud en la que también participan los soldados.

Este tema es muy extraño en la iconografía occidental, por lo que tomó diferentes referencias evangélicas de la Pasión de Jesús que pudieran servirle de inspiración; en concreto: “el prendimiento” y “los escarnios”.

Las influencias de esta obra proceden en su mayoría del arte bizantino porque, al no existir muchos modelos occidentales, echó mano de precedentes orientales. La falta de espacio, el grupo de las Marías o la figura de Cristo con la barba bífida, rodeado de tres filas de cabezas es ejemplo de ello.

Realizada la entrega de la obra, el cuadro no gustó a los canónigos por las novedades que incorporaba, como el hecho de que las cabezas del populacho apareciesen por encima de la imagen del Salvador, por lo que ordenaron que los borrase. El autor se negó, molesto porque sus honorarios habían sido rebajados desde 9900 reales que pidió a 3650 que le fueron pagados; si bien la obra no fue finalmente retocada.

Esta pintura le trajo, pues, el primero de los muchos conflictos que el Greco tendría con la ortodoxia de la Iglesia católica al utilizar una fuente distinta a la romana para la iconografía.

    

Comprensión y conocimiento de la obra

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En cuanto al conjunto

La composición se realiza en torno a la figura de Cristo, la única que resulta visible en su integridad y que parece describir una invisible almendra mística que nos remitiría a las pinturas y relieves de la época gótica.

También emplea elementos manieristas: el hecho de situar personajes de espaldas; o la organización compositiva; otros tomados de Miguel Ángel, como la amplitud escultórica de las figuras, marcando su anatomía; y, en fin, de la escuela veneciana, el color y el dramatismo de la imagen, sello indiscutible de Tintoretto.

El estudio cromático es perfecto, emplea la mancha roja del sudario de Cristo para llamar la atención y equilibrándola con dos manchas amarillas a derecha e izquierda. Se ha defendido que los lienzos del cretense son obras que él sigue pintando con su color hiriente (él siempre defendió que el color revestía mayores dificultades que el dibujo) y están vivos, como en gestación inconclusa.

Estaba justificado que el Greco aspirase a convertirse en un apasionado intérprete de la liberación del color: tonos terrosos en las cabezas, gris metalizado en la armadura del soldado renacentista donde se refleja el rojo de la túnica, verde sombrío del traje del verdugo, amarillo del chaleco del barrenero en contraste con el blanco de su vestido, la conjunción del azul, amarillo y tonos violáceos en las tres Marías, el rojo llameante de la túnica, el semblante iluminado frente a las caras sombrías del entorno...

La totalidad del espacio la llenan las figuras, con la simetría y la posición frontal de los iconos bizantinos, y, a la vez, la acción misma del suceso. La naturaleza se asoma únicamente en el cielo nubloso a través de las lanzas y cimeras y en el escaso palmo de tierra que pisa la figura central. El conjunto está –todo él- concentrado en el protagonismo del momento.

Se produce en la obra una intelectualización del espacio que gira inquieto en torno al fogonazo rojo carmín de la túnica, que nos atrae como un imán y guía a nuestra mirada hacia el gesto delicado de las manos y hacia su mirada.


especto a la disposición de las figuras en el conjunto (éste es un cuadro de figuras) conviene observar los siguientes aspectos:

- El abigarramiento de las figuras característica destacable de la composición, suprimiéndose toda referencia a la naturaleza e incluso al suelo. La única referencia al mundo real se halla en el exiguo trozo de tierra y piedras donde Cristo coloca su pie.

- La disposición armónica de figuras abigarradas en grupo, con valientes escorzos y rostros de expresividad variopinta; el volumen compacto de miradas y brazos apuntan al eje que es Cristo, sereno y casi al margen de la situación exterior; las cabezas forman un semicírculo que visto desde arriba recuerda la forma de un ábside cubriendo al altar.

- Un recurso manierista casi impensable en pleno Renacimiento: la inclusión de figuras cortadas, la doble perspectiva representada en las tres Marías ante los preparativos del suplicio (vistas desde arriba frente al grupo central representado en visión frontal) , que parecen caminar en relieve hacia el espectador. Todo ello bien compenetrado.

- Abundantes escorzos, como el tratamiento audaz del sayón barrenero o el brazo que parece salirse del cuadro; todo un propósito de llamar la atención y reclamar la mirada.

En cuanto a las figuras

La figura de Jesús, eje y centro del cuadro.

El cretense elige como tema el momento previo a la crucifixión, en el que Cristo es despojado de su túnica roja, símbolo del martirio. Un Cristo en el centro de la escena ofreciéndose sereno al Padre en acto de sacrificio total. Está esposado con una soga, rodeado de sayones que se disponen a quitarle su túnica y tiran de su muñeca, cuya mano se apoya sobre el pecho mientras el tumulto de gente lo empuja hacia nosotros, obligándonos a participar del momento.

El rostro de Jesús está cargado de dramatismo, especialmente los ojos. Estos ojos del Señor constituyen, sin duda, el corazón de la obra y de su mensaje creyente. El Greco plasma otra vez una mirada de absoluta trascendencia: Jesús es aquí el único que mira hacia lo alto, irradiando infinita hondura, bondad y paz… El amplio cuello y la postura de los dos dedos juntos serán características típicas de la mayor parte de las figuras del Greco. Impresiona la profundidad expresiva del rostro de Jesús; le vemos desde abajo mientras Él mira hacia el cielo con palidez y resignación en sus grandes ojos brillantes. Con una mirada de cristal que habla; el murmullo de su oración ha quedado recogido sin que se apague nunca, al acecho de cualquier mirada.

Brilla claramente el contraste entre la violencia asfixiante de quienes lo rodean y su mano apoyada en el pecho y la mirada serena; en los grandes ojos azules de Cristo se alían la dulzura y el triunfo sobre tanta violencia. Dialéctica colorista entre el ardiente rubí de la túnica y las frías tonalidades (gris, ocre, violeta...) que gravitan sobre ella.

Las demás figuras

En la parte inferior derecha un sayón hace agujeros en el madero de la cruz, creando un escorzo típicamente manierista. Y a la izquierda, en primer plano, aparecen tres mujeres: delante, María Magdalena, detrás de ella la Virgen, y otra María. Sorprende la enorme discreción de la Madre. Las tres forman una diagonal en armonía con la que forma el madero de la cruz, cerrando la composición en torno a la figura de Cristo. Éstas contemplan asustadas el madero donde se está preparando el clavo que va a taladrar los pies. Son el único elemento (las únicas personas) que abren el espacio pictórico y en las que puede descansar.

A la derecha de Jesús (e izquierda del cuadro) contemplamos una extraña figura con armadura renacentista que se cree podría ser el soldado Longinos (de la primitiva tradición romano cristiana). El rojo de la túnica de Jesús que se refleja en su coraza, es un rasgo de anticipo del Barroco que pone de manifiesto la modernidad del cuadro junto al uso del claroscuro y el abigarramiento de las figuras.

Tras la figura de Cristo se encuentra la muchedumbre, formada por rostros grotescos que recuerdan a la pintura flamenca. (Recordemos que las medidas que toma el Greco son cuerpos del tamaño de trece cabezas de sus personajes).

Las picas y lanzas completan esa zona del fondo, en la que destaca un personaje con gorra y golilla que señala al espectador y sobre quien se ha dicho desde que representara a uno de los sacerdotes que acusaban a Jesús hasta que fuera un simple espectador que refuerza la intemporalidad del asunto.

Contemplación y oración sobre la obra

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Pocas obras como esta nos acercan tanto a la contemplación de Jesús… Habría que verla, sin embargo, teniendo al lado las versiones grecquianas de Jesús abrazado a la cruz. En esos dos momentos el Señor (pintado por el cristiano Doménico) expresa lo que es esencial en su vida: la identificación con el deseo de Dios Padre sobre la humanidad y sobre el mundo: “Mi comida es hacer la voluntad del Padre”, “El Padre y yo somos una misma cosa”, “Hágase conforme a tu voluntad”… Esta es su decisión fiel incluso en los momentos más trágicos. Pero éste es también el mensaje más fuerte que puede darse al hombre –al creyente-, tan dueño y señor de su voluntad al margen de cualquier deseo divino…

La realidad de la que habla el pintor (a los clérigos que se revisten en la sacristía de la catedral) es ésta: estamos haciendo la historia al margen total de Jesús, del plan de Dios (un plan que coincide precisamente con la felicidad y la plena realización humanas), y hacemos pagar con el expolio de todo a quien se atreve a defender el honor de Dios y de la persona juntos. Hay un clima de ahogo sobre el Señor en el mundo.

Esto es lo que estamos mirando en el Jesús del cuadro y en los personajes que lo envuelven y asfixian. Es una mirada de tremenda consternación que nos deja sobrecogidos.

Entramos en el estrecho espacio, al lado de las tres Marías, sabiendo que el mundo que oprime al Señor nos va a oprimir también a nosotros si queremos seguir a Cristo Jesús.


pesar de esto intentamos humildemente unirnos a Él.


irando fijamente a este Jesús del Expolio recito los versos de Juan Ramón:

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia
; que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.

Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.

La trasparencia
(Juan Ramón Jiménez )

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