35    LA ÚLTIMA CENA .

Salvador Dalí
Óleo sobre lienzo , de 167 x 268 cm. Compuesto en 1955
Surrealismo
En la Nacional Galery de Washington D.C.
____________________________________ Ana Belén GARCIA NAVEROS

 
Preludio,   de "Parsifal". Richard Wagner

Aproximación a la obra

El cuadro objeto de nuestro estudio fue realizado por Salvador Dalí en Port Lligat, su tierra íntima, en 1955, hacia el final de lo que se ha considerado como su etapa mística, cercana al clasicismo y de honda inspiración religioso cristiana. A primera vista es una representación surrealista de la famosa Última Cena de Leonardo da Vinci. Es decir, se trata de una obra dentro del más puro surrealismo, con un resultado excepcional.

El surrealismo es un movimiento literario y artístico (cuyo primer manifiesto fue realizado por André Bretón en 1924) que intenta sobrepasar lo real impulsando con automatismo psíquico lo imaginario y lo irracional.

En dicha corriente artística encontramos a Salvador Dalí y a esta obra -“La Última Cena”-, junto con otras referidas a Jesucristo y a la Virgen; todas ellas sorprendentemente expresivas de un avanzado conocimiento teológico e incluso bíblico, según el cual queda superada la visión meramente historicista de los hechos. Es evidente que el autor (que pintó estos lienzos por propio recreo) atravesaba un momento de gran interés religioso personal que le situaba más allá de sus propias excentricidades.

Comprensión y conocimiento de la obra

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La Última Cena de Jesús con sus apóstoles es uno de los acontecimientos más relevantes de la historia. Expresa, sin duda, la comunión entre toda la humanidad, y, a la vez, la comunión de la humanidad con Dios y de éste con ella. En esa hora Jesús anuncia también su nueva venida que se cumplirá por obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien hace que Cristo venga ahora y siempre de un modo nuevo.

Aquí Dalí pinta a Jesucristo con sus Apóstoles, y lo hace colocando la escena en el interior de un dodecaedro, símbolo de la perfección geométrica (e incluso estética) de lo que existe. El dodecaedro era el símbolo platónico del Universo, ya que en él se pueden inscribir los otros cuatro poliedros regulares que –según decían los Pitagóricos- corresponden a los cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego).

Doce son las caras pentagonales del dodecaedro y doce fueron los Apóstoles y doce las tribus que constituían el pueblo elegido y representante de la humanidad. Las proporciones que estructuran esta composición se rigen, pues, por este número de oro, presente a su vez varias veces en los pentágonos regulares. La geometría se pone al servicio de la fe.

Una de las finalidades de Dalí con dicha obra (al contrario de los pintores modernos al interpretar a Cristo en el sentido expresionista contorsionante) era pintar un Cristo bello como el mismo Dios. Así es el Cristo que aparece en esta Cena compuesta con técnica absolutamente original. Un Cristo traslúcido que deja ver al Padre (”El que me ve a mí ve al Padre” , Jn 14,8) cuya sombra-luz se cierne sobre Jesús y sobre la realidad sacra del pan partido y del vino sobre la mesa.

a) El conjunto (estructura técnica y espiritualidad de la obra).

La sala donde se encuentran Jesús y sus apóstoles es un dodecaedro. Al fondo de esta se vislumbra un paisaje al amanecer, aún cuando la cena fue de noche. Todo entra en la perfección.

Comparando esta obra con la homóloga de Leonardo da Vinci (o con otras más cercanas, como la de Juan de Juanes), vemos que las dimensiones importantes de la estancia y de la mesa están también basadas en la Sección Dorada, que era conocida en el periodo del Renacimiento como la Proporción Divina: se trataba de enmarcar la pintura en un rectángulo dorado. Siguiendo la enseñanza de Da Vinci, Dalí posicionó la mesa exactamente en la sección dorada con respecto a la altura de su pintura. Y situó los dos discípulos al lado de Cristo en las secciones dorada del ancho de la composición.

b) Las figuras y los elementos del cuadro.

Jesús

El tratamiento pictórico de la figura de Jesús es extraordinariamente teológico, profundo.

Cristo no es representado como se acostumbra. Su pelo es claro y no tiene barba. Su túnica es la única que deja al descubierto su pecho. Resalta el torso de Cristo, símbolo de su entrega al hombre, de su carne.

Si observamos con detalle, vemos que este Cristo es transparente en su parte inferior, ya que la barca que se encuentra en el paisaje puede verse a través de él. Dicha imagen puede hacer referencia a dos dimensiones de la cristología: a la transparencia divina y al ser de Jesús que se entrega y va hacia la humanidad entera.

La transparencia transcendental -divinidad- de Jesucristo en contraposición de la sólida simetría de los apóstoles, unida al tratamiento del tema, sin detalles y con una luz ardiente, hace de esta obra un ejemplo de composición mística. El Cristo –o Dios mismo- con los brazos abiertos que corona el cuadro, seguramente es una referencia fundamental al estado de Resucitado, a la resurrección, y, por tanto, a su referencia esencial a Dios Padre (“A este Jesús Dios lo ha sentado a su derecha y ha recibido del Padre el Espíritu prometido”, Hechos 2,33).

Los apóstoles (o los personajes que entornan la mesa, referidos a Jesús y a Dios).

Las apariencias de los discípulos son distintas entre sí. Cada uno porta una túnica distinta e inclusive parecen ser personas de distintas razas y países. Los trece personajes rodean una mesa de piedra sobre la cual hay un vaso de vino y un pan partido en dos.

Cristo, en el centro, parece estar hablándoles interiormente. Ellos inclinan sus cabezas y rezan, adoran; en realidad están adorando a Dios plasmado en el Misterio del Pan y Vino asumidos plenamente por la divinidad desde Jesús.

Contemplación y oración sobre la obra

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ste cuadro de Dali conduce nuestra fe cristiana al terreno de la reflexión detenida, es decir, a la teología. En concreto a la teología eucarística.

Se puede decir que hay un antes y un después en la vivencia verdaderamente cristiana de la Eucaristía; ambos momentos válidos y a integrar por un cristiano que desea situarse de corazón en este tema tan esencial; pero es preciso que el creyente avance mucho más hacia la comprensión –la penetración y compenetración- con ese Misterio.

Está, en primer lugar, la visión entrañable del hecho histórico de la Última Cena de Jesús con sus discípulos y la realidad creyente de su presencia íntima bajo las especies de pan y de vino, expresión de un gran amor. La comida pascual compartida, deseada tanto por el Señor, en la que culmina su existencia de entrega a los suyos: “Ardientemente he deseado comer esta cena con vosotros”… “como hubiera amado a los suyos que estaban en este mundo los amó –entonces- hasta el extremo” (Jn. 13,1). Y, a la vez, en el curso de ella, la inaudita donación de sí en la forma del pan y del vino “en memoria suya, hasta el fin de los tiempos”, uniéndonos a él y a los hermanos al tomar “el Pan de vida”.


sta espiritualidad eucarística es correcta, y un cristiano tiene que preguntarse si la vive intensamente.

Pero el cuadro de Dalí apunta, además, hacia otra visión más abierta o avanzada en la contemplación de la Eucaristía. Hacia la transformación del Cosmos y de la Tierra en particular en un espacio absolutamente divino, como obra iniciada por Dios en la Creación del mundo y culminada por Jesucristo, ofreciendo como expresión perfecta de la misma la Cena y la Cruz alzada. La Última Cena es una cena sobre el mundo y para el mundo: “la Sangre de la nueva alianza, que se derrama por vuestra salvación y la de todo el mundo” en virtud, tal vez, de una infinita comunión de Cristo con el corazón humano y con toda clase de energía y de materia (representada aquí en el pan y el vino).


al fondo de todo ello Dios, la divinidad misma principio y fuerza unificadora de los seres.

Tal meditación nos lleva, sin duda, hacia una maravillosa mística creyente: la de la construcción del Reino de Dios mediante la inserción en el Medio Divino, en la tierra y el universo transido de Dios.

Celebrar la Cena del Señor es devolver a la tierra y al trabajo del hombre su razón más fuerte, más íntima, más verdadera y esencial, su ser en Dios. Un carácter divino e irradiante que aún no es visible. Las personas que vienen de esa celebración –nosotros-, si alcanzamos la mínima conciencia a que nos invita el cuadro, debiéramos sentirnos transformados y en trance de transformar todo lo que nos rodea. Así de importante es esa perspectiva eucarística.


esto es –nada menos- lo que agradecemos a esta profética pintura del incontrolable Salvador Dalí.

Sin espacios.
sin tiempos,
blanco.
Dios, que es sólo faz,
asciende.
Lenta bruma de almas
se insinúa. Todo,
opaco y leve,
se desvanece en esa faz. Y allí quedamos,
anchos de Dios,
ojos abiertos sobre toda la ciencia
sin silencios,
sin músicas, vivos,
patentes en la redonda eternidad de la Hostia.
La nueva creación es ésta.

En la Eucaristía
(José Camón Aznar)

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