Tintoretto (Jacoppo Robusti)
Óleo sobre lienzo, de 210 cm. x 533 cm. Compuesto en 1547
Renacimiento manierista italiano.
Museo del Prado.
____________________________________ Cristina SUREDA GÓMEZ
La obra de Tintoretto que contemplamos recibe el nombre de “Lavatorio de los pies”, porque plasma el momento en que (según el evangelio de Juan, cap. 13) Jesús, en su Última Cena, antes de comenzarla, lava los pies a sus discípulos. Existe otra versión de ella posterior (hacia 1556) en la Nacional Gallery de Londres; y otra impresionante Última Cena del mismo autor. Lo que manifiesta su honda referencia a este acontecimiento evangélico y cristiano.
Esta obra fue realizada en 1547, cuando el pintor tenía 29 años de edad, y se considera como su primera composición. Sorprende la enorme anchura del cuadro.
En 1547 la scuola del Santísimo Sacramento de la Iglesia de San Marcuola de Venecia encargó a Tintoretto el Lavatorio y la Ultima Cena. Más tarde “El lavatorio” pasó a la colección de Carlos I de Inglaterra; luego fue comprado en subasta por Felipe IV de España, que lo destinó a la sacristía del Monasterio del Escorial. Allí lo situó y estudió Velázquez (tomando elementos técnicos del mismo para sus Meninas).
L
a autenticidad del cuadro, discutida durante algún tiempo, fue resuelta favorablemente al
realizar el Museo del Prado su restauración exhausiva.
Se realizó, pues, en Venecia, en plena exuberancia del Renacimiento e, iniciando una novedosa línea pictórica, sirvió en buena medida de inspiración para el desarrollo del arte Barroco.
Un dato significativo es que, de niño casi, el autor estuvo aprendiendo en el estudio del maestro Tiziano, pero este lo expulsó de allí, celoso de sus posibilidades.
Tintoretto no era academicista, su gran imaginación, su gran conocimiento de la luz y su gran técnica, resultado de sus esfuerzos y trabajos, hicieron que sus dibujos fueran siempre magníficos.
El elevado número de encargos que recibió confirman su favorable y entusiasta acogida. Pero su asombrosa facilidad como dibujante y pintor no fueron suficientes para poder hacer frente a todo el trabajo, y así, recibió ayuda de aprendices y pintores entre los que destacaban sus hijos Marieta y Domenico.
“El lavatorio” ilustra la nueva concepción espacial que irrumpió en la pintura veneciana en la década de 1530 por influjo del manierismo toscano y romano, perceptible en el uso de un punto elevado en las composiciones a pesar de que predomine la horizontalidad. Esto, unido a la inclusión de elementos arquitectónicos, otorgó a las pinturas mayor dinamismo y profundidad. (Esta tendencia se vio alentada con la presencia en Venecia de Sebastiano Serlio, de cuyo segundo libro de arquitectura derivan el fondo arquitectónico y el despiece octogonal del pavimento.)
Ya hemos indicado que la escena corresponde al comienzo del capítulo 13 del Evangelio de San Juan en donde, al narrar la institución de la Eucaristía, el evangelista se detiene sólo en el hecho sorprendente de que Jesús, puesto de rodillas, lavó los pies a todos sus discípulos, incluido Pedro que no aceptaba ese gesto de tanta humildad.
La acción que en estos versículos se desarrolla está desplazada a uno de los laterales del cuadro: al lado derecho. Vemos a Jesucristo arrodillado lavando los pies probablemente a Pedro. La imagen se equilibra en el lado opuesto con una figura descalzándose. De esta manera, Tintoretto deja un espacio central libre, encuadrando la escena del segundo plano (como si fuera un “paréntesis”) con los dos bloques de figuras en primer plano.
Tres bloques muy diferenciados componen el cuadro:
D
esde el punto de vista iconográfico los otros elementos son secundarios…, aunque hablen como los demás.
El cuadro emplea una perspectiva cónica frontal: los personajes, con sus posturas en escorzos o contrapuestas, van marcando un lugar alrededor de la mesa, reforzando así la perspectiva en espiral, sin entorpecerla (desde el apóstol que –en un cuarto plano- se apoya de pie en una columna).
Pero también utiliza una perspectiva aérea, envolviendo a todos los personajes (distantes entre sí y descentrados) y proporcionando una impresión realmente atmosférica a toda la escena. Puede apreciarse bien esta amplitud espacial debajo del mantel que cubre la mesa.
Si la movilidad de la escena está definida por las posturas de las figuras, la movilidad perceptiva se consigue en parte por la alternancia cromática; sólo dos series de tonalidades contrapuestas ayudan a distinguir perfectamente el cuadro y a permitir que hable: por una parte, colores fríos y colores cálidos que se contrastan; por otra, colores claros y colores oscuros.
Además, la composición recibe tres tipos de iluminación: una luz cenital que unifica la escena de los apóstoles creando un gran óvalo central luminoso, un foco lateral que ilumina la cara de Jesús desde detrás de las figuras en pié delante de él, y, en fin, una luz fría al fondo iluminando la ciudad (¿o más bien el gran templo de Jerusalén?), aislándola y confiriéndole un valor irreal de ciudad fantasma. La inmensa sala columnada en donde discurre la acción y el espacio monumental de fondo son elementos anacrónicos, fuera del tiempo real en donde celebró Jesús con sus discípulos aquella cena pascual.
A
parecen varias estructuras arquitectónicas, la mayoría de ellas con colores claros y algunas con un color más oscuro.
¿Q
ué significa todo esto?
Es indudable que el pintor, con ese tipo de escenografía, ha querido dotar a la obra de una sensación de extrañeza y de un clima de desconcierto, acentuado por la mayor parte de las figuras, en penoso contraste con el gesto de humildad y de amor de Jesús, prólogo de su inmediata entrega en la Eucaristía.
En el cuadro entran catorce figuras: Jesús, los doce apóstoles y un perro. Cada una de ellas está separada e interiormente distante de las demás. No hay convergencia de unos con otros… De alguna forma viene a explicarse dolorosamente la apremiante oración del Señor al final de la cena: “Padre, que todos sean uno, como tú y yo…; conságralos en la unidad” (¡porque aquí, ahora, sólo hay dispersión!).
l gesto de Jesús (de excepcional humanidad y anatomía bellísima renacentista) no revela únicamente la humildad y la servidumbre necesarias a su Encarnación y a la Eucaristía (“asumió la condición de siervo”, dice San Pablo), sino que expresa también abatimiento y dolor por la incomprensión de los suyos. Su vestidura es de colores claros, y deslumbra tanto que incluso refleja al discípulo que está frente a el.
P
edro es el único que lo mira. Su rostro noble hace que le perdonemos la resistencia que opone
al Maestro.
Al lado de ambos, un discípulo joven (seguramente Juan) medita en lo que acontece. Es el que entra dentro de la escena, prestándose a ayudar a Jesús con la jarra de agua y la toalla.
Los demás se muestran indiferentes y ajenos, además de aislados; cada cual en lo suyo, o entablando conversaciones separadas convencionales. Dos de ellos dormitan, uno recostado en el basamento de una columna sobre el suelo; otro (Judás) huye o se esconde. Hay quienes (en magníficos escorzos pero con posturas ridículas) parecen jugar a sacarse una extraña bota del pie.
Lo más próximo que se observa es precisamente un perro. En los evangelios no encontramos referencias a que hubiera un perro , pero quizás el pintor lo añadió para darle más naturalidad al cuadro y un punto de fidelidad…; pero, seguramente con una misión: el perro en el centro geométrico del espacio vacío completa con su mirada perdida el clima global de indiferencia que allí reina…
E
l panorama –como introducción a una posible cena de fiesta entrañable (la Pascua)- es, pues,
realmente desolador.
E
n una apertura, al fondo derecho, se adivina además otra estancia más cálida, con un grupo unido en torno a la mesa.
¿Qué intenciones –qué vivencias- han guiado el pincel de Tintoretto en esta soberbia y genial composición? Es posible que mucha más fe de la que a simple vista muestra el lienzo.
El cuadro –un tanto extraño y bello, sin duda- no nos resulta grato. Nos obliga a verlo moviendo constantemente la cabeza; y, sobre todo, nos deja desconcertados desde todo punto de vista. ¿Cuál es su mensaje?
R
Es evidente en Jesús el gesto de amor con infinita cercanía y entrega: “Los amó
hasta el extremo, y ciñéndose una toalla se puso a lavarles los pies”
Jesucristo quiere demostrar no sólo a sus discípulos, sino a la humanidad entera, su condición de hombre “uno de tantos”; no quiere que lo vean como Mesías lejano o superior, sino todo lo contrario: como uno más. Que vive con ellos y que ha venido al mundo no para ser servido, sino para servir.
El lado derecho del cuadro si ha captado, pues, esta realidad del Señor, y nos introduce en ella. No podemos seguir al Señor ni celebrar su Eucaristía sin esas actitudes capitales de servicio y amor a quienes nos rodean.
Pero no podemos olvidar que la acción y la situación anímica que aquí se pinta está refiriéndose certeramente a la Cena Eucarística, y que, sin embargo, nada de lo que aparece en los elementos y en el conjunto del lienzo revela la Eucaristía. Es la antítesis de una celebración fraterna, cordial, centrada en Jesús y en Dios Padre, profundamente espiritual, gozosa y de absoluto interés
Es decir, como creyentes en el admirable Misterio cristiano de la Última Cena de Jesús entregada a los hombres hasta la eternidad del tiempo para una feliz comunión con Dios, el cuadro es una crítica honda a nuestro modo de vivir tal Misterio. Hace por dejarnos desolados y tristes porque –con toda probabilidad- los cristianos no hemos entendido casi nada de la Eucaristía (de la llamada Misa); más bien la hemos convertido en lo que el lienzo nos muestra: en algo individualista, con desunión, indiferencia, distracción, desinterés real por Jesús, y situada en un espacio nada acogedor por muy sacro que sea.
Entendido así, ahora el cuadro sí nos transmite serenidad y humildad. Nos hace ver a un Jesús más humano y al mismo tiempo tan “divino”, tan grande y tan solo.
Jesús es consciente de su destino y lo transmite a través de este acto de amor y humildad con sus discípulos, y a través de la aceptación de la situación, reconociendo con ello que es la voluntad de Jesús la más importante.
¿Tendremos aún que aprender de Él la actitud de entrega, de servicio a los demás, dándose al prójimo de forma desinteresada y humilde? ¿Comprenderemos, al fin, lo que el Señor quiso y quiere brindarnos con la celebración de la Eucaristía?