22    RESURRECCIÓN DEL HIJO DE LA VIUDA DE NAIM .

Mario Minnuti (o Minniti)
Óleo sobre lienzo. 245 cm x 320 cm
Compuesto en 1640.
Museo Regional de Messina
__________________________________________________Antonio APARISI LAPORTA

 
Padre Nuestro,  (en arameo), por Daniela de Mari.  

Aproximación a la obra

Existen muy pocas pinturas de valor artístico que tengan como contenido la escena extraordinaria de la reviviscencia del hijo de una viuda en el pueblo bíblico de Naím por parte de Jesús, relato que aparece en el Evangelio según Lucas (7, 11-17). Escogemos ésta del autor barroco italiano Minnuti dada la belleza y elocuencia religiosa de las dos imágenes centrales, Jesús y el adolescente resucitado.

Mario Minnuti (o Minniti) nació en Siracusa (Sicilia) en 1577. No es un artista de primera línea, pero sus obras (en su mayoría de carácter religioso) tenían una gran acogida popular (quizás parecida a la que se daba en España a las pinturas de Murillo). Llegó a Roma en 1593 y allí conoció a Michelangelo Merisi da Caravaggio, de quien fue compañero, amigo y modelo en muchas de sus obras tempranas; lo que nos permite tener un retrato fiel de Minutti, porque es el joven del cuadro “Muchacho con cesto de frutas” y de otros del maestro romano. Como casi todo lo que rodea a Caravaggio, la amistad con éste le trajo complicaciones, debiendo regresar a Sicilia (1606) en donde fundó su propio taller, en Mesina, llegando a ser el artista más renombrado en la isla.


a obra que vamos a contemplar pertenece a su etapa de madurez.

Comprensión y conocimiento de la obra

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a escena que representa el cuadro está descrita así en el Evangelio:

“Aconteció que Jesús iba a la ciudad que se llama Naím, e iban con él muchos de sus discípulos y gran compañía. Y cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban fuera a un difunto, hijo único de su madre, la cual también era viuda; y había con ella grande compañía de la ciudad. En cuanto el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó el féretro; los que lo llevaban se detuvieron. Y dice (Jesús): Muchacho, a ti digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y se lo dio a su madre. Y todos se llenaron de temor, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo. Y corrió esta fama de él por toda Judea y por toda la tierra de alrededor.”

La resurrección del hijo de la mujer de Sunén por Eliseo (en el Antiguo Testamento) es semejante, incluyendo también la reacción de la gente. (Naím, además, era una población muy cercana a Sunén). Las mujeres de ambos relatos habían perdido tanto a su marido como a su hijo único, de modo que no tenían nadie que las apoyase, no podían heredar ningún bien y quedaban a merced de la escasa caridad pública.

Los Evangelios nos narran tres milagros de Jesús de carácter resucitador. Hay una tensión dramática creciente en el contexto de los tres: la reviviscencia de la niña, hija de Jairo, jefe de sinagoga; la del joven que contemplamos en el cuadro de Minnuti; y la de Lázaro, hermano de Marta y María, que desencadena el proceso de la Pasión. En todas ellas es la fuerza de la palabra de Jesús la que actúa poderosamente de parte de Dios Padre.

En cuanto al conjunto de la obra

Minnuti es el introductor del estilo caravaggista en Sicilia, en especial de la técnica del claroscuro propia del tenebrismo. Esta obra muestra ese carácter. Sin embargo su producción tiene un carácter artesanal, con una serie de colaboradores que hacen difícil discernir en las obras su autoría.

El lienzo nos presenta una multitud de personajes acompañantes de la escena (más que protagonistas), en buena medida ajenos a la relación que entablan en el plano medio Jesús y el joven adolescente revivido, es decir, ajenos al acontecimiento.

El primer plano lo ocupa el perro familiar y un porteador del féretro, con un obsequioso guarda a la izquierda y una dama elegante a la derecha.

En el segundo y tercer planos varios grupos dialogantes distraen su atención de Jesús y del adolescente: ahí, a la derecha de la pintura, la viuda madre parece discutir con un personaje (que no identificamos) sin mirar a su hijo; en contraste, una madre joven al lado explica a su niño -de cinco o seis años- lo que ha ocurrido, y, junto a ella, el padre quizás lleva en brazos a otro más pequeño sin que ninguno de los dos mire hacia el centro. Las figuras restantes hablan entre sí. Sólo Pedro está atento a la escena central y muestra –como puede- su sorpresa.

En artista intenta expresar con el juego de manos y brazos (en algún caso desproporcionados) la admiración por el acontecimiento; pero no imprime dramatismo ni a esos gestos ni a los rostros, que denotan cierta indiferencia… Probablemente es esto lo que desea pintar.

Hay, pues, una excesiva naturalidad (muy caravaggista) en todos, empezando por el perro; como si relativizaran o ignoraran la trascendencia de la acción milagrosa de Jesús y de su significado para el adolescente y para su madre.

El naturalismo global de esta pintura viene dado también por el tono ocre del cuadro, del marrón al rojo; acentuado este último color en la túnica de Jesús, el manto de la mujer que está a su derecha y el vestido de la dama de la derecha del lienzo. La luz parece venir de un foco difuso que se halla donde el espectador que ve de frente la obra.

Las figuras

La actitud de Jesús –toda su postura- es muy bella y proporcionada; el rostro expresa plena atención al joven, serenidad, bondad y naturalidad; también independencia respecto a lo que hagan los circunstantes. Está absolutamente centrado en la palabra que dirige al que estaba muerto. Muestra seguramente todo el amor y la misericordia de Dios, compadeciéndose de la viuda que acaba de perder también a su hijo.

Quizás el acierto mayor de Minnuti esté en el dibujo del adolescente –o joven- que se incorpora de las parihuelas, medio cubierto aún por el sudario. Es una imagen hermosa y noble: vuelve de un sueño densísimo –de muerte- y se despierta desconcertado, pero la visión del rostro amabilísimo del Maestro lo tranquiliza. Puede continuar la vida terrestre. No ha pasado nada, ningún mal irremediable. Aunque se encuentra rodeado de soledad humana.


edro, en tercer plano, es el único testigo consciente de lo que acaba de ocurrir. Está en el acontecimiento, está con Jesús, aunque apenas sepa expresarlo.


on este tríptico la obra se da en realidad por terminada. Lo demás es secundario para el autor.

Contemplación y oración sobre la obra

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El cuadro de Minnuti nos ofrece dos lecturas contrapuesta: una, la de la fe en la acción extraordinaria –recreadora- del Señor, de Dios Creador obrando por Jesús; otra, la de la lejanía, superficialidad o banalidad de los acompañante del acto religioso (el entierro) que se ha interrumpido, indiferentes al drama –casi tragedia- que vivía la mujer viuda y a la pérdida de la vida para el adolescente. Las dos lecturas nos interesan, nos hablan.

Nuestra fe se pone a prueba ante este milagro de Jesús. ¿Fue –el relato evangélico- una trasposición de aquel otro de Elías, perdido en el Antiguo Testamento, queriendo indicar Lucas la diferencia entre la costosa acción de aquel profeta para revivir a una persona y la portentosa facilidad de Jesús a quien le basta sólo su palabra? Es posible que exista esa intencionalidad evangélica. Pero el hecho narrado llevó a la comunidad lucana y nos lleva a nosotros a plantearnos la pregunta radical: ¿creemos o no en Dios Creador?, es decir, ¿creemos que Dios continúa la Creación de la vida y que el gesto excepcional de Jesús –al mismo tiempo naturalísimo- nos invita a reafirmar la convicción de que el Señor puede seguir haciendo brotar la vida, de que prosigue dando vida (aunque apenas lo percibamos) y de que en cualquier momento la fe de Jesús –capaz de mover montañas- puede hacernos despertar de cualquier sueño de muerte? ¿Creemos esto?

Si dudamos (y es normal dudar), podemos sumarnos confiadamente a la fe de Pedro –“Sólo Tú, Jesús, tienes Palabras que dan Vida”- y, dejándonos llevar de la mejor confianza popular, exclamar como aquella gente del relato: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

Desde otro punto de vita, los personajes secundarios del cuadro (a excepción de los dos niños chicos) nos alertan acerca de nuestra tremenda indiferencia respecto a los dramas humanos –más bien, tragedias- y respecto al peligro de mantenernos a ras de tierra, en una penosa superficialidad, ajenos al milagro formidable de la vida y de la presencia de un Dios activo –silencioso pero activo a favor del hombre y de la tierra, creador infatigable (“Mi Padre sigue obrando”, dice Jesús)…


gradecemos, entonces, la no demasiado brillante obra del discípulo de Caravaggio y, de paso, a su maestro. Y nos identificamos seguramente con el poema de Pedro Salinas:

Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.

Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.

………………………

La verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.

Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.

¡Que alegría vivir sintiéndose vivido!
(Pedro Salinas)

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