El Greco (Domenikos Theotokópoulos)
Óleo sobre lienzo. 330x211 cm. Hacia 1608-14.
Manierismo barroco español.
Hospital de San Juan Bautista de Toledo (conocido también como
Hospital Tavera o de Afuera, por estar situado a las afueras de la ciudad en el momento de su fundación
__________________________________________________Pablo FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
Cuando se le hace -a Doménico- el encargo de realizar esta obra para el Hospital de San Juan Bautista de Toledo, el pintor está llegando al final de su vida y de su carrera artistica.
Este “Bautismo de Cristo” corresponde, pues, al último encargo importante que recibió el Greco: la creación del retablo del altar mayor y de las capillas colaterales del hospital de san Juan Bautista de Toledo. Este Hospital, comenzado a construirse en 1541 por iniciativa del Cardenal Juan Tavera, el que fuera rector de la Universidad de Salamanca, arzobispo de Toledo y Presidente del Consejo General de Castilla bajo el reinado de Carlos I, respondía a la aspiración del Cardenal de dotar a la ciudad imperial de una institución que se vinculara con las nuevas ideas sociales que imperaban en Europa y que estaban renovando la caridad, el tratamiento de la mendicidad y sobre todo la sanidad: dedicar la institución hospitalaria exclusivamente a la atención de los enfermos y dejar de lado su función medieval de albergue de pobres. Como homenaje a su fundador el Hospital quedó bajo la advocación de San Juan Bautista. Finalmente el cardenal moriría en 1545 sin llegar a ver su Fundación terminada.
El 16 de Noviembre de 1608, Don Pedro Salazar de Mendoza, administrador del Hospital encarga a su amigo el Greco la creación del retablo mayor y los colaterales de la iglesia del Hospital, comprometiéndose a pagarle 1000 ducados anuales, con los que el Greco pudo hacer frente a sus deudas de alquiler. Dedicado el Hospital a San Juan Bautista, el altar mayor lógicamente debió de ser el dedicado al “Bautismo de Cristo”, cuadro que sin embargo nunca llegó a ocupar ese lugar.
Al “Bautismo de Cristo” acompañaron también “La Anunciación” y “El Quinto Sello del Apocalipsis”. La posición más o menos establecida entre los especialistas actuales de la obra del Greco es catalogar el “Bautismo” como una obra acabada por el hijo del Greco, Jorge Manuel, aduciendo para ello que algunos trazos en el cuadro son de dudosa calidad para ser del maestro y el hecho de que según algunos documentos, el cuadro no estaba acabado cuando acaeció la muerte del pintor en 1614.
El cuadro tiene una réplica en el conjunto del retablo ya conocido de la iglesia del colegio de Doña María de Aragón. Expresa el hecho del bautismo de Jesús por Juan en el Jordán. Este bautismo era un rito de conversión humilde y penitencia, y se ofrecía a toda clase de gente; pero acudían a él sobre todo las personas del pueblo bajo. Lo que provocaba la ira de la clase alta, sacerdotes e intelectuales del judaísmo.
La escena recogida en la pintura es la correspondiente al relato de los Evangelios: en Mateo 3,13-17; en Marcos 1,9-11; en Lucas 3,21s; y –hjasta cierto punto- en Juan 1, 29-34. El hecho más tradicionalmente representado y significativo es el de los tres últimos evangelistas, sobre todo el de Juan, en los que se menciona al Espíritu Santo en forma de Paloma y en los que se escucha la voz del Padre anunciando que ése es su Hijo amado.
El Bautismo de Cristo del Hospital de San Juan Bautista en Toledo sigue los cánones formales establecidos por el propio pintor en otras representaciones del mismo tema. Sobre todo se basa en la composición seguida en el Bautismo que hizo para el Colegio de Doña María de Aragón en Madrid hacia el año 1600 (actualmente en el Museo del Prado).
Al realizar esta obra el Greco había llevado ya hasta el máximo su particular estilo. Desde su llegada a España en 1576-77 empezó a desarrollar una pintura orientada a resaltar la significación espiritual de las escenas, una iconografía que se desinteresaba de todo naturalismo y que buscaba una visión interiorizada y dedicada a expresar ideas abstractas sobre la Belleza divina (o, lo que es lo mismo, sobre Dios) en la línea de las para él tan conocidas representaciones icónicas orientales.
En su maniera de pintar los cielos y la tierra se funden, los espacios se comprimen, se hacen más densos, ninguna ley física ata a las figuras, que se han alargado como si fueran llamas ondulantes o candelas, y así enlaza con la suprema aspiración mística de consumirse en la llama de amor viva de Cristo; pero también -y dejando de lado aspectos más o menos imaginados de la vinculación del Greco con los poetas místicos- enlaza con la creencia y la teoría manierista de que este alargamiento de las figuras las hacía intrínsecamente más bellas. Los colores se vuelven más ricos y eléctricos, alucinógenos, artificiales (en el sentido de contribuir a expresar ideas trascendentes, abstractas); las escenas se llenan de multitud de elementos simbólicos, las extrañas luces parecen irradiar de las propias figuras, nunca de alguna luz natural… en definitiva. Yaun sabiendo de lo erróneo y estereotipado de esta afirmación, parece como si algún poeta místico hubiera cogido los pinceles y hubiera representado sus visiones.
El pintor vuelve aquí bajo la misma inspiración, la misma llama de amor viva que ya estaba presente en el “Bautismo” del Museo del Prado. Igual que en aquel, la composición es todo inestabilidad, todo es tránsito y fugacidad, y toda la creación particular del pintor parece moverse en la intuición de que el acontecimiento que está sucediendo es trascendental para el mundo, en la conciencia de que ese Día toda la Creación estaba con la mirada puesta en el río Jordán. Es la confirmación de que quien recibe el bautismo de agua es el Hijo Amado por el Padre, el que con su sacrificio voluntario, va a salvar al mundo y a perdonarle los pecados.
Se produce aquí una conjunción de las Tres Personas de la Trinidad en un espacio desarticulado, que es Cielo y Tierra a la vez, los dos fundidos, porque a lo que aspira el Greco con su tradición oriental y manierista no es a la representación natural de un lugar y unas figuras, sino a la representación de la Idea trascendente, que en este caso es la redención del hombre por la empatía del Hijo con lo humano y por la gracia de Dios. Esta gracia desciende sobre la humanidad en el momento en que el agua primigenia -sobre la que aleteaba la Paloma- toca la cabeza del Redentor.
Éste es el instante mismo en que comienza la ofrenda de Cristo, en el que afirmando su cordial humanidad queda desnudo, pero en un desnudo blanco y puro, iluminado por la Luz que desciende del Padre. A la vez, agacha la cabeza para recibir el bautismo, pero con gran maestría el Greco nos trae a la memoria la figura de Isaac: no agacha la cabeza, sino que más bien ofrece su cuello para el sacrificio, es el nuevo Isaac, que renueva la Alianza de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento.
En esta participación de Cristo con la humanidad, se nos muestra a un nivel más bajo que Juan Bautista. En la versión del Prado, la figura de Jesús es incluso más pequeña que la del Bautista. En contraste, la figura de éste aparece aquí más oscurecida y ruda, como ahumada: venía del Desierto. Los ángeles de alrededor están preparando las túnicas con las que van a vestir a Cristo. Los tres que hay justo encima del Señor sostienen, como si de un solio se tratara sobre la cabeza de Jesús, una túnica roja. ¿Será ésta la túnica del Expolio? ¿Es ésta la túnica de la que será despojado?
Entre la figura de Jesús y la de Juan Bautista aparece uno de los ángeles más bellos creados por el Greco, que en una hermosa línea ondulada sujeta junto con otros dos ángeles otra túnica para vestirlo.
En la parte superior, en el Cielo, el Padre envuelto en blanquísimas vestiduras contempla a su Hijo, levantando la mano para bendecirlo, pero también para dar el Amén a la Historia de la Salvación. En esta versión, el rostro del Padre sustituye la dicha absoluta y la alegría que mostraba en la versión del Prado, pero la sustituye por una mirada y un gesto de amor absoluto hacia el Mundo, que sostiene en su mano.
De los pies del Padre baja un camino de luz serpentiforme, que conduce hasta la Paloma del Espíritu Santo, el intermediario que une el Cielo y la Tierra, creando éste espacio que no es espacio, en el que no hay nada en reposo, contribuyendo así a la creación de una imagen más intelectualizada e interiorizada del momento. Esta idea se ve reforzada por la presencia del abigarrado y bellísimo coro angélico que rodea al Padre y que como espectadores privilegiados del momento, inciden en la sensación de que todo el Universo tenía la mirada volcada en el Río Jordán, porque aquel día se confirmó la alianza de que el mundo iba a ser salvado.
Al contemplar el acontecimiento del bautismo del Señor desde esta perspectiva del Greco la primera impresión que tenemos es la de hallarnos en medio de un gentío grande, celeste en su mayoría, pero extraordinariamente humano por los rostros y los cuerpos de excepcional naturalidad. Es decir, nos encontramos en plena encarnación: Él –Jesús- “se hizo uno de tantos; no retuvo ávidamente su condición de Hijo” (Filp.); entró en una comunión honda con el mundo, que, por ese acercamiento, quedó transformado (o en vías de transformación), haciéndose celeste. En realidad los seis ángeles que entornan a Jesús son los hombres que acudían al bautismo de Juan y que escucharon de sus labios “ése es el Cordero de Dios”… Somos nosotros mismos, pues.
La desnudez de Jesús y de Juan es un signo más de su trayectoria. El Señor nace desnudo, se bautiza desnudo y muere desnudo, como todo hombre. Símbolo de absoluta desposesión, naturalidad y fragilidad que nos caracteriza y que debiéramos reconocer y asumir.
Desde ese momento el mundo (o sea, nosotros) está ya en las manos del Padre, en su regazo también; amorosamente. Y el Espíritu desciende sobre Jesús y sobre el Jordán animado de gente. ¡Qué importante acercarse entonces, como uno más, a recibir este bautismo purificatorio!
Juan cumple lo que es debido. Un ángel adolescente le ofrece el paño vaporoso con el que recoger el agua santa (que no se pierda) y secar la noble cabeza; otros –jóvenes- le preparan la túnica consistente con la que se va a significar el señorío que recibe Jesús de lo Alto y que, sin duda alguna, nos alcanza.
Juan y los ángeles asentados en las rocas del río somos nosotros. Nuestra actitud pasa de la admiración a la colaboración en la obra del Bautismo, no ya el de agua sino el del Espíritu; es decir, a la más estrecha solidaridad con los hombres y con Dios, al desprendimiento de todo aquello que pueda distanciarnos de Ellos, a sentirnos necesitados de asumir la condición humilde y pecadora de todos los bautizandos de Juan a cuya cola se coloca Jesús.
Y
acudiendo a la imaginación orante recordamos –como Juan- la hora de la llegada de Jesús al río.