Francisco de Zurbarán
Óleo sobre lienzo de 74 cm. x 44 cm.
Primer barroco andaluz.
Fue pintado entre 1640-1660.
Se encuentra en el museo del Hermitage de Leningrado
__________________________________________________Toni RUIZ FORTÚNEZ
El título del cuadro corresponde perfectamente con su contenido. Hay una niña sentada cosiendo. Muestra la infancia de Maria, hacendosa y dedicada a las labores propias de su sexo en aquella epoca. Sin embargo, ha abandonado el bordado para cruzar sus manos en oración y mirar cavilosa al cielo.
La pintura se centra exclusivamente en la figura de la Virgen niña.
Se encuentra sentada en una silla humilde que no se ve, típica de las obras de Zurbarán. En su regazo tiene una almohadilla verde con un paño blanco que parece estar bordando.
En la almohadilla aparece prendida la aguja con su hilo, la virgen abandona su trabajo o su labor para atender a la oración.
Este cuadro lo crea el pintor en su ultima etapa, por encargo de un cliente particular, cuando ya su arte está en declive para el público (transformado el gusto después de la crisis provocada por la peste de 1649, y tras la aparición de artistas más jóvenes y cercanos, como Murillo).
Él mismo se encuentra en esos años en Madrid, en medio de gran soledad y pobreza, con su esposa ya fallecida o enferma; exportando sus cuadros a América… Es posible que una parte de la preocupación que denota el rostro de la Virgen tenga que ver con todo este sufrimiento, o quizás, mejor, con una mirada del pintor al drama de la Pasión de Jesús que –desde su fe- está viviendo de alguna forma.
La versión que vamos a contemplar es la que sirve de modelo a otras muy parecidas. Tiene sobre ellas una mayor madurez pictórica y expresividad. Copias de este cuadro, son la Virgen niña de Granada, la del Instituto Gomez –Moreno, la del Metropolitam Museum de Nueva York… Y continúa en la temática a la serie de cuadros de la Virgen niña dormida (o en éxtasis), de 1630, (una de las más bellas en la Colegiata de Jerez de la Frontera, obra que acabamos de contemplar).
Como se ha indicado, el cuadro pertenece a la última etapa de Zurbarán, y a sus temas sacro-infantiles, encaminándose hacia una iluminación menos contrastada y un modelado mas fundido y tierno, intentando hacerse eco de la generación más joven, pero con un alto nivel de calidad.
Esta evolucion del pintor era insuficiente para ponerse a tono con el cambio general del gusto, orientado hacia el pleno barroco. Aunque lo intenta no es capaz del todo de adaptarse a las nuevas tendencias.
Eso no abstante. La pintura resulta más luminosa que lo habitual en su creación pictórica. El fondo negro de los caravaggistas es en ella como el fondo de oro de la pintura medieval, una lámina abstracta negadora de espacio que subraya la presencia volumétrica de las figuras.
Recordemos que de los comienzos de Zurbarán no sabemos casi nada hasta que empezó como discípulo de Díaz de Villanueva, en enero de 1614 cuando tenía 14 años, una edad entonces tardía para iniciarse en el oficio. El acento arcaico de su obra al enfrentarse con cuestiones complejas de perspectiva y de articulación compositiva indica que recibió en su juventud un adiestramiento técnico irregular.
Ahora, la madurez y las circunstancias personales le llevan a dotar de efusión sentimental su pintura, antes arquitectónica y ahora blanda y amable.
La primera visión del cuadro está constituida por la Virgen niña en oración, la cual transmite un mensaje de dulzura, profundidad y candidez.
La clave esencial de la pintura es el rostro de la Virgen, y en él sus ojos. El pintor ha creado una mirada dulce y serena, escrutadora a la vez, que parece atravesar la altura divina, dejando a la pequeña María en esa quietud soberana que proporciona al ser el hecho de hallarse absolutamente centrado en Dios.
P
or un instante el trabajo cotidiano de la niña (coser y bordar), se ha detenido o ha derivado hacia la contemplación.
En consecuencia todo el cuerpo reposa, está en paz. Sobre todo las manos, cuyos pulgares se entrecruzan intencionadamente formando una pequeña cruz.
El resto de la pintura discurre entre la densa túnica roja (muy de Zurbarán), el manto verde oscuro y el verde primaveral de la almohadilla; es decir, entre el amor, la esperanza difícil y la espera.
¿Q
ué piensa, pues, la Virgen niña según el autor?
Miramos la objetividad del lienzo. Los elementos artísticos que emplea nos hacen pensar en un adelantamiento de la fe y la espiritualidad de María, inmersas en la naturalidad de una vida infantil en un hogar campestre y sano, religioso y humano: no necesita la Niña corona, ni querubines, ni luna a sus pies y estrellas sobre su cabeza. Todo es simple y llano, divino.
La postura de la Niña es la propia de la Anunciación y, por tanto, de su respuesta: “fiat”, “hágase tu voluntad”. Pero a la vez, las manos, el cierto dolor en los ojos y el paño blanco (posible futuro sudario) hacen creer que está pensando en la Pasión del Mesías, de su futuro hijo Jesús. (La espiritualidad barroca del XVII gustaba mucho de tal interpretación). Y en esa mirada, sosteniéndola, está la fe y la esperanza en el Señor.
L
a luz y el color de la obra completan el mensaje pictórico.
Los colores de la obra contrastan entre sí con el fondo de oscuros. Gracias a esas oposiciones de tonos, Zurbarán logra la expresión de la luz.
El vestido rojo, color que resalta con el manto azul - verde intenso que recae sobre sus brazos, la almohadilla verde, el paño blanco son tonos limpios sin mezclas, esa luz toma un aire de altas cumbres, a fuerza de indicar dramatismo.
L
as manos y la cara aparecen con más luz que el resto de la composición para indicarnos que la oración es el principal mensaje
de la obra.
L
os colores de la obra tienen la siguiente simbología:
Éste es un análisis desde fuera del lienzo; ¡cómo nos gustaría oir al autor su propia explicación y su vivencia al imaginar e ir plasmando la visión interior!
L
a visión de María niña, hacia la que nos conduce el cuadro, nos abre a múltiples sugerencias para nuestra vida de fe.
Igual que en el Nuevo Testamento, con Marta y María, la prudencia de que se nos habla es la de poseer el sentido de la presencia de Dios en el discurrir de la vida cotidiana: María atiende al dialogo con Dios –con su futuro hijo Jesús- dejando a un lado las ocupaciones del día. En este cuadro parece recoger esta escena: la oración es lo primero, por eso se deja a un lado el trabajo, a fin de que sea la oración quien lo inspire y le dé sentido. ¡Qué mensaje tan fundamental para personas tan apresuradas como somos todos nosotros!
Por un momento dejamos también nuestras ocupaciones inmediatas, nos detemos, reorientamos el pensamiento y preguntamos a la Niña: ¿qué sueñas, que rezas, qué crees y qué esperas?... porque nosotros apenas sabemos orar. Son los niños quienes pueden enseñarnos a admirar y adorar, los niños que saben ver y sentir… Le pedimos, entonces, que salve Ella la inocencia y el misterio de la infancia que nos rodea.