Elvira SAYAGO G., Laura ROMERO S., Alicia CRIADO C.
El arte nétamente cristiano (cercano, además, a la teología del icono oriental) tiene una extraordinaria expresión en la obra de nuestro pintor cretense toledano de finales del siglo XVI, el Greco.
El Greco, sobrenombre definitivo de Doménico Theotocópuli, nació en 1541, en Candía (Creta), lugar que en esa época dependía de Venecia. Se sabe que en su infancia recibió una educación humanista, que iría ampliando durante toda su vida. Su aprendizaje pictórico estuvo marcado por el famoso “bilingüismo”: por una parte siguió la importante tradición bizantina local de los iconos, pero por otra, y esto es lo importante para darnos muestra del carácter del joven , también miró a lo que se estaba haciendo en la Italia renacentista, a través de las estampas y grabados que llegaban a la isla. Es significativo porque en ese momento todos sus compañeros se especializaban y mantenían la tradición oriental.
En Creta recibió, pues, su primera formación y gozó de una gran fama como maestro de pintura posbizantina. La influencia oriental no desapareció nunca de su producción y se acentuó con el tiempo. Cuando tenía 26 años, a comienzos de 1567, se trasladó a Venecia, y tres años más tarde a Roma. Sus primeras obras reflejan la diversidad de sus fuentes de inspiración. Tienen rasgos de la Escuela Veneciana, Tintoretto, Tiziano, J. Bassano, en el gusto por los fondos de arquitectura clara, en el colorido brillante y en las formas claras y los manieristas del centro de Italia, además de permanecer el eco de su herencia bizantina.
Parece poco probable que por su temperamento y por su edad, el Greco fuera a Venecia a entrar en un taller para aprender por segunda vez. Lo que sí es lógico es que rápidamente asimilara los conocimientos y las características de los pintores venecianos: el ya anciano Tiziano, Paolo Veronese, la familia de los Bassano y sobre todo Tintoretto, el más cercano a él en lo que a la espiritualidad de las escenas se refiere. En Venecia aprenderá la ciencia del color y de la luz. Poco tiempo después irá a Roma, en torno a 1570. Allí se establecerá en el círculo artistico e intelectual del Cardenal Alejandro Farnesio, que le pondrá en contacto con su introductor en la ciudad de Toledo, Luis de Castilla.
El hecho de que Felipe II, en ese momento el más importante rey de la Cristiandad y por tanto un atrayentísimo mecenas, estuviera empezando a convocar a los principales artistas europeos, y sobre todo italianos, para completar las decoraciones de la magna obra del Escorial, debió influir en el ambicioso pintor para que éste decidiese emprender el viaje a España. A esto se le suman unas más o menos reales disputas con los seguidores de Miguel Ángel por criticar su forma de pintar y que hicieron que se estancia en Roma se viera truncada.
Hacia 1576 llegó a España, tal vez atraído por las posibilidades artísticas que ofrecía El Escorial; pero su originalidad chocó con los convencionalismos de la corte y se retiró a Toledo, donde encontró el ambiente idóneo para el desarrollo de su personalidad. Allí no habría de echar de menos su lejana patria y se encargaría de ser uno de los artistas abanderados que con sus pinceles fijaran la nueva iconografía de la Contrarreforma.
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arece como si todo en la vida del Greco apuntara a la desembocadura en Toledo. Allí morirá en 1614.
Pasión y curiosidad siguen siendo afectos y deseos que provoca siempre la obra de El Greco (Candía, Creta, 1541-Toledo, 1614), arquitecto de retablos, escultor y pintor genial y enigmático, cuyo conocimiento científico permanece encubierto de episodios nebulosos y claves secretas, sobre todo en lo referente a su juventud cretense y a su período italiano, pero también en lo que atañe a circunstancias biográficas y artísticas de su proceso de plenitud, exaltación y exacerbamiento en Toledo.
Marginado y olvidado durante trescientos años, el siglo XX ha redescubierto a El Greco, revisándolo y situándolo en la frontera de las anticipaciones del arte moderno, según la libertad de su colorido y su sentido de abstracción.
Desde el punto de vista testimonial religioso y cristiano nos hallamos ante una interpretación elevadísima del Misterio de la Revelación y, en particular, de la respuesta orante del creyente. Su obra muestra una exuberante teología que asume los postulados de Trento, pero que va más allá de los límites impuestos por la Contrarreforma.
El Greco recurrió en numerosas ocasiones a la repetición de temas, siendo esto una excelente oportunidad para apreciar la evolución de su lenguaje pictórico ya que introduce ligeras variantes a lo largo de su recorrido.
Como muchos artistas desarrolla un estilo peculiar que distingue y distancia su arte del estilo de los demás pintores contemporáneos. La manera con la que El Greco emplea los colores brillantes como colores de piedras preciosas. -a menudo estridentes, con fuertes contrastes de azul, amarillo, verde chillón y rosa cárdeno-, los estilizados miembros y la tensión nerviosa que caracterizan sus figuras con forma de llama, nos descubre los ropajes que los envuelven como si tuviesen vida propia. Otras de sus características fundamentales es el tono exaltadamente enfervorizado, las composiciones movidísimas y el ritmo, que proyectan en su misteriosa iconografía un intenso sentimiento religioso y creyente cristiano.
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asi siempre pintó un cielo oscuro con muchas nubes y por eso, sus cielos se llaman “el cielo Greco”.
El pintor organizó la producción de su taller a niveles distintos, los grandes encargos los realizaba en su totalidad él mismo, mientras que sus ayudantes realizaban lienzos más modestos con iconografías destinadas a la devoción popular.
En varios casos, el Greco y su taller pintaron varias versiones sobre un mismo tema, con variantes. Así sobre el Expolio, Wethey catalogó quince cuadros con este tema y otras cuatro copias de medio cuerpo. Solo en cinco de estas obras vio la mano del artista y las otras diez las consideró producciones del taller o copias posteriores de pequeño tamaño y poca calidad. El tema que más se repitió es san Francisco, saliendo de su taller del orden del centenar de cuadros sobre este santo, de ellos veinticinco son autógrafos reconocidos, el resto son obras en colaboración con el taller o copias del maestro. Otros temas que repitió habitualmente son María Magdalena, los apóstoles, la purificación del templo, el bautismo de Cristo, Cristo con la cruz a cuestas y la Anunciación entre otros.
El Greco se adelanta a su tiempo en lo que pudiéramos llamar coquetería de lo inacabado, que apenas comienza a apreciarse medio siglo después, aunque ya sentaran sus bases, en Venecia, Tiziano y Tintoretto; pero, con esos “crueles borrones”, manchas y líneas de negro puro, trata de aguzar los colores y hacerlos brillar como en los plomos de una vidriera. El Greco tiene el sistema, de hacer montar el negro o los colores unos sobre otros, para exacerbar su contraste y para que el dibujo no los separe. En realidad, dibuja con el color.
Lionello Puppi comenta de toda la obra de El Greco: “la representación de una realidad interior que está más allá de lo visible, y que siempre se abrió paso en el quehacer del maestro”.
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a obra del artista del Greco se ha agrupado en 6 periodos:
Doménikos estudió pintura en su isla natal, Creta, y se convirtió en pintor de iconos en el estilo postbizantino vigente en Creta en aquellos tiempos. A los veintidós años ya desempeñaba oficialmente la profesión de pintor.
Se le atribuyen al Greco iconos en los que no deja ver sus cualidades coloristas o sus de formaciones de compositor. Por ello no es posible atribuir con certeza al Greco ninguno de los cuadros bizantinos, aunque su aprendizaje en este estilo sea indudable, tanto por su mocedad en Creta, como por las cualidades estilísticas que asoman a sus cuadros.
De los posibles cuadros de su juventud destaca el magnífico Tríptico Estense, compuesto de tres tablas pintadas al temple por el anverso y por el reverso.
Los caracteres bizantinos del estilo del Greco se desvelan en su desdén del ilusionismo espacial propio del Renacimiento italiano, tanto en las líneas de fuga, como en la degradación sutil del colorido. Sus fondos no tratan de crear la impresión de un vacío, sino que son simplemente un modo de recortar y subrayar a los personajes. Estos son sobre todo en imágenes de busto, suelen aparecer de frente, fijando en al espectador la vaga pero no intensa mirada de sus grandes ojos.
El Greco toma de la tradición bizantina el origen abstracto de las formas, que no parten de la observación de la realidad externa, sino de un ideal preconcebido; el carácter ritual de sus composiciones, su cromatismo sin intervención de la luz.
Debió trasladarse a Venecia con 26 años donde solo permaneció unos tres años, pero fue un periodo clave. Esta ciudad, en aquel tiempo, era el mayor centro artístico de Italia encontrándose en su momento cumbre renacentista con Tiziano trabajando intensamente en sus últimos años de vida y también Tintoretto, Veronés y Jacobo Bassano. El Greco estudió la obra de todos ellos. Desde el principio asumió y pintó con el nuevo lenguaje pictórico renacentista aprendido en Venecia, convirtiéndose en un pintor veneciano.
Allí permaneció desde noviembre de 1570 hasta 1577. Cuando El Greco vivió en Roma, Miguel Ángel y Rafael habían muerto, pero su enorme influencia seguía vigente. La herencia de estos grandes maestros dominaba el escenario artístico de Roma. Allí aprendió una forma de pintar que los pintores romanos habían establecido, un estilo llamado manierismo pleno o maniera basado en las obras de Rafael y Miguel Ángel, donde las figuras se fueron exagerando y complicando hasta convertirse en artificiales.
Aunque el Greco se presente como alumno de Tizziano, justo es reconocer otras influencias, las de los pintores venecianos Tintoretto, Veronés y Basado.
Todos estos artistas pueden considerarse manieristas” y que significa la tendencia dominante en toda Europa a mediados del siglo XVI, (la técnica manierista suele ser fría), el color de los manieristas es tabicado por zonas, como un esmalte, (los verdaderos manieristas estudian las obras de otros artistas).
De Veronés ha tomado el Greco algunos colores ácidos y exquisitos (verdes y amarillos) y algunos “trucos” técnicos el de inundar de lagrimas un ojo con una simple pincelada blanca dada verticalmente sobre la pupila, de los Bassanos imito la composición agrupada en torna al Niño en la Adoración de los pastores, iluminada por el resplandor que sale del recién nacido; y de Tintoreto, el dramatismo rítmico del dibujo, en el Laocoonte, la composición dividida en zonas o estancias, la afición a los tonos dramáticos, purpúreos y negros, rasgados por enormes pinceladas de blanco puro, aprendió a modelar un rostro con sueltas pinceladas y a concentrar en él todo el interés de un retrato, dejando el resto en sombra.
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n 1570 comienza su nuevo viaje a Roma debido a su admiración hacia Miguel Ángel.
La afición del pintor por el canon alargado de sus figuras da a sus santos de cuerpo entero la majestad monumental de torres. Por su altura como por la belleza de esta familia de gigantes, cabe destacar: San Pedro y San Ildefonso, San Juan Bautista, y Santiago y San Agustín.
Desde 1577 residió en Toledo. En estos primeros años toledanos aparece el estilo personal del pintor pero el planteamiento es aún plenamente italiano.
En este periodo se han incluido las obras desde 1586 en que le contrataron el entierro del Conde de Orgaz hasta 1596 en que le confiaron el retablo de doña María de Aragón.
Se incluye en él su última producción desde 1596 en que le confiaron el retablo de doña María de Aragón. El estudio de este conjunto de seis grandes lienzos nos da una idea del grado de madurez pictórica y espiritual alcanzado por el Greco.
En el final del siglo XVI, el encargo de doña María de Aragón representó un punto de inflexión en la producción del artista, quien se adentró con el cambio del siglo en su producción más personal.
Doña María de Córdoba y Aragón, había costeado la fundación de un colegio o seminario para la Orden Agustina, bajo la advocación de la Encarnación. Doña María murió en 1593 sin ver acabada la fundación, por lo que el rector fray Hernando de Rojas y el albacea testamentario Jerónimo de Chiriboga se hicieron cargo de las obras. La personalidad de este último personaje, canónigo de Talavera de la Reina, pudo ser decisiva cuando el Real Consejo de Castilla encomendó, en diciembre de 1596, el retablo mayor de la iglesia.
El Greco, para poder hacerse cargo de la obligada fianza al emprender el trabajo, recurrió a fiadores toledanos. En julio de 1600 un carretero llevó desde Toledo el retablo con todos los aderezos que para él estaban fechos, es decir: el armazón del conjunto y un número de esculturas, además de las pinturas, siguiendo la habitual complejidad de los retablos castellanos. Algo después le fueron pagados a El Greco los 5.920 ducados en que fue tasado el retablo.
C
on este retablo El Greco inicia la fase final de su carrera, en la
que afianza su concepción de la pintura.
En una distribución de dos pisos y tres calles, en el piso bajo La Anunciación estaría flanqueada por La Adoración de los pastores y El Bautismo, mientras que en el piso superior La Resurrección y Pentecostés se situarían a los lados de La Crucifixión, estando todos ellos rematados en medio punto. Un séptimo cuadro, hoy desaparecido, completaría el retablo; una pintura de formato más reducido con un tema que pudiera corresponder con la Santa Faz, un Cordero adorado por ángeles o una Virgen con el Niño.
E
l colegio desapareció en el siglo XIX sufriendo los avatares políticos de estos años, hasta que en 1835 lo
convirtieron en sede del Senado.
La obra desarrollada por el artista en este conjunto causó una incomprensión generalizada ante un alarde tan impresionante de composición, dibujo y sentido del color. se ha tratado de explicar este excepcional conjunto de pinturas mediante justificaciones muy variadas, desde el supuesto manierismo del pintor, a la ordenación de las mismas en el retablo o a través de los escritos del beato Alonso de Orozco (1500-1591), predicador y escritor agustino de gran estimación en la Corte…
También se ha visto este conjunto como la manifestación evidente del resurgimiento del bizantinismo que, a partir de esas fechas, seguirá la obra del artista
El Greco, sin rupturas excesivas con su producción anterior, realiza una auténtica demostración de pintura, desarrollada con una libertad inusitada, inaccesible desde luego tanto a sus contemporáneos como a gran parte de las generaciones venideras. Las pinceladas, de recorrido y textura tan variadas que sólo pueden explicarse desde un dominio absoluto del óleo, fluyen sobre el lienzo con una contundencia pasmosa. La eficaz resolución del colorido se lleva a cabo desde una excelente concepción de las anatomías y movimientos de las figuras, tan bien entendidas que definen por sí mismas el espacio. Desvinculado de las concepciones tradicionales del arte de la pintura, no es de extrañar que durante tres largos siglos esta visión de El Greco de los asuntos celestiales sólo pudiera explicarse como una creación nacida del delirio del pintor.
En cuanto a la temática desarrollada, El Greco tuvo ocasión de reincidir en algunos de los temas religiosos que con más frecuencia había tratado, lo que le permitió afrontar estas composiciones con mayor seguridad y madurez. En asuntos como La Anunciación o La Adoración de los pastores, muestra toda su capacidad creadora y pictórica, una vez absorbidos y superados los modelos de partida, básicamente venecianos. En los seis episodios tratados, todos ellos fundamentales en la iconografía cristiana, El Greco plasmó una nueva visión del misterium que cada tema conlleva, y lo desarrolló como una experiencia luminosa que se ha definido en alguna ocasión como una descarga eléctrica capaz de unir en un instante cielo y tierra. Con respecto al marcado sentido ascensional de las figuras, hay que hacer notar que El Greco resuelve de forma brillante unas composiciones que debían adaptarse a los formatos verticales de las telas.
En 1962 Harold H. Wethey estableció un corpus pictórico del Greco que ascendía a 285 obras auténticas, la inmensa mayoría de ellas de carácter religioso.
Como en la recensión de obras consignadas en las diversas monografías de este trabajo, seleccionamos aquí sólo aquellas pinturas maestras que destacan por su mayor riqueza artística y, a la vez, por la unción religiosa y la capacidad de comunicación.
Proceden originariamente –sobre todo- de Toledo (Capilla de San José, iglesia de Santo Tomé, iglesia de Santo Domingo el Antiguo, convento de San Bernardino, Catedral, etc). Actualmente se hallan repartidas por los mejores museos de pintura del mundo: El Prado, National Gallery de Londres y de Washington, Museo del Greco y Museo de Santa Cruz (Toledo), Thyssen-Bornemisza, Art Institute de Chicago, Nacional de Rumanía (Bucarest), Cleveland, Metropolitan de Nueva York, Lowe de Jacksonville,…)
S
on las siguientes 46 obras (según ordenamiento teológico); de las cuales, 43 son realizadas después de
su llegada a Toledo en 1577.
B
ibliografía de referencia.