67    LA ORACIÓN SIN FIN


(Anciana rezando antes de comer)

Nicolás Maes
Óleo sobre lienzo. 134 cm. x 113 cm. Compuesto hacia 1656
Barroco holandés Rijksmuseum, Amsterdam
________________________________________________ Eva CANENCIA GARCÍA – Mª Isabel JIMÉNEZ

 
Domine non sum dignus,   por la Escolania Escorial.  Morricone

Aproximación a la obra

El cuadro de Maes nos presenta a una anciana rezando con gran devoción antes de comer. Se conoce también como “La oración sin fin” o “Anciana dando gracias”. Se trata de una mujer entrada en la ancianidad, pero todavía fuerte para afrontar sola la vida. El gato doméstico intenta arrastrar el mantel para coger la comida; la anciana lo sabe y, sin embargo, no deja de orar, no permite que nada la distraiga de su oración.

¿Quién es este pintor capaz de representar –como modelo- a una anciana y de captar un momento de su vida tan íntimo, rodeándola, además, de un hermoso bodegón? Uno de los discípulos más significativos de Rembrandt y una personalidad muy atenta a las realidades de la vida cotidiana.

Nicolaes Maes nació en Dordrecht en 1634. Era el hijo de Gerrit Maes, un próspero comerciante. Comenzó la formación artística en su ciudad natal como dibujante. Alrededor de 1648, marchó a Ámsterdam, completando su preparación pictórica en el taller de Rembrandt, donde entró hacia 1650. En 1653 regresó a Dordrecht y allí, un año más tarde, contrajo matrimonio con la viuda Adriana Browers, permaneciendo en esa ciudad hasta 1673. Muere en 1693, en Amsterdam.

Durante la década de 1650 hasta, aproximadamente, el principio de 1660 Maes desplegó su etapa de mayor creatividad. Desde 1656 cuando comenzó a trabajar con más dedicación el retrato, género en el que se centraría los últimos años de su carrera. Las influencias iniciales de Rembrandt fueron reemplazadas en esos años por otras procedentes de la escuela flamenca. Nicolaes Maes pintó a algunas de las más importantes personalidades políticas y militares del país y a miembros de la alta burguesía.

En su mejor período, desde 1655 hasta 1665, Maes se dedicó al género doméstico en una escala menor, conservando en gran medida la magia de color que había aprendido de Rembrandt. Solo en raras ocasiones trató temas bíblicos, como en la Partida de Agar, que ha sido atribuida a Rembrandt. Sus temas favoritos eran mujeres hilando o leyendo la Biblia o preparando una comida. Se diría que, entrando en la casa pinta estas escenas con total respeto a la intimidad, reflejando un modo austero y sencillo de vivir. Mediante cuadros como éste el autor traza una síntesis del vivir humano.

Comprensión de la obra

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En torno al conjunto

Las primeras obras de Maes como pintor independiente las realizó con diecinueve años, y en ellas se perciben los influjos de su maestro en la forma de tratar el claroscuro y en la elección de los temas. Estas pinturas juveniles trataban asuntos religiosos, mitológicos y escenas de género, es decir, de detalles normales de la vida cotidiana que expresan estados de ánimo y ocupaciones sencillas e íntimas, tales como Muchacha asomada a la ventana, Anciana dormitando o esta Anciana rezando (también conocido como La oración sin fin), del Rijksmuseum de Amsterdam, y otros.

Esta persona (única protagonista del óleo) ora profundamente, no deja que el gato -que tira impacientemente del mantel- la distraiga. La virtud de la anciana reside en su autocontrol y el sentido de su deber para con Dios. Al igual que su maestro Rembrandt, Maes centra la atención en la esencia de la escena a través de la iluminación limitada a la figura y al gesto que le interesan.

En relación con esta obra es importante observar que, por estas mismas fechas, realiza otro de sus cuadros conocidos,la Anciana dormitando (Royal Museums of Fine Arts of Belgium), siguiendo el mismo esquema de composición y prácticamente la misma figura y el mismo respeto a la intimidad; además, el jarrón de porcelana igual mismo en ambos lienzos nos sugiere que se trata de la misma casa y de la misma persona. Entonces, la mujer (seguramente, pues, la misma de la obra que vamos a contemplar) puede que no dormite –al menos voluntariamente- sino que lea la Escritura y la medite, como parece indicarlo el hecho de que su mano descanse sobre el libro abierto y en el atril se halle otro gran volumen también ojeado.


ero volvamos a la anciana rezando.

Ciertamente la imagen es costumbrista y respira el realismo de quien observa y valora con cariño la vida de una clase media baja: por un lado, refleja el modo austero y sencillo de vivir, expresado en momentos íntimos en los que aflora de forma natural la sensibilidad religiosa sin interferencia social alguna (nadie condiciona a esta mujer); por otro, se hace una pintura de lo modesto –casi pobre- pero suficiente para sobrellevar con dignidad la existencia (una mesa preparada con cierto primor, bien abastecida de buen pan, pescado, sopa, algo frito y una torta).

Los utensilios que acompañan el bodegón deben tener un valor simbólico: el pan (del que se han partido dos rebanadas), el pescado, la hermosa jarra, el cuchillo, las llaves colgadas, dispuestas a abrir más que a cerrar, la alcuza y el libro abierto (¡qué otro libro podía ser en esa casa sino la Biblia!)…

Y, algo difuminado, el reloj de arena que marca el paso inexorable del tiempo que no perdona y recuerda la fugacidad del tránsito por la tierra… El pintor piensa –medita- en la ancianidad, se adelanta a ella (puesto que es un cuadro de juventud).

La figura está sola: no hay nadie más de la familia que more en esta vivienda; no se espera a nadie físico a esta mesa, ya perfectamente ocupada. La anciana ha llegado a la soledad sola, a la soledad radical que es la verdad esencial del ser humano.

Esta mujer y su entorno doméstico le ofrecen, pues, al autor la posibilidad de hacer una síntesis del vivir humano. Pero –fijémonos bien- nada suscita tensión o temor o decaimiento. La anciana ha encontrado el camino de la interioridad, del contacto seguro con los pequeños dones de la naturaleza: la casa y la estancia suficientes para ella, la comida amable, la compañía simple de un animal no demasiado afectivo y, sin duda alguna, el Dios que la habita –a ella y a su casa-.

No tiene prisa en morirse; se encuentra bien y posee una fe o esperanza natural; esa es la doble misteriosa y potente luz que el artista hace brotar de la mesa eucarística y del rostro de esta creyente, muy al estilo de su maestro Rembrandt. Son dos focos irradiantes distintos: uno que ilumina la parte derecha del rostro de la mujer; otro que brota o incide en la mesa, al margen de la luz personal.

En cuanto a las figuras

La mujer del cuadro es fuerte; su edad avanzada no le resta vigor para seguir afrontando la vida por sí misma. Su rostro curtido revela haber trabajado mucho a lo largo de su existencia, pero no haberse gastado; refleja paz y bondad. Maes sabe también mostrar aquí la cualidad de la bondad humana (recordemos el cuadro Jesús bendiciendo a los niños arriba contemplado). Su atuendo nos indica que tiene algo de frío, pero que lo sobrelleva bien en la estancia cálida.

Son magníficas sus grandes y huesudas manos, espiritualizadas por el gesto orante y por los ojos cerrados, ensimismados (que llevan la persona hacia dentro de sí misma).

Pero es más importante para el autor lo que adivina desde sus ojos cerrados y desde el ligero movimiento del mantel: la argucia del gato; y, sobre todo, su quietud frente a la simpática amenaza del felino (de echar por tierra la comida y aprovecharse de ella). Este gesto tácito es grandioso para una cocinera que ha preparado con esmero su propia comida y su propia mesa. Simboliza la absoluta independencia de factores externos en el momento de entrar en diálogo con Dios y la honda oración que le ocupa. Es realmente una “Oración sin fin”: nada ni nadie puede poner término a esa actitud orante en una persona de la sencillez y aparente o modesta medianía de la protagonista del cuadro. Maes ha hecho aquí una verdadera obra de arte cuajada de mensaje.

Por su parte, el gato hace lo que tienen que hacer todos los gatos: sentirse en su casa, con derecho a disfrutar de ella al margen de los dueños. Digamos que también se siente dueño. En todo caso, es el elemento pictórico que provoca la realización interior de la anciana en esa hora.

Contemplación de la obra. Oración.

Este cuadro nos causa admiración profunda por el resultado conseguido por las manos del autor y más aún por su inteligencia y su corazón. ¿Cómo sin una sensibilidad exquisita se podría mostrar el clima que habita el alma de una persona?

La imagen de esta mujer nos apremia a tomar con absoluta seriedad el ejercicio orante, la oración honda que sucede entrando en la propia soledad, sin tiempo medido y sin que nada nos altere.

Entendemos que su alma está centrada en el Dios que la sostiene ahora y que, tras haber discurrido mucho tiempo de la vida, sabe que siempre lo hará.

Se nos ocurre, pues, decirle: “Cuando te has sentado a la mesa, la acción de gracias que podías haber hecho en breves momentos te ha llevado el corazón lejos-; se ha detenido todo a tu alrededor para quedarte sólo con el Señor, como María, la hermana de Marta y Lázaro: “Marta, Marta, te inquietas y te preocupas por muchas cosas y una sola es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán” (Lc 10, 41-42)

Has preparado tu alimento, ya es la hora de comer y no la tomas. ¿Qué es lo que te ocupa?; ¿acaso no te importa que el gato, atraído por el olor del salmón, haga un estropicio en tu vajilla tus alimentos?

No. ¡Cómo vas a tener prisa por comer! Nada hay más importante para ti y este sencillo ponerte a la mesa te brinda el momento que probablemente has estado anhelando en la atareada mañana. Quizás el gato consiga su objetivo, puede que la sopa se derrame y el vino y el pan caigan al suelo pero tú ya te habrás alimentado de otro Pan…”

El lienzo nos habla también de la soledad. Una soledad que la anciana parece haber asumido con suficiente paz, incluso con fecundidad espiritual. Probablemente ha dado con la verdad, y la verdad la hace libre. ¿Pretende el pintor ayudarnos a descubrir serenamente esta condición humana?


iene a nuestro encuentro la poesía lírica de nuestros maestros del espíritu por aquellas mismas fechas

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

(Fray Luis de León)

    

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

……………………… En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

………………………. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

(San Juan de la Cruz)

    

    

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