60    VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

EL Greco, Doménikos Theotokópulos
Óleo sobre lienzo de 275 x 127 cm
Compuesto entre los años 1.595 – 1.600 (Toledo)
Estilo renacentista. Manierismo
Museo del Prado. Madrid
____________________________________________________ Alicia CRIADO CRIADO

 
And the Glory of the Lord ;      Mormon Tabernacle Choir  

Aproximación a la obra

Debido a la gran importancia que se le daba a la fe cristiana en los siglos XVI y XVII españoles, El Greco, además de ser retratista, cultivó especialmente la pintura teológica, y es ahí donde se muestra como uno de los genuinos artistas creyentes de la pintura, de modo especial en sus obras devocionarias para iglesias, impregnadas de espiritualidad y de pensamiento.

Sin duda es el pintor más original del Renacimiento español de finales del siglo XVI y uno de los más grandes pintores del manierismo, estilo derivado de la evolución última de las teorías de esta etapa, creado –en principio- para clientes muy refinados, que deseaban un arte sofisticado y cortesano. El Greco compaginó técnicas de composición manierista, gran sentido colorista, profundo realismo y exaltada espiritualidad y fe, con otras técnicas pictóricas.

La “Venida del Espíritu Santo” (o “Pentecostés”) se sitúa en el período renacentista. Fue compuesto entre los años 1.595 – 1.600 aproximadamente, para el colegio de doña María de Aragón. Se realizó en Toledo con las características que se presentaban en el Renacimiento y en el Manierismo dentro del contexto castellano: sobriedad y religiosidad profunda, incluso mística.

El cuadro formaba parte del cuerpo alto del retablo de la iglesia de ese colegio; mientras que sus compañeros “La Anunciación” y “El Bautismo de Cristo” estaban colocados en el cuerpo bajo de dicho retablo. Como en los demás cuadros que le fueron encargados al pintor, empleó un triángulo para organizar la composición, pero en este caso invertido.

El tema de Pentecostés o venida del Espíritu Santo es un tema que se encuentra con bastante frecuencia en retablos castellanos. En este cuadro, como indica su nombre, podemos observar la venida del Espíritu Santo (simbolizado en una paloma) sobre la Virgen María y los apóstoles que llevan sobre sus cabezas una lengua de fuego, signo de haber recibido el vigor de la tercera persona de la Santísima Trinidad.

La escena de la pintura está recogida en Hechos 2, 1-13 y siguientes:

“Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían. ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros le oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilía, Egipto, la parte de Libia frontera con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios. Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: "¿Qué significa esto? Otros en cambio decían riéndose: ¡Están llenos de mosto!”.

Comprensión de la obra

.

Se podría decir que toda la obra, para no distraer la atención y destacar mejor el contenido esencial, tiene un fondo neutro, que invita a dirigir la mirada al Espíritu, para contemplar así la fuerza que nos viene desde arriba destinada a hacer un mundo más horizontal, más fraterno.

El conjunto

Tras una mirada detenida y fijarnos en los personajes, nos damos cuenta de que hay algo que en principio no concuerda con el texto, y es que en el pasaje del Nuevo Testamento se nos narra que estaban reunidos los doce apóstoles en el cenáculo; sin embargo, en el lienzo aparecen María y junto a ella una mujer y trece varones a su alrededor.

El autor, que no se atiene a los cánones de la época manifiesta su libertad, su actitud luchadora, no dejándose llevar fácilmente por la ideología literal de su tiempo.

El conjunto conserva el esquema romanista. El friso de cabezas, -la isocefalia típica de El Greco- se ve continuado por figuras colocadas en planos degradantes que dibujan un semicírculo en torno a la Madre de Dios.

El Greco a la hora de realizar estos personajes no hace uso del canon clásico, en el que la proporción y la belleza son la clave, sino que estiliza la silueta al emplear un canon de uno a trece, es decir la cabeza es la decimotercera parte del cuerpo. El resultado de esta innovación son esas figuras largas con la cabeza pequeña y vestidas con amplios ropajes que ocultan sus cuerpos.

Las figuras y los elementos.

Las actitudes de cada figura se contrarrestan y dotan a la pintura de un ritmo especial. En el primer plano aparecen S. Pedro casi caído y S. Juan con un gesto ascensorial. A San Pedro le sigue un apóstol con acento rural, a continuación otro extático con vestido verde y amarillo y próximo a este se encuentra el que forma el extremo de la composición principal que extiende su brazo larguísimo.

Le sigue otro de aspecto anciano mirando al frente y que, según algunos estudiosos, sería un retrato del mismo Greco. A su lado otro apóstol con túnica verde que, asombrado, mira a la Virgen; y entre él y María aparece una mujer con gesto doloroso.

La Virgen que está situada en el centro es la única que no muestra espanto ante el fuego. Sentada como si fuera una reina, con el mismo gesto de otros cuadros en los que está coronada. Al lado, la cabeza de otro discípulo deslumbrado; tras una estática cabeza de joven está un anciano con un manto amarillo y un impetuoso asombro. Le sigue otro apóstol con la faz iluminada. Y, en fin, en el extremo, un seguidor más de Jesús con el brazo levantado, actitud predilecta del Greco.

En un plano inferior se sitúa un apóstol con cabeza de mendigo, un poco confuso y humilde y, en primer término, San Juan vuelto de espaldas con túnica verdosa y manto grosella con efecto de luz y una acogedora y asombrosa actitud.



tro motivo de especial atención son las lenguas de fuego, pintadas magistralmente sobre todos los personajes.

La luz y el color

La luz es uno de los rasgos más característicos del autor y de esta obra en concreto. La luz procede de la parte superior del cuadro, de la paloma, que representa al Espíritu Santo y hacia ella dirigen su mirada la gran mayoría de los apóstoles. Es una luz intensa que decolora todo lo que cae bajo su influencia. El colorido usado por el artista es muy variado y como puede observarse emplea tonalidades fuertes que se degradan por los efectos de la luz que tan magistralmente pinta el autor. Esta utilización de la luz la aprendió de uno de los grandes artistas venecianos “Tintoretto”. Utiliza colores fríos y cuando usa tonos más cálidos les da un brillo intenso y casi metálicos que los vuelve fríos.

Todos los personajes del cuadro reciben una iluminación no sólo en sus caras, sino también en sus ropajes y podría decirse que en sus actitudes también.

Contemplación de la obra. Oración.

Nosotros (parece decirnos la pintura), al abrirnos a la acción del Espíritu, también somos iluminados totalmente, transformados para vivir con otro estilo diferente, el del amor que nos ha dado el buen Padre Dios en Cristo: “el amor de Dios se ha derramado en vuestros corazones”

Al observar el cuadro podemos, pues, apreciar cómo la acción del Espíritu no queda allá en las alturas, distante de los hombres, sino que a través de María y los apóstoles se prolonga hasta el observador. De ahí que haya un grupo de personajes situados en torno a la Virgen que preside la escena y otros que se ubican en primer plano y se ven en perspectiva diferente, más cerca de los espectadores. A todos les une un denominador común, la lengua de fuego sobre sus cabezas; y todo bajo la luz del Espíritu que desde lo alto protege y une a todos los personajes en una sola comunidad.

Deberíamos incluirnos, por tanto, en el grupo (entrar dentro del cuadro) y pensar que nos sucede igual que a los apóstoles, que pasamos por pruebas y dificultades, y que hoy -los que hemos recibido también al Espíritu- hemos de dejarnos ser iluminados, acoger en lo más profundo de nuestro corazón esa luz que nos viene de lo alto para fortalecernos como a los apóstoles y pasar a la acción para dar la luz recibida a los demás en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla nuestra existencia (familia, trabajo, sociedad, comunidad cristiana…) y así construir la civilización del amor edificando una sociedad mejor.

"Q 
ue la fuerza del Espíritu Santo os colme de esperanza”
. (Rom 15,13)

Pentecostés cierra el ciclo pascual del calendario cristiano. Esta fiesta se celebra a los cincuenta días de la resurrección, día de la efusión del Espíritu en que los primeros seguidores de Cristo, fortalecidos por esta fuerza divina se lanzan al mundo a continuar la misión salvífica de Jesús anunciando la Buena Nueva a todos los hombres; y así va surgiendo la Iglesia, nuevo pueblo de Dios que es conducido y guiado por ese Espíritu. Es un día en el que de forma especial recordamos y tomamos conciencia de que el Espíritu que recibimos en el Bautismo y que de forma plena se nos dio en el sacramento de la Confirmación, nuestro Pentecostés personal, nos compromete también a nosotros a continuar la misión del Señor, como discípulos misioneros, siendo testigos del evangelio hoy en el mundo reflejando el amor y la misericordia de Dios.


acemos nuestro, pues, el Himno de Laudes de esa festividad.

El mundo brilla de alegría.
Se renueva la faz de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo.

Esta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.

    
    
    
    

Esta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.

Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza,
hasta que el Señor vuelva.



"Secuencia de Pentecostés"
  
  

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