Vincent Van Gogh
Óleo sobre lienzo, 73 x 60 cm. Mayo de 1890
Impresionismo
En Otterlo, Rijksmuseum Kröller-Müller
____________________________________ Elena FDEZ. MORELL y Encarnación PUERTAS FDEZ.
Esta pintura es una de las obras que realiza Vincent Van Gogh en los últimos meses de su vida, así como una de las pocas en las que aborda la temática religiosa. El cuadro, copiado de una litografía de Delacroix, tiene como tema la parábola evangélica del Buen Samaritano narrada por San Lucas y en la que Jesús nos recuerda ese primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo tu espíritu; y al prójimo como a ti mismo”.
Habiendo sido preguntado Jesucristo quien es el prójimo, contestó: “Un hombre fue robado y herido por unos ladrones que le abandonaron en el camino. Pasó un sacerdote, y, aunque le vio, pasó de largo. Igualmente pasó un levita que también siguió su camino sin prestarle ayuda. Finalmente pasó un samaritano que vendó las heridas, le sentó en su cabalgadura, y le llevó a un mesón, donde pagó para que le . Termina Jesús la parábola preguntando ¿Quién creéis que fue el prójimo del que había sido atacado por los ladrones?” (Lc. 10, 29-37).
Van Gogh recurre a una obra del mismo tema de Delacroix a la hora de abordar él su pintura, algo que hará en más ocasiones con los temas religiosos.
En la carta 607, de 19 de Septiembre de 1889, Van Gogh muestra ya su intención de pintar esta obra: "Voy a copiar " El Buen Samaritano" de Delacroix". Posteriormente, a principios de Febrero de 1890, en la carta 626, vuelve a comunicar a Theo su intención: "Uno de estos días espero comenzar "El Buen Samaritano" de Delacroix y "El Leñador" de Millet".
Los momentos de crisis y las situaciones depresivas fueron constantes en la vida del pintor que, ya en 1873 sufrirá una fuerte crisis tras ser rechazado por la hija de su patrona de la que se había enamorado. Vivirá un tiempo en Londres, dedicando un gran interés a la lectura de libros religiosos; cuando en 1875 se traslada a París, la Biblia se convierte en su incondicional compañera. Junto a su creciente afición a la pintura, Vincent siente vocación religiosa y tratará de ser predicador seglar pero no le consideran apto. Tras este nuevo desengaño tratará de seguir la vocación a su manera y marchará a vivir un tiempo con los mineros, cuyas condiciones de vida le conmoverían profundamente.
Cuando Van Gogh realiza este cuadro acaba de recuperarse de la que sería la última recaída de su vida, aunque se encontraba aún agotado por la enfermedad. El hombre de la pintura, caído a la vera del camino, malherido, maltratado por la vida e indefenso, es, sin duda, el mismo pintor.
Las circunstancias durante las que lleva a cabo su obra son las mismas que las que sufría cuando pintó "La Resurrección de Lázaro", y muy parecidas a las que padeció cuando pintó "Piedad" y "Angel". Todas estas obras de carácter religioso tienen en común que son ejecutadas inmediatamente después de la recuperación tras una recaída de su enfermedad, y puede verse en ellas el deseo de encontrar consuelo en sus pensamientos religiosos, como una forma más de salir de la depresión que le causa sus recaídas, identificándose de una u otra manera con los protagonistas de los cuadros.
Es notable la capacidad de Van Gogh para revelar sus emociones a través de la pintura. Él, que se había entregado tanto a los demás durante su período de predicador, ahora se encuentra sólo y abandonado. Parece como si sintiera compasión de sí mismo.
El cuadro puede tener diversas lecturas. La más inmediata se refiere al hecho más reciente vivido por él mismo durante la recaída sufrida en Arlés y que le tuvo dos días perdido hasta que alguien le encontró y pudo ser conducido al hospital. Se siente así perfectamente identificado con el hombre herido y abandonado de la parábola.
El hecho de que pase un sacerdote, luego un levita (encargados de los templos), y un samaritano (despreciados por los judíos, quienes les negaban el saludo ni tenían tratos con ellos), se presta a la crítica, una vez más, del estamento religioso, y a todo autoritarismo en general, al mismo tiempo que muestra su preferencia por los más sencillos y humildes, entre los que encuentra mayores rasgos humanitarios.
La obra presenta dos planos: en el plano principal está la esencia de la obra, el mensaje que se quiere transmitir a través de esos dos personajes, el samaritano y la persona desvalida, indefensa; y, en el plano secundario se puede ver a los otros dos personajes que intervienen en esta historia, acompañados de una cantidad de simbolismos abundantes, como son: el camino, las montañas, la luz, el cofre abierto… cada uno de los cuales nos transmite una gran cantidad de sensaciones.
Contrastan lo humano y lo divino, refiriéndonos con ello –lo divino- a los elementos de la naturaleza creados por Dios, esto es: las montañas, como aquellas dificultades que nos acompañan en el día a día y que nos parecen no desaparecer e incluso aumentar; la luz que se deja entrever entre las montañas, que nos dan un halo de esperanza ante todos esos problemas; el agua que discurre al pie de las montañas y de la ladera, que nos puede transmitir la frescura con la que el Espíritu de Dios nos puede colmar en cada momento de nuestro día a día; el sendero en la naturaleza que es símil del camino en la vida humana, por el cual andamos, paseamos…
Nos paramos y descubrimos distintos elementos, cosas o situaciones, como pueden ser la vegetación, el árbol o el desprecio y la acogida; el cofre abierto, como ese Gran Tesoro que ha sido hallado en la búsqueda y que no es ni más ni menos que el encuentro del amor que transmiten unos brazos abiertos en acogida y servicio ante la persona necesitada material y espiritualmente. Todo ha sido creado por Dios para acompañar al hombre en su paso por el mundo terreno; también ese animal, protagonista de la parábola y del cuadro, que llevará sobre su montura al ser humano indefenso.
El verde de las plantas nace en las montañas como el elemento esperanzador ante los problemas de la vida.
Si se traza una diagonal desde el ángulo superior izquierdo del cuadro hasta el ángulo inferior derecho queda dividido el cuadro en dos triángulos. En el superior predominan las líneas onduladas, sinuosas y los colores fríos y quebrados, mientras que en la zona inferior las ondulaciones son más limitadas pero en cambio los colores son más cálidos y puros. El autor lleva a la obra las dos situaciones que experimenta en su persona, toda la turbulencia de su existencia por un lado y, por otro, la esperanza que va surgiendo gracias a diversos acontecimientos de su vida.
El primer plano nos presenta al samaritano que sube a su propia cabalgadura al hombre herido, que ha sido asaltado y golpeado. El contraste cromático entre ambas figuras es magistral; frente a los colores más cálidos y vivos del samaritano, el hombre enfermo se nos presenta pálido, con una tonalidad mucho más fría y un rostro casi azulado que evidencia su situación. En un segundo plano, junto al baúl vacío que se observa en el suelo, vemos marcharse al levita que dio un rodeo por no ayudar al enfermo y contaminarse ritualmente. Al fondo, perdiéndose en la lejanía, el sacerdote que pasó el primero e hizo lo mismo.
El hombre atacado por los ladrones presenta en su rostro la expresión del dolor por el trato recibido, tanto por el sacerdote como por el levita; más que el daño físico, transmite el dolor de su corazón por el desprecio de las personas que pasan por el camino sin hacerle caso. Sus brazos se apoyan en el samaritano como imagen del soporte incondicional que Dios ofrece a lo largo de la vida de cada individuo
La postura del samaritano nos remite a la imagen del cirineo que ayuda a Jesús a cargar con la cruz. En cada persona Dios se encuentra presente y, en muchos momentos de la vida, necesitamos de ese cirineo que nos ayude a llevar la cruz. En el caso del samaritano, ayuda a Jesús en esa persona que ha sufrido el mal causado por otros, que lleva en su cuerpo las huellas del dolor y del sufrimiento.
El aspecto corporal del samaritano representa la fortaleza que tienen las personas que nos encontramos en nuestro camino cuando más lo necesitamos; esa fortaleza tiene su fuente en la oración: “Ayúdanos Padre, te necesitamos en esto”.
Los dos personajes que se alejan por el camino, dejan entrever cómo las personas son capaces de pasar de largo ante las situaciones de tragedia de tantos otros hermanos. En los momentos importantes intentan pasar sin hacer ruido para después hacer estruendo con las palabras, sin más motivación que la de aparentar lo que no son.
Por una parte el tema nos remite en cierto modo a la situación del pintor que espera, igual que el hombre herido del cuadro, ser salvado del abatimiento y de la soledad. Cualquiera de nosotros puede sentirse en un momento dado en las mismas condiciones penosas, esperando que venga alguien.
Ese alguien es Dios mísmo, Jesús, la perfecta encarnación del Buen Samaritano (o del Buen Pastor). El cuadro nos está mostrando al Señor que viene en ayuda de nuestra debilidad, dándonos el derecho a la mayor esperanza. De una manera discretísima Jesús hablaba aquí de Él mismo.
Pero el mensaje y el grito de Van Gogh se dirige también a cada uno de nosotros, especialmente a los creyentes. Y es la misma palabra con la que finaliza la parábola: “Anda y haz tú lo mismo”. Es ineludible pensar que cada hombre y cada cristiano debe ser el buen samaritano, que anda por la vida con los ojos abiertos para ver, y con los pies bien firmes para no dar un rodeo en torno a la cantidad innumerable de personas caídas al lado del camino. Sin autojustificar jamás la demora ni el rodeo.
Pensando en el pintor abatido por su vida, pensando en todo hombre caído junto al camino, pensando en uno mismo y en la propia incapacidad para socorrer a tantas personas, recitamos el poema de Juan Ramón Jiménez: