Guido di Pietro da Mugelio, “Fra Angélico”.
Temple sobre tabla 194 x 194 cm. Compuesto en 1435
Pintura italiana s. XV (entre gótico y renacimiento)
Museo del Prado, Madrid.
__________________________________________________Elvira SAYAGO GARCÍA
Esta maravillosa y delicada obra de arte nos muestra como tema principal la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María..
El tema de la Anunciación es uno de los más recurrentes en la historia del arte medieval y renacentista, y justo entre aquellos dos perìodos tenemos esta obra del maestro Fra Angélico que, probablemente, sea su trabajo más destacado.
Durante la fecha de su composición, entre los años 1435 y 1445, el autor experimentó diversos cambios en su vida. En un corto período de tiempo pasó de ser laico a ingresar en el convento de Santo Domingo de Fiesole, donde se dedicó a su arte y le fue encomendada la decoración del mismo.
La composición central es la de la Anunciación, por ser tal vez la de mayor perfección estética y espiritual; pero hay otra escena en la cual sus personajes aparecen de menor tamaño: son Adán y Eva siendo expulsados del Paraíso. Este juego de tamaños es una clara representación del principio de cada parte de la Biblia: con Adán y Eva comienza el Antiguo Testamento, y con La Anunciación a María empieza el Nuevo.
En el Renacimiento se aspiró a una renovación en todas las parcelas de la cultura humana –filosofía, ética, moral, ciencia…- encaminada a la hechura de un hombre que fuera compendio y resumen de todas las perfecciones físicas e intelectuales. El hombre integral, el genio múltiple, en el que se concilian todas las ramas del saber en una actitud fecunda.
Pues bien, Fra Angélico se mueve dentro de la Italia del Renacimiento y, más concretamente, en lo que se ha denominado Quattroccento; en Florencia, y en concreto, dentro de la gran familia Médici. En esto años su estilo es naturalista, a la vez que idealizado. Su pintura es espiritual porque prefiere los temas gozosos antes que los efectos trágicos, y llena sus obras de significados místicos.
Tras diversas vicisitudes la tabla que nos ocupa fue regalada al Duque de Lerma, valido de Felipe III. Estuvo en la iglesia de los dominicos en Valladolid, Panteón de la Casa de Lerma, y poco después se remitía al Convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde se conservó hasta mediados del siglo XIX (siendo apenas conocida). Precisamente en su claustro alto la descubriría el pintor Federico Madrazo, en ese momento director del Museo del Prado, quien consiguió que se trasladara a este museo el 16 de junio de 1862. Desde entonces se ha constituido como una de sus piezas más relevantes conocidas.
De esta magnífica obra dijo Vasari, refiriéndose al autor:
La transición del Gótico al Renacimiento se hace en pintura de un modo más lento y original que en la escultura. Dos son los elementos fundamentales de esta evolución: la observación de la naturaleza y la lucha técnica por conseguir la tercera dimensión.
En esta obra se aprecia aún la herencia gótica en aspectos como lo curvilíneo, los fondos dorados, imágenes estilizadas y la luz que invade toda la composición.
De la época medieval quedan rasgos como la minuciosidad propia de la miniatura, según puede verse en la flora delante de Adán y Eva, en las detalladas alas del ángel o en su halo dorado. La luz y el color son ya renacentistas, así como la austeridad de la arquitectura.
La técnica que utiliza el autor es el temple sobre madera. La textura se basa en pinceladas finas. El dibujo traduce la personalidad del pintor, en este caso el dibujo suave de la obra expresa la serenidad de Fra Angélico.
Fra Angélico nos muestra la escena en un pórtico de mármol abierto, all’aperto, que recuerda al Hospital de los Inocentes, construcción de un coetáneo de Fray Angélico como Brunelleschi, con arcos de medio punto que descansan sobre finas columnas blancas. Las bóvedas de arista que aparecen son de color azul celeste con pequeñas estrellas de oro. En la fachada del pórtico hay un medallón que representa el rostro de Dios Padre, y, al fondo del pórtico, un cubículo con un banco.
El retablo diseñado por el artista consta de una tabla central, rematada en la parte inferior por un banco o predela.
La predela se compone de cinco paneles donde se representan pasajes de la vida de la Virgen: “Nacimiento y Desposorios”, “Visitación”, “Adoración de los Magos”, “Presentación en el Templo” y “Tránsito de la Virgen”. En estas escenas miniadas, con detalles cotidianos y curiosos, se utilizan paisajes arquitectónicos nuevos que incluyen aspectos renacentistas mezclados con arcaísmos y elementos góticos, en unos ambientes muy naturalistas.
El panel principal está ocupado por dos episodios relacionados entre sí: la expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal, tomado del Génesis, y la Anunciación (más destacado y de mayor tamaño), según el Evangelio de San Lucas. En esta última escena, el pintor coloca en primer plano al arcángel San Gabriel inclinado hacia la Virgen María, ambos debajo de un pórtico con doble arco de medio punto.
La unidad entre ambas escenas está expresada visualmente sólo por un rayo de luz oblicuo que cruza desde el ángulo superior izquierdo hasta la Virgen: el mismo Dios que en Adán y Eva condena a toda la humanidad, la redime en la Encarnación.
Por lo demás, las dos escenas del cuadro son perfectamente separables, rasgo común en muchas pinturas de este siglo.
La escena transcurre en la apacible morada de la Virgen María. El ángel llega sorpresivamente a dar la noticia a la Virgen que está leyendo tranquilamente un libro, que deposita en su regazo para hacer una leve reverencia al ángel. Desde el lado izquierdo aparecen las manos de Dios de las que sale un rayo de luz en que viaja la paloma portadora del Espíritu Santo, (ahí puede notarse la influencia gótica que aún pesaba en su obra).
Esta escena central, llena de trascendencia, expresa el texto del Evangelio según san Lucas, cap 2, 26-36; concretamente, el momento en que la Virgen responde al ángel “He aquí la esclava del señor, hágase en mí según su voluntad”.
María es la que cumple con humildad la divina voluntad y acepta la salvación. Está en los momentos más importantes junto con Jesús y en la fundación Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo.
Sorprende mucho lo que el pintor realizó al lado izquierdo de la obra: aquí aparecen Adán y Eva después de cometer el pecado (lo que deducimos por sus vestimentas); ambos avanzan avergonzados y arrepentidos guiados por un ángel hasta la salida del Edén. Es curioso cómo mezcló ambos acontecimientos; sin duda el pecado de Adán y Eva conduce a que Dios enviara a su hijo a la Tierra.
El pórtico es de mármol, la Virgen se sitúa a la derecha, la cual, ante la llegada del ángel, ha suspendido la lectura del libro que ahora apoya en su regazo. Tanto San Gabriel como ella son dos personajes de cabello rubio, con la tez blanca y las manos finas
La imagen de María está llena de colorido, a la vez que irradia una ternura plenamente bella. Se puede observar como la luz entra en ella y realza los contornos de su cuerpo, con una belleza pálida y de enorme quietud. Es la persona que acoge mejor la disposición e intención del deseo de Dios, confía en Él y no duda ni un solo instante de su Palabra y de la seguridad que esta le aporta. De igual modo, el arcángel se inclina y se muestra sumiso ante quien tiene delante, ante su magnitud como persona, y su belleza divina. Él sabe el mensaje que tiene que dar, y es por esto conocedor de la relevancia de sus palabras y la repercusión futura de las mismas.
nnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnSe encuentra en un jardín, en un hortus conclusus, es decir, la representación del Paraíso. En el lado izquierdo podemos ver las manos del Padre, de las que salen un rayo dorado de luz en el que va el Espíritu Santo en forma de paloma. Delante del pórtico encontramos un vergel de espesa vegetación y con flores, donde vemos a Adán y Eva, que aparecen vestidos con pieles. El rostro de ambos muestra el arrepentimiento y el miedo.
Ambas escenas representan el principio y el final del pecado, el primero hombre y la primera mujer, y, por supuesto, la salvación del mundo a través del Hijo de María.
Fra Angélico hace descender al Espíritu Santo hacia la Virgen María, quien recibe temerosa pero entregada al Arcángel. El jarrón con nardos y azucenas, que aparece en medio de ambos en la escena, es la representación de la virginidad de María.
Para darle mayor importancia a ciertos elementos, el autor utiliza el pan de oro, de total tradición goticista; sin embargo, es el juego de luces lo que más llama la atención, lo que hace referencia absoluta a la cultura renacentista.
Predominan los colores más fríos, como son el azul ultramar del manto de María y el de las bóvedas del pórtico, resaltado así con el verde del jardín.
La arquitectura presente es una clara referencia espacial, es evidente que la Virgen es más alta que la estancia en la que se encuentra. También las columnas, con fuste tan estilizados y finos, no podrían sostener la estructura. Toda la composición, con ese estilo principesco y divino, es una clara referencia a la magnitud del Misterio cristiano.
Fra Angélico pinta un deleitoso vergel con plantas y flores variadas, en cuya minuciosidad el artista ha encontrado complacencia. A medida que se aleja del borde inferior, la flora alcanza mayor desarrollo, pintándose un limonero cargado de frutos y una palmera. Encima de la línea de los montes no lejanos, el rompimiento de las nubes y el haz de rayos luminosos producido por el descenso del Espíritu Santo.
En cuanto a la escena secundaria del temple, Adán y Eva son utilizados por el autor como un recurso para simbolizar el pecado original cometido por estos, y su redención en la Tierra, que es la encarnación de Cristo en María. Simultáneamente nos está contando el principio y el final del Antiguo Testamento, al tiempo que anuncia el Tiempo Nuevo, tras la venida de Dios a la Tierra.
Pensamos así que esta vivencia estética es un regalo, un privilegio. Nos atrevemos así a evocar el “momento” de la Encarnación imitando la sencillez de María.