PRESENTACION

Antonio APARISI LAPORTA.

 
Nana;    canta: Estrella Morente



PRESENTACIÓN

La aventura de la propia existencia debiera consistir –para cada ser humano-en un apasionado esfuerzo por alcanzar horizontes nuevos e insospechados.

El creyente cristiano tendría también que andar la vida no como quien posee ya la fe, sino como el caminante paulino en continua marcha o peregrinación hacia otras cumbres en la fe que profesa; una fe que debe aún sentir más íntima, más firme, más exuberante y fecunda, por mucho riesgo que le comporte el creer así en Jesús y en el Reino de Dios.

Para recorrer holgadamente tal camino –dice Él- no hacen falta alforjas (y menos si van repletas); basta llevar como bagaje la propia humanidad desnuda: los sentidos abiertos y sensibles. No se nos dice que cerremos los ojos; muy al contrario, se nos pide “tener las lámparas encendidas”. Y la lámpara de nuestro ser son los ojos, es la mirada.

La mirada se dirige espontáneamente a lo bello, al arte, a la estética Suprema del Creador. “Dios dijo: Que exista la luz. Y vio Dios que la luz estaba bien hecha.” (Gn 13-4)

Se requiere, pues, dirigir la vista a todo aquello que puede ser admirado y reconfortante, a toda bondad y belleza; en particular, a la belleza del Universo y a la belleza creada y legada por los hombres, sobre todo cuando éstos se muestran llenos de espíritu y de religiosidad pura –de trascendencia-, porque en este caso es muy posible y explicable que sus obras se acerquen a los niveles más altos y absolutos de la realidad estética y, rayando la perfección, se conviertan en destellos de lo divino, de un Dios que es no sólo constitutivamente bueno sino también –en esencia- bello.

De ahí el apasionado e inagotable ejercicio de contemplar -despacio, con sosiego- lo mejor del arte y, en especial, del arte cristiano; una creación que nunca podremos abarcar puesto que es inmensa (inmedible) y, además, se halla con muchísima frecuencia escondida y aún sin descubrir.

• Porque la fe cristiana inspiró desde el primer momento manifestaciones artísticas genuinas -creó arte-, movió a muchísimos hombres a expresar esa fe en Jesús a través de la obra plástica (igual que a través de la música y de la lengua); convirtiéndose, sin saberlo, en partícipes de la Creación continua (“Mi Padre obra continuamente”).

• Y en el momento en que esos hombres y pueblos dejaron “fijada” tal manifestación para la historia y para la eternidad, cualquier persona que viene a este mundo (cualquier creyente, de modo particular) puede encontrarla y apoyar en ella su propia actitud de admiración y de comunión con Dios o de búsqueda religiosa…, al mismo tiempo que –en ese mismo movimiento- se realiza como ciudadano de un tiempo y de un espacio geográficos, inserto en la cultura que le correspondía vivir.

Es obvio que la dificultad previa en cuanto a la vivencia posible del arte cristiano consiste en la ignorancia que se tiene acerca de una enorme mayoría de obras maestras del mismo. Los textos escolares (y los universitarios) de Historia del Arte apenas rozan esa producción y, además, son muy pocos los estudiantes que tienen acceso a tal materia. Los hombres que se tienen por cultos -y la mayor parte de bautizados también- mantienen esa ignorancia.

La obra que presentamos no va a subsanar tal situación, pero podría contribuir modestamente a mejorarla. Es el testimonio cordial del encuentro de un grupo de personas con una importante porción de ese magnífico arte humano y creyente; un testimonio que se brinda con gusto a quien desee recibirlo.

Sin embargo, conviene ceñirnos aquí a la consideración de los problemas que aquejan precisamente a quienes tenemos la suerte de contemplar cualquiera de esas obras.

Por de pronto hay que señalar, como obstáculo más común, la superficialidad en la visión cuando no se ha superado una actitud de simple espectador (motivada muchas veces sólo o ante todo por el cumplimiento de la agenda turística). En realidad esa postura acusa el desinterés por la obra misma; es decir, la falta de deseo de llegar a su conocimiento cabal, auténtico, es decir, a una vivencia estética personal y a una experimentación valiosa para planteamientos interiores creyentes o no creyentes.

Uno y otro aspecto de la dificultad dejan al descubierto la doble situación carencial en quienes se acercan a la obra de arte: en primer lugar, la escasa sensibilidad hacia el arte plástico (hacia el arte en general, podríamos decir); después, quizás como causa de lo anterior, la ignorancia temática y la ignorancia histórica, y, como consecuencia, la incapacidad para penetrar –paso a paso- en el secreto que encierra cada obra, secreto que podría ir desvelándose y haciéndonos gozar con él.

Pero lo que denuncia tal situación es no sólo la escasa formación artística personal, sino –más aún y en concreto- la falta de una guía introductoria y conductora para esa experiencia precisa de encuentro con una pintura, sobre todo.

Existen aún pocos medios didácticos que faciliten la información oportuna y apasionante (libros-guía que a través de sus páginas –además de ofrecer datos informativos- nos conduzcan amablemente al descubrimiento de la verdad oculta que late en un cuadro, por ejemplo). Y son escasos los maestros documentados y amantes del arte, cercanos, disponibles y preparados para cumplir ese servicio importante.

Éste es el problema principal para la vivencia del arte en general, y del arte cristiano en particular.

Y exactamente ese es el objetivo que nos ha movido en el trabajo del taller de elaboración didáctica y teológica de arte cristiano que ha dado como fruto el libro que estamos ahora presentando. Nos parecía necesario aportar un pequeño elemento de solución al problema educativo que señalamos.

Nuestro trabajo tiene, pues, una perspectiva pedagógica espiritual que quisiera ser modélica. No por la perfección que hayamos conseguido al desarrollarla, sino por el planteamiento que proponemos: por el itinerario que se sigue en el análisis de cada obra (que explicamos más adelante), por la opción pictórica –la selección- que hemos realizado y por el contorno que la envuelve (una teoría del arte y un amplio recorrido monográfico de su historia).


igámoslo ya. En efecto, hemos optado por la pintura.

El arte cristiano musical es tan rico o más que ese mismo arte plástico; pero su vivencia como tal es aún más difícil (y supone al guía una competencia técnica especial y cualificada que no poseemos). Dentro, pues, del arte plástico nos parecía que –didáctica y espiritualmente pensando- la pintura debía ser anterior a la escultura y a la arquitectura; porque en estas dos últimas categoría monumentales la percepción honda y la apropiación personal de la obra no es fácil. La vivencia del la armonía estética y del espíritu cristiano que impregnan la piedra supone condiciones de visión y de madurez mucho más desarrolladas.

Como bastantes otras afortunadas personas, sin duda, nosotros (los que escribimos estas páginas) hemos tenido la oportunidad de encontrarnos con un número muy considerable de pinturas de todas las épocas y lugares, que alcanzan extraordinaria categoría espiritual… Era imposible detenernos en cada una de ellas. Nos atrevimos a escoger algunas. Modestamente intentamos experimentarlas y vivirlas. Fuimos indagando en su nacimiento e historia, en el misterio de su artificio artístico –técnico y teológico- y de los mensajes que objetiva y subjetivamente nos transmitían. Y un día pensamos que tal vez podría ser útil ofrecer con sencillez esa vivencia a los amigos, por si les servía para el deleite, para ilustrarse, para pensar y para orar, y, por tanto, para acrecentar en algún punto la fe y la humanidad.

Dejando, pues, con cierta pena otras muchas composiciones, decidimos centrarnos en setenta pinturas sobre el Misterio Cristiano, todas ellas dotadas del carácter de obras maestras por la riqueza de su confección y de su acertada espiritualidad evangélica. Nos pareció también que tal selección mínima, amorosamente trabajada, ofrecía un valor añadido: el de prestarse a la didáctica apasionante de cada obra, dirigida así a cualquier tipo de educandos, desde la infancia hasta la edad adulta (aunque su enseñanza no resultara siempre fácil). Y es que –a nuestro juicio- cualquier persona puede seguramente llegar a entender tales pinturas y a disfrutar de ellas para bien de su espíritu.

Nos ha parecido útil situar y presentar esta selección de obras conforme al orden de los ciclos de aconteceres del Dios encarnado y del seguimiento de Jesús; de modo que, en su conjunto, puedan acompañar a los procesos personales de oración, de celebración litúrgica a lo largo del año, o a cualquier catecumenado. En realidad la obra analizada y admirada se convierte entonces en catequesis y el artista y el libro (en esos momentos) en catequista.


sí surgió este libro, que hermana cultura artística y caminos hacia la fe.

Originalmente nuestro trabajo se fue haciendo al hilo de dos vivencias complementarias: primera, la del estudio y contemplación de una parte de las pinturas en el clima orante de las celebraciones pascuales de la comunidad cristiana; segunda, la de las clases de Didáctica de la Cultura religiosa Cristiana en la Escuela universitaria de Magisterio, compartiendo alumnos y profesor el entusiasmo por introducir a los pequeños en la vivencia del arte cristiano acunado durante siglos. Con este doble y amable origen surgió la idea de un taller de elaboración espiritual y didáctica de obras pictóricas cristianas; taller que –como ya se ha dicho- se plasma hoy en el libro que presentamos.

Las obras seleccionadas (óleos, frescos, aguafuertes, iconos sobre tabla y algún mosaico) pertenecen a períodos y estilos muy diversos de la historia del arte. En todos ellos (en toda esa historia) se encuentra admirablemente testimoniada la fe en el Misterio de Jesús, encarnada ésta en la belleza plástica. La elección no era fácil y sin duda alguna, es muy incompleta, pero había que optar por reducir el campo visual; y tampoco el tiempo nos daba para más.

Sin pretenderlo, nuestra selección ha hecho un recorrido amplio por los grandes maestros de la pintura de todo tipo y de todos los tiempos. Encontrándonos, de un modo prioritario, sin duda, con los del barroco español (particularmente andaluz, que goza de una excepcional posibilidad didáctica).

Se integran en el conjunto la iconografía de las iglesias orientales, el renacimiento y el barroco del resto de Europa (el flamenco y el italiano, especialmente), el neoclasicismo español y muestras de las vanguardias europeas del siglo XX.

En concreto, ofrecemos obras de treinta y ocho autores: cuatro iconos de las iglesias orientales, un mosáico de inspiración bizantina (Marko Rupnik), tres de los primitivos italianos (Fray Angélico, Filippo Lippi, Giotto), cuatro de primitivos flamencos (Gerard Philip, Gerardo de San Juan, Juan de Flandes), dos de renacentistas italianos (Rafael, Antonello de Messina), seis del barroco italiano (Tintoretto, Barocci, Caravaggio, Giulio Romano, Minnuti, Elisabetta Sirani), treinta y dos del renacimiento y barroco español (nueve de Murillo, doce de El Greco, cinco de Zurbarán, dos de Alonso Cano, uno de Velázquez, uno de Ribera, uno de Juan de Juanes, uno de Antonio Arias), once del renacimiento-barroco holandés (tres de Rembrandt, dos de Maes, uno de Van der Weiden, uno de Rubens, uno de Vermeer, uno de Van Dyck, uno de Mathias Stom, uno de Van Honthorst), seis de escuelas españolas de los siglos XIX- XX (tres de Goya, dos de Dalí, uno de Sorolla) y, en fin, dos de las escuelas europeas del XX (uno de Millet y uno de Van Gogh). Es decir, en todo caso, una muestra significativa de la historia de la pintura y, en particular, de su dimensión religiosa y cristiana.

Lamentamos no poder acompañar al texto en papel (en esta corta primera edición) las necesarias reproducciones a todo color. Por razones económicas de la tipografía editorial nos tenemos que limitar, de momento, a ofrecer junto a este volumen un soporte digital del mismo, con nuestros escritos y sus láminas correspondientes. Esperamos encontrar pronto la casa editora interesada en esta obra y a la que le sea posible asumir el coste de las más de setenta reproducciones que debieran incluirse en el análisis de los cuadros.

Comenzaremos estas páginas introduciendo una reflexión sobre la antropología y la pedagogía del arte y, a la vez, una más detenida consideración de la dimensión cristiana del mismo y de su misterio; añadiendo las perspectivas fundamentales de la metodología del encuentro con las pinturas escogidas, a la vez que se sugiere un procedimiento didáctico para su experimentación y enseñanza.

Nos pareció necesario añadir al análisis de las obras una serie de once monografías que pudieran enmarcar de manera común a los autores y cuadros estudiados, simplificando de este modo el tratamiento que se hace de ellos y de su producción en la contemplación de cada pintura.

Estos once estudios –ninguno con carácter exhaustivo- proponen, a la vez, una amplia visión de conjunto de toda la historia de la pintura cristiana, permitiendo verificar el inmenso caudal y el inestimable valor universal de esta parte sustancial y eminente de la Historia del Arte; habida cuenta, sobre todo, de que en cada trabajo se presentan tan sólo –seleccionadas- las obras de clara posibilidad didáctica y teológica.

Quizás sería provechoso al lector-contemplador (que disponga de tiempo) el comenzar su encuentro con este libro leyendo precisamente esos once trabajos que nos aportan la impresión sobrecogida de hallarnos ante un mundo nuevo, desconocido antes y abierto, aunque difícil de abarcar.

No puedo terminar esta presentación del libro sin expresar aquí el recuerdo entrañable de una de las personas del grupo, Mercedes González Serrano, más que amiga querida, de exquisita sensibilidad y fe tan firme, autora del estudio de un cuadro (que presidía su casa) y de una completa monografía, que nos dejó hace poco para irse a contemplar directamente la Belleza de Dios, más allá de nuestras pinturas.

¡Ojalá nuestro trabajo resulte grato y provechoso no sólo a los creyentes sino a cualquier ciudadano y especialmente a los educadores del arte… que podríamos ser todos!

El autor y coordinador

Granada.
Marzo de 2018

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