62     Icono de la Trinidad

Rublev
Pintado al agua, con colorantes ligados con yema de huevo.
Años entre 1422 y 1427, el icono original mide 141 x 112 cms(.
Se encuentra en la Galería nacional Tretiakov de Moscú.
___________________________________________________________ Julián VARA BAYÖN

 
O magnum mysterium,   por The Cambridge Singers.  Antonio Vivaldi

Aunque el icono de la Trinidad, de Rublev, es una obra de arte incomparable, es, ante todo, una obra religiosa y como tal debe ser considerada. Nunca, en ninguna época de la Iglesia, se ha hecho una meditación tan densa sobre el misterio de la Trinidad.
Rublev ha escrito en un icono de una simplicidad desconcertante, lo que no ha sabido expresar la literatura teológica.

Aproximación al icono

El tema bíblico que subyace en el icono está relatado en Génesis 18, conocido como la escena de Mambré o la Hospitalidad de Abraham, y desde antiguo ha servido a los Padres de la Iglesia para hablar de la Trinidad. Gn 18,1

El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, en lo más caluroso del día. Alzó la vista y vio tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo: «Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo». Contestaron: «Bien, haz lo que dices».
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: «Aprisa, prepara tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz unas tortas». Abrahán corrió enseguida a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase de inmediato. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba bajo el árbol, ellos comían.
Después le dijeron: « ¿Dónde está Sara, tu mujer?». Contestó: «Aquí, en la tienda». Y uno añadió: «Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo». Sara estaba escuchando detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos. Sara se rió para sus adentros, pensando: «Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?». Entonces el Señor dijo a Abrahán: « ¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: “De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja”? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo». Pero Sara lo negó: «No me he reído», dijo, pues estaba asustada. Él replicó: «No lo niegues, te has reído». (Gen 18, 1-15)

Es un pasaje muy célebre porque, por un lado, muestra la acogida de Abraham a unos visitantes a los que saluda como Dios, y, por otro, porque es la primera vez que se evoca el misterio trinitario en la Biblia. En el diálogo, Abraham se dirige indistintamente, tanto a un personaje, como a tres, mezclando extrañamente la expresión singular con el plural, como puede observarse en los términos subrayados en el punto anterior. San Agustín, comentando este pasaje, dice: “Abraham vio a tres [personas] y adora a un solo [Dios]”.

Son numerosos los iconos que, antes de Rublev, se han fijado en el tema de “La hospitalidad de Abraham”. Los autores se han manejado con gran libertad respecto a la figuración del cuadro, de manera que sólo tienen en común la presencia de los tres ángeles.

Los manuales de iconografía hechos para la preparación de los alumnos precisaban los elementos constitutivos en la composición de este icono: casa, tres ángeles sentados ante una mesa que contiene un plato con una cabeza de cordero, panes, vasos con licores, botellas de vino y copas. A su derecha, Abraham con un plato cubierto y, a la izquierda, Sara que lleva otro con un ave ya asada.

Comprensión de la obra

Es notable la aportación que Rublev hace a la tradición iconográfica del tema de “la hospitalidad de Abraham”: Toda la decoración, muy breve, es colocada en la quinta parte más alta del icono; los tres elementos canónicos (árbol, casa y roca) figuran en forma simbólica; Abraham y Sara han desaparecido del cuadro; sobre la mesa sólo una copa; la escena es ocupada casi en su totalidad por los tres ángeles. Cambia también la misma intención del autor, que en los iconos tradicionales presenta la acogida de Abraham a los tres ángeles que le visitan. Rublev, yendo más allá, contempla a Dios mismo en los tres ángeles y presenta el misterio de la Trinidad. La innovación de Rublev, simplificando la escena, no es una simple reducción.

El volumen escénico ocupado por los tres ángeles, hace que nos fijemos inmediatamente en ellos, que tienen aspecto de jóvenes de bella apariencia con miradas casi idénticas y con la misma cabellera. Sólo se diferencian en las emociones y afectos que parecen dirigirse unos a otros, y su posible identidad sólo viene matizada por los elementos decorativos. La tienda de Abraham sugiere el Templo, el Palacio del Reino de Dios y su Iglesia; la encina de Mambré deviene en el árbol de la vida del que se habla en Génesis (Gen. 22,2) y en el Apocalipsis; la roca sobre el personaje de la derecha remite directamente al sueño de Nabucodonosor, descifrado por Daniel (Dn 2, 26-45), o a la Roca de las cartas de san Pablo.

Un arco circular formado por el contorno de los ángeles laterales representa el cosmos, la creación. El cordero ofrecido por Abraham a los tres ángeles, se transforma en la copa eucarística que figura sobre la mesa. Las manos de los visitantes descienden sobre la tierra, simbolizado por el escabel rectangular que forma el pie de la mesa.

La parte superior de la mesa se transforma en un verdadero altar sobre el cual reposa la copa de la nueva alianza a través de la cual llega la salvación ofrecida a la humanidad.

Según los cánones iconográficos los personajes son ángeles, acreditados por sus alas, lo que les da un carácter de mensajeros.

Vienen a traer a Abraham el anuncio de un descendiente. No se trata solamente de la descendencia inmediata que le llegará de su unión con Sara, sino mucho más que esto y que le llegará ulteriormente. Será Jesús, el Hijo de Dios mismo quien será la descendencia perfecta del patriarca.

Los tres personajes, que han llegado como peregrinos, tal como muestra el bastón que cada uno porta, están sentados en la mesa de Abraham. Alguna vez se ha dicho que estos bastones son el signo de su realeza, una especie de cetros reales. Pero se trata simplemente del bastón del peregrino, que en algunas reproducciones grandes de este icono permiten percibir en el extremo diversos útiles necesarios para sobrevivir, propios de montañeros o caminantes, como depósitos de agua, pequeñas palas, etc., que todavía hoy se usan.

Lectura descriptiva

Los tres personajes tienen alas, nimbos y bastones. Sus rastros se asemejan; parecen vestidos de la misma manera, con iguales túnicas y mantos, sólo diferentes en sus colores. Tienen en común el color azul. Están sentados alrededor de una mesa rectangular.

El ángel del centro y el derecho tiene sus miradas dirigidas hacia el ángel de la izquierda, que reenvía estas miradas hacia el de la derecha. Éste, con su mirada y su mano, prolonga el movimiento hacia la copa y la pequeña abertura rectangular que tiene el frontal de la mesa.

El ángel central está muy ligeramente sobreelevado y lleva en sus vestido los colores púrpura y azul, propios de los personajes principales del imperio bizantino; el ángel de la izquierda tiene un manto con colores poco definidos pero con una gran variedad de los mismos; y el ángel de la derecha porta un manto verde. Ambos tienen una túnica azul.

La copa colocada sobre la mesa ocupa un lugar importante en el cuadro: está colocada en el centro de los tres personajes, que tienen sus manos derecha orientadas a ella, mientras observamos que la mesa y el contorno interno de los ángeles laterales forman una copa mayor que la contiene en su centro. Los tres personajes se inscriben en un círculo formado por el movimiento de sus cuerpos y de sus cabezas; contenidos, a su vez, por un círculo mayor que engloba la roca, el árbol y la casa, por encima de las cabezas de los tres personajes. Un eje central vertical une el árbol, el ángel del centro, la copa y la confessio (la abertura que los altares romanos tenían para permitir a los fieles la posibilidad de ver las reliquias de los mártires situados bajo el altar).

Lectura bíblica y teológica

La escena de Mambré fue muy precozmente entendida por los primeros cristianos como propia de la revelación de la Trinidad divina, y recogida en iconos con diversos nombres, como “Coloquio divino” o ” El Consejo eterno”. Por ello, el icono presenta dos niveles interpretativos simultáneos e inseparables: representa una escena de la vida de Abraham y evoca, al mismo tiempo, los principales misterios cristianos.

Los tres peregrinos son interpretados como las tres divinas personas; sus bastones como los cetros de su majestad. La mesa con la copa es el altar del sacrificio. La roca es, a la vez, evocación de la montaña del sacrificio de Isaac y de la montaña del Gólgota. El árbol es la encina de Mambré, pero también el árbol de la vida del paraíso, ligada a la eucaristía por el eje central de la imagen. La casa, rememora tanto la tienda de Abraham como el templo que es la Iglesia.

Creer en el Dios trinitario cambia la imagen clásica de Dios. Y cambia, también, la imagen del hombre. Creer en Dios Trinidad es también creer en el hombre y su destino eterno. Si la vida de Dios es vida de relación, el hombre, formado a imagen de Dios, deberá realizarse como “ser en relación”. Todo hombre, pensado y querido por Dios desde toda la eternidad es una historia sagrada.

Lectura iconográfica

El Concilio II de Nicea estableció que “Solamente el aspecto técnico de la obra depende del pintor. Todo su plan, su disposición depende de los santos Padre”. Se establecieron manuales para la elaboración con ellos:

El dorado, en la iconografía bizantina, representa la luz de Dios, por lo tanto cualquier figura representada en ellos está llena de la luz Divina.
El blanco no es propiamente un color, sino la suma de todos ellos. Es la luz misma. Es el color de la "Vida Nueva".
El negro es la contraparte del color anterior, pues es la ausencia total de luz , la carencia total de color. El negro representa la nada, el caos, la muerte, el pecado, pues sin luz la vida deja de existir.
El rojo simboliza la sangre del sacrificio, así como también al amor, pues el amor es la causa principal del sacrificio. Al contrario del blanco que simboliza lo intangible, el rojo es un color netamente humano; representando por lo tanto, la plenitud de la vida terrenal.
El púrpura es representativo del poder imperial, y es utilizado únicamente en los mantos y túnicas del Pantocrátor, y de la Virgen o Teothokos, representando que Cristo y, por extensión, su Madre, ostentan el poder divino. Como Cristo es también el Sumo Sacerdote de la Iglesia, simboliza el Sacerdocio.
El azul fue establecido en Bizancio como el color propio de Dios y de las personas a las cuales les transmite su santidad.
El verde es el color de la naturaleza, el color de la vida sobre la tierra, del renacimiento a la llegada de la primavera. La iconografía le otorga un significado de renovación espiritual
El marrón o café es el color de la tierra . Y por lo tanto la iconografía pinta de color marrón los rostros de las imágenes que aparecen en los iconos, para recordar aquello de “polvo eres y en polvo te convertirás”. Significa también "humildad", pues esta palabra proviene del vocablo latino "humus" que significa "tierra". Por este motivo los hábitos de los monjes son de ese color.
Oro, blanco, negro, rojo, púrpura, azul, verde y marrón son los únicos colores que pueden ser utilizados en la pintura de los iconos; el uso de otras combinaciones de colores queda fuera de toda regla iconográfica pues no contienen ninguna simbología.

Contemplación…

Mirad y contemplad la belleza soberana del icono, la finura y dulzor de sus rostros, su perfecta semejanza, la paz serena que emana del icono, la estrecha comunión entre los personajes, su “movimiento inmóvil”, la armonía y riqueza suntuosa de sus colores, la luminosidad que parece emerger de sus alas doradas, el juego de sus líneas rectas y sus líneas redondeadas, la ligereza casi inmaterial de todo el conjunto…

El cuadro trasmite la impresión de que Rublev ha querido figurar tres personajes muy semejantes y muy diferentes, semejantes cada uno a los otros y, al mismo tiempo, fieles cada uno a su especificidad.


entro de su meditación, el espectador puede hacerse algunas preguntas sobre los ángeles así retratados:

¿Los tres ángeles acaban de llegar? Nadie lo sabe. No importa... Están ahí, sentado en la mesa de Abraham, sin señales de fatiga alguna. Su bastón de peregrino evoca su largo camino. Ocupan todo el espacio (más exactamente cuatro quintas partes de la altura en toda la anchura, que es el módulo cuadrado del icono).

¿Q 
uiénes son?
Ellos callan, pero su ser parece irradiar santidad.

¿Dónde viven?¿De dónde vienen? El cielo es su patria, ellos tienen alas. Ellos están ahí, de visita... Visten el azul de la divinidad y portan el halo de santidad. Cuando llegue el día final su bastón de peregrino aparecerá como el cetro del poder divino, mientras que la tienda del nómada se convertirá en la Santa Iglesia; la encina de la hospitalidad, en el árbol de la Cruz; y la roca del sacrificio de Isaac, en el Monte Calvario.

¡Cuán iguales son los tres mensajeros!. Su esbelta cintura acentúa su ligereza y destaca su espiritualidad (ya que la altura total es de 9 veces la altura de la cabeza, en vez de sólo 5 veces en una representación ordinaria).Los Tres descubren en un gran escote el mismo cuello, potente, animada por el Aliento de Vida, la plenitud del Espíritu. Llevan la misma banda sobre su ancha frente en señal de escucha, heredado de la magnífica Bizancio. La mirada no puede abandonar estos Rostros de una dignidad sin igual, que lleva el reflejo del Nombre incomunicable, y se ofrecen a quien abre su corazón

¿C 
ómo están vestidos?
Muy simplemente, pero con esplendor.

¿Y qué hacen los tres? Ellos esperan, sin decir una palabra. Sus alas de luz, que se entremezclan, cierran más aún esta comunión íntima. ¿Qué se dicen entre ellos? Su lenguaje no es el de los hombres, ellos están en silencio, sus labios están cerrados; pero su silencio nutre una comunicación más profunda y vital! Los Tres se sientan alrededor de la mesa, totalmente vacía, convertida en altar por Rublev, a modo de ara romana (que tiene un signo característico: la confessio, la apertura cuadrangular que permite a los fieles de Roma ver la tumba de los mártires bajo el altar, o incluso tocarlos, aunque sólo sea con tejidos que luego se convierten en venerables reliquias; no se encuentran este tipo de altar en Oriente).

Miran fijamente a la copa situada en el centro de la mesa. Este cáliz colocado en el altar, está contenido en la copa que dibujan los perfiles interiores de los ángeles laterales y que contiene la silueta del ángel del centro. Esta gran Copa, en el corazón de los Tres, es un módulo original y propio de este icono de Rublev ¿Quién iba a comprender su alcance? Ofrece el secreto del Dios de la Misericordia y la Compasión.

… y oración

Ahora es preciso retomar el sentido de la escena entera desde el principio, cuando vemos a los tres personajes visitando a Abraham para hablarle del gran problema que le preocupa: no tiene ningún hijo. Siempre está esperando uno, pues se le ha prometido una descendencia tan numerosa como las arenas del mar, como las estrellas del cielo. Pero no ha sido así y, tanto él como su esposa Sara, tiene una edad muy avanzada para ser fértiles.

Los tres personajes vienen a anunciarle el nacimiento de un descendiente para el año próximo. Más que Isaac, infinitamente más que Isaac. Es preciso escuchar a San Pablo sobre ello “Cuando Dios promete un hijo a Abraham le habla de un descendiente; no le dice “descendientes”, en plural, sino de un “descendiente”, en singular. Este descendiente será Cristo”.

Los tres personajes vienen a anunciar a Abraham el nacimiento de Cristo que vendrá a salvar a todos los hombres, el Cristo que es el Verbo, el Hijo. He aquí lo que anuncian los tres personajes. Pero, anunciando la salvación, ellos hablan también de la manera en que se realizará, según la pasión del Hijo, que ya entrevé su destino cuando mira la copa. Para asegurar esta salvación es preciso que él abrace la cruz.

Ved al Hijo, a la derecha, con la cabeza inclinada hacia la copa, la mirada grave. Acepta de antemano su misión dolorosa, manifestando el misterio de su consentimiento con el signo de su mano abatida en dirección a la copa.

El Padre, en el centro, está vuelto hacia él. Está sentado con todo su cuerpo vuelto hacia el Hijo bien amado en el que se complace, mientras mantiene la cabeza vuelta hacia el ángel de la izquierda. Es el Hijo que Él ha engendrado desde toda la eternidad quien es enviado entre los hombres. ¡Cuántas veces Cristo hablará del Padre como de aquél que le ha enviado! Al mismo tiempo que presta toda su atención al Hijo, el Padre también se dirige totalmente al Espíritu como para darle una misión: él guiará al Hijo a lo largo de su vida humana y quien le asistirá en su pasión salvífica. El Espíritu acoge la mirada del Padre con una actitud entregada y firme, como indica su porte erguido: él sostendrá al Hijo en su misión.

También el Evangelio nos habla de las palabras de Jesús refiriéndose a esta ayuda, dichas de múltiple maneras. Por ejemplo, con las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí; el Espíritu de Dios me ha enviado”.


a gravedad serena de los tres personajes está acorde con el contenido trágico que conlleva la decisión tomada: la salvación no será hecha sin sufrimiento.

Tú eres el cuarto personaje

No es posible terminar sin considerar en toda profundidad el mensaje que Rublev envía al dibujar abierto el círculo que forman, alrededor de la mesa, los tres personajes. La misma perspectiva invertida, que tan claramente se observa en los escabeles donde reposan los pies de los ángeles laterales, y que coloca el punto de fuga del dibujo en el espectador, nos sugiere la necesidad de contar con este cuarto personaje para entender el contenido del diálogo que se desarrolla en el seno de las tres personas. El cuarto personaje, el espectador, cierra un círculo ideal en un plano horizontal, formado por él y los tres personajes. El espectador es invitado por Rublev a sentarse en torno a la mesa y a la copa, y a participar en el diálogo divino.

En definitiva Rublev nos muestra a las tres Personas Divinas ocupadas no en sí mismas sino en el hombre, nos muestra a un Dios servidor del hombre, un Dios infinitamente compasivo y misericordioso. Un Dios que quiere en el Hijo compartir el sufrimiento del hombre. La copa sobre la mesa está en el corazón de los tres Ángeles. Y esa mesa, que es un altar, aparece abierta del lado del espectador, como si la copa nos fuese ofrecida; es necesario tomar la copa eucarística para entrar en el misterio de Dios. «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»(Jn 6, 53).

Ante el icono, ese lado de la mesa sin cubrir invita al espectador a participar en el Reino del Padre de las misericordias, de la Verdad que libera, del Espíritu que siembra la alegría. Y los Tres te invitan, a ti que pasas, a sentarte en el lugar que está preparado, ante la Copa de la Salvación. Abraham y Sara no aparecen en el cuadro porque ellos llevan ya mucho tiempo en la Luz. Sin embargo, "todo el que cree" es de su descendencia ... Cada fiel de Cristo tiene un poco de Abraham y de Sara, que acoge a los Tres y al que los Tres esperan desde toda la eternidad.


l fiel que mira el icono es invitado a participar en el círculo divino, a compartir la vida trinitaria y a recibir la promesa de una alianza eterna con su creador.

En Mambré esperan a Abraham, y en Abraham esperan a cada uno de nosotros: esperan desde siempre y el puesto vacío es uno sólo porque cada uno de nosotros es para ellos único en el mundo, irrepetible. Ante tan gran misterio, sólo cabe la alabanza:

Por tu inmensa gloria
te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros,
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre.
Amén.
  
  

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