Caminar hacia la fe desde
el arte pictórico cristiano

Vivencia espiritual de obras maestras y
Monografías sobre el arte cristiano

 

El creyente cristiano tendría que andar la vida no como quien posee ya la fe, sino como el caminante paulino en continua marcha o peregrinación hacia esa fe que profesa, pero que debe aún sentir más próxima, más firme, exuberante y fecunda, por mucho riesgo que le comporte el creer en el Evangelio de Jesús.

Para recorrer holgadamente ese camino –dice Él- no hacen falta alforjas (y menos si van repletas); basta llevar como bagaje la propia humanidad desnuda: los sentidos abiertos y sensibles. No se nos dice que cerremos los ojos; muy al contrario, se nos pide “tener las lámparas encendidas”. Y la lámpara de nuestro ser son los ojos, es la mirada. Y la mirada se dirige espontáneamente a lo bello, al arte. Así lo recuerda también el Señor.

Se requiere, pues, dirigir la vista a todo aquello que pueda ser admirado y reconfortante, a toda bondad y belleza; en particular, a la belleza del Universo y a la belleza creada y legada por los hombres, sobre todo cuando éstos se muestran llenos de espíritu y de religiosidad pura, porque en este caso es muy posible –y explicable- que sus obras se acerquen a los niveles más altos y trascendentes de la realidad estética y, rayando la perfección, se conviertan en destellos de lo Absoluto, de lo divino, de un Dios que es no sólo constitutivamente bueno sino también, en esencia, bello.

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