Escuela de Nogorodv
Icono oriental. Segunda mitad siglo XIV
__________________________________________ Julián VARA BAYÓN
L
a Tradición iconográfica recoge tres tipos distintos de iconos
sobre el misterio de la Sabiduría divina, la Santa Sofía:
El icono de la Sabiduría Divina, de tipo “Ángel”, desarrollado por la escuela de Novgorod es la imagen más conocida de Sofía y se asienta en una figura simbólica que aparece en el libro de los Proverbios:
En este icono, la parte superior muestra un trono en el centro, flanqueado por tres ángeles a cada lado, inclinados ante la Hetoimasia (Ετοιμασίᾳ) la "Preparación", un término griego usado para la representación del altar como símbolo del trono divino que espera la segunda venida de Jesús.
Esta parte superior cierra el cuadro con una banda azul con estrellas, símbolo del cielo, que los ángeles sostienen de un extremo a otro.
Inmediatamente, sin dejar espacio en el trasfondo, siguiendo la vertical del cuadro de arriba abajo, aparece Cristo, en el interior de tres mandorlas concéntricas que recuerdan el universo con sus estrellas doradas, y con los brazos abiertos en señal de acogida. Su imagen recoge la figuración más clásica: vestido rojo, amor y sacrificio; manto azul, signo de su humanidad; una faja vertical dorada sobre hombro derecho, propia de los personajes principales de la corte imperial bizantina; aureola dorada con cruz, absolutamente propia de Cristo; letras rojas con el acróstico IXΘΥΣ: I=Jesús, X=Christos, Θ=Theou (de Dios), Υ=Uios (Hijo), Σ=Soter (Salvador). Sus manos mantienen con los dedos la señal de bendición. Del centro de la figura emanan rayos propios de la santidad divina.
Bajo él, aparece una figura coronada, sentada de frente, con alas, portando el cetro símbolo de autoridad. Llama fuertemente la atención el brillante color rojo de su rostro, interpretado originariamente como signo de pudor virginal, dando, con ello, soporte a la interpretación en femenino de la Sofía. El resto de la imagen, -sus alas, y el vestido- son de un color rojo púrpura, propio de la corte bizantina. Un nimbo dorado le adorna junto con la corona. Es el Ángel de la Sabiduría que ocupa la centralidad del icono, tanto por su posición como por el tamaño de la imagen.
Las siete barras verticales colocadas bajo el trono reproducen “ha labrado siete columnas;” (Prov 9, 1) y simbolizan los siete dones del Espíritu Santo, según Is 11,2s.
Rodean esta figura dos círculos de gloria, de color verde el interior y dorado el exterior. Sus pies descansan sobre piedra redonda, signo de plenitud y perfección, que recuerda la expresión “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Cfr Mt 16, 18).
Flanqueando a esta figura central está la Virgen, a la izquierda del espectador, con los brazos bajos, semicaidos, como sosteniendo al Cristo-Emmanuel que muestra en forma de medallón sobre el pecho. Su colocación evoca el salmo: «Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir». (Sal 45, 10).
La Virgen, junto con san Juan Bautista, que aparece a la derecha, figura una Deisis orante. Ambos personajes descansan sobre sendos escabeles. Tras la Virgen aparecen sus padres y abuelos de Jesús, Joaquín y Ana. Tras el Precursor, San Juan evangelista, y san Juan Damasceno.
La obligada inscripción de la tabla dice, simplemente: “La santa Sabiduría”. Se celebra el día de la Dormición de la Virgen.
La tradición iconográfica nos muestra la Sabiduría divina bajo una figura femenina dotada de alas, y con alusiones más o menos explícitas a las manifestaciones de la escritura sobre ella.
Los iconos son catequesis de la Historia de la Salvación preparada para ser explicada a un pueblo que no sabe leer. Para ellos, la imagen, la luz y los colores van desgranando los grandes misterios de la Trinidad, de Cristo, de la Virgen y de los santos. A través de las figuras se va reflejando la santidad de Dios, cuya visión es, en último término, el Reino anunciado por los profetas y realizado en Jesucristo.
Por ello, cada tipo de icono, al anunciar la santidad del representado, desarrolla la profecía que anuncia al Salvador, profecía que en su globalidad ha sido dicha de formas muy variadas, pues «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas» (Heb 1, 1). Aquí se recogen, en la columna de la izquierda, algunas especialmente idóneas para comprender la iconografía existente alrededor del tema de la Sabiduría divina, y, en la columna derecha, la manifestación del Nuevo Testamento de su cumplimiento en Jesucristo. El iconógrafo se fija especialmente en una de esas profecías y la desarrolla en su tablilla tal como la interioriza en su vida de trabajo y oración.
ANTIGUO TESTAMENTO | NUEVO TESTAMENTO |
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Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; … e imagen de su bondad. (Sab 7, 25-26) | Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser.(Heb 1,3) |
El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera. (Prov 8, 22s) | Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (Col 1,15s) |
Yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres. (Prov 8, 30s) | En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.(Jn 1, 1ss) |
Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor.(Is 11., 1) | «Sabiduría, sí… enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria». (1cor 2, 6-8). |
La figura femenina no representa aquí una simple imagen de soporte, sino a una realidad divina de existencia eterna (Cfr Prov 8, 21ss), que es participada por el hombre como don de Dios -el sabio por antonomasia-, libremente donado.. «Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; … e imagen de su bondad»(Sab 7, 25s).
Los comentarios patrísticos refieren este versículo a la eucaristía. También se reza en el oficio de dedicación de una Iglesia y en las fiestas marianas: en ambos casos, la Iglesia y la Virgen son receptáculos de la sabiduría.
R
ecorriendo la Tradición, se encuentra una rica simbología para esta imagen de la Sabiduría de Dios:
a) Imagen del verbo encarnado:
«Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio
de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres (1Cor 22-25)».
«Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a
perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de
los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria». (1Cor 2, 6-8).
b) Según san Irineo y san Teófilo de Antioquia, la Sabiduría no es la imagen de la segunda persona, sino de la tercera hipóstasis, del Espíritu Santo.
c)
Es la imagen de la energía trinitaria, según san Gregorio Palamas.
d)
La sabiduría encuentra su imagen en la Virgen.
e)
La sabiduría encuentra su imagen en la Iglesia.
Dada esta riqueza simbólica, sería un error darle un significado único, aislado. La Sabiduría es atributo del Dios Trinitario y lugar de manifestación de cada persona. Más precisamente, según el esquema patrístico: ella es revelación del Padre (el Sabio) en el Hijo (la Sabiduría) por el Espíritu Santo (Espíritu de Sabiduría). Visto en la economía de la Salvación, la Sabiduría es, más precisamente, el lugar de la diada Hijo-Espíritu Santo, que revela al Padre. Y por ello puede ser identificada tanto con el Hijo, como con el Espíritu Santo. La identificación con el Hijo es más frecuente porque el Hijo es el Verbo encarnado y tiene figura humana. (Cfr. Evdokimov, L’art de l’icòne, pág. 297).
La Sabiduría divina no es un principio abstracto, sino una persona de origen divino que está presente en el origen de la creación: “en un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera” (Prov 8,23) “…y mi delicias están con los hijos de los hombres” ( 8, 31).
La Sabiduría divina empapa toda la creación, todo el universo, desde el mismo principio de los tiempos. “Yo salí de la boca del Altísimo y como niebla cubrí la tierra” (Eclo 24,3), y habla de sí misma como de la primera criatura de Dios, “Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir” (Ecl 24, 9), jugando un papel principal en la creación de todas las cosas, “Goberné sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todos los pueblos y naciones” (Eclo 24, 6).
Expresa la elección divina del pueblo de Israel sin ambages: “Entonces el creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: Pon tu tienda en Jacob y fija tu heredad en Israel” (24, 8). Todo el capítulo 24 del Eclesiástico es, tanto un elogio de la Sabiduría hecho por sí misma, como la afirmación de la elección de Israel como heredad de Yahvé entre todos los pueblos. En él se insiste en que la verdadera sabiduría se encuentra de una manera especial en Israel y, más concretamente en la Torá, “en la ley que nos prescribió Moisés como herencia para las asambleas de Jacob” (24, 23).
Los profetas, en su continuo hablar al pueblo con la mirada de Dios, van enriqueciendo sin cesar el tema de la sabiduría. Tras el exilio se comprenderá con mayor claridad que la sabiduría humana participa de la Sabiduría divina, y que “el Señor mismo creó la Sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras” (1, 9).
En el Sinaí, rescatado el pueblo de la tiranía de Faraón y entregado en el desierto a la sola providencia de Dios, éste culmina la donación de la Sabiduría con la entrega de la Torá a Moisés y a cada israelita “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30, 14).
En el libro de la Sabiduría, escrito unos 150 años antes de Jesús, la búsqueda de la sabiduría es el camino para encontrar a Dios. Ella es vista como “efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; por eso, nada manchado la alcanza. Es irradiación de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad” (Sab 7, 25s).
De forma simbólica, la Sabiduría presenta la intimidad de la comunión con Dios. La Sabiduría aparece por ello recomendada con los cuidados propios de la esposa... «no la abandones y ella te cuidará, ámala y te protegerá … conquístala y te hará noble; abrázala y te colmará de honores» (Prov 4, 6.9)
Con las motivaciones profundas del amor, la Sabiduría invita al hombre a la comunión con ella y en consecuencia exige una respuesta personal de amor. Esta comunión se describe en los versículos de Proverbios 9 con la imagen bíblica del banquete: «La Sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columna; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad: “Vengan aquí los inexpertos”; y a los faltos de juicio les dice: “Venid, comed mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad las inexperiencias y viviréis, seguid el camino de la inteligencia» (Prov 9, 1-6) con palabras que los Santos Padres siempre han visto referidas a la Historia de la Salvación y, más concretamente, al banquete eucarístico.
La revelación de Jesús enlaza con este depósito de sabiduría en el corazón y, por eso, bendice a su Padre porque había “revelado estas cosas a los pequeños” (Mt 11,25). Desde entonces, la Iglesia ha crecido a través de los siglos con esta fe: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).
Con esta revelación de su Hijo mediante el Espíritu, Dios nos manifiesta su designio final, la causa de toda la creación y el contenido de la Historia de la Salvación que desarrolla con toda la humanidad y con cada uno de los hombres “En Él, por su sangre tenemos la redención, el perdón de los pecados, conforme a la riqueza de la gracia que en su sabiduría y prudencia ha derrochado sobre nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado realizar por Cristo, en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1, 7ss).
ANTIGUO TESTAMENTO | NUEVO TESTAMENTO |
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Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; … e imagen de su bondad. (Sab 7, 25-26) | Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser.(Heb 1,3) |
El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera. (Prov 8, 22s) | Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (Col 1,15s) |
La promesa de un rey definitivo viene anunciada por un texto profético del libro de Isaías que habla de las características que tiene “el Espíritu del Señor [que] se posará sobre él. Espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Dios” (Is 11, 2).
La Sabiduría divina aparece ante los hombres presente a lo largo de la vida de Jesús. En el Nuevo Testamento son varios los textos que presentan a Jesús lleno de la Sabiduría divina. Así, Durante su infancia en Nazaret: “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52), y entre los doctores del templo, donde “todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba” (Lc 2, 47),
Durante los años de vida pública, sus palabras despertaban sorpresa y admiración: “Y la multitud que le oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo es? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada?” (Mc 6, 2).
Esta Sabiduría que le adornaba confería a Jesús un prestigio especial: “Porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas” (Mt 7, 29). Más aún, Jesús se compara con Salomón, el rey sabio por antonomasia del AT, para decir de sí mismo “aquí hay uno que es más que Salomón” (Mt 12, 42).
Dentro de las culturas de todos los pueblos se contiene la intuición religiosa de que la realidad visible necesita un nexo con lo divino para ser comprendida. Algunas veces, la materia se ha considerado más un obstáculo que un puente para esa comprensión y, por ello, la filosofía griega aconsejaba abandonar lo visible para subir a lo invisible.
Desde los primeros momentos los apóstoles invitaban a pedir el don de la sabiduría: «Y si alguno de vosotros carece de sabiduría, pídasela a Dios, que da a todos generosamente y sin reproche alguno, y él se la concederá». (San 1,5).
Los santos Padres enseñaron que, en la creación, la eterna Sabiduría se ha materializado en cada ser creado, en la realidad visible, donde ha dejado unas “semillas”, a modo de Sabiduría creada, que hablan al hombre que sabe mirar del autor del universo. Descubrir esta dimensión en las criaturas eleva al hombre, todavía en la tierra, hasta quien ocupa el trono celestial, hasta el cielo.
A través de María, la primera criatura que supo ver la divina Sabiduría en Jesús, y de Juan el Bautista, que en Jordán contempló la epifanía trinitaria durante el bautismo de Jesús, los cristianos nos dirigimos al Padre eterno invocando para nosotros el don de la Sabiduría,
Como modelo de oración invocando sabiduría, la Escritura nos ofrece la oración de Salomón: «Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tus palabras hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre las criaturas que tú has hecho, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, | sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada.
Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor.
Así aceptarás mis obras, juzgaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre. Pues, ¿qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto? Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría». (Sab 9 1-6. 9-18)
Y añadamos la petición de que se haga en cada uno de nosotros la misma respuesta de Dios: «Por haber sido ese el deseo de tu corazón y no haberme pedido riquezas, bienes, gloria, la muerte de tus enemigos y ni siquiera una vida larga, pidiéndome en cambio sabiduría y ciencia para regir a mi pueblo, del que te he constituido rey, se te concede ciencia y sabiduría; y te daré también riquezas, bienes y gloria que no tuvieron los reyes que te precedieron ni tendrán los que te sucedan» (2Cro 1, 7-12).
P
idamosla intercesión de María, nuestra madre: