45    EL CRUCIFICADO
            (con la Virgen y San Juan y ángeles)

Doménico Theotokopoulos El Greco
Óleo sobre lienzo, de 312 cm. x 169 cm. Compuesto en 1597 – 1600
Manierismo.
En el Museo del Prado (Madrid).
____________________________________ Ana Belén GARCIA NAVEROS

 
The seven last words of Christ, Part 2.   Haydn

Aproximación a la obra

Desde finales del siglo XVI El Greco fue experimentando una profunda transformación en su obra, expresando una mayor coherencia interna y una expresividad emocional y espiritual profunda e intensa que queda reflejada en su pintura de esta época, resultando por ello más abstracta.

Esta pintura pertenece también al retablo de la iglesia del Colegio de Doña María de Córdoba y Aragón, dueña de honor de la infanta Isabel Clara Eugenia. Ella inició la fundación en 1580 de un colegio de frailes agustinos, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, a instancias del beato Alonso de Orozco. La finalidad era educar a los futuros religiosos. Y un aspecto fundamental de su formación era dirigir su mirada (durante los rezos en la iglesia) a Jesucristo en los aspectos esenciales de su Misterio; por tanto, ayudarles a situarse interiormente ante el Señor clavado en la cruz, con las actitudes justas del creyente. Y a tal intención responde, sin duda, la escenografía única y excepcional de este cuadro muy distinto de otros crucifijos...

Contrataron, pues, en 1596 a El Greco para la realización del retablo del altar principal de la iglesia (mientras que los laterales correrían a cargo de Pantoja de la Cruz). El retablo se entregó en 1599. Y podemos afirmar que el pintor entendió perfectamente y supo plasmar el sentido concreto de las pinturas que se le encargaban.

Comprensión y conocimiento de la obra

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Jesús en la cruz es un tema muy trabajado por muchos pintores y artistas a lo largo de la historia. El Greco lo trata también muchas veces. En esta ocasión da su particular visión sobre La Crucifixión de Jesucristo.

Se sitúa –como sabemos- en un gran retablo, hoy desaparecido como tal. Conviene referirlo al resto de cuadros que lo componen. La estructura del mismo estaría compuesta en el piso inferior por la Anunciación en el centro, con el Bautismo y la Adoración de los pastores de Bucarest a cada lado. Mientras que en el piso superior en el centro se dispondría la Crucifixión y a sus lados la Resurrección y el Pentecostés. Esta organización tiene coherencia histórico-teológica, subrayando el sentido redentorista del retablo: la Crucifixión (piso superior) sería el momento culminante de la redención iniciada en la encarnación de María (piso inferior). La Adoración de pastores y la Resurrección serían la aparición y despedida del Salvador entre los hombres. Mientras que el Bautismo y Pentecostés sería el descenso del Espíritu Santo sobre Cristo y sobre la comunidad apostólica.

Los temas, salvo el de Pentecostés, habían sido desarrollados ya en otras ocasiones, algunos desde su etapa italiana. Según Ruiz Gómez estos temas son retomados con gran originalidad mostrando su espiritualidad más expresionista. A partir de este momento su obra toma un camino muy personal y desconcertante distanciándose del estilo naturalista que comenzaba a dominar en aquella época, y abriéndose al simbolismo (tan querido para un artista que se había iniciado en la iconografía oriental).

Las escenas están planteadas en espacios claustrofóbicos potenciando la verticalidad de los formatos. Una luz espectral destaca la irrealidad natural y la trascendencia de las figuras, algunas en escorzos muy marcados. El color frío, intenso y contrastado aplicado con soltura a sus poderosas construcciones anatómicas muestra su estilo tardío característico.

a) El conjunto (estructura técnica y espiritualidad de la Crucifixión)

El Cristo crucificado está acompañado por la Virgen, la Magdalena y San Juan Evangelista, además de tres ángeles, de menor dimensión. Es destacable el ambiente exageradamente espiritual que El Greco da a esta obra y en general a todas las de tema religioso (característica que le proporcionó numerosos encargos de personas o instituciones religiosas).

El característico alargamiento de las figuras y la cuidada composición para que las distintas acciones simultáneas se compaginen en un mismo lienzo demuestran la imaginación desbordante de El Greco.

b) Las figuras. Elementos del cuadro

La obra objeto de nuestro estudio contiene siete figuras que analizaremos a continuación. La estructura del espacio no es nada homogénea.

Los ángeles.

En la parte superior del cuadro, a ambos lados de Jesucristo clavado en la cruz, encontramos a dos ángeles. Éstos, además de ser algo menores de tamaño que las figuras humanas, quedan en una situación ambivalente. No sabemos bien a que distancia respecto al primer plano y al resto del grupo se encuentran. Lo que nos habla más bien de una intensa atmósfera espiritual envolvente (no de una “fotografía” de los personajes).

Uno de los ángeles parece estar suspenso en el aire con gesto de tremendo dolor. Sus manos están intentando coger la sangre de Jesucristo para que nada de ella se pierda. Sus fuertes alas están totalmente extendidas al igual que las del ángel situado a la izquierda del madero.

Este otro ángel de granates vestiduras, se apoya como puede en una nube; no podemos apreciar los pies. Su mano izquierda está situada bajo el chorro de sangre que brota del costado derecho de nuestro Salvador. La otra mano del ángel está situada bajo el madero sujetando también la sangre de Jesucristo.

La mano derecha del ángel vestido de rojo no parece estar más acá del brazo de la cruz; sin embargo, la mano izquierda, a pesar de venir del lado más alejado del observador, debería estar delante puesto que recoge la sangre.

En la parte inferior del cuadro encontramos otro ángel que se coloca en una contorsión inverosímil mirando hacia Jesús. En su mano derecha tiene un paño con el que intenta recoger la sangre que mana de los pies de Cristo.

En los tres casos podemos apreciar que la sangre de Jesús no está recogida por majestuosos y dorados cálices, sino por estos ángeles que acompañan al Salvador en este duro y transcendental momento. Y siempre los ángeles (particularmente los del Greco) son humanos, representan lo más noble de la humanidad.

Jesús

El tema de la sangre de Jesús es, pues, esencial en el cuadro. Como si hubiera un temor de que en la tierra la desvirtuara y fuera necesario guardarla con un inmenso cariño y cuidado.

En el centro de la obra queda el cuerpo del Salvador cuya cabeza se mantiene tirante sobre la tensión de los hombros. El tórax conserva su arquitectura normal.

Concibe el Greco este torso del Señor como símbolo del Templo de la nueva Ley. Cuando en el momento de la última expiración el gran velo se rasga y todas las orillas se alejan, queda aún inconmovible, concreto, el relieve abovedado de un pecho con proporciones y aislamiento de santuario. Y el Greco apura este simbolismo al hacer brotar la sangre del costado derecho, interpretando literalmente el versículo 1º del capítulo 47 de Ezequiel : “… y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al mediodía del altar”: “Y vi que las aguas salían del lado derecho”.


ste cuerpo de Jesús se alarga infinitamente.

Ya las piernas no participan de la firmeza arquitectónica del torso. Podríamos decir que participan del desconsuelo universal. Están unidas por temblorosas masas de distancia o de muerte a todo lo que huye, a la común agitación. Es una dinámica que se agudiza al exhalarse por la aguda punta de los pies.

Hay dos detalles curiosos en esta figura: la herida producida por la lanzada está en el lado derecho y no en el del corazón. Además de eso, la cabeza de Jesucristo está erguida y no en posición real de muerto. Está levantada como en el centro de la Gloria (evocamos los iconos del Crucificado glorioso)

En torno a la figura de Jesús queda una hendidura negra de fondo de tiniebla, enmarcada por una vaga materia que no sabríamos decir si es de roca o de nube, si no es porque arriba a la izquierda del observador forma una punta de aspecto más o menos geológico.

Los acompañantes

En la parte inferior derecha del cuadro encontramos a San Juan cuyos ojos miran hacia el punto central en la parte superior del cuadro, miran a Jesucristo. San Juan está representado aquí envuelto en arbitrarias masas de paños con curva de nube; y para evitar una aérea ilusión, el Greco ha tenido que plantar sólidamente sus pies en la tierra. Encarna este San Juan todos los matices del drama, pues a la intensidad del amor se une la visión personal de la divinidad del Señor.

Su figura se destaca en dos grandes colores vibrantes: el verde de la túnica, verde lúcido, sustantivo, y el manto rojo. Maravillosamente ha expresado el Greco, en el juego de sus manos, las dos vertientes de conciencia limpia. Con la derecha nos revela el asombro empavorecido, la negación de lo que sus ojos ven; la extiende como si quisiera detener el derrumbamiento del universo. La otra es símbolo de la ira dialéctica ante el deicidio, de la colérica repulsión del mal.

La Virgen de esta obra es quizás la más amarga pintura del Greco. Su pulpa humana se ha derramado ya por todas las heridas de su Hijo. Tiene garabato de calavera, frialdad de hueso, resumen de una faz sin relieves, con espacio sólo para recoger la mancha pálida de la desesperación. Su rostro tiene la nariz roída por el llanto, con la breve boca de líneas escocidas.

Es la única mujer que no puede ofrecer su dolor. Ha sufrido todo el cuerpo de su Hijo, grande como el mundo. Es la predestinada para afrontar, con las pupilas vivas, la amorosa agonía de todas las criaturas de carne. Alta como símbolo del eterno femenino en la Pasión de Cristo, en la Pasión del Hombre; alta de locura, enclavijados los dedos, que no podrán cerrar nunca las muertas pupilas lejanas; alta de soledad, alta de viudez, levantada en espectro, su manto verde cae sobre su cabeza y cubre una túnica sin materia. No tiene ni siquiera color. Y ese manto se apoya no ya sobre la tierra, sino sobre el mismo abismo.


l dolor ha espiritualizado a esta figura hasta dejarla flotante sobre el abismo.

Queda ahora la pasión viva, la desesperación tremenda que abre las bocas grandes y deja con un trémolo a toda la carne; queda la Magdalena al pie de la cruz, brotando de la tierra. De la tierra, que quiere besar así el pie de la cruz en esas tres de la tarde. En su mano izquierda porta un paño con el que limpia el madero. Al igual que el ángel que tiene a su lado, su mirada está perdida mirando hacia la parte superior del cuadro, su rostro nos trasmite la pena y el recogimiento de ese momento.

Ha insistido el Greco en esta representación tan predilecta. Ha representado a María Magdalena erizada de amor y de locura, infinitamente distante de la serena altura de la muerte de Jesús. Al nivel de su corazón quieto quedan las cabezas de la Virgen y de San Juan. Pero a los pies queda la pobre Magdalena, arrodillada como un espino a la base del madero, sin poder alcanzar, en su estiramiento inverosímil -como un aullido- los pies de Jesús.

Hasta ahora ella, la apasionada, podía abrirse paso hasta esos pies. Pero ahora, entre sus brazos estirados y Jesús, queda toda la muerte del universo. El Greco ha repetido en esta dramática Magdalena el sutil juego de matices con que representa casi siempre a esta figura. Su copiosa túnica verde se dispone hirsuta, aristada, como espeluznada por un terror indecible. El pañuelo, con sus triángulos rígidos, acentúa por sus blancuras rectas el pavor del conjunto.

En cuanto a las proporciones que El Greco emplea con Magdalena, vemos que son algo descompensadas ya que el brazo izquierdo, que es el que vemos claramente, es considerablemente mayor que la cabeza.

Contemplación y oración sobre la obra

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El tema de la Crucifixión es algo muy importante –decisivo- para todos los cristianos, para la Humanidad. Es el momento en el que nuestro Salvador deja su presencia física en la tierra para llegar hasta el lado más íntimo de su Padre y desde allí penetrar, cuidar y proteger lo humano. Es decir, en la crucifixión nos sentimos todos alcanzados, tocados y seguramente con la posibilidad de rehacernos desde lo más interior.

Es este un tema con una doble vertiente. Por un lado, la Crucifixión transmite un profundo sentimiento de desconsuelo ya que Jesucristo es arrojado de la tierra ignominiosamente, deja su presencia directa junto a nosotros de una manera violenta y terrible; pero, por otro lado, podemos encontrar la tranquilidad y la esperanza, ya que sabemos que Jesucristo muere por nosotros para liberarnos con su inocencia de tanta oscuridad y mal. Y este sentido de su muerte anuncia que resucitará pronto –“al tercer día”- y que no nos abandonará ya en ningún momento.

Estos dos sentimientos podemos verlos reflejados en la obra que contemplamos. Por un lado, el rostro de las figuras nos transmite un profundo sentimiento de tristeza, de abandono, de pérdida…, y de culpabilidad (entre todos lo matamos); pero, a la vez, los personajes representados nos piden que no temamos, que en Él hay salida y esperanza firme para los males de este dolorido mundo. Jesús crucificado es el preludio de toda esperanza

    

    

    

Todo renace en él, desierto y breve,
cuando, por cinco fuentes derramado,
ha lavado la tierra y está alzado,
desnudo y material como la nieve.

En la tiniebla está la luz que debe
órbitas a su voz. En el pecado,
la ventura de amor. Todo, borrado,
va a amanecer. El tiempo no se mueve.

Cielo y tierra se miran suspendidos
en el filo o espina de la muerte,
para siempre asumida y derrotada.
En la cerrada flor de sus sentidos,
los siglos, como abejas—Santo fuerte—,
labran la vida humanamente dada.

Cristo crucificado
(Dionisio Ridruejo)

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