11    SAGRADA FAMILIA DEL PAJARITO

Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo, de 144 cm. X 188 cm. Compuesto en 1650
Barroco español andaluz.
En el Museo del Prado
____________________________________ Isabel Mª JIMÉNEZ LÓPEZ

 
Joy to the world,  villancico. Händel

Aproximación a la obra

La Sagrada Familia del pajarito es una de las obras más populares de Murillo (y quizás de la iconografía religiosa navideña). Puede situarse en la etapa juvenil del pintor. Seguramente está inspirada en La madonna del Gato, de Federico Barocci.

Sabemos que el cuadro formaba parte de la colección de Miguel Espinosa de Sevilla, a principios del siglo XVIII. En 1744 lo adquirió la reina Isabel de Farnesio; y entre 1810 y 1817 se hallaba en el Museo de Napoleón. Hasta que en 1819 fue recuperado, instalándose desde entonces en el Museo del Prado.

Murillo ofrece una escena hogareña, llena de amor, un momento familiar que comparten María, José y el Niño. Y aun cuando el estilo es tenebrista, con marcados contrastes de luces y sombras, se trata de un cuadro lleno de dulzura y ternura.

En el momento que lo realizó, Sevilla se recuperaba de la epidemia de peste que asoló la ciudad y durante la cual el pintor perdió a tres de sus hijos. El lienzo evoca tal vez la felicidad de una familia completa que él no encontraba ya en su hogar; pero, en este caso, lo sorprendente es que, a pesar de ello, el cuadro no presenta el más mínimo rasgo de dolor o tristeza sino una inmensa paz e incluso un tono de alegría.

Es importante señalar el papel destacado que el pintor concede a José en el cuadro, lo cual se debe seguramente a que en aquella época se estaba discutiendo la relevancia del papel que jugaba esta figura en la educación y en la vida de Jesús. José aparece como un padre ideal que se encuentra presente y acompaña al hijo en los distintos momentos de su vida

Comprensión y conocimiento de la obra

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Perspectiva ideológica.

Cuando se observa esta pintura se aprecia enseguida la intención del autor de mostrar el gran amor que sienten María y José por el Niño, y la importancia que debió tener para ellos el compartir todos los momentos vitales de su crecimiento, incluidos los juegos. El cuadro adquiere aún más significación si se recuerdan las palabras que más tarde pronunciaría la Virgen, al encontrar al niño después de haberse perdido en el templo: “Hijo, tu padre y yo angustiados te buscábamos”.

El pintor nos lleva a uno de esos momentos en el que los padres dejan a un lado las tareas que ocupan la mayor parte de su tiempo para disfrutar sin prisa de la jovialidad inocente que proporciona un hijo. La presencia inusual de dos animales domésticos acentúa el calor hogareño de la escena.

En el cuadro –de aparente intrascendencia- confluyen, sin embargo, ideas importantes y extendidas ya de la religiosidad barroco (especialmente española) intérprete de la Contrarreforma, como son: la humanización de Jesús, la incorporación de José a la espiritualidad cristiana en cuanto prototipo de discreción paterna, de fidelidad, de generosidad y de abnegación por el bien familiar. Dando paso, a la vez, a la impronta religiosa moderna (quizás más propia de la Reforma) como es el canto al trabajo profesional y a la vida doméstica.

El banco de carpintero, la rueca y el cesto de mimbre que Murillo nos presenta ligeramente iluminados, nos recuerda el papel importante que tiene el trabajo en la vida real, aunque en este lienzo esa función no se muestra con un carácter esencial; lo que destaca, más bien, es la vida familiar con la importancia fundamental que tiene.

En cuanto a la técnica del conjunto.

Es interesantísimo notar que todos los personajes del cuadro, incluido el perro, están perfectamente organizados en una sola acción, y comunicados entre sí: se centran en la contemplación del Niño, que, a su vez, se refiere de manera total a los demás. Nadie puede distraerse de la escena.


os personajes se muestran, además, muy humanos y cercanos al espectador.

El niño, que centra la pintura, es quien recibe la atención y la mirada de todos, incluida la del espectador. Él proporciona el tono de paz y de alegría a la escena, incluso a los animalillos que se encuentran tranquilos: el pájaro, en la mano del niño, no aletea ni se muestra inquieto, sino que acompaña al niño en su juego, el perro aguarda quieto y expectante el próximo movimiento del pequeño.

No se refleja explícitamente divinidad alguna, ni trascendencia religiosa; todo es humanidad, sencillez y cercanía. En la obra no aparecen elementos religiosos o divinos, sino que la escena se asemeja a la que protagonizaría cualquier familia. Y los rostros relajados de sus protagonistas nos invitan ante todo a sumarnos a la tierna escena, invadida por el amor, la ternura y el cariño que se tienen.

En cuanto a las figuras.

Todas las figuras se encuentran muy iluminadas, mientras que el fondo, el resto de la imagen, permanece en sombras. Con ello el autor consigue que quien observa el cuadro pueda participar de de lo esencial de la escena, sin preocuparse de los detalles que no forman parte fundamental de la misma.

Jesús aparece en el centro, siendo el protagonista tanto para sus padres como para el espectador. Es un niño que ha cumplido ya el año y comienza a andar; reúne todas las gracias propias de esta edad, y deja embelesados a los que lo contemplan. Viste camisola y faldón, sujetos con faja o ceñidor (quizás al estilo de los pequeños sevillanos bien cuidados). Juega con su perrillo mostrándole un pájaro que cuida en su mano. Alusión, sin duda, a un pasaje de los Evangelios apócrifos; pero quizás también (según una simbología mística en uso) al alma humana que está segura en las manos de Dios. Y -lo que es más revelador- el Niño goza de una plácida sonrisa y de un gesto de absoluta confianza apoyándose en la fuerte rodilla del padre.

José ocupa también el centro de la escena junto al niño, un José sosegado, protector, cariñoso, que nos ofrece con su mano abierta la posibilidad de participar en ese momento, pero sin interrumpir el juego del niño. Es un hombre maduro, de porte elegante, y todavía con cierto aire juvenil. Sus enormes brazos dan al pequeño la seguridad que necesita. Sorprende que acompañe a Jesús en el protagonismo del cuadro. Se muestra tranquilo, atento a la viveza del niño y extraordinariamente satisfecho por el hijo al que mira y sostiene, y por la esposa, a la que no puede ahora mirar pero cuya presencia forma parte de su sonrisa feliz.

Es indudable que Murillo ha querido variar la iconografía tradicional con la colocación de esta figura. José es retratado como padre de Jesús, tiene un papel importante en su vida y es uno de los pilares en su infancia. Murillo refleja en su obra la confianza que debía tener Jesús en José, no ya como hombre bueno, sino como su padre en la tierra.

María tiene un rostro de belleza clásica. Todo su gesto denota distinción. Queda discretamente en un plano medio o segundo. Revela la misma satisfacción de sus dos seres queridos; posa en todo momento la mirada en su hijo, una mirada llena de amor y tranquilidad, maternal, pero sin dejar de lado las abundantes labores domésticas, aunque en este momento descansa brevemente comiendo una manzana, que ya no tiene nada que ver con aquella del árbol del Génesis que comió Eva. Su rostro igualmente elegante (como el de José) tiene un leve rasgo orientalista que la destaca dentro de la iconografía mariana de Murillo.


a elegancia de los padres y la hermosura del niño parecen estar indicando la noble estirpe inmediata de la que procede Jesús.

En cuanto a la luz.

Murillo (que denota aquí alguna influencia de Zurbarán y de Velázquez), hace un tratamiento lumínico de carácter tenebrista; pero la luz entra a raudales: las tres figuras centrales la irradian y, además, desde el espectador se proyecta un foco exterior.

De esta forma los personajes, así como los animales aparecen iluminados, aunque el foco de luz principal incide sobre la figura del Niño como verdadero protagonista de la obra. El pintor realiza, por tanto, un uso magistral del Tenebrismo: se sirve del juego entre luces y sombras para dirigir la mirada a los elementos relevantes. También los colores de las vestimentas atraen la atención del espectador. Emplea una gama naturalista que recuerda la pintura de Zurbarán. José, con su manto cálido, arropando al niño, le ofrece protección mientras participa en sus juegos y nos invita a disfrutar de un niño rubio, inmaculado, inocente y travieso.

Contemplación y oración sobre la obra

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Nos encontramos ante una escenografía contemplativa, invitados también a entrar en contemplación. Intentando no una mirada muy elevada al mundo celeste, sino una comprensión gozosa del valor divino de lo humano.

Se nos hace notar que José ha dejado su trabajo para compartir este momento con Jesús; pero que también María, un poco más alejada, participa de este cálido clima familiar, sonriendo a su hijo. Ambos han dejado, pues, sus obligaciones y en sus rostros relajados se observa una intención de continuar así, junto a Jesús, mientras siga jugando. Sus cuerpos se orientan hacia el niño al que quisieran ya escuchar. Sus trabajos no son tan importantes como para no poder dejarlos por ese motivo a un lado. Nos viene el eco futuro de la palabra de Jesús a Marta: “Marta, Marta, te afanas en demasiados trabajos; María ha escogido la mejor parte que no le será arrebatada”.

El cuadro nos dirige, pues, un llamamiento a ver y a amar a Jesús en su realidad humana más verdadera y próxima: niño que crece dentro de la mayor naturalidad y cordialidad; las de un hogar que lo ha formado y preparado desde la fe en el Padre Dios, pero precisamente desde el cariño y la atención más exquisita.

Es, pues, un llamamiento a entender la presencia de Dios en nuestra vida, en cuanto que Él –como en Jesús- se halla dentro y no fuera de lo cotidiano. Y de modo muy claro en dos realidades entrañables: en el niño (¡en todo niño, que es siempre Jesús niño!) y allí donde existe una gran armonía de relaciones. Eso es ya una realidad divina, que el pintor nos sugiere que aprendamos a incorporar a nuestra conciencia y a nuestro sentimiento, sin aguardar a expresiones religiosas más explícitas (… que llegarán cuando lleguen, y siempre serán bienvenidas si antes hemos aprendido a ver al Señor en lo más inmediato y real de nuestra humanidad).


n este sentido el cuadro de Murillo se nos convierte en un hermoso diálogo de la Encarnación. María –silenciosamente- interroga a José:

José, sobre Belén está nevando.
No le queda a la noche ni un camino.
¿Y esta nieve pequeña cómo vino
tan sin sentir, si estábamos velando?

Estábamos los dos rezando, cuando
— ¿o hablábamos, José?— se hizo más fino
el aire y, de repente, como un trino,
estaba ya sonando y encantando.

Dime, José… ¿O acaso tú tampoco
sepas cómo se puso el heno lleno
de nieve viva, aquí, bajo techado?

Dime, José, cómo le tengo y toco
y cómo fue desde mi seno al heno
y volvió desde el heno a mi costado.

De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió
(Carlos Murciano)

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