3.    LA ANUNCIACIÓN

El Greco. (Doménico Theotokópoulos).
Óleo sobre lienzo, de 315 x 174 cm. Compuesto entre 1596 y 1600
Manierismo español
Del Museo del Prado, actualmente en Museo Balaguer (Vilanueva y Geltrú)
____________________________________________________ Antonio APARISI LAPORTA

 
Ave Maria.  por Wladimir Wawilow. Giulio Caccini

Aproximación a la obra

Este cuadro se pinta por encargo, para la decoración de la capilla del Colegio de Dña. María de Aragón, de Madrid, conocido también como “Colegio de Ntra. Señora de la Encarnación”, y destinado a Seminario de frailes Agustinos (en donde está emplazado hoy el edificio del Senado) destruido en el XIX. Es uno de los encargos más importantes de su carrera. Era el lienzo central del altar mayor. El retablo –de grandes proporciones por albergar seis enormes lienzos- se desmanteló y dispersó.

El contenido de este cuadro entusiasma al pintor. Se aúnan y exaltan admirablemente el tema mariano y el cristológico: la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen. Con ello aparece la intención de del artista de facilitar a los jóvenes seminaristas (que se forman en ese centro) la oración contemplativa.

El cristianismo español vive aún la época de los grandes místicos Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz… Lo más valioso de la espiritualidad de esos años es el ejercicio de la oración contemplativa (:“mirar” a Dios y extasiarse con esa mirada interior), una forma de rezo que introduce en la experiencia mística de comunión con la divinidad. Doménico añade, además, su sensibilidad no perdida de persona cercana al espíritu oriental y al arte de los iconos griegos.

Por otra parte, El Greco se halla en una España cuya mentalidad religiosa está dominada (en buena medida y entre otros aspectos) por dos componentes negativos: por una parte, la fobia antiislámica y antisemita que persiste todavía; por otra, más aún, la oposición a la Reforma luterana, a la que se le achaca también una pérdida de la devoción a la Virgen.

Por todo eso el tema mariano (como “encarnación” de Jesús, sobre todo; más que como “anunciación” del ángel a María) será fundamental para los pintores católicos de esta época y para los del barroco inmediato, en especial para los españoles. No obstante este lienzo va a ser conocido como La Anunciación.

Y esta “Anunciación” expresa la madurez creyente y espiritual del autor, en el sentido que acabamos de señalar antes. Al mismo tiempo, desde el punto de vista de su técnica pictórica, ofrece una gran diferencia respecto a la primera “Anunciación” (Lugano, 1575-76, en la Colección Thyssen), renacentista e italianizante.

Comprensión de la obra

.

El título y el contenido del cuadro coinciden desde luego. Expresan el hecho que narra con gran colorido el Evangelio según S. Lucas, 1,26-38: la aparición del ángel Gabriel (que quiere decir –en hebreo- “Dios es fuerte”) anunciando a María que va a ser madre de Jesús, el Salvador).

Hay, sin embargo, un matiz importante en la pintura mariana de El Greco: la exaltación de la ternura religiosa y del personalismo del Dios cristiano, frente a la rigidez dogmática y a la intransigencia dogmática generaliza, y frente a la terrible dureza de la Inquisición, que son características de la Contrarreforma en España, y, en particular, del talante castellano y oficialista de Madrid.

Todo el contenido (el conjunto y los elementos) del cuadro parece indicar la intención del autor de situar el conocido diálogo del ángel Gabriel con la Virgen más allá de la historicidad del hecho.


s decir:

. primero, los elementos de la pintura (gesto, rostro, color de las figuras, etc.) sugieren la experiencia religiosa profunda que tiene María: la intuición creyente de saberse llamada por Dios mismo a participar en el deseo divino de darse a la Humanidad, de ofrecerle una salvación por el camino más humano; y,

. segundo, la grandeza del acontecimiento que conmueve Cielo y Tierra, en virtud de esa voluntad de Dios y de la respuesta excepcional de la Virgen.


odo esto se halla presente en el lienzo.

Estructura interior

Las figuras.


l plano inferior lo llenan la Virgen y el ángel Gabriel.

La Virgen es de una elocuencia infinita. Ha dejado por un instante el Libro de la Escritura (¡siempre su relación íntima con la Palabra divina recibida!) y el trabajo hacendoso de la casa (cesta de la costura), y mira al enviado de Dios; alzándose sobre sí misma, agrandándose.

Su rostro es el de una mujer bella, entre niña y mujer, pero no de una hermosura deslumbrante, sino serena, suave y cercana, que brota del interior; el gesto es de finura y elegancia no afectadas, ni cortesanas.

Las manos, de excepcional delicadeza, están abiertas y se elevan despacio, con las palmas hacia delante, disponibles para recibir el Misterio del que se le hace partícipe; haciendo juego con la mirada y el gesto de levantarse, que expresan sorpresa y discreta petición de ayuda para llevar a cabo su respuesta. Es el sentimiento de humildad verdadera que le suscita el mensaje del ángel: “¿Quién soy yo para engendrar al Hijo del Altísimo?”.

La situación orante y espiritual en que todo esto sucede queda enmarcada por el reclinatorio -grato anacronismo- en penumbra, por el Libro abierto e iluminado, y por la inusual “zarza ardiendo” (que evoca la teofanía de Dios en el Éxodo -Ex. 3- y nos remonta a la fe inicial de Moisés en un Dios liberador): la Anunciación –la Encarnación- va a culminar el esperado y definitivo ofrecimiento divino de liberación.

Notemos que la alusión a la zarza que arde sin consumirse simboliza, así mismo, la permanencia inmaculada de María en su ya inmediata maternidad, es decir, en su virginidad.

El azul celeste del manto y el tono rojo del vestido (tendiente a amarillo) acaban de expresar la identidad de María: simbolizan la pureza y el amor, que envuelven su ser y lo destacan más aún al ser bañado por la claridad que viene de la Paloma-Espíritu.

El ángel Gabriel (-“fuerza de Dios”-, máxima categoría en la concepción angélica) viene de lo alto, y entra –como quien no lo pretende- en la escena, en el acontecimiento (da la impresión de querer retirarse enseguida). Es, quizás, sobre todo, “una idea feliz enviada por Dios en el trascurso de la vida y de la oración de María”. Sus manos y sus brazos contrastan con los de Ella; casi no sabe dónde ponerlas, y opta por la primera actitud que sugiere a todos este Acontecer: la contemplación callada y el recogimiento.

El movimiento de las piernas y de los pies denota la incertidumbre que tiene entre el venir y el irse o volver, entre marcharse a otro espacio o quedarse en la tierra. Y lo mismo indican las alas, cada una en un sentido opuesto... Si a ello añadimos el rostro entre varonil y femenino, grato y joven, pero no bello, dotado de una leve sonrisa de aquiescencia,... y el tono verde esperanza de la túnica, nos encontramos con un testigo de la Anunciación – Encarnación, más que con un delegado de ese Misterio.

Entornando a María, innumerables cabezas de ángeles niños –menores- , bañados también por la luz de la Paloma-Espíritu, parecen mirar la escena desde todos los ángulos posibles, acompañando con su actitud juguetona la inocencia que dimana de la Virgen; a la vez que permiten ampliar el prodigio de la luz que, pasando por el hueco de las nubes, se vierte sobre Ella.

El plano intermedio lo llena esa Paloma – Espíritu Santo, centro irradiante de luz viva, que a su paso hacia María, ha generado en realidad la miríada de angelillos, de seres puros; como un anticipo de transformaciones felices (“Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”). Lo que quiere decir que toda vida nueva surge de una acción divina, porque ésta es creadora de vida pura.

El plano superior, netamente celeste (y de estilo más renacentista) está formado por un coro y orquesta casi completa de ángeles jóvenes (clavecín, arpa, violoncelo, flauta, etc.), dirigido por uno de ellos –con túnica y manto- que sostiene en la mano el libreto de la composición que corresponde al hecho que se celebra. Es el colofón de la obra. Es decir, el pintor añade al Misterio de la Anunciación el símbolo de la armonía más perfecta: de la belleza y conjunción musical, y, a la vez, el del movimiento ascendente que domina en todas las figuras del cuadro.

La estructura de la composición

La pincelada –en el cuadro que contemplamos- es cada vez más suelta, se aplica con rapidez y soltura, sin problema; brotando con naturalidad del genio artístico y de la espontánea fe religiosa del autor.


a luz es la gran protagonista de la escena; luz muy blanca y potente que invade al color, con un fulgor incomparable.

La composición de los tres planos (inferior, medio y superior), se organiza con una doble diagonal –en forma de aspa- cuyo centro es ocupado por la paloma del Espíritu Santo, símbolo de la acción creadora de Dios, que une el mundo terrenal en donde sucede el acontecimiento (María y el arcángel mensajero) con el mundo celestial, de donde proviene la acción divina; y todo se traduce en explosión de Gloria.

El alargamiento de las figuras aquí –su forma grequiana tan estilizada- nos remite no sólo al modelo manierista del autor, sino también a una intención de elevación espiritual y trascendencia.

Contemplación de la obra. Oración.

El Misterio de la Anunciación a María nos sitúa entre el ensueño y la realidad. Es como un cirio inapagable encendido en el altar de nuestra historia personal creyente; una luz de la que nos dejamos bañar…, como si fuera una creación espiritual que continúa en nuestro espíritu. Sugiriéndonos escuchar –nosotros también- el mensaje directo del ángel a la Señora.

En realidad (como sucede en otras “Anunciaciones” –en las de Alonso Cano o las de Zurbarán, por ejemplo-), el tema pictórico de El Greco nos acerca al Misterio de la Encarnación de Jesús como última etapa de todo el proceso de encarnación de Dios en lo humano. Junto al texto de Lucas (1, 26-38) habría que situar el de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le envió su Hijo Unigénito” (Jn. 3, 16). De ahí que las figuras –la de María, sobre todo- representen con exactitud al pueblo creyente cristiano; y los tonos y contrastes sobrios signifiquen la fuerte religiosidad de éste. Una religiosidad que llega a permitir la relación cordial con su Dios, al estilo teresiano.

En síntesis, todo el espacio pictórico aparece impregnado de la excepcional importancia del anuncio del ángel (de su contenido, de la respuesta de María y del acontecimiento que se suscita). Los propios cielos se abren en torno a la Virgen y al ángel (¡es el Espíritu –paloma- quien los abre!), y se une perfectamente el espacio terrestre y el celeste. Lo que resulta uno de los ensayos más queridos para El Greco (recuérdese, por ejemplo, “El entierro del Conde de Orgaz”).

El cuadro nos invita a entrar en esa contemplación amable del Misterio. El mismo ángel es un ser que representa también el sobrecogimiento de la tierra entera ante la maravilla que se avecina... Lo que de algún modo revela la nube sobre la que anda el ángel; una nube con espesor de tierra: ¡Nosotros somos, pues, ese ángel anunciador!.

A la vista del lienzo podemos ahora recitar alguno de los maravillosos poemas de la Anunciación (de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo):

¡Trasunto de cristal,
bello como un esmalte de ataujía!


Desde la galería
esbelta, se veía
el jardín. Y María,
virjen, tímida, plena
de gracia, igual que una azucena,
se doblaba al anuncio celestial.


Un vivo pajarillo
volaba en una rosa.
El alba era primorosa.
Y, cual la luna matinal,
se perdía en el sol nuevo y sencillo,
el ala de Gabriel, blanco y triunfal.

¡Memoria de cristal!

Poemas de la Anunciación
(Juan Ramón Jiménez)

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