9    PINTURA RELIGIOSA E IDENTIDAD CRISTIANA DE GOYA

Luis Miguel y Antonio APARISI LAPORTA

 
Nana;    canta: Estrella Morente



Sumario
Introducción
1. Contexto personal e histórico religioso de Goya
2. Las obras cristianas de Goya
2.1. Entre 1760 y 1775
2.2. Entre 1775 y 1791
2.3. A partir de 1782 hasta su muerte
2.4. El grabado religioso
3. Significado de la pintura religioso cristiana de Goya
4. BIBLIOGRAFIA



Introducción

El autor de las “pinturas negras”, de óleos inquietantes, de los retratos de la Duquesa de Alba o de las desenvueltas escenas de la pradera de San Antonio de la Florida ¿fue un escéptico y desinteresado en materia religiosa, o demasiado entregado a los medios libertinos de finales del XVIII?. Una crítica superficial (y tal vez muy sesgada) así nos ha transmitido la imagen de Goya.

Nada más contrario a la realidad, aunque indudablemente nuestro inmortal aragonés fuera un hombre libre y liberal, inconformista y revolucionario (al menos, del arte). Camón Aznar, uno de sus más serios comentaristas de arte –y con él la inmensa mayoría de estudiosos-, sitúa en la cima del arte religioso y cristiano del siglo XVIII un cuadro inmenso del autor: La última comunión de San José de Calasanz.

Por honestidad cultural y –también- por interés testimonial cristiano conviene analizar esta perspectiva religiosa del arte de Goya.

El arte nétamente cristiano (cercano, además, a la teología del icono oriental) tiene una extraordinaria expresión en la obra de nuestro pintor cretense toledano de finales del siglo XVI, el Greco.

1. Contexto personal e histórico religioso de la obra de Goya

Nos acercamos a la obra y a la personalidad de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828)… Esto puede significar quizá penetrar en un mundo trepidante, dispar, impregnado de relámpagos lúcidos y de sombras tenebrosas, cabalgado sobre pasiones nobles, entusiastas, y –más aún- sobre desencantos y sufrimientos.

Nacido en un pueblecillo aragonés (Fuendetodos) y marcado por una infancia más bien pobre pero de nobleza baturra, vivió Francisco joven en medio de una historia convulsa, agitada de ideas contrarias y de confrontaciones políticas y sociales cruentas. Le tocó padecer los reinados de tres Borbones de muy distinta valoración: Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. Esta monarquía fue al principio reformista, y el pintor se identificó entonces con los ideales de cambio propuestos por hombres como Jovellanos.

A partir de su viaje a Italia (1770) adopta entusiasmado el neoclasicismo, preludio del romanticismo y –más tarde- de la pintura contemporánea.

Pero el despotismo ilustrado de los gobernantes y las crisis continuas de todo tipo que estos provocaron en España hicieron que Goya se distanciara de aquellos planteamientos iniciales, derivando muy pronto hacia una postura mucho más liberal. Su enfermedad de 1793 le va a llevar a una pintura más creativa y original. Poco después, a principios del siglo XIX, la hiriente invasión francesa, por una parte, y, por otra, el camino de guerra civil que se apuntaba en el horizonte español, la enfermedad propia y la incomprensión de casi todos –las tres cosas juntas- le sumieron en una profunda amargura, aconsejándole primero irse a la soledad torturada del retiro de su casa, a las afueras de Madrid (la Quinta del Sordo), y, al final, al exilio en Francia (con breves regresos a Madrid).

Sus obras reflejarán “los desastres” de la guerra; iniciando así el “cuadro de la historia” (levantamientos del 2 de mayo), con un mensaje metahistórico y de carácter universal.


on la amargura de estos “finales” y la esperanza de una fe nunca perdida muere en Burdeos.

Y en este proceso de vaivenes que es su vida, el ilustrado y liberal Goya sorprendió a todos manteniendo una seria postura religiosa constante, aunque diversa en cada etapa. Evolucionó desde la devoción convencional y sencilla plasmada en sus primeras obras, hasta la crítica más dura del fanatismo pseudopiadoso del pueblo y de los desaciertos del mundo clerical; retornando siempre él a un intimismo creyente y a un angustiado refugio en la personal identificación con la figura de Jesucristo y del Dios cristiano; fe esta –en el pintor- de extraordinaria densidad teológica, manifestada también –y sobre todo- en las pinturas de su última época.

Precisemos algo más. Se ha hablado poco y mal de la religiosidad de Goya… No es justo; ese es un gran error. Es cierta en él una determinada visión antieclesiástica que emerge en algunas escasas composiciones. Pero tan indudable como esa opción anticlerical es su fe acendrada y ortodoxa, casi connatural y su extraordinario respeto a la Tradición eclesial.

Aclaremonos. Lo que siente y expresa el maestro es una crítica al modo de ser (no precisamente cristiano) de buena parte de personas religiosas de su tiempo, de eclesiásticos cortesanos en particular, de instituciones como la Inquisición aún vigente, y de estructuras sociopolíticas que mantenían esa situación falsa y desastrosa para el catolicismo mayoritario hispano del antiguo régimen. Pero su actitud –y su pintura- nunca es despectiva respecto a los símbolos sagrados del cristianismo. Todo lo contrario. A pesar del espíritu generalizado en una gran parte de ilustrados y liberales del XIX, esa actitud suya muestra una gran hondura religiosa, y, más aún, expresa una sorprendente comprensión de la mejor teología católica, de la mística cristiana y de la justa interpretación bíblica; todo ello dentro de la más pura ortodoxia. Y, sin duda alguna, como expresión de una probada fe personal.

Hay que decir que Goya integraba de forma admirable extremos aparentemente difíciles de unir: la sencilla y auténtica espiritualidad del mejor cristianismo hispano (con elevadas intuiciones de la verdad evangélica) y –a la vez- el espíritu liberal de la época (espíritu para cierta mayoría de gente “ilustrada” distante y opuesto a la Iglesia y al hecho religioso católico.

Algo semejante le iba a ocurrir enseguida en el campo de la literatura a otra gran personalidad casi coetánea, a don Benito Pérez Galdós, también asentado en Madrid.

El pintor aragonés escribe con naturalidad a su amigo Zapater, de Zaragoza: “Pídele a la Virgen que me dé más ganas de trabajar”... Esta Virgen es la del Pilar, cuya estampa acompaña siempre a su modesto ajuar en todos los desplazamientos.

Sus últimas obras religiosas, comparables a las de los desastres de la guerra (Fusilamientos del 3 de mayo, Asalto a los mamelucos, etc.), revelan una sinceridad personal inmensa.

Y es muy notable el hecho de que sus grandes conjuntos pictóricos los realiza en lugares sacros destinados a desarrollar una fuerte espiritualidad. Bien sea una religiosidad de sabor popular, como ocurre en los cuadros marianos de la Cartuja de Aula Dei, de Zaragoza, y, sobre todo, en la Ermita de San Antonio de la Florida, de Madrid; o bien sea una vivencia interior más honda y de algún modo selecta, como define a las cúpulas de la Basílica del Pilar, de Zaragoza, o a la Santa Cueva de Cádiz, el relicario de Fuendetodos o el altar de Monte Torrero, lugares que invitan a una profunda oración.

 
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2. Las obras religioso-cristianas de Francisco de Goya

Faceta imprescindible e importantísima de la creación goyesca, la pintura religiosa (y en algún momento el grabado religioso) acompaña a esta producción desde casi el principio de la carrera artística del pintor; siendo extraño que esta dimensión haya sido escasamente valorada por buena parte de los estudiosos del pintor aragonés.

Se conoce (por contar con las obras y por testimonios expresos, incluso del mismo autor) la realización de cerca de dos centenares de composiciones religiosas unitarias (de un tema, aunque éste se halle dentro de un conjunto pictórico); si bien un porcentaje alto de las mismas desapareció en la Guerra de la Independencia y posteriormente.


a mayoría de esas pinturas unitarias se realizaron (y se hallan todavía, en parte) en seis conjuntos iconográficos encargados a Goya:


-el Altar de Monte Torrero (en la iglesia de San Fernando de esa localidad zaragozana),
-la Basílica de Nuestra Señora del Pilar,
-la Cartuja de Aula Dei, cercana a Zaragoza,
-la Ermita de San Antonio de la Florida,
-el gran relicario –desaparecido- de la iglesia de Fuendetodos,
-el Palacio de Sobradiel.

En cuanto a la localización actual de obras independientes, los dos museos que recogen mayor producción de Goya son el de la Seo de Zaragoza y el del Prado. Es notable –y lamentable-, sin embargo, que un buen número de cuadros suyos se hallen actualmente en colecciones privadas de difícil acceso (en España, Francia e Inglaterra, sobre todo).

Optamos en nuestra particular selección por presentar las obras en función de su cronología.

a) Entre 1760 y 1775.

Pinturas puntuales de esta época son:

La Virgen del Carmen (1762)
San Francisco de Paula (1762),. Relicario de la iglesia de Fuendetodos (destruido en la guerra)
La construcción del templo del Pilar por los ángeles (1765),
La adoración de los Magos (1768),
La Sagrada Familia con el Padre Eterno (1768). Madrid. Colc. Orgaz
La aparición de la Virgen del Pilar a Santiago (1768),
Jesús entre los doctores (1769)
Descanso durante la huida a Egipto (1770). Paris. Colc. privada
Descendimiento de la cruz (1770). París. Colc. privada. La versión de 1771: en el Museo Lázaro Galdeano de Madrid
La adoración del nombre de Dios (1771), anterior a la del Pilar,
El sueño de San José (1771). Museo de Bellas Artes de Zaragoza
San Vicente Ferrer (1771). Palacio de Sobradiel. Zaragoza
Cristo sostenido por los ángeles (1771).
Entierro de Cristo (1771). Madrid. Museo Lázaro Galdeano
La Virgen llorando por Cristo muerto (1768-1771). Barcelona. Colc. privada
Ángeles adorando el nombre de Dios (1772). El Pilar, Zaragoza
San Ambrosio (1772). Cleveland (USA). Museo de Arte
San Agustín (1772). Iglesia parroquial de Remolinos (Zaragoza)
San Gregorio (1772). Idem. Y Madrid. Museo Romántico.
San José (1774). Madrid. Colc. Sánchez Gerona
La Visitación (1771). Florencia

El joven Goya hace pequeños cuadros de devoción (no exenta de teología) que alcanzan su máxima perfección en la decoración al fresco de dos grandes conjuntos murales:

- La bóveda del coreto de la Basílica del Pilar, enfrente de la capilla de la Virgen,

que tiene como motivo La adoración del nombre de Dios (1772), con maravillosos escorzos de ángeles músicos y cantores que glorifican el nombre de Dios escrito en el centro del conjunto, en hebreo y al interior de un triángulo equilátero, símbolo de la perfección trinitaria;
Ángeles adorando el nombre de Dios (1772). Basílica del Pilar

Y el conjunto de “Escenas de la vida de la Virgen”, en la Cartuja de Aula Dei (1772-1774):

Anunciación a San Joaquín y Santa Ana,
Nacimiento de la Virgen,
Desposorios de la Virgen, Visitación a Santa Isabel,
Circuncisión de Jesús,
Presentación,
Adoración de los
Adoración del nombre de Dios (1774). Cartuja Aula Dei, de Zaragoza

b) Entre 1775 y 1791.

Podríamos señalar como obras cumbres de este período:

Cristo crucificado (1780),
presentado para su ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Madrid (y muy tardíamente valorado). Museo del Prado

En su retorno al Pilar de Zaragoza:
la cúpula Regina Martirum (1780-81), que sigue a otra
Virgen en la Gloria y mártires (1780)
e incluye las virtudes en cada una de las cuatro pechinas;
      La Caridad (1781)
      La fe (1781)
      La Paciencia (1781)
      Martires en la Gloria (1780). Museo de la Seo. Zaragoza.

Otras obras de este período son, de 1775 a 1780:

El sacrificio de Isaac (1775-1780). Colc. Duque de Aveyro
El Bautismo de Cristo. Madrid. Colc. de Orgaz
La Sagrada Familia (1777). Museo del Prado (más otras dos versiones allí mísmo)
La Virgen del Pilar en gloria (1780). Museo de Bellas Artes de Zaragoza
La Virgen del Pilar (Aparición a Santiago). Barcelona, Colc. Muñoz. También en Madrid (Colc. Vares Fissa) y en Valladolid (Colc. Rodríguez). (Realizó varias versiones más, casi todas destruidas por la guerra)
Virgen en gloria y mártires (1780). Museo de La Seo. Zaragoza
Virgen de la Paloma con dos ángeles (1781-1785). Madrid. Colc. Sánchez Gerona
Muerte de San Francisco Javier (1775-1780). Museo de Bellas Artes de Zaragoza
Anunciación (1785). Para el convento de San Antonio del Prado de Madrid. Sevilla
Anunciación. Sevilla. Propiedad de la Casa de Osuna,
Virgen del Carmen. Relicario de la iglesia de Fuendetodos (destruido por la guerra).
Mártires en la Gloria (1780). Museo de la Seo. Zaragoza

Y de 1780 a 1791:

San Bernardino de Siena predicando ante el rey (1782), Madrid. Colc. Villagonzalo
Inmaculada Concepción (1783). Barcelona. Colc. privada.
Existe otra Inmaculada en Cádiz (Colc. privada).
Varias otras fueron destruidas por la guerra.

Y posteriores a 1787:

Tránsito de San José (1787). Monasterio de Santa Ana, Valladolid
San Francisco de Borja atiende a un moribundo impenitente. (1788). Palacio de Santa Cruz. Madrid.
Existe otra versión en la capilla Borja, catedral de Valencia.
San Francisco de Borja despidiéndose de su familia. Palacio de Santa Cruz. Madrid.
Existe otra versión en la capilla Borja de la catedral de Valencia
La Ermita de San Isidro. (1788). Museo del Prado
Virgen del Carmen. (1788)
San José de Calasanz (¿) adorando un crucifijo (1785-1790).

c) A partir de 1792, hasta el final de su vida.

É 
poca creativa tumultuosa, de máxima madurez y originalidad pictórica y espiritual, en plena vorágine existencial e histórica.

Tres series de obras van a considerarse de enorme relieve en el arte religioso cristiano de finales del s. XVIII y principios del XIX, y, en general, en la historia del arte de estos años.

En primer lugar, la serie de tres óleos eucarísticos en el Oratorio de la Santa Cueva, de Cádiz (1795-97):

La Última Cena,
La multiplicación de los panes y los peces, y
El banquete real (1796-1797)

Después, una obra de conjunto:

La Ermita de San Antonio de la Florida (1798), que, tomando como motivo el milagro de resurrección atribuido a San Antonio de Padua en Portugal, se convierte en un canto a las mujeres y los hombres de Madrid humanizando al máximo las figuras religiosas. Crucifijo. Madrid. Archivo General de Palacio.
La Asunción (1812) Templo parroquial de Chinchón (Madrid)

Y, en fin, dos composiciones individualizadas, cumbres –sin duda- del arte cristiano:

La última comunión de San José de Calasanz (1819),
precedida de bocetos sobre el mismo tema. (Cedido al Patrimonio Nacional).
Existe un boceto al óleo, con el mismo título, en Bayona, Museo Bonnat
Cristo en el Huerto de los Olivos (1819), tan cercana en la expresión a los Fusilamientos del 3 de mayo.
Cedido al Patrimonio Nacional. Existe una réplica del mismo en Londres)

Importantes también son, en torno a 1798:

El Prendimiento de Cristo (1798). Sacristía dela Catedral de Toledo.
La adoración de la Trinidad,
Santa Isabel de Portugal asiste a una enferma (1816-1817). Madrid. Palacio Real
Cristo crucificado (1780). Madrid, Real Academia de San Fernando de Bellas Artes

De 1812:

La Magdalena penitente.
Santas Justa y Rufina (1817) para la Catedral de Sevilla.

Y en 1820:

San Pedro penitente (1820) Philips Memorial Gallery. Washington.

d) El grabado religioso.

Goya fue así mismo –y sin duda- el grabador más importante en la historia de este arte “menor” en España (como lo fueron Durero o Rembrandt y, posteriormente, el mismo Picasso). Son muchas sus estampas religiosas cercanas a las vivencias de la Pasión o de Navidad, como La huida a Egipto.


emos seleccionado un total aproximado de setenta obras del pintor.

 
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3. Significación de la pintura religioso cristiana de Goya

Que en un contexto ajeno a la fe e incluso hostil a ella Goya fuera un verdadero creyente, capaz de acertar en la visión más honda del Misterio Cristiano, misterio de amor, de comunión con los hombres y con Dios, y de opción por el pueblo humilde y marginado (y esta opción también desde la fe), todo esto , es una fuerte sorpresa y un motivo de júbilo.

Pero con independencia de tal admiración y alegría es preciso señalar que la obra de Goya significa una notable aportación plástica a la interpretación de dimensiones esenciales del cristianismo original más puro.


n efecto:

a) La inmensa mayoría de composiciones del pintor son una pintura encarnada en la realidad del mundo. Las religiosas también. Las formas que emergen de los cuadros son personas transidas de religiosidad (en algunos casos profundísima), pero a la vez son personas de absoluta carne, con el mayor de los realismos. Son los mismos tipos de la calle, del vivir cotidiano, con sus pobrezas y sus grandezas. Cristo, la Virgen, los ángeles, los santos…son hombres absolutamente reales y cercanos: se han encarnado. Por eso el pueblo se sintió con ellas a la vez entrañado, próximo y elevado; nunca distante ni extrañado. Goya intenta mostrar que la encarnación de Dios en el hombre es una realidad posible.

b) Por otra parte su iconografía temática integra perfectamente la popularidad religiosa (las devociones o las percepciones sencillas de la vida de Jesús y de la presencia de la Virgen, de los hechos cristianos…) con la tradición eclesial de sabiduría (santos doctores de la Iglesia) y con los Misterio cristianos más acendrados (el nombre trinitario de Dios, la Eucaristía, el triunfo de la Gloria y de la comunión con Dios…), vistos siempre desde una cierta pureza bíblica.

c) En fin, Goya significa la aportación al arte cristiano de una novedad expresiva moderna, casi contemporánea. Más allá del barroco y del neoclasicismo su pintura nos permite decir y sentir la fe con las formas más cercanas a las vanguardias del s.XX: el impresionismo y expresionismo y –en alguna medida- el surrealismo tienen sus inicios en él. Para gustar la creación religiosa de Van Gogh, Millet, Monet, Gauguin, Dali, Rouault…(mucho más reducida en todos ellos) hay que pasar de alguna manera a través de la obra de Goya.


Es decir, Goya pasa de plasmar una religiosidad convencional y popular a una religiosidad ilustrada y reinterpretativa de lo real, aunque intimista (e ese movimiento de mirada al trasfondo personal) y, desde luego, abierta a todos. En consecuencia, toda su obra viene marcada de emotividad, pero huyendo de composiciones afectadas y artificiosas.

En su evolución recorre diversos estilos o momentos expresivos: desde los frescos de Aula Dei y del Pilar llega al neoclasicismo más puro (Cristo crucificado, de 1780) y lo sobrepasa –atravesando la dura prueba de la enfermedad (caprichos y pinturas negras)- y alcanza el culmen de su trayectoria pictórica en la cúpula de la Ermita de San Antonio y en La última comunión de San José de Calasanz.

 
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ibliografía de referencia.

AZCÁRATE RISTORI, José M. y otros. Historia del Arte. Anaya. Madrid 1995. Cap.14. Del Barroco al Neoclásico. Goya.
GONZÁLEZ PINTADO, Prudencio, Caminos abiertos por Francisco de Goya. Ed. Hernando. Madrid-Pinto 1978
MILICUA, José, (director), Historia Universal del Arte. Planeta. Barcelona 1995. Tomo 8. La singularidad de Goya.
NIGEL GLENDINNING, Francisco de Goya. Historia 16. El arte y sus creadores nº 30. Madrid 1993
Rose-Marie/ Rainer Hagen, Goya. Taschen
SUREDA, J. (director), Historia del Arte Español. Planeta Lunwerg. Barcelona 2004.
Vol. VIII. El Siglo de las Luces. El arte en la España del siglo XVIII., cap. IV. La pintura.
Vol. IX. La época de las revoluciones. De Goya a la Modernidad. El arte en la España del siglo XIX:
cap. VII, La pintura de Francisco de Goya.











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